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EL DUQUE DE MEDINA SIDONIA
Y LA ARMADA INVENCIBLE

Juan Luis Barroso Mendoza

De todos es conocido lo apasionante y atractivo que resulta volver los ojos al pasado y sorprenderse con la historia de nuestro pueblo. Medina Sidonia fenicia, Medina Sidonia romana, Medina Sidonia musulmana ¡Cuántas páginas de la historia de España y de Andalucía se han escrito desde este querido rincón! Sin embargo, quizás la página más desconocida de nuestro pasado sea la relación de nuestra tierra con el mar, ese mar por el que los españoles recorrimos el mundo entero, ese mar que desde nuestro cerro parece añorar nuestra ladera.

Hace años que ejerzo la docencia como profesor de Historia Naval en la Escuela de Suboficiales de San Fernando y siempre recordaré mi primera visita al Panteón de Marinos Ilustres, y mi gran sorpresa al comprobar que de medio centenar de Marinos a los que la propia Armada consideraba "Ilustres", pertenecientes a todas las tierras y a todas las épocas, tres eran originarios de Medina Sidonia (Pascual Cervera, Juan María de Villavicencio y la Serna y Diego Butrón y Cortés).

Pero, si este hecho se puede considerar como extraordinario, lo es aún más cuando sondeamos la propia historia de la Marina Española y comprobamos que fueron más muchos más los que embarcados en nuestros buques escribieron páginas gloriosas, todos con el denominador común de haber nacido al amparo de esta maravillosa ciudad.

Por todo ello, es por lo que me he decidido, en la medida de lo posible y a través de esta revista que ve la luz en este número, a difundir ese pasado desconocido en el que se fundieron la rosa de los vientos con el aire de la campiña y recordar a Ilustres asidonenses que supieron consagrar su vida al mar sin renunciar nunca a su origen.

Hoy comienzo quizás por uno de los episodios más conocidos y también más desvirtuados por la historia, que no es otro que la intervención del Duque de Medina Sidonia en una idea demencial y arriesgada, fruto de la mente de un rey, Felipe II, en pos de una empresa imposible: la conquista del reino de Inglaterra.


¿Cuántas veces hemos oído la frase tópica: "La Armada Invencible se hundió porque la mandaba el Duque de Medina Sidonia, que nunca había visto el mar". Pero, ¿se puede mantener hoy en día esta afirmación? ¿Realmente fue la intervención del Duque la que influyó en la derrota o fue el Duque el chivo expiatorio de una demencial empresa condenada al fracaso antes de partir de puerto?

En torno a 1588, Felipe II preparaba en Lisboa una flota de ciento cincuenta buques, dotada con 8.766 marineros, 22.700 soldados y 1.000 voluntarios de las principales familias nobles de España. Mientras tanto, un ejército al mando de Alejandro Farnesio, duque de Parma, se disponía en los Países Bajos para embarcar en los buques procedentes de la Península. Su finalidad, conquistar el reino de Inglaterra.

Hoy en día se preguntan los historiadores si el Rey Felipe II se daba cuenta de lo complicado de la empresa. Con los medios del siglo XVI, tenían que ponerse en contacto una flota en el Atlántico con un Ejército terrestre acantonado en las costas Belgas, sin radios, sin emisoras y con un mando dividido: la flota la mandaría el Marqués de Santa Cruz y el ejército terrestre, como ya hemos dicho, Alejandro Farnesio.

Pese a todo, el Rey dio órdenes de que todo se preparase en Lisboa para la pronta salida de la Flota con destino al Canal de la Mancha. El almirante Marqués de Santa Cruz muy pronto enfermó; contaba con más de sesenta años y un largo historial de batallas navales, entre las que se citan la de Lepanto o la conquista de las islas Azores. Muerto el director de la empresa, el Rey tiene que buscar un sustituto y piensa en el Duque de Medina Sidonia. ¿Qué movió a Felipe II a pensar en este personaje para dirigir la empresa más importante de su reinado? Hoy se piensa que el hecho de que fuese el noble de más alta alcurnia en la España del momento le hizo ser elegido, para poner orden en la nobleza embarcada en los buques.

El Duque no solicita la empresa y, cuando es designado, muestra al Rey los inconvenientes de la misma: buques poco adaptados al Atlántico, improvisación, falta de un mando único... En los buques existen tres focos de mando: los marinos, los militares y los nobles y, en medio, el Duque tratando de hacerse oír entre todos. Él mismo se queja al Rey de que no tiene mando sobre los almirantes de la Flota, pero Felipe II hace oídos sordos a las protestas del duque y ordena que los buques salgan a la mar.

En junio de 1588, una impresionante Armada sale del Tajo con destino a Inglaterra. Muy pronto, los temporales se encargaron de dispersarla y tuvieron que reunirse de nuevo en el puerto de La Coruña. Desde aquí el Duque de Medina Sidonia vuelve a escribir a Felipe II, esta vez en términos más duros si cabe: "Majestad, la empresa está condenada al fracaso". Era tan contundente su mensaje, que hoy se sabe que los consejeros del Rey no se atrevieron a enseñárselo.

La respuesta, propia por otro lado del carácter del monarca, fue tajante: "He dedicado esta empresa a Dios.... En el cielo se sabe mejor lo que nos conviene". El Duque obedeció y puso de nuevo la Armada en dirección al reino enemigo de Inglaterra. Allí todo estaba preparado para rechazar a los buque españoles. Marinos y corsarios tan tristemente conocidos como Drake, Hawkins y Frombisher, todos bajo el mando supremo de Carlos Howar de Nottinghan, aguardaban fondeados en Plymouth. Unos buques ingleses que, como hoy se ha demostrado, habían evolucionado más que los españoles y estaban mejor preparados para combatir en unas aguas atlánticas y a la vez conocidas como eran las del Canal de la Mancha, tratarían de impedir la empresa de los españoles.

En su flota se habían roto las diferencias sociales y, así, mientras en los buques españoles los nobles formaban una jerarquía y los militares otra, en los de nuestros adversarios nobles y grumetes formaban juntos. Nuestra flota funcionaba como si un señorío de Castilla se hubiese echado a la mar, mientras que en los buques ingleses primaba su funcionalidad y sus características náuticas.

Por otra parte, los buques españoles no iban preparados para un combate artillero, que sería el que nos presentasen nuestros enemigos. Nuestra flota se preparó para abordar a los buques ingleses sin prever que éstos no se dejarían abordar y que combatirían desde lejos con unos cañones más ligeros, más rápidos y que contaban con unas dotaciones de artilleros preparadas para disparar mucho mas rápido de lo que lo harían los artilleros españoles. Nuestra flota que era una verdadera fortaleza flotante, será hostigada por nuestros enemigos sin que se tengan recursos para rechazar ese hostigamiento.

Muchos criticaron al Duque de Medina Sidonia por no haber atacado a los ingleses cuando se encontraban fondeados en Phylmouth; sin embargo, el Duque se limitó a cumplir escrupulosamente las órdenes de Felipe II: no debería entrar en combate hasta no haber recogido a las tropas del Duque de Parma, que esperaban en las cercanías de la Ciudad de Ostende, en la costa del Canal de la Mancha. El gran problema es que nuestro almirante no sabía nada del Duque de Parma. Los contactos, como era de prever, fallaron: la flota se acercaba a las costas del Canal y no conocía nada del ejército que tenía que recoger.

Mientras tanto, los buques ingleses hostigaban como podían a la Armada Invencible y le impedían recalar junto a la isla inglesa de Wight, desde donde el Duque pretendía esperar noticias del ejército de Parma. Toda vez que no pudieron recalar en Wight, la siguiente parada era el puerto francés de Calais. En dicho puerto recibió el Duque las primeras noticias del ejército, sin embargo, no se pudo coordinar el embarque de los Tercios. Los ingleses enviaron contra los buques españoles fondeados brulotes incendiarios. Ante el temor de una gran catástrofe, la Armada tuvo que salir precipitadamente de su fondeadero y una vez en alta mar, cuando los ingleses atacaron, se dio la única batalla de toda la expedición: la batalla de las Gravelinas, en la que sólo perdimos un buque, pero se demostraron todas las deficiencias que antes hemos ido mencionando.

Los buques ingleses atacaban sin permitir el abordaje de los buques españoles, la artillería española apenas si pudo responder a la inglesa. Hoy se sabe que, en nuestra precipitación, se cargaron proyectiles cuyas medidas se dieron en libras italianas y al no coincidir sus medidas con las libras españolas, muchos de los cañones no admitían estas medidas, de tal forma que había que medir las bolas de proyectiles una por una mediante un juego de anillas, con el consiguiente atolladero que esto supondría en medio del combate.

A pesar de todo, el ejército del Duque de Parma esperaba para ser embarcado. Pero, otro hecho imprevisto para los españoles y por supuesto para su almirante, el Duque de Medina Sidonia, va a impedir que los buques se acerquen a la costa para poder recogerlos. Unas mareas de cuadratura, las más bajas de todo el año, impedían que los pesados barcos españoles se acercaran a la costa, pero tampoco podían esperar indefinidamente frente a ésta porque los vientos empujaban hacia los temidos bancos de arena y peligraba toda la flota. Los ingleses, por su parte, seguían amenazantes en el Canal de la Mancha.

El Duque no tenía otra opción: dio por finalizada la empresa y se preparó para regresar a España. El camino que se tomó fue el de bordear las costas escocesas y volver por Irlanda.

Conforme la Armada se dirigía al norte, el tiempo comenzó a empeorar. Lo que no habían conseguido los buques ingleses con su renovada artillería, lo conseguirán las tormentas atlánticas. Un tiempo revuelto e inseguro agravó la situación. Los buques dispersos se dirigieron al norte: rodeando las Islas Británicas y, durante esta difícil navegación, gran número de ellos naufragaron en los acantilados de Escocia. Tan sólo unas sesenta naves, desamparadas y sin víveres, consiguieron ganar los puertos del Cantábrico en octubre de 1588.

Una bien dirigida propaganda en España trataba de enmascarar el desastre. Según ella se había dado una gran victoria, detrás de la cual una terrible tempestad hundió los buques. En el palacio que el Duque tenía en Sevilla se ordenó dar una fiesta para celebrar la hazaña del Duque. Para desgracia de estos propagandistas, las naves deshechas que arribaban al Cantábrico, entre ellas las del Duque, se encargaron de desmentir la euforia, "la Armada era un barco de locos, todo se había perdido". Felipe II no daba crédito: una Armada que él había dedicado a Dios, símbolo del Catolicismo, había sido derrotada por una flota hereje. El Duque, que nunca creyó en la empresa, volvió a sus posesiones sin pasar por la corte.

Por todas las costas Inglesas, escocesas e irlandesas quedaron los cuerpos de miles de cruzados, que creyeron que se podía vencer en un combate naval con el único argumento de tener a Dios de tu parte.


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