JOSÉ EMILIO PARDO DE FIGUEROA Y LA VUELTA AL MUNDO EN LA NUMANCIA

 

Jesús Romero Valiente

 

      Entre la dotación de la fragata Numancia en el que fue primer viaje de un buque acorazado alrededor del mundo (1865-1867) se contaba el teniente de navío asidonense José Emilio Pardo de Figueroa. Su experiencia quedó plasmada en un Diario de navegación, en sus artículos para la prensa y en las numerosas Cartas que envió a su familia. Su regreso a Medina Sidonia supuso todo un acontecimiento. Ofrecemos algunas noticias sobre el personaje (cuyo estudio merece mayor espacio), la reproducción de algunos de sus escritos y varios documentos que testimonian la calurosa acogida que recibió en su pueblo tras la gesta.

                      

Fig. 1. José Emilio Pardo de Figueroa en 1871. Biblioteca Museo Víctor Balaguer, sig. Mz 1 CD 78, Vilanova i la Geltrú[1]

 

            En el primer capítulo de la novela Trafalgar, primero de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, el joven protagonista Gabriel de Araceli, huérfano gaditano, recala en Medina huyendo del mal trato que le daba su tío y deseoso de buscar fortuna[2]. Aquí lo acogen los Gutiérrez de Cisniega, un matrimonio de Vejer que se encontraba de paso en nuestra ciudad. Don Alonso, marino retirado que soñaba con volver al fragor de la batalla, y doña Francisca, todo prudencia, disfrutan de la juventud de su hija Rosita, cuyo matrimonio conciertan con el apuesto oficial de Artillería asidonense Rafael Malespina, quien después de un romántico duelo se ha deshecho de su rival. Como los vejeriegos eran de antigua y distinguida familia y la ocasión la pintan calva, el padre del novio no había tardado en presentarse en la población vecina para pedir la mano de Rosita. Así nos lo cuenta Gabriel:

Me acuerdo de cuando fue allí el viejo Malespina. Era un señor muy seco y estirado, con chupa de treinta colores, muchos colgajos en el reloj, gran coleto y una nariz muy larga y afilada, con la cual parecía olfatear a las personas que le sostenían la conversación. Hablaba por los codos y no dejaba meter baza a los demás: él se lo decía todo, y no se podía elogiar cosa alguna, porque al punto salía diciendo que tenía otra mejor. Desde entonces le taché por hombre vanidoso y mentirosísimo[3].

            Este disparatado coronel don José María Malespina se convierte en uno de los personajes más simpáticos de la obra. Jamás pierde la oportunidad de sorprendernos con sus fantasiosos argumentos y réplicas. Hasta cuando se relatan los sucesos más dramáticos después de la derrota de la armada franco-española, escuchamos su voz atronadora. Ante la hilaridad de una concurrencia en la que abundaban quienes le regalaban los oídos para distraerse un rato, el alocado coronel exponía sus “estrambóticos” inventos para hacer invencible en lo sucesivo a la marina española: la fabricación de cañones de 300 milímetros y de barcos de hierro de 95 a 100 varas de largo movidos por vapor de agua y forrados con gruesas planchas de acero para evitar la artillería enemiga. Así terminaba su plática cuando no le quedaba ya más interlocutor que Gabrielillo:

– Pero en caso de que se pudieran hacer aquí esos barcos –dije yo con viveza, conociendo la fuerza de mi argumento–, los ingleses los harían también, y entonces las proporciones de la lucha serían las mismas.

Don José María se quedó como alelado con esta razón, y por un instante estuvo perplejo, sin saber qué decir; mas su vena inagotable no tardó en sugerirle nuevas ideas, y contestó con mal humor:

– ¿Y quién le ha dicho a usted, mozalbete atrevido, que yo sería capaz de divulgar el secreto de modo que lo supieran los ingleses? Los buques se fabricarían con el mayor sigilo y sin decir palotada a nadie. Supongamos que ocurría una nueva guerra. Nos provocaban los ingleses, y les decíamos: "Sí señor, pronto estamos; nos batiremos”. Salían al mar los navíos ordinarios, empezaba la pelea, y a lo mejor, cátate que aparecen en las aguas del combate dos o tres de esos monstruos de hierro, vomitando humo y marchando acá o allá sin hacer caso del viento; se meten por donde quieren, hacen astillas con el empuje de su afilada proa a los barcos contrarios, y con un par de cañonazos... figúrese usted, todo se acababa en un cuarto de hora.

No quise hacer más objeciones, porque la idea de que estábamos corriendo un gran peligro, me impedía ocupar la mente con pensamientos contrarios a los propios de tan crítica situación. No volví a acordarme más del formidable barco imaginario hasta que treinta años más tarde supe la aplicación del vapor a la navegación, y más aún, cuando al cabo de medio siglo vi en nuestra gloriosa fragata Numancia la acabada realización de los estrafalarios proyectos del mentiroso de Trafalgar[4].

Pérez Galdós publicó Trafalgar en 1873. La Armada Española, a la que había costado un enorme esfuerzo desembarazarse del fantasma de aquella derrota, pudo  rehacerse al menos parcialmente a finales del reinado de Isabel II gracias al aumento del presupuesto asignado y a la labor de los ministros Mariano Roca Togores y José Mac-Crohon y Blake. De los anticuados tres navíos de línea, ayudados por unas pocas fragatas y unos vapores con que se contaba en 1845, se pasó a disponer de una escuadra moderna compuesta por seis fragatas blindadas, once fragatas de hélice y doce corbetas de vapor, además de decenas de buques menores[5]. La nueva flota incluso hacía soñar  con recuperar el prestigio perdido en los océanos. La euforia que Pérez Galdós deja entrever a través de su visionario personaje era la misma que embargaba realmente a muchos españoles al contemplar la potencia de nuestros primeros buques acorazados y comprender la revolución que habían supuesto para nuestra marina de guerra. Pero como presagiaba Gabrielillo, con los pies en el suelo, las otras potencias no se habían quedado atrás, muy al contrario. Los desastres de finales de siglo terminarían poniendo las cosas en su lugar.

 

Fig. 2. La fragata Numancia en un grabado reproducido por El Museo Universal (29 de enero de 1865)

 

A la fragata Numancia, primero de nuestros navíos acorazados, le cupo en suerte  hacer realidad, al menos por un momento, el sueño del viejo Malespina: mostrar de nuevo al mundo la primacía de nuestra marina sobre las restantes. Su tarea: convencer a las demás naciones de que era posible realizar la circunnavegación del globo en uno de estos portentosos aparatos. Otro asidonense, pero no un personaje de ficción sino de veras, fue testigo y partícipe de este apasionante periplo, y además dejó constancia escrita de los hechos diversos acaecidos en tan singular travesía, el teniente de navío  José Emilio Pardo de Figueroa.

José, como le gustaba firmar sus cartas familiares, era hijo de José Pardo de Figueroa y Manso de Andrade y de María Luisa de la Serna y Pareja; y hermano, por tanto, de Mariano Pardo de Figueroa (Doctor Thebussem), Francisco y Rafael (distinguidos marinos que alcanzarían el grado de capitán de navío), y María Josefa, casada con Baltasar Hidalgo, marqués de Negrón, hija predilecta de Medina y nombrada Marquesa de Pardo de Figueroa por el rey Alfonso XIII a solicitud del Ayuntamiento, en recuerdo de sus propios méritos y “de apellido tan ilustre[6]”. De esta familia se habló en otro lugar[7], y no dudamos de que volveremos a hablar de sus componentes en futuros trabajos. Ahora nos detendremos sólo en la figura de José.

José Emilio Manuel de la Santísima Trinidad nació en Medina Sidonia (seguramente en la casa de su abuelo materno Francisco de la Serna, calle Atahona, 6[8]) el día de Navidad de 1834 y fue bautizado en la Iglesia de Santa María cinco días después. Reza su partida de bautismo[9]:

 

En la ciudad de Medina Sidonia en el día treinta de diciembre de mil ochocientos treinta y cuatro, yo don Martín Blanco, cura teniente de la insigne iglesia parroquial matriz Santa María la Coronada de ella, bauticé solemnemente en la misma a José Emilio Manuel de la Santísima Trinidad, que nació el día veinticinco de dicho mes y año a la una de la madrugada, hijo legítimo y primero del nombre de don José Pardo de Figueroa, natural de la ciudad de Arcos de la Frontera, y de doña María Luisa de la Serna y Pareja, que lo es de ésta, y casados en esta parroquia. Son abuelos paternos don José Pardo de Figueroa y Yuste y doña Vicenta Manso de Andrade y Fontiveros, y maternos don Francisco de Paula de la Serna Montes de Oca, teniente de navío de la Real Armada, y doña Rosa de Pareja y Morón. Fue su madrina doña Francisca de Paula de la Serna, tía del bautizado, a quien advertí el parentesco espiritual y obligación; y testigos, don José de la Vega y Francisco López, de este vecindario. Y en fe de verdad lo firmo.

                                                                                  Martín Blanco

 

Fig. 3. Partida de bautismo de José Emilio Pardo de Figueroa. Archivo Parroquial de Santa María, Medina Sidonia

 

Según su hermano Mariano[10], José Emilio carecía de educación literaria, “pero, dotado de clarísimo entendimiento, había adquirido con la lectura y con el trato de gente ilustrada un gran caudal de saber, no sólo en aquello que se relacionaba con su profesión, sino también con otras enteramente diversas”. Entendía de arquitectura naval y de máquinas de vapor, conocía el Derecho Civil de España y apreciaba la agricultura, la música, la historia y la geografía. “Hablaba con soltura francés, inglés e italiano, y conocía los clásicos y las obras notables escritas en dichas lenguas”. Entre los autores españoles gozaba con Larra, Gallardo y, sobre todo, Cervantes, siendo capaz de citar en el momento oportuno pasajes de El Quijote, del que tenía un ejemplar para uso cotidiano al que llamaba “El Diurno”. Era de trato afable y “atraía igualmente el cariño de capitanes y marineros, de sabios e ignorantes, de niños y ancianos, de hombres y mujeres. Su gracejo, su chiste y su buen humor son hoy casi proverbiales entre los que fueron sus compañeros y amigos”. Hombre sereno, su valor “casi rayaba en el estoicismo, le eran desconocidas las sensaciones de sorpresa o miedo al oír, por ejemplo, las voces de «¡fuego!» o de «¡hombre al agua!», las más terribles que pueden escucharse a bordo”. No daba importancia a sus escritos, que publicaba algunas veces con el seudónimo «Yo» y más habitualmente, cuando se dirigía a la prensa, con el de «Pascual Lucas de la Encina». En este caso simulaba ser un viejo piloto residente en Andalucía muy preocupado por los problemas de la marina. Entre sus obras manuscritas se encuentran Parecer de un grumete sobre las agujas y sus variaciones, donde se muestran sus conocimientos sobre electricidad y magnetismo; Recordatorio de un viaje desde Manila a Ilo-Ilo, escrito por un novato en estos mares, y que no piensa darlo a la estampa; sus Cartas familiares[11]; el Diario de navegación escrito a bordo de la fragata Numancia, que conocemos parcialmente gracias a los fragmentos recogidos por su hermano Mariano en Algunos escritos del Teniente de Navío D. José Emilio Pardo de Figueroa. Ordenados y anotados por el Doctor Thebussem; y alguna otra que esperamos ir dando a conocer.

 

Fig. 4. Ejercicio de dictado y caligrafía del niño José Emilio firmado el 2 de noviembre de 1846. M.B.V.B., sig. Mz 1 CD 78

 

El ingreso de José Emilio en la Armada Española se produjo el 4 de julio de 1848 cuando aún no contaba catorce años de edad. Había solicitado plaza de aspirante  el 2 de mayo de 1847 y fue admitido como tal el 20 de agosto de ese mismo año. Su estancia en el recién creado[12] Colegio Naval Militar de la población de San Carlos (San Fernando) se prolongó hasta el 14 de junio de 1851.

En escrito fechado en Madrid el 4 de julio de 1851 se concede a José Pardo la plaza de guardiamarina de segunda clase. Días antes había embarcado en la urca Pinta, que pondría rumbo a La Habana el 9 de agosto. Los tres años de embarco “prefijados” para su clase (cumplidos el 28 de julio de 1854) transcurren en Cuba a bordo del bergantín Ebro, las fragatas Esperanza, Cortés y Perla, y el vapor Lero.

El 7 de noviembre de 1854 se examinó para guardiamarina de primera  y obtuvo la nota de “muy bueno”. En junio de 1855 salió en el vapor Velasco con rumbo a la Península llegando ocho días después a Cádiz. Pasa en agosto al vapor Castilla para navegar por el Mediterráneo, y luego a la barca Laborde. El primero de junio de 1856 embarca en la corbeta Isabel II y el 31 de julio se examina para oficial obteniendo la nota de “bueno[13]”.

El 27 de agosto de 1856 es promovido al empleo de alférez de navío. Después de ejercer unos días como Ayudante del Arsenal de la Carraca embarca de nuevo en la corbeta Isabel II. El 12 de noviembre sale otra vez para La Habana, ahora en el vapor Conde de Regla, aunque el 9 de enero de 1857 ya está de regreso en Cádiz. Transborda entonces al navío Isabel II para navegar por el Mediterráneo y regresar de nuevo a La Habana, a cuyo apostadero había sido destinado el buque.

 

Fig. 5. El navío Isabel II en el puerto de Cartagena en 1862. Foto cedida por Salvador Zamora, http://www.cartagenaantigua.es

 

 Tras más de dos años a bordo del navío (del 15 de enero de 1857 al 8 de marzo de 1859) José Emilio embarcará sucesivamente en los vapores León y Bazán, y en la fragata Bailén. Desempeña interinamente el mando de la goleta Ceres y luego pasa al vapor Vulcano, de cuya tripulación forma parte cuando en octubre de 1860 es honrado por Francisco II,  Rey de las Dos Sicilias, con la cruz de primera clase de Francisco I debido a su participación en alguna acción durante los enfrentamientos con las tropas garibaldinas que siguieron a la caída de Nápoles. El 11 de enero de 1861 el Vulcano fondea en Barcelona procedente de Civitavecchia.

A finales de 1862 José Pardo ingresa en el Hospital Civil de Cartagena y luego obtiene una licencia de cuatro meses para restablecer su salud en Medina Sidonia. El 21 de marzo de 1863 una Real Orden manifiesta la satisfacción de Su Majestad por los trabajos realizados por este oficial en la Comisión Hidrográfica de la Isla de Cuba. En octubre del mismo año José Emilio alcanza el grado de teniente de navío. De la corbeta Villa de Bilbao transborda a la fragata Esperanza, y de nuevo a la corbeta, donde en 1864 realizaban sus prácticas los nuevos guardiamarinas.

 

 

 

Fig. 6. Nombramiento de teniente de navío concedido a José Pardo de Figueroa. M.B.V.B., sig. Mz 1 CD 78

           

El 11 de enero de 1865 José Pardo transbordó a la fragata Numancia donde formaría parte de la oficialidad por consejo del capitán de fragata y segundo de la nave Juan Bautista Antequera, a quien el comandante Casto Méndez Núñez había encargado que hiciera la relación de oficiales que compondrían la dotación.

            La primera misión encomendada a la nave era marchar al Océano Pacífico como apoyo a  la escuadra con la que España pretendía hacer valer sus derechos de antigua metrópoli en las costas peruanas. Ciertamente no es éste el lugar para analizar las causas remotas e inmediatas del enfrentamiento sobrevenido con las repúblicas americanas del Pacífico ni para describir aquella campaña con pormenores, de hecho tampoco nosotros estamos preparados para hacerlo[14]. Pero sí creemos conveniente al menos, por tratarse de un episodio de nuestra historia poco conocido, apuntar algunos datos que faciliten al lector la comprensión de los textos que a continuación ofrecemos.

            Las relaciones de España con las recientemente independizadas colonias americanas no fueron fáciles durante el siglo XIX. La metrópoli no terminaba de asumir la pérdida de su poderío pero al mismo tiempo se había visto incapaz de mantener su influencia. La modernización del ejército y de la flota animó a los gobernantes a buscar un sitio entre las potencias del momento y a emprender campañas “neocolonialistas” (Marruecos, Santo Domingo, apoyo a Francia en México e Indochina). En abril de 1864 el gobierno español ordena al general Pinzón, al mando de una expedición que pretendía ser sólo científica, el bloqueo del puerto del Callao y la toma de las islas Chincha, de donde el Perú, cuya soberanía aún no se había reconocido, obtenía gran cantidad de guano para la exportación, base de su economía. Se pretextó que se trataba de una represalia por el asesinato de unos propietarios españoles en una hacienda, pero pronto se pasó a reclamar las pérdidas ocasionadas por la guerra de independencia. La flota española se vio reforzada con la llegada de la escuadra del vicealmirante José Manuel Pareja, cuyo padre había muerto precisamente en enfrentamientos con los peruanos, y que acudía allí con plenos poderes para sustituir al comisario (funcionario de carácter colonial) Salazar y Mazarredo. El acuerdo alcanzado entre el almirante Pareja y el ministro de guerra  peruano, general Vivanco, muy favorable a los intereses españoles, fue rechazado por el Congreso peruano y provocó además una revuelta nacionalista. España decidió entonces reforzar posiciones enviando al lugar a la fragata Numancia.

            La desconfianza de chilenos, bolivianos y ecuatorianos hacia la antigua metrópoli se manifestó pronto con su apoyo a los peruanos más exaltados. Chile además negó el carbón a la flota española, y en la prensa no cesaba de ridiculizarse a los españoles. El almirante Pareja acudió a Valparaíso a pedir explicaciones en sustitución del “ministro español en Chile”, señor Tavira. A su llegada, el mismo día en que se celebraba la fiesta de la independencia chilena, reclamó que se recibiera la enseña española con salvas de honor. Las exigencias de Pareja, que incluían también una indemnización, fueron contestadas pocos días después con una declaración de guerra. En respuesta, los puertos chilenos fueron bloqueados por la Armada Española.

En tanto, Perú se debatía en un enfrentamiento entre el partido moderado y el exaltado. La flota peruana se había rebelado contra el presidente Pezet, y aumentaba el odio y el recelo hacia los españoles alentado por la facción nacionalista de Mario Ignacio Prado, a la postre nuevo gobernante. En solidaridad con los chilenos, Prado declaró también la guerra a España. Y el almirante Pareja, que se consideraba responsable de provocar el conflicto y que había sufrido algunos reveses durante el bloqueo, decidió suicidarse al conocer el apresamiento de la corbeta Covadonga. Méndez Núñez, comandante de la Numancia, pasó a ocupar el mando de la flota.

 

            El nuevo almirante, que no contaba con fuerzas para un desembarco, provocó a la escuadra chileno-peruana para solucionar las cosas en el mar (Abtao, Huito), donde la supremacía española parecía evidente. Al infructuoso intento siguió una nueva decisión: el bombardeo de Valparaíso y el Callao. El indefenso puerto de Valparaíso, donde muchas naciones tenían intereses comerciales, fue cañoneado el 31 de marzo de 1866 a pesar de las intimidaciones de la diplomacia norteamericana. Las seis horas de bombardeo sobre el bien artillado puerto del Callao acabaron con una victoria de la flota española, aun a costa de 43 muertos y gran cantidad de heridos, entre ellos el propio Méndez Núñez. Salvado el honor patrio, parte de la escuadra puso rumbo a Filipinas.

            Sobre estos hechos y sobre lo que aconteció en el resto del viaje de la Numancia escribió José Emilio Pardo, bajo el seudónimo Pascual Lucas de la Encina, un relato para el diario madrileño El País. Fue publicado el 20 de abril de 1870 y recogido por Thebussem en el volumen de homenaje a su hermano fallecido[15]. Desde entonces ha permanecido al alcance de muy pocos, por lo que hemos creído oportuno rescatarlo para goce del lector de hoy.

 

Fig. 7. Portada del libro escrito por Thebussem como homenaje a su hermano José Emilio

 

 

 

“LA FRAGATA BLINDADA NUMANCIA

 

La fragata Numancia, que ocupa el número dos en la lista de los buques de nuestra armada, es un hermoso barco de primera clase, blindado con planchas de hierro de 13 centímetros de grueso, y armado con la artillería más potente que hoy se acostumbra montar sobre los buques de guerra. Tiene 97 metros de largo, 17 de ancho, y su quilla se arrastra ocho metros bajo el agua. Pesa 7500 toneladas, y tan poderosa mole adquiere 13 millas de velocidad cuando a toda fuerza la impele su potentísima máquina de 1000 caballos. Quema cada día en sus cuarenta hornos 120 toneladas de carbón, y el espeso humo que arroja por su enorme chimenea forma tan densa nube que, más que efecto causado por mano del hombre, asemeja los desahogos de un volcán. Construido este barco en Francia, bajo la dirección de ingenieros españoles y con planos mandados de acá, llegó a Cartagena a fines de 1864 cuando estábamos pendientes de una guerra con las repúblicas hispanoamericanas del mar Pacífico. Cruzó la mente del Gobierno el mandar allá la Numancia; pero este viaje, que tan fácil había sido para las fragatas de madera, presentó desde luego serias dificultades para el nuevo coloso. Las propiedades de los barcos blindados aún no estaban bien conocidas; sabíase sólo que eran casi impenetrables a las balas, pero se ignoraba si podrían navegar con seguridad y sufrir los embates de las olas. Obscuros, húmedos y poco ventilados, no garantizaban, por cierto, la mejor salud a los marinos que hubiesen de pasar en ellos meses enteros y tal vez años. Los navegantes más experimentados de Europa y América desconfiaban de los blindados como buques impropios para emprender largas navegaciones, y todos fijaban su atención a ver qué marina era la que, más osada, emprendía la resolución del temeroso problema. Tocole esta gloria a la española, pues el Gobierno determinó que la Numancia se trasladase al mar Pacífico. Para tamaña empresa necesario era un capitán a propósito que la llevase a cabo, y acertaron con fiársela a Méndez Núñez. Bien supo el Gobierno lo que hizo al darle el mando de la fragata, pues aquel carácter inquebrantable se aplicó todo a desempeñar el difícil cargo que le fue encomendado; para él no hubo día ni noche, ni horas de descanso; todo el tiempo era poco a sus deseos de ver a la Numancia en alta mar. Por fin quedó lista el 3 de febrero de 1865, y el 4 por la tarde se despidió de Cádiz y de España, ocultándose entre las brumas de la mar y el inmenso penacho de humo que señalaba a los gaditanos el camino que llevaba la Numancia. Los españoles que iban dentro, navegantes antiguos casi todos, experimentaron, sin duda alguna, cierta sensación desconocida en ellos al perder de vista las últimas sombras de la tierra patria, cuando se alejaban de ella en una nave de tan dudosa seguridad cual era la que los llevaba. Cual recordó a su esposa, cual a sus hijos, cual a sus padres, y todos pensaron en España, cuando tras una pequeña nube se les ocultó de la vista aquella tierra tan querida. ¿Volveré a pisarla? ¿Llegará el día en que, sentado entre mi familia, pueda contarle todo lo que nos va a pasar? ¿O tal vez dentro de un par de meses registrarán los anales marítimos una catástrofe más? Con estos pensamientos anochecieron los tripulantes de la Numancia el primer día de mar. Nadie contó a nadie lo que experimentaba, y todos se dedicaron tranquilos al cumplimiento de su deber.

Dirigíase el buque a las islas de Cabo Verde, para reponer allí el carbón que se gastase en la travesía. El día 8 reconoció las Canarias y pasó a vista de Santa Cruz de Tenerife. Siguió su rumbo, y sin que la mar estuviese alborotada, daba la fragata balances extraordinarios. Pronto se acostumbró a ellos la tripulación, y los resbalones y caídas que producían provocaban la risa de los afortunados que habían tenido en donde asirse. El 13 llegó a San Vicente de Cabo Verde, tomó su carbón, y el 17 salió para Montevideo. Los tiempos en esta travesía fueron favorables a la Numancia, y el 13 de marzo llegó al Río de la Plata.

Allí, a tantas leguas de Europa, ya se hizo notable el viaje que este buque había hecho; pero aún dudaban algunos de los marinos extranjeros que pudiese con la misma facilidad llegar al mar Pacífico. Méndez Núñez, infatigable como siempre, alistó[16] su fragata, y el 2 de abril emprendió su viaje con rumbo al Estrecho de Magallanes.

 

Fig. 8. Don Casto Méndez Núñez. Grabado aparecido en El Museo Universal (18 de febrero de 1866)

 

            Todavía en el Río de la Plata sufrió una avería la máquina de la Numancia; pero, reparada en lo posible, siguió su viaje acompañada del vapor  transporte Marqués de la Victoria, que le llevaba carbón para reemplazar en el Estrecho el que hasta allí consumiera. Los mares del Cabo de Hornos saludaron con rudeza a la fragata, y así fue que el día 11 recibió este buque su bautismo marinero; fuertes e impetuosas olas lo combatieron, y mientras la Numancia se burlaba de su ira sacudiéndolas con valentía, su compañero el Marqués era poco menos que juguete de ellas. En este mal tiempo, que se temía y se deseaba por los tripulantes de la blindada, se convencieron éstos de que la Numancia, a pesar de sus extraordinarios balances, podía luchar con las olas. Llegó al Magallanes en 13 de abril, y fondeó en el Puerto del Hambre para esperar al vapor a quien el temporal había alejado de la costa.

            El 15 llegó el Marqués; procediose al embarque del carbón que traía, y el 19 se lanzó la fragata por las estrechas sinuosidades del Magallanes en busca del mar Pacífico. Permítase aquí un recuerdo al comandante de la fragata, que, con un tino raro y una habilidad imponderable, condujo a la Numancia por aquellos dificilísimos parajes. Libre de ellos bañó su proa en las aguas del gran Océano a las seis de la tarde del 20, y ya en mares francas navegó hacia Lima. El 28 tocó en Valparaíso, y el 5 de mayo arribó con toda felicidad al Callao, en donde se unió a la escuadra que mandaba el inolvidable cuanto desgraciado general Pareja. En aquel puerto, frecuentadísimo por buques de todas las naciones, llamó la atención el viaje de la Numancia. Los marinos extranjeros la visitaron con interés, los papeles se ocuparon de tan audaz viaje, y cundió por la América, por la Europa y por el mundo entero la feliz empresa que la blindada española había llevado a cabo.

Los constructores que en Tolón la habían hecho, mostraban su modelo en la exposición de París, y el Gobierno español y la España entera, satisfechos de que un buque con su bandera y tripulado por españoles hubiera dado tal ejemplo a las marinas todas, premió a Méndez Núñez y a sus compañeros. Declarada la guerra a Chile, salió la Numancia de Lima el 6 de diciembre y llegó al puerto de Caldera el 12: allí sorprendió a Méndez Núñez la inesperada cuanto sentida muerte del almirante Pareja, y con ella recayó sobre el comandante de la Numancia el mando de la escuadra toda. Presa del dolor más profundo, preocupado con el gravísimo cargo que sobre sí pesaba, y con lágrimas en los ojos, se despidió de sus oficiales el brigadier Méndez Núñez para embarcarse en la fragata capitana Villa de Madrid, quedando como primer jefe de la Numancia el que hasta entonces había sido su segundo comandante, el capitán de navío don Juan Antequera. Sostuvo la Numancia con la Berenguela el bloqueo de Caldera, hasta que se alzó el día 13 de enero de 1866, dejando incendiadas al enemigo tres fragatas y cuatro bergantines. Unida a la escuadra de Valparaíso, salió junta con la Blanca el 17 de febrero a buscar a la contraria, que se había refugiado en el dédalo de escollos de la isla de Chiloé. Sólo a Méndez Núñez o a caracteres audaces como el suyo pueden ocurrírsele empresas tan arrojadas. Sin planos, sin derrotero cierto y sin noticias de aquellos bajíos, determinó registrarlos con un buque de cerca de 8000 toneladas. Nieblas densísimas, situaciones inciertas y peligros constantes experimentaron ambos buques por aquellos laberintos, y cuando más densa era la obscuridad y más incierta la situación, la música de la Numancia hacía resonar aires españoles, a los que la Blanca contestaba con vivas a la patria. No se encontró al enemigo que se buscaba, pues la única fragata que se vio fue la peruana Amazonas, que se hallaba perdida y abandonada sobre una roca. El naufragio de este buque, en el que iban marinos prácticos de aquellos parajes, hace resaltar más el mérito de la navegación que por allí efectuó la Numancia.

 

Fig. 9. Fragatas Blanca y Numancia. Óleo. Casa de Cultura, Valencia

 

En la imposibilidad de hallar la escuadra enemiga, y deseoso Méndez Núñez de llevar a cabo algo contra Chile, abandonó a Chiloé y se dirigió a las costas de Araucania, con objeto de practicar un desembarco en la isla de Santa María, en donde se sospechaba que había un fuerte destacamento de tropas chilenas. Llegados a la isla, se divisó un vapor al que persiguió la Blanca, y alcanzado y reconocido, resultó que, aunque con bandera inglesa, era chileno y llevaba unos 120 enemigos entre soldados, jefes y oficiales.

            Hechos todos prisioneros, desistió Méndez Núñez del desembarco en Santa María, y siguieron las fragatas y el vapor apresado hacia Valparaíso, adonde llegaron el 14 de marzo.

            El 31 tuvo lugar el bombardeo de aquella ciudad, en el que no tomó parte la fragata, porque nuestro almirante, que todo era bizarría, no quiso que un buque propio para la guerra estrenase sus cañones ofendiendo sin ser ofendido.

 

Fig. 10. Bombardeo de Valparaíso. Grabado publicado en El Museo Universal (27 de mayo de 1866)

 

Alzado el bloqueo de Valparaíso el 14 de abril, se dirigió la Numancia a Lima con toda la escuadra, y llegó a su puerto del Callao el 25.

El almirante español no rompió el fuego sobre la plaza, como podía haberlo hecho, sino que dio algunos días de término, pasados los cuales llegó el 2 de mayo de 1866 y se dio el combate del Callao. No es para artículo de periódico el describir aquel hecho de armas, y concretándonos a la Numancia sola, baste decir que fue la primera que rompió el fuego y la que al principio de la acción resistió el de todas las baterías peruanas que montaban cañones de los calibres más gruesos conocidos. Méndez Núñez, embarcado en ella, dirigía el combate; sereno, tranquilo e impertérrito, aproximó su buque hasta vararlo frente a las baterías; las máquinas infernales que el enemigo había sembrado por el fondo, quedaron destruidas por la hélice de la Numancia.

            Cayó Méndez Núñez al recibir nueve heridas; y sin noticiar tamaña desgracia a la escuadra, siguió el combate dirigido por el mayor general don Miguel Lobo y por el comandante de la Numancia, don Juan Antequera. A las cinco horas de fuego ya no contestaban las baterías enemigas. Noticiose esto al almirante, el cual dijo al oficial comisionado para ello:

– ¿Están los muchachos contentos?

– Sí, señor –contestó el oficial–, todos estamos contentos.

Y Méndez Núñez añadió:

– Ahora sólo falta que en España queden satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber. Diga usted a Antequera que cese el fuego, que suba la gente a las jarcias y que se den los tres vivas de ordenanza antes de retirarnos.

Así se hizo, y la Numancia se retiró de las baterías enemigas después de batirlas desde el mediodía hasta las cinco de la tarde.

 

Fig. 11. Grabado en homenaje a los vencedores del Callao. El Museo Universal (8 de julio de 1866)

 

Reparadas las averías sufridas por las fragatas durante el combate, se hicieron a la mar el día 10 de mayo de 1866. Parte de los buques siguieron para el Cabo de Hornos y Río-Janeiro, y la Numancia con la Berenguela, la Vencedora y el Marqués de la Victoria emprendieron el viaje a Manila.

La cubierta les servía de cama y por almohadas se ponían las culatas de las carabinas, las cuñas de los cañones o algún rollo de cuerda. Los víveres añejos, la galleta agusanada, el agua escasa y el tabaco ninguno. En nada, sin embargo, había desmayado la tripulación de la Numancia mientras duraron las fatigas de la campaña. La parte moral había vencido a la debilidad física; pero al retirarse de las costas enemigas, al dormir descansados y sin zozobras ni alarmas, se presentaron los efectos de tantas privaciones y trabajos. El escorbuto, enfermedad la más terrible de las que en la mar se padecen, invadió a la gente de la fragata y se desarrolló de manera ta, que al llegar a la isla de Otahití había más de 150 atacados de la epidemia. A los cuarenta y dos días de navegación, llegó la Numancia a la indicada isla, y allí fue recibida con la más cordial amistad, tanto de parte de los naturales como de parte de las autoridades francesas. Los alimentos vegetales, los paseos por aquella deliciosa tierra y la completa tranquilidad de espíritu devolvieron la salud y la alegría a la trabajada tripulación.

El mes escaso que demoró allí se empleó en pintar y asear el buque, y se dedicaron una porción de indios para quitar el mucho marisco que había criado en el fondo. Estos indios, habilísimos nadadores, se sumergían bajo el agua y arrancaban con gran facilidad las conchas que en tantos meses se habían multiplicado de una manera prodigiosa. Al limpiar la hélice encontraron enredado a ella un alambre eléctrico de los que habían de servir para dar fuego, desde las baterías del Callao, a las máquinas infernales dispuestas para volar a las naves españolas.

El 18 de julio de 1866 abandonó la Numancia las tranquilas aguas de Otahití, llevando su tripulación muy mejorada y con gratísimos recuerdos de aquella hospitalaria tierra. Emprendió su viaje a Manila, arrastrándose con trabajo al solo impulso de sus pocas velas, pues no tenía carbón suficiente para andar a máquina las “dos mil” leguas que aún faltaban para llegar a las Filipinas. En circunstancias en que cualquier buque andaría 10 o 12 millas por hora, la Numancia sólo andaba tres o cuatro; y así, a costa de días y días, llegó al deseado puerto de Manila el 8 de septiembre. Allí, en tierra ya de España, le hicieron un recibimiento honrosísimo. El ayuntamiento de Manila, precedido de sus mazas, pasó a bordo de la fragata y en nombre de la ciudad felicitó a sus tripulantes por la campaña que habían hecho para honra de la patria. El comercio de aquella capital hizo un espléndido regalo de toda clase de víveres, y las visitas y plácemes de las clases todas de aquella sociedad recompensaron a la gente de la Numancia de los trabajos pasados. Recibida la orden del Gobierno, salió de Manila el 19 de enero de 1867 y se dirigió a Batavia[17]. A los tres días de mar se declaró a bordo la viruela, cayendo seis u ocho enfermos, y con esta epidemia arribó a Batavia el 30. Las autoridades holandesas llevaron su atención y sus consideraciones hacia la fragata española hasta el extremo de no imponerle cuarentena y de permitir que los virulentos pasaran al hospital militar. A los veinte días de permanencia en Batavia salió la Numancia para el Cabo de Buena Esperanza; cruzó el mar Índico, parte a la vela y el resto a máquina, llegando a Bahía Simon[18] el 5 de abril. La epidemia de viruela seguía a bordo, y los ingleses, no menos humanos y galantes que los holandeses, toleraron la comunicación de nuestra gente con la de tierra, imponiendo la racional condición de que las ropas de los enfermos no habían de mandarse lavar en la población. Repuesto el combustible quemado en el viaje desde Batavia, salió la fragata de Bahía-Simon el 18 de abril, y se encaminó a la isla de Santa Elena[19], donde llegó el 29. La Junta de Sanidad de aquella isla no pudo consentir que la gente de la Numancia comunicase con tierra, pues momentos antes de fondear había muerto uno de los atacados del terrible mal. Lord Elliot, gobernador de Santa Elena, vino al costado del buque español y saludó afectuosamente a sus tripulantes, felicitándoles por su expedición en los términos más lisonjeros para España y para nuestra marina.

            Pensaban los marinos de la blindada que desde Santa Elena habían de dirigirse a la deseada patria. Pero no fue así. Las órdenes del Gobierno eran para cruzar otra vez el Atlántico y recalar a las costas de la América del Sur. El comandante Antequera reunió a su tripulación sobre cubierta y, arengándola cual las circunstancias lo requerían, les comunicó el mandato recibido, añadiendo que sería probable el sostener un combate con los buques chileno-peruanos que se suponían en aquellos mares. Un “¡Viva España!” respondió a la voz del comandante, y desde aquella hora tornó la Numancia a la vida de la campaña activa. La artillería siempre lista; las armas a mano todas; los centinelas todo ojos, y todos ansiando el momento de divisar los barcos enemigos. Sin encontrarlos llegó la fragata a Río-Janeiro el 17 de mayo, habiendo completado la vuelta al mundo este buque, al que muchos le negaban las buenas condiciones que se requieren para navegar con seguridad.

            En la capital de Brasil, lo mismo que en todas partes donde había llegado la fragata española, fue perfectamente recibida. Los periódicos se ocuparon de su larguísima campaña y de su gran viaje. Los curiosos vinieron a admirarla, los marinos extranjeros a visitarla, y las autoridades del país le dispensaron la cuarentena a pesar de la tenacidad de la viruela, que no se desterró por completo en cerca de cinco meses que llevaba de padecerse a bordo.

Creían y esperaban nuestros marinos que la escuadra del general Méndez Núñez estaría en aquel puerto; mas no fue así, pues las mismas noticias que tan alerta los habían tenido en la travesía de Santa Elena al Brasil habían determinado a aquel jefe a ir con sus buques en socorro de Cuba, para el caso de que la escuadra enemiga intentase molestarnos allí.

            Alarmado el comercio español al correr la noticia de que iban corsarios chilenos a hostilizar a nuestros buques mercantes en el Río de la Plata, determinó el Gobierno que la Numancia fuese para Montevideo a fin de protegerlos.

En junio dejó el puerto de Río-Janeiro, y a los pocos días una seria avería en la máquina la puso en grave riesgo, pues la Numancia se encontró de repente a escasas millas de la costa con la máquina inútil, las velas ineficaces y los barómetros y el aspecto del cielo anunciando uno de los temporales que suelen reinar con frecuencia en aquellos mares. Ayudada con algún viento favorable apartóse con las velas de la costa, y a los dos días de incesante trabajo se compuso la rueda averiada y volvió a emprender el interrumpido viaje. Vuelta a descomponerse la máquina, desistió el comandante de seguir al Río de la Plata, pues de llegar allí el buque no había seguridad de contar con él para el objeto a que iba; y así volvió otra vez a Río-Janeiro en donde se empezó a reparar la máquina a fin de poder confiar en ella. A principios de agosto entró en el puerto el almirante Méndez Núñez de retorno de su expedición a las Antillas, y visto el mal estado de su antiguo buque, cuya máquina, después de tanto trabajar, pedía repararse; cuyos fondos llevaban tres años sin pintura; y cuya tripulación, ya cansada y no muy sana, era la única que aún no había vuelto a España después de la campaña del Pacífico, determinó mandarla a Cádiz. El 15 de agosto de 1867 salió de Río-Janeiro dejando en el hospital el último enfermo de la pertinaz viruela, que desde Manila perseguía a la Numancia. El 20 llegó a Bahía de Todos los Santos[20]. El 6 de septiembre a Cabo Verde. El 16 arribó a Santa Cruz de Tenerife y el 20 fondeó en Cádiz.

Se necesita coger un puerto de la patria después de dos años y medio de ausencia, y tal ausencia, para poder estimar el placer de ver de nuevo a sus conciudadanos y a su familia. El comandante y oficiales, con la lisonjera satisfacción de haber cumplido lo que el Gobierno les confió, y el gusto de no haber perdido sus trabajos, pues que de ellos puede resultar algún bien a los adelantos modernos de la ciencia naval. Y los marineros, que tan pronto se olvidan de las penalidades sufridas, contentísimos todos con el solo placer de decir que fueron expedicionarios de la Numancia.

Fig. 12. Derrotero de la Numancia, R. Ferrer[21]

 

A los pocos días de llegar a Cádiz fue a Cartagena, en donde, reparada por completo de las averías sufridas en el combate del Callao y de los desperfectos experimentados en las máquinas durante sus largas navegaciones, se le han construido dos reductos blindados, y se halla hoy en disposición de competir con los mejores buques de su clase.

El Gobierno determinó que para conmemorar el viaje se acuñase una medalla de bronce; pero esto no ha tenido lugar pues entre las discusiones habidas sobre si el lema ha de ser latino o castellano se ha pasado el tiempo y, con él, el entusiamo. Y dentro de algunos años más se borrará hasta de la memoria esta navegación de los españoles. Que tal es la suerte de todo lo bueno que hacemos, por más que a la Numancia puedan aplicársele las mismas palabras que a la nao Victoria de Juan Sebastián El Cano[22]: Primus circumdedisti me.

 

Parece que el artículo del “viejo” Pascual Lucas de la Encina sirvió para que las autoridades recuperasen la idea de acuñar la medalla destinada a gratificar a los tripulantes de la Numancia. Finalmente se optó por una inscripción en castellano. En el anverso se grabó en bajo relieve media esfera sobre nubes, con elementos del zodiaco a la izquierda y la silueta de América del Sur a la derecha. A su alrededor la leyenda A LOS PRIMEROS QUE DIERON LA VUELTA AL MUNDO EN BUQUE BLINDADO. En el reverso se lee 4 DE FEBRERO DE 1865 – 20 DE SEPTIEMBRE DE 1867. FRAGATA ESPAÑOLA DE GUERRA NUMANCIA. La pieza pendía de una cinta celeste.

 

Fig. 13. Medalla de circunnavegación de la Numancia

 

            El artículo de José Pardo, publicado tres años después del regreso a España de la Numancia, es un precioso y bien ponderado resumen de lo acontecido durante la circunnavegación; pero ha perdido la frescura de los escritos que casi a diario redactaba nuestro oficial con destino a la prensa, a su propia familia (cartas) o a su Diario de navegación, que regalaría a su padre. En éstos se respiran vívidamente el fervor militar del marino presto al combate, el descontento por la incapacidad de nuestros políticos a la hora de afrontar las negociaciones, la indignación ante el abandono en que el Gobierno tenía a la escuadra, la alegría de los buenos momentos, la nostalgia por la lejanía de la patria y de los seres queridos…; y todo ello en una prosa cuidada y a veces exquisita, que deja entrever no sólo la capacidad literaria de nuestro marino sino también un carácter profundamente observador y reflexivo. Nos gustaría ofrecer muchos más ejemplos de lo que decimos pero el espacio de este trabajo es limitado.    

 

Fig. 14. Dibujo inédito de la fragata Numancia realizado por Emilio Barreda[23] durante la travesía y  dedicado a su amigo José Pardo de Figueroa. M.B.V.B., 5 ms. 217

 

            Copiamos parcialmente[24] en primer lugar la primera carta que José Pardo remitió a su amigo el director del periódico El Eco de Cádiz, quien le había solicitado noticias para su publicación. En ella nuestro marino le da cuenta del paso del Estrecho de Magallanes y del encuentro con los indígenas de la zona en Puerto del Hambre[25]. El carácter jocoso de Pardo queda bien patente.

 

Diario de navegación, 3 de mayo de 1865

 

Mi estimado amigo:

El 11 de abril reconocimos la entrada del Estrecho de Magallanes (…) A las ocho de la mañana del 13 el tiempo estaba hermoso; la fragata marchaba con una velocidad media de quince millas por hora, y al mirar la tierra parecía que viajábamos por un ferrocarril. El buque estaba imponente; gobernaba en aquellas estrechuras como si fuese un bote, y verdaderamente hubiera sido curioso observar desde tierra aquella mole de 7500 toneladas caminando con tanta ligereza. Fondeamos en el Puerto del Hambre, colonia fundada por Sarmiento a fines del siglo XVI, con tanta desgracia y tan mala dirección, que de trescientas personas allí establecidas, se salvaron dos solamente, pereciendo los restantes de hambre y de miseria. El puerto es abrigado de los vientos, pero muy frío por estar cercado de montañas de nieve. El Jueves y Viernes Santo comimos de vigilia, a pesar de la bula que tenemos los navegantes, y le diré a usted algunos de los platos de nuestra mesa, porque de seguro es la primera vez que se han servido en el Estrecho de Magallanes: arroz con sardinas de Nantes y pimientos de La Rioja, pastel de salmón, calamares con tomates, chícharos, setas y arroz con leche, todo llevado de España.

El día 14 a las tres de la tarde, hallándonos ocupados en una faena de mar, vimos humo en la playa, y poco después cinco salvajes armados de arcos que nos daban grandes voces y que agitaban por el aire sus escasos vestidos. No nos fue posible comunicar con ellos por la ocupación en que nos hallábamos. Al día siguiente a las ocho de la mañana se presentaron hasta diez y, después de hacer fogatas, empezaron a gritar; enseguida se embarcaron cinco en una piragua y se dirigieron a bordo. Yo salí a su encuentro en un bote, pero ellos se volvieron a tierra siempre voceando y haciéndome señas de que desembarcara; mas como para hacerlo había que cruzar la barra de un río que yo no conocía, y además no llevábamos armas, y ellos tenían las suyas, les hice seña de que no podía pasar con el bote, les enseñé un pañuelo blanco y me volví a la fragata. Entonces me siguieron y atracaron a nuestro barco con muestras de tener miedo. Se les dio tabaco, aguardiente y una chaqueta, con lo cual se tranquilizaron, y como suspensos y embobados subieron tres a la Numancia.

Son estos patagones de mediana estatura, pero bien hechos, y tienen el tipo de los indios de Méjico y Yucatán; color cobrizo y cabello largo. En este clima, el más riguroso del mundo, andan completamente desnudos y sólo se cubren con una piel de guanaco, que es semejante a la del venado pero más fina y muy bien adobada. Las armas que traían eran la honda, flecha con punta de piedra y lanza con punta de hueso arponada, sujetas por tiras de cuero. Su piragua era de corcho y pieles, y en el fondo una pequeña hoguera rodeada de tierra y hierbas para no incendiar la embarcación.

Ya a bordo tomaban todo lo que se les daba, y al que parecía jefe de ellos, que traía la cara pintada de rojo, me ocurrió ponerle unos pantalones, una levita y un sombrero de copa alta. Su alegría fue extraordinaria, y los dos compañeros mostraron tanta pena que tuvimos necesidad de equiparlos del mismo modo (…) Les toqué la flauta y se pusieron a bailar; uno de ellos golpeó un armonium con el dedo, y cuando le dimos viento y sonó, se alegró tanto que no quería levantar la mano del instrumento. Costó gran porfía que entrasen en la cámara del comandante, pues indicaban que allí los iban a matar; al fin entraron y se serenaron, se miraron al espejo, y al hallarse con la ridícula vestimenta de la levita, uno de ellos estuvo largo rato contemplándose, luego extendió las manos hacia su imagen y pronunció un largo discurso, sobre cuya doctrina, como usted comprenderá, nos quedamos todos en ayunas (...)

La bahía de Fortescue está rodeada de montes elevadísimos cubiertos de perpetua nieve, y se fondea debajo de uno de ellos, llamado Crose. La naturaleza es aquí grande, como en todas partes, pero de una grandeza que espanta. Por el Norte, las montañas que acabo de decir; por el Sur, la línea blanco-azulada del agua del Estrecho de Magallanes, salpicada de infinidad de puntos negros, que son otros tantos lobos marinos y ballenas, que por aquí abundan como en La Mancha las perdices; y el fondo del cuadro lo forma la Tierra de la Desolación, que se compone de inmensas montañas apiladas sin orden ni concierto, neveras eternas y sempiternas, donde no hay señales de vida; ni las aves ni las fieras cruzan por este país, ni vegetal alguno echa raíces en estos témpanos de hielo. Las fuentes no corren, y los impetuosos torrentes que pretenden abrirse paso por entre aquellos montes, quedan cuajados a la mitad del camino y forman cascadas de nieve cuya quietud admira más que el movimiento y ruido de las que produce el agua. El horrible silencio que aquí reina sólo se turba por las violentas ráfagas de viento, que chocando en aquellas nieves, arrancan las avalanchas que resbalando calladas y ligeras, vienen a sepultarse en las aguas del Estrecho, contentas, creo yo, de verse fuera de aquellas soledades.

            Crea usted que para apreciar y avalorar el aljarafe de Sevilla y la vega de Granada, que he recordado aquí tantas veces, es necesario hacer una visita por estos países; a mi vuelta a la deliciosa Andalucía veré en ella los Campos Elíseos que en nuestra tierra pusieron los antiguos historiadores.

 

La ciudad de Lima desencanta profundamente a José Emilio por su ruina y suciedad. “Su teatro <es> mucho peor que el de Medina”, escribe en carta a sus padres el 13 de julio. “La famosa procesión de Santa Rosa de Lima sólo se puede comparar con las de Medina”, les apunta el 13 de septiembre de 1865. La inactividad desespera a los oficiales; en tanto, los chilenos no cesan de afrentar a la flota, y los políticos retrasan sus decisiones. José Emilio es partidario de una solución expeditiva: “No creo que deban emplearse tales medios sino hacerles una de propio bárbaro y luego irnos para siempre jamás, amén”. Presto para el combate, se prepara pelándose a punta de tijera, vistiendo camisa de Crimea con cuello de papel, calzando gruesas botas y tocándose con un famoso balandrán de su padre, sin olvidar ponerse al cinto las pistolas de su hermano Mariano (carta de 11 de noviembre).

El 16 de marzo de 1866 José Emilio copia en su Diario la segunda carta[26] remitida al director de El Eco de Cádiz en la que refiere la peligrosa travesía de la Blanca y la Numancia por el archipiélago de Chiloé y el singular apresamiento de los militares chilenos que navegaban a bordo del vapor Paquete Maule, en el que él mismo tiene un destacado papel[27]. Junto a la carta remite un plano de la zona y de la disposición de los barcos.

 

Amigo mío:

El día 17 de febrero salimos juntos con la Blanca, experimentando tiempos contrarios y mares gruesas hasta llegar al sur de Chiloé. Navegando ya entre dicha isla y la costa patagónica, neblinas densas y pertinaces nos tenían días enteros sin saber dónde estábamos, y esto pasaba como a unas quince millas de la costa, con mareas fuertes y corrientes inciertas. Iban los buques “a la voz” uno de otro, pero sin vernos, y si en aquellas noches terribles y angustiosas hubiera oído España el himno de Bilbao que tocaba nuestra música, y al que contestaba la Blanca con vivas a nuestra patria, es seguro que el país entero hubiese dicho que no siguiéramos adelante.

Por fin, el 3 de marzo llegamos al lugar donde creíamos que estarían los buques; cruzamos sobre piedras, pasamos sobre escollos desconocidos, pero al fin llegamos. Viendo que no estaban, nos fuimos a fondear donde creímos más oportuno y, contando con que la marea bajaría de diez a quince pies, elegimos la isla de Tabón. Dejamos caer anclas, pero a la media hora notó la Blanca que el agua vaciaba con fuerza extraordinaria, levó y se vino junto a nosotros. A las cuatro horas el sitio en que el antedicho buque estuvo fondeado en diez brazas era un monte de piedra… ¡La marea había bajado ochenta y cuatro pies[28]! Los planos y derroteros no se ocupan mucho en describir estos parajes, pues suponen, y con razón, que nadie navegará por ellos. Supimos en Tabón por los naturales (que aún se creen súbditos de España) que el combate entre nuestras fragatas y la escuadra aliada fue fatal para ésta (…) Enderezamos a la bahía del famoso Arauco para hacer un desembarco en una isla que hay en ella y batirnos con soldados que suponíamos habría allí, y conocer a los descendientes del membrudo Caupolicán; pero el día 10, al estar alistándolo todo para saltar a tierra, vimos un vapor a lo lejos. La Blanca largó sus anclas y lo persiguió, al cabo de dos horas lo tuvo a una legua de distancia y le hizo disparos con cañones rayados. Paró entonces la máquina, y, reconocido, se tuvo por sospechoso, pues bajo la bandera inglesa conducía unos cien hombres. Al fondear cerca de la Numancia, fui yo el encargado de hacer un segundo reconocimiento con más detención. Llegué al buque y acto continuo, sin que precediese pregunta ni conversación alguna, mandé que todos los tripulantes formasen “a dos en fondo y alineasen por la derecha”, y como esto lo verificaran con la precisión y pericia de militares, los declaré prisioneros. Entonces un señor vestido de paisano, como el resto de la tropa, me dijo que él era un viajero pacífico, y que yo hollaba el pabellón británico con mi mandato, pues me debían ser conocidas las leyes y principios del derecho internacional, a lo cual respondile que yo respetaba las banderas amigas, si éstas se hacían respetar siendo neutrales; pero que, si faltaban a la neutralidad, nunca las respetaría; que, en cuanto a mis conocimientos, se reducían a saber un poco de ejercicio de cañón y a tener obediencia a mis jefes. Con esta respuesta, un tanto seca y fría, se entregaron prisioneros, y después se aclaró que iban allí un capitán de corbeta, tres tenientes de navío, diez marineros, una compañía de artilleros con su capitán, teniente y alférez, un contador, un sangrador y un maestre de víveres, o sea un total de 130 hombres de tropa chilena (…)

Como nuestra idea al desembarcar para batirnos era hacer prisioneros, nos dimos por contentos con los ya cogidos. Al día siguiente me comisionaron para ir mandando la lancha de la fragata y, en unión con la Blanca, ir a Lota para ver si apresábamos algún carbón. Llegamos al puerto; la Blanca se quedó a distancia, y yo fui al fondeadero con mi lanchita; cayeron dos pájaros, como dicen en nuestra tierra, el uno con 700 y el otro con 400 toneladas de carbón, cuyas 1100 apresé en seguida. Comuniquelo a Topete[29], y éste aprobó. Volví, levaron anclas, y a remolque vinieron a la popa de la Blanca (…)

 

 

Fig. 15.  Plano trazado por José Emilio Pardo sobre la situación de las naves en la expedición a Chiloé (inédito). B.M.V.B., 5 ms. 217

 

El primero de abril de 1866 nuestro marino escribe a sus padres relatándoles el bombardeo de Valparaíso, alegre por la decisión tomada por el jefe de la escuadra.  Seguía bien de salud, el agua destilada que se bebía había evitado infecciones, la comida era buena y ya ni se acuerda “de que existan tagarninas ni alcachofas”. En la despedida tiene unas palabras para su piadosa hermana:

 

Tantas cosas a todos. A Josefa, que me alegro de lo hermoso del campo, que así ayudará a pagar los gastos que hacemos aquí por una tontería. Que le agradezco mucho lo que reza por mí y que siga haciéndolo, pues aunque yo no dejo de hacerlo todos los días, sin embargo ella tiene más amistad y conocimiento con los santos que yo, y la servirán en todo lo que les pida, aunque sea para mí, que disto mucho de ser todo lo bueno que yo quisiera y ella desea.

 

            De hecho, sabemos por el biógrafo de María Josefa, el padre Alberto Risco, que ésta era amiga íntima de la famosa monja agustina Simi la Hebrea, quien le había vaticinado el feliz regreso de José Emilio.

 

            El relato que contiene el extracto del Diario sobre el bombardeo del Callao, destinado a El Eco de Cádiz, es un valioso documento histórico. Sin embargo, no se hace alusión en él (y no sabemos por ahora si ocupaba algunas líneas en el escrito original) a la temeraria acción que comandó José Emilio Pardo la noche anterior: un desembarco furtivo, sin permiso del mando, con el fin de inutilizar la batería de costa peruana Santa Rosa que albergaba dos de los terribles cañones Blakely de 500 libras que defendían el puerto. Conocemos el relato de los hechos gracias al recordatorio de lo más notable acontecido en la batalla publicado veinticinco años después por El Heraldo de Madrid (sábado, 2 de mayo de 1891). Allí se decía:

 

Fue una empresa temeraria, y la cometieron varios jóvenes que la pusieron inmediatamente en ejecución con esa intrepidez que hace llegar al heroísmo.

Trataban nada menos que de clavar los cañones de la batería de Santa Rosa, el fuerte más poderoso de los enemigos.

Y, como lo pensaron, se lanzaron a hacerlo saltando a un bote la víspera de la batalla. Iban José Pardo de Figueroa, hermano del Doctor Thebussem, Celestino Lahera, Bares y otros.

Llegaron hasta el fuerte enemigo, pero los vieron y comenzaron a disparar sobre ellos, y no tuvieron más remedio que retroceder hacia la escuadra.

Pero ésta era otra dificultad, pues de la escuadra habían salido en secreto, realizando un acto de indisciplina, guiados sólo por su intrepidez; y de la escuadra les hicieron fuego también cuando los vieron acercarse.

                        Estaban entre dos fuegos, pero salieron del conflicto dándose a conocer.

 

Fig. 16.  Cañón Blakely preparado para el combate del 2 de mayo de 1866. Foto cedida por Eduardo Rojas Tupaud, http://www.worldisround.com/articles/261386

 

            José Emilio Pardo, sabedor de que su loca aventura podía llevarle a la muerte, incluso había hecho testamento y lo había confiado a su compañero el también teniente de navío Santiago Alonso. Pidió a éste que hiciera llegar una copia a su hermano Mariano. Verdaderamente conmueve penetrar hasta tal punto en la intimidad de nuestro personaje, pero aquí se nos revela en toda su grandeza: hombre honrado y serio, romántico, celoso de sus secretos… y bueno. Sobran las palabras.

 

 

 

Fig. 17. Carta testamento escrita por José Pardo el 1 de mayo de 1866. B.M.V.B., 5 ms. 217

 

Carta testamento

 

                        Fragata Numancia, Callao de Lima, 1º de mayo 1866

 

                        Querido Santiago:

Todas mis cuentas a bordo creo están ajustadas y listas: a la brigada pertenece el dinero que hay en un cajón de tabaco que está en mi papelera. En otro de los cajoncillos de dicha papelera hay una cajita redonda con oro, y también soles sueltos. Este dinero es mío y servirá para pagar algún pequeño desfalco que tengo en la brigada, cosa de 25 o 30 duros[30]. Hay una letra de 500 escudos que tengo entregados al Contador cuya letra aún no la tengo. El resto del oro, la letra dicha y lo que se me deba hasta hoy, descontado el rancho, se girará a mi hermano como siempre lo he girado, que el Contador sabe la dirección, a Medina,  etc.

Mi reloj se procurará que llegue a poder de mi hermana para que el sobrinillo Salvador juegue con él y se divierta.

Todo el resto de mi equipaje, libros, etc., aunque nada vale, pueden guardarlo y que llegue a mi casa, y suplico encarecidamente que no se saque a orear en la toldilla[31] ni en parte alguna, sino que una vez encajonado que no se abra más. Que no se haga  inventario y que al encajonarlo lo hagan los criados. Entre mis libros habrá algunos indecentes, impíos o prohibidos: éstos se quemarán. De los otros elige los que quieras y te quedas con ellos.

En uno de los cajoncillos de la papelera hay algunos papeles entre dos tablillas de pino: en aquellas tablillas dice que se queme aquello como está sin desatarlo ni nada: a nadie interesa más que a mí el que se inutilicen y queme lo que allí hay. Una bota de señora que hay entre mi equipaje se romperá y tirará a la mar.

Todas las cartas que se encuentren escritas de mi letra o de letra de cualquier otra persona, que se rompan.

El tabaco se lo regalo a mi criado Rafael, así como los abrigos que tengo, la ropa del Estrecho, el gorro y una onza de oro del que antes hablé.

Creo que no tengo algo más que decir: si algo aparece que no deba ir a casa, que se rompa.

A nadie, absolutamente a nadie, he hecho daño; de modo que nadie maldecirá de mí. Si acaso he sido antipático a algunos, lo siento mucho.

Si no he sufrido mucho al morir, estén seguros que Dios me ha mandado la muerte que siempre he deseado: una bala y se concluyó. Lo que siento es haber muerto en esta guerra tan necia y tan contra mi opinión, tan injusta por parte de la España y tan mal, pésimamente hecha, por parte de los jefes. Los españoles somos muy buenos pero es preciso que nos dirijan Pizarros, Corteses o Gravinas.

                        Adiós, señores, ya soy más dichoso que vosotros.

                        Pardo

 

Nada cuenta José a sus padres sobre su heroico acto. En su carta del 8 de mayo les relata la batalla, dice que se encuentra bien y se refiere a la suerte de los otros asidonenses que navegaban en la flota: “Montes de Oca, Gómez, Pastor y el fogonero de Medina, sin novedad”.

            La primera parte de la travesía hasta Filipinas estará cargada de sinsabores. El 14 de mayo de 1866 anotaba Pardo en su Diario:

 

Desde el día 5 de diciembre del año pasado de 1865 no comunicamos con tierra, de manera que desde aquella época no ha entrado en los buques “fresco” de ninguna clase. Los ranchos ya no son ranchos; se almuerza sopa de ajo “sin ajo” y con aceite malo, un poco de “charquí” (carne seca que usan los indios del Perú y Chile) y café con pan. La comida consta de sopa con caldo de “charquí” y garbanzos duros como un leño; carnero o vaca salada y podrida sin más aliño que vinagre, y la cena se reduce a gazpacho fresco sin ajo ni cebolla.

 

            Pero la víspera de San Juan la Numancia llegaba a Tahití, donde el paisaje es esplendoroso; la comida, abundante; los naturales, amables… En carta a sus padres escribe el 14 de julio de 1866:

 

Se nos ha recibido con los brazos abiertos, los europeos nos han atendido y obsequiado muchísimo. Nosotros hemos dado un buen baile al que asistió la reina Pomaré y su familia. Hemos gastado mucho, tanto en reponer lo necesario cuanto en comidas, bailes y diversiones. Todo subió de precio tanto que los huevos valen a peseta hoy, y sólo los comemos los españoles, y a mí, que nunca me gustaron los huevos, se me ha desarrollado el gusto ahora, y me almuerzo dieciséis reales de huevos pasados por agua.

            La gente del país, raza hermosísima, va degenerando de día en día, sólo por el contacto europeo, y en punto a moral poco han adelantado, pues como hay misioneros católicos y protestantes, los indios no saben a qué carta quedarse y se vuelven a sus ollas de Egipto. Las mujeres se visten con una camisa como las europeas y una bata de algodón; ni más corsés ni zapatos ni otro adorno que una corona de flores naturales. El cabello lo llevan suelto o recogido en dos trenzas muy largas. Son tan aseadas estas indias que se bañan tres veces al día y, cuando comen, de continuo se enjuagan la boca; y lo mismo hace la última que la reina. Son gente alegre y hospitalaria, odian a los franceses y gustan de nosotros porque nos creen mejores, pero, si nos estableciéramos aquí, veríamos que somos lo mismo unos que otros.

 

            Por fin unos días de tranquilidad, buena comida y diversión:

 

Me levanto a las cinco en punto y me voy a tierra. Allí me esperan un indio y un caballo, y me voy a pasear. En el primer río que me gusta, me baño, y a las siete voy a tomar leche muy rica y a visitar a las amigas en las tiendas, pues es la hora de salir a la calle. A las nueve vuelvo a bordo y almuerzo cuatro huevos pasados por agua, bifteck, ensalada, fruta, leche y bizcochos. A las diez y media a tierra, a dormir al fresco hasta las tres, que se lava uno, se viste y se está listo para comer a las cuatro. De cinco a siete, paseo en carruaje. A las siete vamos a palacio en donde nos estamos hasta las ocho, viendo bailar y cantar a uso del país. A las ocho a dormir, y así todos los días. Cuando hay bailes, se suprime el paseo de la mañana. Esta vida de carruaje, caballo, casa en tierra y ropa limpia es muy cara; pero al recordar los ocho meses de arroz y frijoles que hemos pasado, gastamos con gusto en estos veinte o veinticinco días las pagas de tres o cuatro meses.

 

            A su llegada a la capital filipina José Emilio recoge la correspondencia (cuatro cartas) remitida desde Medina Sidonia. Su padre le informa de las  repercusiones que ha tenido en España el “hecho del Callao”. Él responde el 18 de septiembre de 1866, a la semana de estar en el puerto de Cavite, un tanto entristecido por la manera en que se reconocen los méritos de los distintos oficiales:

 

Nosotros hicimos lo que pudimos, pero la casualidad o la suerte hizo más. Supongo que los premios y gracias habrán parado en los jefes y favoritos, y los demás nos contentaremos con nuestra medalla y el gusto de contarlo. Haya salud y vamos andando…

 

       

Fig. 18. Medalla del Callao. Foto cedida por Santiago de la Fuente, http://www.fuenterebollo.com

 

Por lo demás, en Filipinas la acogida ha sido estupenda. El 22 de octubre José  escribe desde la Numancia una larga carta a sus padres que comienza con recuerdos para sus sobrinitos y sigue con el relato de los agasajos recibidos y los festejos a que había asistido (desfile y recepción, una amable invitación de un oriundo de Cádiz que presumimos terminó en borrachera, una jocosa función de teatro). A la queja por la cuestión de las pagas, que vienen demorándose desde hace algún tiempo, sigue la alegría por habérsele notificado la obtención del grado de comandante de infantería de marina, con sueldo pero sin antigüedad, por Real Orden de 17 de septiembre de 1866.

 

                        Queridísimos míos:

            Recibidas las de ustedes del 18 y 20 de agosto, y alégrome mucho de que todos los de casa sigan bien, inclusos Salvador y Mariquita Luisa[32](…)

El día 13 salimos de a bordo en los botes a remolque de lanchas cañoneras, y llegamos al río de Manila a las siete y media de la mañana (iríamos sesenta). Allí nos embarcamos en botes muy adornados, y llegamos a las ocho a uno de los muelles en donde nos esperaba el ayuntamiento, en un templete de follaje para evitar el terrible sol que hacía. Subimos en los carruajes que nos esperaban y, a paso de procesión, pasamos por la principal calle del pueblo y por bajo de muchos arcos de más o menos gusto dedicados a los buques, comandantes o tripulaciones que estuvimos en el Callao. Llegamos a la nueva iglesia de San Francisco, en medio de un gentío inmenso, de flores, coronas y dulces. Allí el señor obispo ofició un tedéum con buena capilla; fue corto, sin sermón (pues la calor era horrible), pero muy solemne.

A las 10 salimos de la iglesia, y varios señores nos ofrecieron su casa para descansar. Yo acepté la oferta de uno, y me llevó consigo. Tomamos algo de almorzar, dormir la indispensable siesta del país, y a las cuatro, vestido y listo, nos fuimos al ayuntamiento, en donde a las cinco nos sentamos a la mesa presididos por el Capitán General, el Obispo y demás autoridades civiles y militares, el director del colegio de los jesuitas, hombre de gran mérito, y otras personas notables. La comida fue muy buena, bien servida y con vinos helados. Hubo los brindis naturales de estas ocasiones, y a las ocho se concluyó a dar un paseo en coche. A las 10 se empezó un baile en el mismo ayuntamiento, en que estuvo muy concurrido y animado.

A los dos días hubo honras fúnebres por los que murieron en la acción, y el deán pronunció un magnífico discurso adecuado al caso, y por la noche un boticario, hijo de Cádiz, que se llama don Juan Baden, viejo de edad pero mozo de genio y patriota de corazón, dio una gran comida a uso de su tierra con fuerza de manzanilla, jerez, etc., etc., mucha broma y animación, todo dirigido y sostenido por el dueño de la casa (…)

Aquella noche sopló un furioso huracán que destrozó árboles, cayó las casas, perdió buques, entre ellos la goleta Animosa[33] (de guerra), y en casa del amigo Baden nada se… sintió, tal era la broma que allí había. Al otro día hubo función de teatro, y sucedió que con las aguas se habían reunido en los alrededores tal plaga de ranas que con su “ran ran” no dejaron oír ni una palabra de la primera pieza. Salieron a espantarlas, pero ni por esas callaron los animalejos, hasta que un inteligente en ranas dijo que se encendieran hachones. Así se hizo, y repartidos 30 o 40 chiquillos iluminaron los alrededores del Coliseu poniendo en silencio a las que pidieron reír… Estas circunstancias del coro de ranas, sin quitar nada al mérito de la función ni hacerla ridícula, promovieron la verdadera risa, aquella de no respirar en un minuto, sostenerse el estómago con las manos y soltar lágrimas (…)

El ascenso a comandante es cosa muy buena y que yo no esperaba ni remotamente, de manera que me ha alegrado mucho. El aumento de sueldo es tan considerable que llega a 5000 reales todos los meses estando en América sin mando ni nada más que estar embarcado, y desembarco en España se tiene 80 duros, que es la paga de un teniente de navío embarcado (…)

Esta carta es  para Josefa y todos, pues a todos diría lo mismo, y saben que me cansa mucho el mucho escribir. A los niños escribiré a la Isla como lo hago siempre, para que vayan dos cartas, por si una se extravía…

 

            Al día siguiente (23 de octubre) José Emilio vuelve a coger la pluma para anunciar a sus padres que, cuando ya estaba el embarque preparado, se ha suspendido por tiempo indefinido la salida de Manila. Esta carta termina con una noticia de los asidonenses que iban en la Numancia:

 

Leonardo Gómez va para España para examinarse de oficial. Va tan bueno.

Mariano Sánchez está bueno, sano y gordo. Lo mandamos a la Berenguela, pues con los abonos de campaña está para cumplir, y en aquella fragata llegará a España antes que nosotros. Está tan contento con ir a ser yegüero, que dice lo prefiera mil veces más que ganar a bordo un duro diario y la comida (que era lo que ganaba), y tiene razón. Y decía el otro día que más vale comerse una libra de pan, sentado socaire de una palma, al solecito, que todos los dineros del mundo en la boca de un “jorno” de la máquina de la Numancia.

 

            El 19 de enero de 1867 la flota española sale de Manila con rumbo a la isla de Java. El Doctor Thebussem presenta en su extracto del Diario varios pasajes escritos por su hermano durante su estancia en Batavia, meses de febrero y marzo de 1867. No queremos obviar alguno de ellos por su interés literario, histórico y etnográfico. 

 

Hôtel des Indes

 

Más de una legua hay desde el desembarcadero hasta el Hôtel des Indes, donde llegué a las cuatro de la tarde. El dueño era francés y se llamaba M. La Cressonier, hombre de más de cincuenta años, bajo de cuerpo, un poco gordo de cara, entrecano y algo calvo. Su vestido consistía en el clásico gorrito de terciopelo negro con borla, que en todo el orbe distingue al fondista francés, camisa encarnada por fuera del anchísimo pantalón, y chinelas rojas a raíz de la carne, pues no llevaba medias. Terminadas las atenciones y cortesías de M. La Cressonier, marché a mi habitación que era buena, limpia y con todos sus muebles nuevos. Dan estos cuartos al patio de la fonda y forman dos grandes corredores con alojamientos para treinta personas cada uno. En las puertas hay una mesa y una silla. A los cinco minutos de entrar en el alojamiento llegó un criado malayo y me dijo por señas medio en inglés que el té estaba listo. Salí, y en la mesa inmediata hallé una bandeja con un gran tazón de té con leche y galletas, notando que en las puertas de todos los cuartos se representaba idéntica escena. Lo que más me chocó fue el ver que los vestidos de mis vecinos eran iguales al del fondista M. La Cressonnier salvo en el gorrito, que ninguno lo llevaba. Dos señoras de buen aspecto, inglesa la una y holandesa la otra, según después supe, llevaban un equipaje particular. Un pedazo de indiana blanca y azul liado a la cintura y cayéndoles poco más arriba del tobillo; camisa de hombre hasta las rodillas, chinelas de terciopelo encarnado y oro, nada de medias, y el cabello en dos trenzas que caían por la espalda. Al andar era la facha más ridícula que pueda imaginarse.

Me bañé y me vestí, y al salir de mi cuarto vi que la decoración había cambiado por completo. Todos los huéspedes vestían de pantalón blanco y levita negra; las señoras llevaban elegantes trajes de seda o de holán finísimo; peinado con arreglo al último figurín francés y lo mismo las botas. Comenzaron a venir carruajes y a marcharse aquellos señores, hasta quedarme solo.

El criado que me señalaron llamábase Mo-Haly, y no se había movido de la puerta de mi cuarto. Dirigióse a mí diciendo: “¿Carreta, musiú, carreta?” El fondista, vestido ya de caballero, vino a servirme de intérprete y me explicó que “carreta”, en lengua malaya, significa “carruaje”, añadiendo que el mío estaba listo y enganchado hacía dos horas. Caminando ya en mi coche quise encender un cigarro, y el viento apagó el fósforo, pero en el momento hallé delante de mí una vara con la punta encendida. Vuelvo la cara y veo a Mo-Haly, que venía en la zaga lujosamente vestido con jaique amarillo y turbante azul. Él comprendió mi admiración, y se puso a reír con todas sus fuerzas. Luego supe y vi que en Batavia el criado es una sombra o apéndice que jamás abandona al señor, y que siempre va provisto de fuego o de “apuy”, como le llaman en malayo.

 

Fig. 19. El Hôtel des Indes a finales del siglo XIX

            El 5 de abril la Numancia arribaba al fondeadero de Simon´s Bay en el Cabo de Buena Esperanza. Durante el merecido descanso tras la penosa travesía del Índico, nuestro marino puede disfrutar del paisaje, el campo, los museos y… las carreras de caballos.

 

La belleza de las casas de campo y el notar que los linderos de las fincas son alambres que impiden la entrada del ganado, muestran el respeto a la propiedad y que son ingleses los que gobiernan este país. ¡Qué diferencia entre el delgado hilo de hierro y los brutales vallados de Andalucía! Por estos campos del África se ven la alegría y la abundancia retratadas en los semblantes.

Los caballos de aquí son mezcla de la raza normanda con la inglesa fina, resultando ligeros, fuertes, bellos y de gran alzada. Un buen animal joven, sano y domado para silla, cuesta de 70 a 75 duros, y por sólo 50 se obtiene un caballo decente. La mejor pareja de tiro no pasa de 5000 reales. De aquí que todo el mundo tiene caballos, y de ellos se hace gran comercio con la India. El ganado vacuno es hermoso y grande, y estando prohibido maltratar a los animales o abusar de sus fuerzas, resulta que, a pesar de lo llano y bueno de los caminos, cada carreta lleva ocho pares de bueyes o de caballos. No usan aguijada, ni más castigo que el que puede producir una caña con un cordelillo en su punta a modo de látigo, que apenas si espanta a las moscas. Da gusto contemplar a aquellos animales gordos, lucidos y sanos, contentos cuando trabajan. ¡Qué diferencia de los pobres burros, caballos y bueyes españoles, bajo la férula de nuestros arrieros, mayorales y mozos de labranza!

 

            De Santa Elena, la Numancia con gran cantidad de enfermos entre su tripulación, pone rumbo a Río de Janeiro. La cansada tripulación responde el  1 de mayo con un “¡Viva la Reina!” cuando el comandante Antequera anunció que no se regresaría por el momento a España, que había que unirse a la escuadra de Méndez Núñez y batirse con el enemigo si se encontraba en las costas atlánticas de América. Esta reacción mueve a Pardo a escribir en su Diario:

           

Tal es la gente española. La de esta fragata, después de dar la vuelta al mundo, de dos bloqueos, un combate, dos epidemias de escorbuto, otra de viruela y la mayor parte de la tripulación cumplida, ve, no sólo con paciencia sino casi con gozo, torcer el rumbo que después de tantos trabajos nos llevaba a la patria, y que se endereza en busca de nuevas penalidades para honra y gloria de la pobre España. ¿Qué diablos de causa habrá para que la tierra que produce hombres de tal temple, los primeros tal vez del mundo para grandes y arriesgadas empresas, sobrios, sufridos, valientes, honrados y orgullosos, sólo produzca gobernantes ineptos, ministros torpes y gobiernos incapaces? Dios lo sabrá.

 

En carta enviada a su padre el día 21 de junio José Emilio alegra a su familia con la descripción de las maravillas de Río, de sus teatros y del paisaje excepcional que puede contemplarse desde el Corcovado.

 

Nosotros todos estamos buenos y divertidos en éste, que no es pueblo, sino una capital en donde hay nueve teatros, paseos hermosos, museos, jardines públicos y cuanto se pueda desear. Nosotros nos hemos abonado al teatro francés, que es muy divertido, y los cómicos muy buenos. Mañana les damos en la fragata un gran convite. El otro día fui con otro amigo a una expedición que consistió en subir a un monte muy elevado que domina todo esto y se llama el Corcovado. El picacho es cosa imponente, y está tajado a pique. Desde allí se domina toda la ciudad, el puerto y veinte leguas de mar. Ni las vistas de Sevilla ni de Nápoles ni ninguna que yo conozca llegan al panorama desde el Corcovado[34]. El camino es de cuatro horas a caballo; la vereda, cómoda y abierta entre los árboles del bosque virgen; la meseta está dispuesta con pretiles como una azotea, con sus asientos muy cómodos de losas de Génova, así es que no hay peligro ninguno sobre aquella elevadísima torre. Nosotros metimos los caballos en la azotea, y así vimos todo. Esta expedición no tiene muchos aficionados porque es cansada, y la cosa está en ver salir el sol desde allí, que implica salir a media noche para allí. La temperatura en estos meses es agradabilísima en Janeiro, pues el paño no molesta.

            Poco antes de la llegada de Méndez Núñez, el 26 de julio, había arribado a Janeiro el príncipe Alfredo de Inglaterra, en cuyo honor el Emperador de Brasil dio un gran baile al que asistió nuestro marino. Así lo describe.

 

Tuvo de notable que entre las setecientas o más señoras no había una siquiera regular, todas eran feas más o menos graduadas; pero en cambio llevaban perlas y brillantes por valores fabulosos de miles y miles de pesos. El príncipe inglés bailó cierta danza que se llama “Scottish Riot”, semejante a la muñeira. La música fue una especie de gaita gallega, tocada por un gaitero que S. A. lleva siempre consigo. Acostumbran los nobles escoceses que en todas sus fiestas y comidas suene su tocata especial aquel instrumento, y así como cada magnate tiene su blasón, asimismo tiene en Escocia la antigua y heredada música de familia, que ninguna otra puede usurparle.

 

            El 15 de agosto la Numancia ponía rumbo, por fin, a Cádiz. De regreso de América la nave “venía convertida en arca de Noé” (Diario, 24 de agosto).

 

¡Válgame Dios, y cuántos loros, cotorras, monos, monitos, pájaros y bichos de todas clases! Ninguno era de mi pertenencia, pues tengo por principio invariable no tomar a mi cargo nada que coma, ni que beba, ni que duerma.

 

La llegada a Cádiz se produce el día 20 de septiembre de 1867. La emoción contenida, que embargaba a toda la tripulación de la Numancia, se desata también en las últimas líneas del Diario del marino asidonense.

 

A las siete de la mañana se vio tierra y a las nueve la farola de San Sebastián y las torres de la catedral. Es preciso haber estado ausente de la patria, pasando vicisitudes y trabajos como los sufridos por nosotros en los dos años y medio últimos para comprender nuestra alegría a la vista del puerto tan deseado. ¡Cuántas veces se soñaba con llegar a Cádiz! ¡Cuántas con verse rodeado de los suyos! Jamás olvidaré que al júbilo sucedió una especie de marasmo en la tripulación entera; no daba crédito a sus ojos y tenía por ilusión a la realidad; esto no me pasó a mí sólo, nos pasó a todos y por eso lo apunto. Hasta la fragata se mostraba loca de placer andando con más velocidad que nunca… Por último, llegó el práctico y tomó la dirección del buque. ¡Cuántas preguntas se le hicieron! Unos por sus familias, otros por el cólera, otros si había toros, quien por la cosecha de trigo, de uvas o de melones y por la de vino de Sanlúcar; aquél si daban óperas o comedias en el teatro (…) Yo fui el primero que saltó a tierra, gracias a la diligencia de mi hermano Francisco, que me fue a buscar con una lancha. Al siguiente día llegué a Medina Sidonia donde hallé buenos a mis queridísimos padres; por la noche me obsequió la banda municipal con una serenata, y luego, los miembros del Casino con una espléndida comida, donde todo fue alegría y buen humor (…)

 

Unos días después, ya en casa, José Emilio escribe:

 

Es grato… ver tierras lejanas de la suya, gentes diversas y usos totalmente contrarios. Pero, a  decir verdad… me he acordado muchas y muchas  veces del campanario de mi parroquia, de las ruinas del castillo y del árido cerro en cuya falda se asienta Medina Sidonia. En mil ocasiones me he dicho con alma y corazón:

 

                                                           ¡Feliz quien nunca ha visto

                                               Más río que el de su patria,

                                               Y duerme anciano a la sombra

                                               Do pequeñuelo jugaba!

           

De la recepción en Medina Sidonia al Teniente de Navío y Comandante de Infantería de Marina tenemos noticia gracias a la de prensa de la época y a algunos  papeles que guardó la familia Pardo de Figueroa.

Como anotaba José Emilio en su Diario, a los pocos días de su regreso el Casino de Medina Sidonia organizó un banquete en su honor. Su presidente, José María Butrón y Parra, cursó las invitaciones pertinentes a autoridades y amigos. Hemos podido leer las remitidas a Rafael y a Francisco de Paula Pardo de Figueroa, los hermanos marinos de José Emilio[35]. Rezaban del modo siguiente:

 

La Sociedad del Casino de Medina Sidonia espera de usted se sirva honrar con su asistencia la comida que en el local del mismo da al señor don José Emilio Pardo como oficial de la escuadra del Pacífico el día 13 del corriente a las 5. B.L.M. de VS. El Presidente. José María Butrón y Parra. Octubre/87.

 

La carta remitida al propio José Emilio decía:

 

Deseando los socios del Casino de Medina Sidonia demostrar solemnemente su admiración y gratitud por el acierto y buen éxito con que nuestros intrépidos marinos sostuvieron la honra nacional en las aguas del Pacífico y aprovechando la fausta coincidencia de ser Vs. hijo de esta ciudad y uno de los oficiales que llevaron a cabo tan gloriosa como arriesgada empresa, tengo el honor, en nombre de la Sociedad, de rogar a Vs. se sirva aceptar dicha demostración y concurrir a la comida que da en el local del Casino el día 13 del corriente a las 5 de la tarde. Dios guarde a Vs. muchos años. Medina Sidonia, octubre 9 de 1867. El Presidente. José María Butrón y Parra.

 

   

Figs. 20 y 21. Invitación del Casino de Medina Sidonia al banquete en honor de José Emilio Pardo y carta al homenajeado. B.M.V.B., 5 ms. 217

 

            La noticia del banquete apareció en La Correspondencia de España (Madrid, 16 de octubre de 1867) en los siguientes términos:

 

El casino de Medina Sidonia dio el domingo último una espléndida comida al teniente de navío don José Pardo de Figueroa, natural de dicha ciudad, por su feliz regreso, después de haber hecho la campaña del Pacífico a bordo de la fragata Numancia. También se celebró por el esperado motivo una solemne función de iglesia, repartiéndose además limosnas a los pobres y familias necesitadas.

 

            Seguramente fue el Doctor Thebussem quien remitió esta nota de prensa. El día 17 de octubre el corresponsal del Diario de Cádiz en Medina Sidonia, J. A., seudónimo de José Amosa, secretario de Thebussem, escribe:

 

El domingo 13 del corriente ha tenido lugar en Medina Sidonia un acontecimiento digno de mención.

El bravo oficial de marina don José Emilio Pardo, teniente de la Numancia, que había regresado en la semana anterior a aquella ciudad, su país natal, ha sido obsequiado por el casino de la misma con un brillante banquete, al cual fueron invitadas todas las autoridades.

El local de la sociedad expresada fue destinado para este regocijo, y a las cinco de la tarde, la patriótica reunión, compuesta de los señores curas de las dos parroquias de Medina Sidonia, alcalde, juez, diputado provincial, registrador de hipotecas, promotor fiscal, jefes y oficiales de marina residentes allí, un prisionero de la Covadonga y los socios del Casino, ocupó el salón, adornado desde la entrada con banderas, gallardetes y otros trofeos militares, entre los cuales se veían los nombres de las fragatas que han hecho la guerra en Chile y los de las principales acciones en que se ha distinguido la Marina Española.

La mesa, que ofrecía un espectáculo deslumbrador, fue presidida por el señor Butrón, representante del Casino, y recibió la bendición del señor cura párroco de Santa María.

De este modo empezó el acto, durante el cual reinó la mayor animación y a la vez ese orden gratísimo con que se distinguen tales regocijos, cuando el paternal influjo de las autoridades toma parte en ellos. Al final hubo un brindis a S. M. la Reina, y después la fragata Numancia, la marina española y el oficial obsequiado fueron objeto de los más sinceros y entusiastas vítores.

No faltaron tampoco rasgos caritativos; pues uno de los concurrentes, excitado por el señor cura de Santiago, propuso un socorro para los pobres, recordando el lastimoso estado en que se hallan muchas familias; y fue tan sumamente aceptado, que allí mismo se nombró una comisión encargada de llevar a efecto el pensamiento.

A las 11 finalizó el banquete, del cual salieron todos complacidísimos y agradeciendo la fina cortesanía con que la comisión de este festejo había sabido prepararle.

Plácennos actos como éste, donde se revelan la cultura y patriotismo de pueblos como Medina Sidonia, tan favorecido por la historia y tan propicio siempre a celebrar acciones que como ésta despiertan el entusiamo nacional y contribuyen al moral perfeccionamiento de las clases sociales.

           

            Dos días más tarde en el mismo Diario aparece una amplia crónica anónima, firmada en Medina Sidonia el 14 de octubre, que no dudamos en atribuir a Emilio José Butrón de Mújica y de la Serna, primo hermano de José Emilio y también marino de pluma fácil e  incisiva. Hemos encontrado el manuscrito de gran parte de este texto, con ligeras variantes, entre las páginas 17 y 19 de su cuaderno de 1883 titulado Papeles curiosos, versos de circunstancias, artículos en prosa. Inéditos en gran parte, que amablemente nos ha permitido consultar su bisnieto (y amigo nuestro) Eduardo Ángel Ruiz Butrón.

 

Ayer, y con motivo de la fausta llegada del teniente de navío don José Emilio Pardo, que hoy luce los galones y estrellas de comandante de infantería de marina ganados con tanta honra a bordo de la Numancia, se celebró una función religiosa en la Iglesia Mayor de esta ciudad, predicando en ella el señor arcipreste. En su sermón, notable por las bellas formas literarias y por el fondo y doctrina, demostró el orador que sin el auxilio de la Divina Providencia y sin fe en nuestras creencias no puede haber victoria que satisfaga por completo el corazón humano. Hizo oportunas citas históricas y una interesante reseña de la navegación y triunfo de la armada española en las aguas del mar Pacífico.

La sociedad del Casino dio en dicho día una espléndida comida, de más de cuarenta cubiertos, hallándose decorada con el mayor gusto y de un modo alegórico la casa que ocupa dicha sociedad. Reinó en la mesa, a la cual asistieron las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, el mayor entusiamo y cordialidad. Comenzaron los brindis haciéndolo los señores alcalde y presidente del Casino por S. M. La Reina y por la marina española, y en especial por los bizarros marinos del Pacífico. El señor arcipreste ensalzó los triunfos de nuestra armada en unos sonoros endecasílabos que improvisó en aquel instante. Otro convidado demostró en un breve y elocuente discurso que la “ciencia”, la “prudencia” y el “valor” se habían reunido en la campaña del Pacífico, despertando la memoria de Colón, de Hernán Cortés y de Pizarro que las personificaron. El teniente de navío don Francisco Pardo hizo presente el sentimiento de los marinos que, a pesar de sus deseos, no tuvieron la honra de formar parte de la escuadra. Los señores juez de primera instancia, fiscal, brigadier Butrón, y casi todos los concurrentes, que sería prolijo enumerar, pronunciaron brindis oportunos y entusiastas. De propósito hemos dejado para el último el principal objeto del obsequio, don José Emilio Pardo, que en las distintas veces que usó de la palabra, brindó por su almirante Méndez Núñez, pintándonos sus rasgos durante la campaña con tal colorido que aumentó en nosotros el aprecio de ese nombre ya tan querido de los españoles; recordó a todos los jefes y sus distinguidos hechos y a todas las tripulaciones, e hizo especial mención del alférez de navío don José Montes de Oca, tripulante de la Almansa, que aún no ha podido volver a su patria, y del marinero de esta ciudad José Barrera Fuentes, que alcanzó una muerte gloriosa a bordo de la Berenguela, y por último, lo que no olvidaremos nunca, fueron las siguientes palabras pronunciadas con toda la sencillez de un militar: “Señores, si algunos días de privaciones y algunos momentos de fuego más o menos vivo, se premian con esta alegría y con este entusiamo de la patria, deseo volver cien veces a correr mayores peligros”. Semejantes frases se comentan por sí solas.

No siendo posible insertar en esta ligera reseña las diversas composiciones que allí se escucharon, citaremos el siguiente soneto del señor don Francisco Rosso, cuya lectura fue repetida por petición unánime de los oyentes:

 

 

Vuelve feliz al apacible seno

De tu país natal, la antigua Asido,

Hoy más dichosa por haber tenido

En la escuadra española un hijo bueno.

 

Vuelve feliz de sepultar en cieno

La ingratitud de un pueblo envilecido;

En donde mil laureles te has ceñido

Del vil peruano y del feroz chileno.

 

Ven al descanso, vuela a tus amigos,

Y describe en la mesa tu campaña

Pintándonos los pueblos enemigos

 

Con gotas del jerez y del champaña;

Que Chile no renueva su arrogancia,

Mientras tenga en memoria la Numancia.

 

 

 

También agradó sobremanera la lindísima y correcta poesía que sigue, y que leyó con magnífica entonación su autor don Emilio Ferrer y Aróstegui:

 

Su triunfo dio la victoria

A nuestra España doquier,

Marchando de gloria en gloria:

Así luce nuestra historia

En sus páginas de ayer.

 

La primera en las campañas

Y en constancia la primera,

Aquí y en patrias extrañas,

Por tierra y mar, sus hazañas

Ilustraron su bandera.

 

Brillo adquirió como el sol

Y cual él ha de vivir:

De la suerte en el crisol

Se prueba para lucir

El pabellón español.

 

Y ese ardor que nunca calma

Produce a su sombra fiel

Rica de nobleza el alma,

Vástagos de su laurel

Y renuevos de su palma.

 

Por eso ostenta lozana

Nuestra marina presente

Esa juventud galana,

En el riesgo tan valiente

En la mar tan veterana.

 

Por eso a poner espanto

En quien nos osa insultar,

Lleva en entusiasmo santo

El brío de Trafalgar,

La fortuna de Lepanto.

 

Por eso, ansiando batallas,

Ni los escollos de Abtao

Ponen a su arrojo vallas:

Por eso bate el Callao

Desde el pie de las murallas.

 

Tras luchas tan desiguales

Por eso a su patria dice:

“Toma tus buques cabales,

Y llena con lo que hice

Las fojas de tus anales”.

 

Tú que en esa dura guerra

Mostraste el alma esforzada

Que tu noble pecho encierra,

Oficial de la blindada

“que ha dado vuelta a la tierra”,

 

Piensa que en esta ocasión

Tus amigos en su pecho

Te ofrecen con efusión

Un aplauso, de derecho,

Mas hijo del corazón.

 

Bien no apreciamos quizás

Hechos que al mundo dan pasmo;

Pero no alcanzando a más,

Admite nuestro entusiamo

Por la gloria que nos das.

 

Fig. 22. Manuscrito del poema de Aróstegui. M.B.V.B., 5 ms. 217

 

            De una festiva composición leída por don José Buitrago sentimos no conservar en la memoria más que la siguiente estrofa:

 

Hoy que por dicha en el mundo,

Existe el dulce jerez,

Fórmese un inmenso lago

Y arrojémonos en él...

 

Antes de concluir apuntaremos una particularidad puramente casual. El señor alcalde de Medina es don Francisco Montes de Oca, sobrino del conocido ministro de este apellido, que tan honrosa como tristemente acabó sus días en el año de 1841. Don Manuel Montes de Oca ha sido el único que, con un grado tan subalterno como el de teniente de navío, haya llegado a ser ministro de marina.

El señor presidente del Casino es hijo del guardiamarina don Alonso Butrón y Pareja, que con tanta bizarría se portó en el combate de Trafalgar a bordo del navío Bahama y el único de su graduación de quien se ocupa la historia de esta triste jornada. La casualidad de ocupar las dos presidencias de la mesa los susodichos sujetos, afectos y entusiastas por las glorias de nuestra armada, contribuyó para recordar los marinos ilustres hijos de esta ciudad y a dar más animación y acrecimiento de entusiasmo al festín.

Precedió a todo lo referido una serenata dada a nuestro recién llegado marino, y antes de la comida se repartieron limosnas y pan a los pobres, para que gozaran todos del placer en que rebosó Medina en ese día, que hará época en los anales.

 

            Al descanso merecido en su pueblo sucederían el fragor de La Gloriosa en septiembre 1868, que le llevaría a ocupar el cargo de Ayudante de la Mayoría General de la Escuadra Nacional en Madrid; el ascenso a teniente de navío de primera clase (equivalente hoy a capitán de corbeta), ese mismo año; y su último y desgraciado destino en Filipinas. Pero ya habrá ocasión de contarlo.

            En 1906 Benito Pérez Galdós escribe, dentro de la cuarta serie de sus “Episodios Nacionales”, La Vuelta al mundo en la “Numancia”. Por entonces cuenta con una amplia bibliografía para documentarse. Carlos García Barrón[36] señala que su fuente española fundamental es el libro de Pedro Novo y Colson Historia de la Guerra del Pacífico (Madrid, Fortanet, 1882), encargo del rey Alfonso XII. Creemos nosotros que también tuvo la curiosidad de leer las crónicas que sobre los sucesos escribió Gustavo Adolfo Bécquer para El Museo Universal. Por su parte, Novo y Colson se apoyó básicamente en dos obras: la de Fernando Calderón y Collantes,  marqués de Reinosa,  Viaje de circunnavegación de la Numancia, y el libro homenaje de Thebussem a su hermano que tanto hemos citado en nuestro artículo. Revisó también las Impresiones del viaje de circunnavegación en la fragata Numancia (Madrid, Gasset y Loma y Cía., 1867), de Eduardo Iriondo[37].

Era de esperar que José Emilio Pardo de Figueroa apareciera como personaje en la novela de Galdós. Y ahí lo tenemos, en la cubierta de la nave, a poco de ser herido en el bombardeo del Callao el comandante Méndez Núñez[38]:

 

Quedó solo el general con Pastor y Landero, que le dio cuenta de cuanto arriba, en el Estado Mayor, ocurría. Lobo y Antequera permanecían en el castillo de popa con los tenientes de navío Lahera y Basáñez. Alonso mandaba la batería; Barreda continuaba en funciones de Segundo; Pardo Figueroa estaba en cubierta. Las cuatro divisiones de batería seguían a las órdenes de los alféreces de navío Liaño, Garralda, Silva y Armero, con los guardias marinas. Todo el personal se encontraba ileso. Íbamos bien, muy bien.  

 

 



[1] Nuestro agradecimiento sincero a esta institución (en adelante B.M.V.B.) por permitirnos el estudio y reproducción de los documentos referidos a José Pardo, en gran parte inéditos, que le fueron donados por el Doctor Thebussem en 1898 (cf. “Un donativo”, La Dinastía, Barcelona, 13-09-1898, p. 2). Muy particularmente damos las gracias a don Miquel Marzal quien atendió con amabilidad y diligencia nuestras consultas y peticiones.

[2] Pérez Galdós, Benito, Trafalgar, “Episodios Nacionales, 1”, Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 11.

[3] Ibidem, p. 37.

[4] Ibidem, pp. 121-124.

[5] García Martínez, José Ramón, “Del trapo al vapor, o la reconversión de la Armada Española (1850-1866)”, en http://derroteros.perucultural.org.pe/textos/vapor.doc.

[6] Acuerdo en el Pleno del Ayuntamiento celebrado el seis de octubre de 1926.

[7] Romero Valiente, Jesús, “Las Notas genealógicas del Doctor Thebussem”, Puerta del Sol, 8 (2003), Medina Sidonia, pp. 17-34.

[8] En el padrón de habitantes del año 1835 (Archivo Municipal de Medina Sidonia, leg. 415) la casa aparece anotada todavía con el número 83 (la revisión del callejero es de 1864). Mariano, que había nacido aquí, ya contaba siete años cuando José Emilio aparece registrado por primera vez. La familia había vivido accidentalmente en 1833 en la calle Nuestra Señora de la Paz, donde nació María Josefa, y se trasladó definitivamente en 1848 a la Plaza de las Descalzas, número 1 (solar del Palacio del Duque).

[9] A.P.S.M., Libro de Bautismos, 39 (1834-1842), fol. 67. Modernizamos la grafía en la transcripción. No perdemos la oportunidad de agradecer al padre José Manuel Daza y a los responsables de este archivo en el momento en que allí trabajamos su generosa colaboración.

[10] Tomamos estas noticias del "Ante-scriptum” de Algunos escritos del Teniente de Navío D. José Emilio Pardo de Figueroa. Ordenados y anotados por el Doctor Thebussem, Madrid, Rivadeneyra, 1873, pp. 1-5. Manejamos el ejemplar de la Biblioteca Nacional, sig. 3/580.

[11] Muchas de ellas se encuentran depositadas en el citado M.B.V.B. Pueden leerse algunas en el trabajo de Rafael Olivar Bertrand “La vuelta al mundo de la fragata Numancia. Cartas crudas, gordas y caladizas de José Emilio Pardo de Figueroa”, Anuario de Estudios Americanos, 9 (1954), Sevilla, pp. 197-283. 

[12] Fue inaugurado el primero de enero de 1845 y empezaron a impartirse clases  el 8 de marzo de ese mismo año. Sobre la formación de los aspirantes y la vida en el Colegio puede leerse en José Cervera Pery, El almirante Cervera. Un marino ante la historia, Madrid, Editorial San Martín, 1998, pp. 23-27, repaso a la biografía del famoso marino asidonense contemporáneo del que nos ocupa.

[13] Datos obtenidos de la Hoja de Servicios de José Pardo de Figueroa, Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán” (A.G.M.A.B.), Sección Cuerpo General, leg. nº 620/883. Nuestro agradecimiento por su atención a su Directora Técnica doña Silvia A. López Wehrli.

[14] Aconsejamos al interesado la lectura de la obra de Agustín Ramón Rodríguez González, La Armada Española, la campaña del Pacífico, 1862-1871: España frente a Chile y Perú, Madrid, Agualarga, 1999; o los numerosos libros y artículos sobre el tema de José Ramón García Martínez: “La fragata blindada Numancia. Campaña del Pacífico y circunnavegación”, El Museo de Pontevedra, 47 (1993), pp. 191-205; Javier de Santiago y Hoppe. Álbum de la Guerra del Pacífico, Gijón, Fundación Alvargonzález, 1997; El combate de 2 de mayo de 1866 en El Callao, Madrid, Ministerio de Defensa, 1999; Méndez Núñez y la Campaña del Pacífico, 2 t., Coruña, Xunta de Galicia, 2000. Resulta interesante para conocer los afanes colonialistas de la España isabelina el artículo de Leoncio López-Ocón Cabrera “La América. Crónica Hispano-americana: génesis y significación de una empresa americanista del liberalismo democrático español”, Quinto Centenario, 4 (1982), pp. 137-174. En la “red” es imprescindible consultar los sitios http://forum.paradox.plaza.com.forum/showthread.php.?t=297308 (Marco Antonio Martín García, “España en guerra contra Perú y Chile, peleas entre hombres de honor en 1866”); http://www.armada.cl, la estupenda “web” de la Armada Chilena; y http://memoriachilena.cl.

[15] Doctor Thebussem, Algunos escritos…, pp. 107-120. Las notas son nuestras.

[16] Con el sentido de “preparar”, “disponer”.

[17] Nombre que dieron los holandeses desde su ocupación en 1619 a la antigua Jayakarta (hoy Yakarta), en la isla de Java.

[18] La actual Simon´s Town, cercana a Ciudad del Cabo (Sudáfrica).

[19] La isla del Atlántico y colonia británica donde vivió Napoleón sus últimos días.

[20] San Salvador de Bahía (Brasil).

[21] Ilustración procedente de la edición de 1941 de Impresiones del viaje de circunnavegación de la fragata blindada “Numancia” (Madrid, Revista General de Marina, “Biblioteca de camarote”) del teniente de navío de ingenieros, destinado en el buque, Eduardo Iriondo. La primera edición de la obra es de 1867.

[22] Mantenemos aquí la escritura original así como en el topónimo “Río-Janeiro”.

[23] El teniente de navío Emilio Barreda ocupó el cargo de segundo comandante de la nave cuando Juan Bautista Antequera pasó a mandarla en sustitución de Casto Méndez Núñez.

[24] Doctor Thebussem, Algunos escritos…, pp. 124-129.

[25] Cerca de la ciudad de Punta Arenas (Chile).

[26] Doctor Thebussem, Algunos escritos…, pp. 142-146.

[27] Sobre este episodio léase el artículo de José Ramón García Martínez “El apresamiento del Paquete Maule”, Revista de Marina, 814 (mayo-junio 1993), Valparaíso, Armada de Chile.

[28] Thebussem corrige la cifra. El original dice cuarenta y ocho pies.

[29] Juan Bautista Topete, comandante de la Blanca.

[30] La abreviatura no se entiende bien.

[31] La cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda, desde el palo de mesana al coronamiento de popa (D.R.A.E., Madrid, 1992).

[32] Salvador fue el primogénito de María Josefa Pardo. Heredó el título de Marqués de Negrón y se casó con doña Carmen Enrile y González de la Mota. María Luisa, su hermana, contrajo matrimonio con don Tomás Díez Carrera.

[33] Precisamente de esta goleta se encargó el mando a José Emilio Pardo de Figueroa unos años después.

[34] En el Diario se refiere también a esta “expedición” y anota: “Ni el Vesubio de Nápoles, ni el Campanile de Florencia, ni el cerro de los Amancaes de Lima, ni la Giralda de Sevilla, ni la torre de San Pedro en Roma, que son las alturas que he visitado, presentan un cuadro tan admirable como ésta”.

[35] M.B.V.B., 5 ms. 217.

[36] En su edición de la obra para Clásicos Castalia (Madrid, 1992, pp. 26-27).

[37] Vid. nota 21.

[38] Pérez Galdós, Benito, La vuelta al mundo en la “Numancia”, “Episodios Nacionales, 38”, Madrid, Alianza Editorial, 1979, pp. 158-159.

 


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