JOSÉ EMILIO PARDO DE FIGUEROA Y
Jesús Romero Valiente
Entre
la dotación de la fragata Numancia en
el que fue primer viaje de un buque acorazado alrededor del mundo (1865-1867)
se contaba el teniente de navío asidonense José Emilio Pardo de Figueroa. Su
experiencia quedó plasmada en un Diario
de navegación, en sus artículos para la prensa y en las numerosas Cartas que envió a su familia. Su
regreso a Medina Sidonia supuso todo un acontecimiento. Ofrecemos algunas
noticias sobre el personaje (cuyo estudio merece mayor espacio), la
reproducción de algunos de sus escritos y varios documentos que testimonian la
calurosa acogida que recibió en su pueblo tras la gesta.
Fig. 1. José Emilio Pardo de Figueroa en 1871. Biblioteca
Museo Víctor Balaguer, sig. Mz 1 CD 78, Vilanova i la Geltrú[1]
En el
primer capítulo de la novela Trafalgar,
primero de los Episodios Nacionales
de Benito Pérez Galdós, el joven protagonista Gabriel de Araceli, huérfano
gaditano, recala en Medina huyendo del mal trato que le daba su tío y deseoso
de buscar fortuna[2]. Aquí lo acogen los
Gutiérrez de Cisniega, un matrimonio de Vejer que se encontraba de paso en
nuestra ciudad. Don Alonso, marino retirado que soñaba con volver al fragor de
la batalla, y doña Francisca, todo prudencia, disfrutan de la juventud de su
hija Rosita, cuyo matrimonio conciertan con el apuesto oficial de Artillería
asidonense Rafael Malespina, quien después de un romántico duelo se ha deshecho
de su rival. Como los vejeriegos eran de antigua y distinguida familia y la
ocasión la pintan calva, el padre del novio no había tardado en presentarse en
la población vecina para pedir la mano de Rosita. Así nos lo cuenta Gabriel:
Me acuerdo de cuando fue allí el viejo
Malespina. Era un señor muy seco y estirado, con chupa de treinta colores,
muchos colgajos en el reloj, gran coleto y una nariz muy larga y afilada, con
la cual parecía olfatear a las personas que le sostenían la conversación.
Hablaba por los codos y no dejaba meter baza a los demás: él se lo decía todo,
y no se podía elogiar cosa alguna, porque al punto salía diciendo que tenía
otra mejor. Desde entonces le taché por hombre vanidoso y mentirosísimo[3].
Este
disparatado coronel don José María Malespina se convierte en uno de los
personajes más simpáticos de la obra. Jamás pierde la oportunidad de
sorprendernos con sus fantasiosos argumentos y réplicas. Hasta cuando se
relatan los sucesos más dramáticos después de la derrota de la armada
franco-española, escuchamos su voz atronadora. Ante la hilaridad de una
concurrencia en la que abundaban quienes le regalaban los oídos para distraerse
un rato, el alocado coronel exponía sus “estrambóticos” inventos para hacer
invencible en lo sucesivo a la marina española: la fabricación de cañones de
– Pero en caso de que se pudieran hacer
aquí esos barcos –dije yo con viveza, conociendo la fuerza de mi argumento–,
los ingleses los harían también, y entonces las proporciones de la lucha serían
las mismas.
Don José María se quedó como alelado con
esta razón, y por un instante estuvo perplejo, sin saber qué decir; mas su vena
inagotable no tardó en sugerirle nuevas ideas, y contestó con mal humor:
– ¿Y quién le ha dicho a usted,
mozalbete atrevido, que yo sería capaz de divulgar el secreto de modo que lo
supieran los ingleses? Los buques se fabricarían con el mayor sigilo y sin
decir palotada a nadie. Supongamos que ocurría una nueva guerra. Nos provocaban
los ingleses, y les decíamos: "Sí señor, pronto estamos; nos batiremos”.
Salían al mar los navíos ordinarios, empezaba la pelea, y a lo mejor, cátate
que aparecen en las aguas del combate dos o tres de esos monstruos de hierro,
vomitando humo y marchando acá o allá sin hacer caso del viento; se meten por
donde quieren, hacen astillas con el empuje de su afilada proa a los barcos
contrarios, y con un par de cañonazos... figúrese usted, todo se acababa en un
cuarto de hora.
No quise hacer más objeciones, porque la
idea de que estábamos corriendo un gran peligro, me impedía ocupar la mente con
pensamientos contrarios a los propios de tan crítica situación. No volví a
acordarme más del formidable barco imaginario hasta que treinta años más tarde
supe la aplicación del vapor a la navegación, y más aún, cuando al cabo de
medio siglo vi en nuestra gloriosa fragata Numancia la acabada realización de los
estrafalarios proyectos del mentiroso de Trafalgar[4].
Pérez Galdós publicó Trafalgar en 1873.
Fig. 2. La fragata Numancia
en un grabado reproducido por El Museo
Universal (29 de enero de 1865)
A la fragata Numancia, primero de nuestros navíos acorazados, le cupo en
suerte hacer realidad, al menos por un
momento, el sueño del viejo Malespina: mostrar de nuevo al mundo la primacía de
nuestra marina sobre las restantes. Su tarea: convencer a las demás naciones de
que era posible realizar la circunnavegación del globo en uno de estos
portentosos aparatos. Otro asidonense, pero no un personaje de ficción sino de
veras, fue testigo y partícipe de este apasionante periplo, y además dejó
constancia escrita de los hechos diversos acaecidos en tan singular travesía,
el teniente de navío José Emilio Pardo
de Figueroa.
José, como le gustaba firmar sus cartas
familiares, era hijo de José Pardo de Figueroa y Manso de Andrade y de María
Luisa de
José Emilio Manuel de
En la ciudad de Medina Sidonia en el día
treinta de diciembre de mil ochocientos treinta y cuatro, yo don Martín Blanco,
cura teniente de la insigne iglesia parroquial matriz Santa María
Martín
Blanco
Fig. 3. Partida de bautismo de José Emilio Pardo de
Figueroa. Archivo Parroquial de Santa María, Medina Sidonia
Según su hermano Mariano[10],
José Emilio carecía de educación literaria, “pero, dotado de clarísimo
entendimiento, había adquirido con la lectura y con el trato de gente ilustrada
un gran caudal de saber, no sólo en aquello que se relacionaba con su
profesión, sino también con otras enteramente diversas”. Entendía de
arquitectura naval y de máquinas de vapor, conocía el Derecho Civil de España y
apreciaba la agricultura, la música, la historia y la geografía. “Hablaba con
soltura francés, inglés e italiano, y conocía los clásicos y las obras notables
escritas en dichas lenguas”. Entre los autores españoles gozaba con Larra,
Gallardo y, sobre todo, Cervantes, siendo capaz de citar en el momento oportuno
pasajes de El Quijote, del que tenía un ejemplar para uso cotidiano al que
llamaba “El Diurno”. Era de trato afable y “atraía igualmente el cariño de
capitanes y marineros, de sabios e ignorantes, de niños y ancianos, de hombres
y mujeres. Su gracejo, su chiste y su buen humor son hoy casi proverbiales
entre los que fueron sus compañeros y amigos”. Hombre sereno, su valor “casi
rayaba en el estoicismo, le eran desconocidas las sensaciones de sorpresa o
miedo al oír, por ejemplo, las voces de «¡fuego!» o de «¡hombre al agua!», las
más terribles que pueden escucharse a bordo”. No daba importancia a sus
escritos, que publicaba algunas veces con el seudónimo «Yo» y más
habitualmente, cuando se dirigía a la prensa, con el de «Pascual Lucas de
Fig. 4. Ejercicio de dictado y caligrafía del niño José
Emilio firmado el 2 de noviembre de 1846. M.B.V.B., sig. Mz 1 CD 78
El ingreso de José Emilio en
En escrito fechado en Madrid el 4 de
julio de 1851 se concede a José Pardo la plaza de guardiamarina de segunda clase.
Días antes había embarcado en la urca Pinta,
que pondría rumbo a
El 7 de noviembre de 1854 se examinó
para guardiamarina de primera y obtuvo
la nota de “muy bueno”. En junio de 1855 salió en el vapor Velasco con rumbo a
El 27 de agosto de 1856 es promovido al
empleo de alférez de navío. Después de ejercer unos días como Ayudante del
Arsenal de
Fig. 5. El navío Isabel II en el puerto de Cartagena en
1862. Foto cedida por Salvador Zamora, http://www.cartagenaantigua.es
Tras
más de dos años a bordo del navío (del 15 de enero de 1857 al 8 de marzo de
1859) José Emilio embarcará sucesivamente en los vapores León y Bazán, y en la
fragata Bailén. Desempeña
interinamente el mando de la goleta Ceres
y luego pasa al vapor Vulcano, de
cuya tripulación forma parte cuando en octubre de 1860 es honrado por Francisco
II, Rey de las Dos Sicilias, con la cruz
de primera clase de Francisco I debido a su participación en alguna acción
durante los enfrentamientos con las tropas garibaldinas que siguieron a la
caída de Nápoles. El 11 de enero de 1861 el Vulcano
fondea en Barcelona procedente de Civitavecchia.
A finales de 1862 José Pardo ingresa en
el Hospital Civil de Cartagena y luego obtiene una licencia de cuatro meses
para restablecer su salud en Medina Sidonia. El 21 de marzo de 1863 una Real
Orden manifiesta la satisfacción de Su Majestad por los trabajos realizados por
este oficial en
Fig. 6. Nombramiento de teniente de navío concedido a
José Pardo de Figueroa. M.B.V.B., sig. Mz 1 CD 78
El 11 de enero de 1865 José Pardo transbordó
a la fragata Numancia donde formaría
parte de la oficialidad por consejo del capitán de fragata y segundo de la nave
Juan Bautista Antequera, a quien el comandante Casto Méndez Núñez había
encargado que hiciera la relación de oficiales que compondrían la dotación.
La
primera misión encomendada a la nave era marchar al Océano Pacífico como apoyo
a la escuadra con la que España
pretendía hacer valer sus derechos de antigua metrópoli en las costas peruanas.
Ciertamente no es éste el lugar para analizar las causas remotas e inmediatas
del enfrentamiento sobrevenido con las repúblicas americanas del Pacífico ni
para describir aquella campaña con pormenores, de hecho tampoco nosotros
estamos preparados para hacerlo[14].
Pero sí creemos conveniente al menos, por tratarse de un episodio de nuestra
historia poco conocido, apuntar algunos datos que faciliten al lector la
comprensión de los textos que a continuación ofrecemos.
Las
relaciones de España con las recientemente independizadas colonias americanas
no fueron fáciles durante el siglo XIX. La metrópoli no terminaba de asumir la
pérdida de su poderío pero al mismo tiempo se había visto incapaz de mantener
su influencia. La modernización del ejército y de la flota animó a los
gobernantes a buscar un sitio entre las potencias del momento y a emprender
campañas “neocolonialistas” (Marruecos, Santo Domingo, apoyo a Francia en
México e Indochina). En abril de 1864 el gobierno español ordena al general
Pinzón, al mando de una expedición que pretendía ser sólo científica, el
bloqueo del puerto del Callao y la toma de las islas Chincha, de donde el Perú,
cuya soberanía aún no se había reconocido, obtenía gran cantidad de guano para
la exportación, base de su economía. Se pretextó que se trataba de una
represalia por el asesinato de unos propietarios españoles en una hacienda,
pero pronto se pasó a reclamar las pérdidas ocasionadas por la guerra de
independencia. La flota española se vio reforzada con la llegada de la escuadra
del vicealmirante José Manuel Pareja, cuyo padre había muerto precisamente en
enfrentamientos con los peruanos, y que acudía allí con plenos poderes para
sustituir al comisario (funcionario de carácter colonial) Salazar y Mazarredo.
El acuerdo alcanzado entre el almirante Pareja y el ministro de guerra peruano, general Vivanco, muy favorable a los
intereses españoles, fue rechazado por el Congreso peruano y provocó además una
revuelta nacionalista. España decidió entonces reforzar posiciones enviando al
lugar a la fragata Numancia.
La
desconfianza de chilenos, bolivianos y ecuatorianos hacia la antigua metrópoli
se manifestó pronto con su apoyo a los peruanos más exaltados. Chile además
negó el carbón a la flota española, y en la prensa no cesaba de ridiculizarse a
los españoles. El almirante Pareja acudió a Valparaíso a pedir explicaciones en
sustitución del “ministro español en Chile”, señor Tavira. A su llegada, el
mismo día en que se celebraba la fiesta de la independencia chilena, reclamó
que se recibiera la enseña española con salvas de honor. Las exigencias de
Pareja, que incluían también una indemnización, fueron contestadas pocos días
después con una declaración de guerra. En respuesta, los puertos chilenos
fueron bloqueados por la Armada Española.
En tanto, Perú se debatía en un
enfrentamiento entre el partido moderado y el exaltado. La flota peruana se había
rebelado contra el presidente Pezet, y aumentaba el odio y el recelo hacia los
españoles alentado por la facción nacionalista de Mario Ignacio Prado, a la
postre nuevo gobernante. En solidaridad con los chilenos, Prado declaró también
la guerra a España. Y el almirante Pareja, que se consideraba responsable de
provocar el conflicto y que había sufrido algunos reveses durante el bloqueo,
decidió suicidarse al conocer el apresamiento de la corbeta Covadonga. Méndez Núñez, comandante de
El nuevo almirante, que no contaba
con fuerzas para un desembarco, provocó a la escuadra chileno-peruana para
solucionar las cosas en el mar (Abtao, Huito), donde la supremacía española
parecía evidente. Al infructuoso intento siguió una nueva decisión: el
bombardeo de Valparaíso y el Callao. El indefenso puerto de Valparaíso, donde
muchas naciones tenían intereses comerciales, fue cañoneado el 31 de marzo de
Sobre estos hechos y sobre lo que
aconteció en el resto del viaje de
Fig. 7. Portada del libro escrito por Thebussem como
homenaje a su hermano José Emilio
“LA FRAGATA BLINDADA NUMANCIA”
La fragata Numancia, que
ocupa el número dos en la lista de los buques de nuestra armada, es un hermoso
barco de primera clase, blindado con planchas de hierro de
Dirigíase el buque a las islas de Cabo
Verde, para reponer allí el carbón que se gastase en la travesía. El día 8
reconoció las Canarias y pasó a vista de Santa Cruz de Tenerife. Siguió su
rumbo, y sin que la mar estuviese alborotada, daba la fragata balances
extraordinarios. Pronto se acostumbró a ellos la tripulación, y los resbalones
y caídas que producían provocaban la risa de los afortunados que habían tenido
en donde asirse. El 13 llegó a San Vicente de Cabo Verde, tomó su carbón, y el
17 salió para Montevideo. Los tiempos en esta travesía fueron favorables a
Allí, a tantas leguas de Europa, ya se
hizo notable el viaje que este buque había hecho; pero aún dudaban algunos de
los marinos extranjeros que pudiese con la misma facilidad llegar al mar
Pacífico. Méndez Núñez, infatigable como siempre, alistó[16] su fragata,
y el 2 de abril emprendió su viaje con rumbo al Estrecho de Magallanes.
Fig. 8. Don Casto Méndez Núñez.
Grabado aparecido en El Museo Universal
(18 de febrero de 1866)
Todavía
en el Río de
El
15 llegó el Marqués; procediose al embarque del carbón que
traía, y el 19 se lanzó la fragata por las estrechas sinuosidades del
Magallanes en busca del mar Pacífico. Permítase aquí un recuerdo al comandante
de la fragata, que, con un tino raro y una habilidad imponderable, condujo a
Los constructores que en Tolón la habían
hecho, mostraban su modelo en la exposición de París, y el Gobierno español y
Fig. 9. Fragatas Blanca
y Numancia. Óleo. Casa de Cultura,
Valencia
En la imposibilidad de hallar la
escuadra enemiga, y deseoso Méndez Núñez de llevar a cabo algo contra Chile,
abandonó a Chiloé y se dirigió a las costas de Araucania, con objeto de
practicar un desembarco en la isla de Santa María, en donde se sospechaba que
había un fuerte destacamento de tropas chilenas. Llegados a la isla, se divisó
un vapor al que persiguió
Hechos
todos prisioneros, desistió Méndez Núñez del desembarco en Santa María, y
siguieron las fragatas y el vapor apresado hacia Valparaíso, adonde llegaron el
14 de marzo.
El
31 tuvo lugar el bombardeo de aquella ciudad, en el que no tomó parte la
fragata, porque nuestro almirante, que todo era bizarría, no quiso que un buque
propio para la guerra estrenase sus cañones ofendiendo sin ser ofendido.
Fig. 10. Bombardeo de Valparaíso. Grabado publicado en El Museo Universal (27 de mayo de 1866)
Alzado el bloqueo de Valparaíso el 14 de
abril, se dirigió
El almirante español no rompió el fuego
sobre la plaza, como podía haberlo hecho, sino que dio algunos días de término,
pasados los cuales llegó el 2 de mayo de 1866 y se dio el combate del Callao.
No es para artículo de periódico el describir aquel hecho de armas, y
concretándonos a
Cayó Méndez Núñez al recibir nueve heridas;
y sin noticiar tamaña desgracia a la escuadra, siguió el combate dirigido por
el mayor general don Miguel Lobo y por el comandante de
– ¿Están los muchachos contentos?
– Sí, señor –contestó el oficial–, todos
estamos contentos.
Y Méndez Núñez añadió:
– Ahora sólo falta que en España queden
satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber. Diga usted a Antequera que
cese el fuego, que suba la gente a las jarcias y que se den los tres vivas de
ordenanza antes de retirarnos.
Así se hizo, y
Fig. 11. Grabado en homenaje a los vencedores del
Callao. El Museo Universal (8 de
julio de 1866)
Reparadas las averías sufridas por las
fragatas durante el combate, se hicieron a la mar el día 10 de mayo de 1866.
Parte de los buques siguieron para el Cabo de Hornos y Río-Janeiro, y
La cubierta les servía de cama y por
almohadas se ponían las culatas de las carabinas, las cuñas de los cañones o
algún rollo de cuerda. Los víveres añejos, la galleta agusanada, el agua escasa
y el tabaco ninguno. En nada, sin embargo, había desmayado la tripulación de
El mes escaso que demoró allí se empleó
en pintar y asear el buque, y se dedicaron una porción de indios para quitar el
mucho marisco que había criado en el fondo. Estos indios, habilísimos
nadadores, se sumergían bajo el agua y arrancaban con gran facilidad las
conchas que en tantos meses se habían multiplicado de una manera prodigiosa. Al
limpiar la hélice encontraron enredado a ella un alambre eléctrico de los que
habían de servir para dar fuego, desde las baterías del Callao, a las máquinas
infernales dispuestas para volar a las naves españolas.
El 18 de julio de 1866 abandonó
Pensaban
los marinos de la blindada que desde Santa Elena habían de dirigirse a la
deseada patria. Pero no fue así. Las órdenes del Gobierno eran para cruzar otra
vez el Atlántico y recalar a las costas de
En
la capital de Brasil, lo mismo que en todas partes donde había llegado la
fragata española, fue perfectamente recibida. Los periódicos se ocuparon de su
larguísima campaña y de su gran viaje. Los curiosos vinieron a admirarla, los
marinos extranjeros a visitarla, y las autoridades del país le dispensaron la
cuarentena a pesar de la tenacidad de la viruela, que no se desterró por
completo en cerca de cinco meses que llevaba de padecerse a bordo.
Creían y esperaban nuestros marinos que
la escuadra del general Méndez Núñez estaría en aquel puerto; mas no fue así,
pues las mismas noticias que tan alerta los habían tenido en la travesía de
Santa Elena al Brasil habían determinado a aquel jefe a ir con sus buques en
socorro de Cuba, para el caso de que la escuadra enemiga intentase molestarnos
allí.
Alarmado
el comercio español al correr la noticia de que iban corsarios chilenos a
hostilizar a nuestros buques mercantes en el Río de
En junio dejó el puerto de Río-Janeiro,
y a los pocos días una seria avería en la máquina la puso en grave riesgo, pues
Se necesita coger un puerto de la patria
después de dos años y medio de ausencia, y tal ausencia, para poder estimar el
placer de ver de nuevo a sus conciudadanos y a su familia. El comandante y
oficiales, con la lisonjera satisfacción de haber cumplido lo que el Gobierno
les confió, y el gusto de no haber perdido sus trabajos, pues que de ellos
puede resultar algún bien a los adelantos modernos de la ciencia naval. Y los
marineros, que tan pronto se olvidan de las penalidades sufridas, contentísimos
todos con el solo placer de decir que fueron expedicionarios de la Numancia.
Fig. 12. Derrotero de la Numancia, R. Ferrer[21]
A los pocos días de llegar a Cádiz fue a
Cartagena, en donde, reparada por completo de las averías sufridas en el
combate del Callao y de los desperfectos experimentados en las máquinas durante
sus largas navegaciones, se le han construido dos reductos blindados, y se
halla hoy en disposición de competir con los mejores buques de su clase.
El Gobierno determinó que para
conmemorar el viaje se acuñase una medalla de bronce; pero esto no ha tenido
lugar pues entre las discusiones habidas sobre si el lema ha de ser latino o
castellano se ha pasado el tiempo y, con él, el entusiamo. Y dentro de algunos
años más se borrará hasta de la memoria esta navegación de los españoles. Que
tal es la suerte de todo lo bueno que hacemos, por más que a
Parece que el artículo del “viejo”
Pascual Lucas de
Fig. 13. Medalla de circunnavegación de
El
artículo de José Pardo, publicado tres años después del regreso a España de
Fig. 14. Dibujo inédito de la fragata Numancia realizado por Emilio Barreda[23]
durante la travesía y dedicado a su
amigo José Pardo de Figueroa. M.B.V.B., 5 ms. 217
Copiamos
parcialmente[24] en primer lugar la primera
carta que José Pardo remitió a su amigo el director del periódico El Eco de Cádiz, quien le había
solicitado noticias para su publicación. En ella nuestro marino le da cuenta del
paso del Estrecho de Magallanes y del encuentro con los indígenas de la zona en
Puerto del Hambre[25]. El
carácter jocoso de Pardo queda bien patente.
Diario de
navegación, 3 de mayo de 1865
Mi estimado amigo:
El 11 de abril reconocimos la entrada
del Estrecho de Magallanes (…) A las ocho de la mañana del 13 el tiempo estaba
hermoso; la fragata marchaba con una velocidad media de quince millas por hora,
y al mirar la tierra parecía que viajábamos por un ferrocarril. El buque estaba
imponente; gobernaba en aquellas estrechuras como si fuese un bote, y
verdaderamente hubiera sido curioso observar desde tierra aquella mole de 7500
toneladas caminando con tanta ligereza. Fondeamos en el Puerto del Hambre,
colonia fundada por Sarmiento a fines del siglo XVI, con tanta desgracia y tan
mala dirección, que de trescientas personas allí establecidas, se salvaron dos
solamente, pereciendo los restantes de hambre y de miseria. El puerto es
abrigado de los vientos, pero muy frío por estar cercado de montañas de nieve.
El Jueves y Viernes Santo comimos de vigilia, a pesar de la bula que tenemos
los navegantes, y le diré a usted algunos de los platos de nuestra mesa, porque
de seguro es la primera vez que se han servido en el Estrecho de Magallanes:
arroz con sardinas de Nantes y pimientos de
El día
Son estos patagones de mediana estatura,
pero bien hechos, y tienen el tipo de los indios de Méjico y Yucatán; color
cobrizo y cabello largo. En este clima, el más riguroso del mundo, andan
completamente desnudos y sólo se cubren con una piel de guanaco, que es
semejante a la del venado pero más fina y muy bien adobada. Las armas que
traían eran la honda, flecha con punta de piedra y lanza con punta de hueso
arponada, sujetas por tiras de cuero. Su piragua era de corcho y pieles, y en
el fondo una pequeña hoguera rodeada de tierra y hierbas para no incendiar la
embarcación.
Ya a bordo tomaban todo lo que se les
daba, y al que parecía jefe de ellos, que traía la cara pintada de rojo, me
ocurrió ponerle unos pantalones, una levita y un sombrero de copa alta. Su
alegría fue extraordinaria, y los dos compañeros mostraron tanta pena que
tuvimos necesidad de equiparlos del mismo modo (…) Les toqué la flauta y se
pusieron a bailar; uno de ellos golpeó un armonium con el dedo, y cuando le
dimos viento y sonó, se alegró tanto que no quería levantar la mano del
instrumento. Costó gran porfía que entrasen en la cámara del comandante, pues
indicaban que allí los iban a matar; al fin entraron y se serenaron, se miraron
al espejo, y al hallarse con la ridícula vestimenta de la levita, uno de ellos
estuvo largo rato contemplándose, luego extendió las manos hacia su imagen y
pronunció un largo discurso, sobre cuya doctrina, como usted comprenderá, nos
quedamos todos en ayunas (...)
La bahía de Fortescue está rodeada de
montes elevadísimos cubiertos de perpetua nieve, y se fondea debajo de uno de
ellos, llamado Crose. La naturaleza es aquí grande, como en todas partes, pero
de una grandeza que espanta. Por el Norte, las montañas que acabo de decir; por
el Sur, la línea blanco-azulada del agua del Estrecho de Magallanes, salpicada
de infinidad de puntos negros, que son otros tantos lobos marinos y ballenas,
que por aquí abundan como en
Crea
usted que para apreciar y avalorar el aljarafe de Sevilla y la vega de Granada,
que he recordado aquí tantas veces, es necesario hacer una visita por estos
países; a mi vuelta a la deliciosa Andalucía veré en ella los Campos Elíseos
que en nuestra tierra pusieron los antiguos historiadores.
La ciudad de Lima desencanta
profundamente a José Emilio por su ruina y suciedad. “Su teatro <es>
mucho peor que el de Medina”, escribe en carta a sus padres el 13 de julio. “La
famosa procesión de Santa Rosa de Lima sólo se puede comparar con las de
Medina”, les apunta el 13 de septiembre de 1865. La inactividad desespera a los
oficiales; en tanto, los chilenos no cesan de afrentar a la flota, y los
políticos retrasan sus decisiones. José Emilio es partidario de una solución
expeditiva: “No creo que deban emplearse tales medios sino hacerles una de
propio bárbaro y luego irnos para siempre jamás, amén”. Presto para el combate,
se prepara pelándose a punta de tijera, vistiendo camisa de Crimea con cuello
de papel, calzando gruesas botas y tocándose con un famoso balandrán de su
padre, sin olvidar ponerse al cinto las pistolas de su hermano Mariano (carta
de 11 de noviembre).
El 16 de marzo de 1866 José Emilio copia
en su Diario la segunda carta[26]
remitida al director de El Eco de Cádiz
en la que refiere la peligrosa travesía de
Amigo mío:
El día 17 de febrero salimos juntos con
Por fin, el 3 de marzo llegamos al lugar
donde creíamos que estarían los buques; cruzamos sobre piedras, pasamos sobre escollos
desconocidos, pero al fin llegamos. Viendo que no estaban, nos fuimos a fondear
donde creímos más oportuno y, contando con que la marea bajaría de diez a
quince pies, elegimos la isla de Tabón. Dejamos caer anclas, pero a la media
hora notó
Como nuestra idea al desembarcar para
batirnos era hacer prisioneros, nos dimos por contentos con los ya cogidos. Al
día siguiente me comisionaron para ir mandando la lancha de la fragata y, en
unión con
Fig. 15. Plano trazado
por José Emilio Pardo sobre la situación de las naves en la expedición a Chiloé
(inédito). B.M.V.B., 5 ms. 217
El primero de abril de 1866 nuestro
marino escribe a sus padres relatándoles el bombardeo de Valparaíso, alegre por
la decisión tomada por el jefe de la escuadra. Seguía bien de salud, el agua destilada que se
bebía había evitado infecciones, la comida era buena y ya ni se acuerda “de que
existan tagarninas ni alcachofas”. En la despedida tiene unas palabras para su
piadosa hermana:
Tantas cosas a todos. A Josefa, que me
alegro de lo hermoso del campo, que así ayudará a pagar los gastos que hacemos
aquí por una tontería. Que le agradezco mucho lo que reza por mí y que siga
haciéndolo, pues aunque yo no dejo de hacerlo todos los días, sin embargo ella
tiene más amistad y conocimiento con los santos que yo, y la servirán en todo
lo que les pida, aunque sea para mí, que disto mucho de ser todo lo bueno que
yo quisiera y ella desea.
De
hecho, sabemos por el biógrafo de María Josefa, el padre Alberto Risco, que
ésta era amiga íntima de la famosa monja agustina Simi la Hebrea, quien le
había vaticinado el feliz regreso de José Emilio.
El
relato que contiene el extracto del Diario
sobre el bombardeo del Callao, destinado a El Eco de Cádiz, es un valioso documento histórico. Sin embargo, no
se hace alusión en él (y no sabemos por ahora si ocupaba algunas líneas en el
escrito original) a la temeraria acción que comandó José Emilio Pardo la noche
anterior: un desembarco furtivo, sin permiso del mando, con el fin de
inutilizar la batería de costa peruana Santa Rosa que albergaba dos de los
terribles cañones Blakely de 500 libras que defendían el puerto. Conocemos el
relato de los hechos gracias al recordatorio de lo más notable acontecido en la
batalla publicado veinticinco años después por El Heraldo de Madrid (sábado, 2 de mayo de 1891). Allí se decía:
Fue una empresa temeraria, y la cometieron
varios jóvenes que la pusieron inmediatamente en ejecución con esa intrepidez
que hace llegar al heroísmo.
Trataban nada menos que de clavar los
cañones de la batería de Santa Rosa, el fuerte más poderoso de los enemigos.
Y, como lo pensaron, se lanzaron a
hacerlo saltando a un bote la víspera de la batalla. Iban José Pardo de
Figueroa, hermano del Doctor Thebussem, Celestino Lahera, Bares y otros.
Llegaron hasta el fuerte enemigo, pero
los vieron y comenzaron a disparar sobre ellos, y no tuvieron más remedio que
retroceder hacia la escuadra.
Pero ésta era otra dificultad, pues de
la escuadra habían salido en secreto, realizando un acto de indisciplina,
guiados sólo por su intrepidez; y de la escuadra les hicieron fuego también
cuando los vieron acercarse.
Estaban
entre dos fuegos, pero salieron del conflicto dándose a conocer.
Fig. 16. Cañón
Blakely preparado para el combate del 2 de mayo de 1866. Foto cedida por
Eduardo Rojas Tupaud, http://www.worldisround.com/articles/261386
José
Emilio Pardo, sabedor de que su loca aventura podía llevarle a la muerte, incluso
había hecho testamento y lo había confiado a su compañero el también teniente
de navío Santiago Alonso. Pidió a éste que hiciera llegar una copia a su
hermano Mariano. Verdaderamente conmueve penetrar hasta tal punto en la
intimidad de nuestro personaje, pero aquí se nos revela en toda su grandeza:
hombre honrado y serio, romántico, celoso de sus secretos… y bueno. Sobran las
palabras.
Fig. 17. Carta
testamento escrita por José Pardo el 1 de mayo de 1866. B.M.V.B., 5 ms. 217
Carta
testamento
Fragata
Numancia, Callao de Lima, 1º de mayo 1866
Querido
Santiago:
Todas mis cuentas a bordo creo están
ajustadas y listas: a la brigada pertenece el dinero que hay en un cajón de
tabaco que está en mi papelera. En otro de los cajoncillos de dicha papelera
hay una cajita redonda con oro, y también soles sueltos. Este dinero es mío y
servirá para pagar algún pequeño desfalco que tengo en la brigada, cosa de 25 o
30 duros[30]. Hay una
letra de 500 escudos que tengo entregados al Contador cuya letra aún no la
tengo. El resto del oro, la letra dicha y lo que se me deba hasta hoy,
descontado el rancho, se girará a mi hermano como siempre lo he girado, que el
Contador sabe la dirección, a Medina, etc.
Mi reloj se procurará que llegue a poder
de mi hermana para que el sobrinillo Salvador juegue con él y se divierta.
Todo el resto de mi equipaje, libros,
etc., aunque nada vale, pueden guardarlo y que llegue a mi casa, y suplico
encarecidamente que no se saque a orear en la toldilla[31] ni en parte
alguna, sino que una vez encajonado que no se abra más. Que no se haga inventario y que al encajonarlo lo hagan los
criados. Entre mis libros habrá algunos indecentes, impíos o prohibidos: éstos
se quemarán. De los otros elige los que quieras y te quedas con ellos.
En uno de los cajoncillos de la papelera
hay algunos papeles entre dos tablillas de pino: en aquellas tablillas dice que
se queme aquello como está sin desatarlo ni nada: a nadie interesa más que a mí
el que se inutilicen y queme lo que allí hay. Una bota de señora que hay entre
mi equipaje se romperá y tirará a la mar.
Todas las cartas que se encuentren
escritas de mi letra o de letra de cualquier otra persona, que se rompan.
El tabaco se lo regalo a mi criado
Rafael, así como los abrigos que tengo, la ropa del Estrecho, el gorro y una
onza de oro del que antes hablé.
Creo que no tengo algo más que decir: si
algo aparece que no deba ir a casa, que se rompa.
A nadie, absolutamente a nadie, he hecho
daño; de modo que nadie maldecirá de mí. Si acaso he sido antipático a algunos,
lo siento mucho.
Si no he sufrido mucho al morir, estén
seguros que Dios me ha mandado la muerte que siempre he deseado: una bala y se
concluyó. Lo que siento es haber muerto en esta guerra tan necia y tan contra
mi opinión, tan injusta por parte de
Adiós,
señores, ya soy más dichoso que vosotros.
Pardo
Nada cuenta José a sus padres sobre su
heroico acto. En su carta del 8 de mayo les relata la batalla, dice que se
encuentra bien y se refiere a la suerte de los otros asidonenses que navegaban
en la flota: “Montes de Oca, Gómez, Pastor y el fogonero de Medina, sin novedad”.
La primera parte de la travesía hasta Filipinas estará cargada de
sinsabores. El 14 de mayo de 1866 anotaba Pardo en su Diario:
Desde el día 5 de diciembre del año
pasado de 1865 no comunicamos con tierra, de manera que desde aquella época no
ha entrado en los buques “fresco” de ninguna clase. Los ranchos ya no son
ranchos; se almuerza sopa de ajo “sin ajo” y con aceite malo, un poco de
“charquí” (carne seca que usan los indios del Perú y Chile) y café con pan. La
comida consta de sopa con caldo de “charquí” y garbanzos duros como un leño;
carnero o vaca salada y podrida sin más aliño que vinagre, y la cena se reduce
a gazpacho fresco sin ajo ni cebolla.
Pero
la víspera de San Juan
Se nos ha recibido con los brazos
abiertos, los europeos nos han atendido y obsequiado muchísimo. Nosotros hemos dado
un buen baile al que asistió la reina Pomaré y su familia. Hemos gastado mucho,
tanto en reponer lo necesario cuanto en comidas, bailes y diversiones. Todo
subió de precio tanto que los huevos valen a peseta hoy, y sólo los comemos los
españoles, y a mí, que nunca me gustaron los huevos, se me ha desarrollado el
gusto ahora, y me almuerzo dieciséis reales de huevos pasados por agua.
La
gente del país, raza hermosísima, va degenerando de día en día, sólo por el
contacto europeo, y en punto a moral poco han adelantado, pues como hay
misioneros católicos y protestantes, los indios no saben a qué carta quedarse y
se vuelven a sus ollas de Egipto. Las mujeres se visten con una camisa como las
europeas y una bata de algodón; ni más corsés ni zapatos ni otro adorno que una
corona de flores naturales. El cabello lo llevan suelto o recogido en dos
trenzas muy largas. Son tan aseadas estas indias que se bañan tres veces al día
y, cuando comen, de continuo se enjuagan la boca; y lo mismo hace la última que
la reina. Son gente alegre y hospitalaria, odian a los franceses y gustan de
nosotros porque nos creen mejores, pero, si nos estableciéramos aquí, veríamos
que somos lo mismo unos que otros.
Por fin unos días de tranquilidad,
buena comida y diversión:
Me levanto a las cinco en punto y me voy
a tierra. Allí me esperan un indio y un caballo, y me voy a pasear. En el
primer río que me gusta, me baño, y a las siete voy a tomar leche muy rica y a
visitar a las amigas en las tiendas, pues es la hora de salir a la calle. A las
nueve vuelvo a bordo y almuerzo cuatro huevos pasados por agua, bifteck,
ensalada, fruta, leche y bizcochos. A las diez y media a tierra, a dormir al
fresco hasta las tres, que se lava uno, se viste y se está listo para comer a
las cuatro. De cinco a siete, paseo en carruaje. A las siete vamos a palacio en
donde nos estamos hasta las ocho, viendo bailar y cantar a uso del país. A las
ocho a dormir, y así todos los días. Cuando hay bailes, se suprime el paseo de
la mañana. Esta vida de carruaje, caballo, casa en tierra y ropa limpia es muy
cara; pero al recordar los ocho meses de arroz y frijoles que hemos pasado,
gastamos con gusto en estos veinte o veinticinco días las pagas de tres o
cuatro meses.
A su
llegada a la capital filipina José Emilio recoge la correspondencia (cuatro
cartas) remitida desde Medina Sidonia. Su padre le informa de las repercusiones que ha tenido en España el
“hecho del Callao”. Él responde el 18 de septiembre de
Nosotros hicimos lo que pudimos, pero la
casualidad o la suerte hizo más. Supongo que los premios y gracias habrán
parado en los jefes y favoritos, y los demás nos contentaremos con nuestra
medalla y el gusto de contarlo. Haya salud y vamos andando…
Fig. 18. Medalla del Callao. Foto cedida por Santiago
de la Fuente, http://www.fuenterebollo.com
Por lo demás, en Filipinas la acogida ha
sido estupenda. El 22 de octubre José escribe desde
Queridísimos míos:
Recibidas
las de ustedes del 18 y 20 de agosto, y alégrome mucho de que todos los de casa
sigan bien, inclusos Salvador y Mariquita Luisa[32](…)
El día 13 salimos de a bordo en los
botes a remolque de lanchas cañoneras, y llegamos al río de Manila a las siete
y media de la mañana (iríamos sesenta). Allí nos embarcamos en botes muy
adornados, y llegamos a las ocho a uno de los muelles en donde nos esperaba el
ayuntamiento, en un templete de follaje para evitar el terrible sol que hacía.
Subimos en los carruajes que nos esperaban y, a paso de procesión, pasamos por
la principal calle del pueblo y por bajo de muchos arcos de más o menos gusto
dedicados a los buques, comandantes o tripulaciones que estuvimos en el Callao.
Llegamos a la nueva iglesia de San Francisco, en medio de un gentío inmenso, de
flores, coronas y dulces. Allí el señor obispo ofició un tedéum con buena
capilla; fue corto, sin sermón (pues la calor era horrible), pero muy solemne.
A las 10 salimos de la iglesia, y varios
señores nos ofrecieron su casa para descansar. Yo acepté la oferta de uno, y me
llevó consigo. Tomamos algo de almorzar, dormir la indispensable siesta del
país, y a las cuatro, vestido y listo, nos fuimos al ayuntamiento, en donde a
las cinco nos sentamos a la mesa presididos por el Capitán General, el Obispo y
demás autoridades civiles y militares, el director del colegio de los jesuitas,
hombre de gran mérito, y otras personas notables. La comida fue muy buena, bien
servida y con vinos helados. Hubo los brindis naturales de estas ocasiones, y a
las ocho se concluyó a dar un paseo en coche. A las 10 se empezó un baile en el
mismo ayuntamiento, en que estuvo muy concurrido y animado.
A los dos días hubo honras fúnebres por
los que murieron en la acción, y el deán pronunció un magnífico discurso
adecuado al caso, y por la noche un boticario, hijo de Cádiz, que se llama don
Juan Baden, viejo de edad pero mozo de genio y patriota de corazón, dio una
gran comida a uso de su tierra con fuerza de manzanilla, jerez, etc., etc.,
mucha broma y animación, todo dirigido y sostenido por el dueño de la casa (…)
Aquella noche sopló un furioso huracán
que destrozó árboles, cayó las casas, perdió buques, entre ellos la goleta Animosa[33] (de guerra), y en casa del amigo Baden nada
se… sintió, tal era la broma que allí había. Al otro día hubo función de
teatro, y sucedió que con las aguas se habían reunido en los alrededores tal
plaga de ranas que con su “ran ran” no dejaron oír ni una palabra de la primera
pieza. Salieron a espantarlas, pero ni por esas callaron los animalejos, hasta
que un inteligente en ranas dijo que se encendieran hachones. Así se hizo, y
repartidos 30 o 40 chiquillos iluminaron los alrededores del Coliseu poniendo
en silencio a las que pidieron reír… Estas circunstancias del coro de ranas,
sin quitar nada al mérito de la función ni hacerla ridícula, promovieron la
verdadera risa, aquella de no respirar en un minuto, sostenerse el estómago con
las manos y soltar lágrimas (…)
El ascenso a comandante es cosa muy
buena y que yo no esperaba ni remotamente, de manera que me ha alegrado mucho.
El aumento de sueldo es tan considerable que llega a 5000 reales todos los
meses estando en América sin mando ni nada más que estar embarcado, y
desembarco en España se tiene 80 duros, que es la paga de un teniente de navío
embarcado (…)
Esta carta es para Josefa y todos, pues a todos diría lo
mismo, y saben que me cansa mucho el mucho escribir. A los niños escribiré a la
Isla como lo hago siempre, para que vayan dos cartas, por si una se extravía…
Al
día siguiente (23 de octubre) José Emilio vuelve a coger la pluma para anunciar
a sus padres que, cuando ya estaba el embarque preparado, se ha suspendido por
tiempo indefinido la salida de Manila. Esta carta termina con una noticia de
los asidonenses que iban en
Leonardo Gómez va para España para
examinarse de oficial. Va tan bueno.
Mariano Sánchez está bueno, sano y
gordo. Lo mandamos a
El 19
de enero de 1867 la flota española sale de Manila con rumbo a la isla de Java.
El Doctor Thebussem presenta en su extracto del Diario varios pasajes escritos por su hermano durante su estancia
en Batavia, meses de febrero y marzo de 1867. No queremos obviar alguno de
ellos por su interés literario, histórico y etnográfico.
Hôtel des
Indes
Más de una legua hay desde el
desembarcadero hasta el Hôtel des Indes, donde llegué a las cuatro de la tarde.
El dueño era francés y se llamaba M.
Me bañé y me vestí, y al salir de mi
cuarto vi que la decoración había cambiado por completo. Todos los huéspedes
vestían de pantalón blanco y levita negra; las señoras llevaban elegantes
trajes de seda o de holán finísimo; peinado con arreglo al último figurín
francés y lo mismo las botas. Comenzaron a venir carruajes y a marcharse
aquellos señores, hasta quedarme solo.
El criado que me señalaron llamábase
Mo-Haly, y no se había movido de la puerta de mi cuarto. Dirigióse a mí
diciendo: “¿Carreta, musiú, carreta?” El fondista, vestido ya de caballero, vino
a servirme de intérprete y me explicó que “carreta”, en lengua malaya,
significa “carruaje”, añadiendo que el mío estaba listo y enganchado hacía dos
horas. Caminando ya en mi coche quise encender un cigarro, y el viento apagó el
fósforo, pero en el momento hallé delante de mí una vara con la punta
encendida. Vuelvo la cara y veo a Mo-Haly, que venía en la zaga lujosamente vestido
con jaique amarillo y turbante azul. Él comprendió mi admiración, y se puso a
reír con todas sus fuerzas. Luego supe y vi que en Batavia el criado es una
sombra o apéndice que jamás abandona al señor, y que siempre va provisto de
fuego o de “apuy”, como le llaman en malayo.
Fig. 19. El
Hôtel des Indes a finales del siglo XIX
El 5 de abril
La belleza de las casas de campo y el notar que los linderos
de las fincas son alambres que impiden la entrada del ganado, muestran el
respeto a la propiedad y que son ingleses los que gobiernan este país. ¡Qué
diferencia entre el delgado hilo de hierro y los brutales vallados de
Andalucía! Por estos campos del África se ven la alegría y la abundancia
retratadas en los semblantes.
Los caballos de aquí son mezcla de la raza normanda
con la inglesa fina, resultando ligeros, fuertes, bellos y de gran alzada. Un
buen animal joven, sano y domado para silla, cuesta de
De Santa Elena,
Tal es la gente española. La de esta fragata, después
de dar la vuelta al mundo, de dos bloqueos, un combate, dos epidemias de
escorbuto, otra de viruela y la mayor parte de la tripulación cumplida, ve, no
sólo con paciencia sino casi con gozo, torcer el rumbo que después de tantos
trabajos nos llevaba a la patria, y que se endereza en busca de nuevas
penalidades para honra y gloria de la pobre España. ¿Qué diablos de causa habrá
para que la tierra que produce hombres de tal temple, los primeros tal vez del
mundo para grandes y arriesgadas empresas, sobrios, sufridos, valientes,
honrados y orgullosos, sólo produzca gobernantes ineptos, ministros torpes y
gobiernos incapaces? Dios lo sabrá.
En carta
enviada a su padre el día 21 de junio José Emilio alegra a su familia con la
descripción de las maravillas de Río, de sus teatros y del paisaje excepcional
que puede contemplarse desde el Corcovado.
Nosotros todos estamos buenos y divertidos en éste,
que no es pueblo, sino una capital en donde hay nueve teatros, paseos hermosos,
museos, jardines públicos y cuanto se pueda desear. Nosotros nos hemos abonado
al teatro francés, que es muy divertido, y los cómicos muy buenos. Mañana les
damos en la fragata un gran convite. El otro día fui con otro amigo a una
expedición que consistió en subir a un monte muy elevado que domina todo esto y
se llama el Corcovado. El picacho es cosa imponente, y está tajado a pique.
Desde allí se domina toda la ciudad, el puerto y veinte leguas de mar. Ni las
vistas de Sevilla ni de Nápoles ni ninguna que yo conozca llegan al panorama
desde el Corcovado[34]. El camino
es de cuatro horas a caballo; la vereda, cómoda y abierta entre los árboles del
bosque virgen; la meseta está dispuesta con pretiles como una azotea, con sus
asientos muy cómodos de losas de Génova, así es que no hay peligro ninguno
sobre aquella elevadísima torre. Nosotros metimos los caballos en la azotea, y
así vimos todo. Esta expedición no tiene muchos aficionados porque es cansada,
y la cosa está en ver salir el sol desde allí, que implica salir a media noche
para allí. La temperatura en estos meses es agradabilísima en Janeiro, pues el
paño no molesta.
Poco antes de la llegada de Méndez Núñez, el 26 de julio,
había arribado a Janeiro el príncipe Alfredo de Inglaterra, en cuyo honor el
Emperador de Brasil dio un gran baile al que asistió nuestro marino. Así lo
describe.
Tuvo de notable que entre las setecientas o más
señoras no había una siquiera regular, todas eran feas más o menos graduadas;
pero en cambio llevaban perlas y brillantes por valores fabulosos de miles y
miles de pesos. El príncipe inglés bailó cierta danza que se llama “Scottish
Riot”, semejante a la muñeira. La música fue una especie de gaita gallega,
tocada por un gaitero que S. A. lleva siempre consigo. Acostumbran los nobles
escoceses que en todas sus fiestas y comidas suene su tocata especial aquel
instrumento, y así como cada magnate tiene su blasón, asimismo tiene en Escocia
la antigua y heredada música de familia, que ninguna otra puede usurparle.
El 15 de agosto
¡Válgame Dios, y cuántos loros, cotorras, monos,
monitos, pájaros y bichos de todas clases! Ninguno era de mi pertenencia, pues
tengo por principio invariable no tomar a mi cargo nada que coma, ni que beba,
ni que duerma.
La
llegada a Cádiz se produce el día 20 de septiembre de 1867. La emoción
contenida, que embargaba a toda la tripulación de
A las siete de la mañana se vio tierra y a las nueve
la farola de San Sebastián y las torres de la catedral. Es preciso haber estado
ausente de la patria, pasando vicisitudes y trabajos como los sufridos por
nosotros en los dos años y medio últimos para comprender nuestra alegría a la
vista del puerto tan deseado. ¡Cuántas veces se soñaba con llegar a Cádiz!
¡Cuántas con verse rodeado de los suyos! Jamás olvidaré que al júbilo sucedió
una especie de marasmo en la tripulación entera; no daba crédito a sus ojos y
tenía por ilusión a la realidad; esto no me pasó a mí sólo, nos pasó a todos y
por eso lo apunto. Hasta la fragata se mostraba loca de placer andando con más
velocidad que nunca… Por último, llegó el práctico y tomó la dirección del
buque. ¡Cuántas preguntas se le hicieron! Unos por sus familias, otros por el
cólera, otros si había toros, quien por la cosecha de trigo, de uvas o de
melones y por la de vino de Sanlúcar; aquél si daban óperas o comedias en el
teatro (…) Yo fui el primero que saltó a tierra, gracias a la diligencia de mi
hermano Francisco, que me fue a buscar con una lancha. Al siguiente día llegué
a Medina Sidonia donde hallé buenos a mis queridísimos padres; por la noche me
obsequió la banda municipal con una serenata, y luego, los miembros del Casino
con una espléndida comida, donde todo fue alegría y buen humor (…)
Unos
días después, ya en casa, José Emilio escribe:
Es grato… ver tierras lejanas de la suya, gentes
diversas y usos totalmente contrarios. Pero, a
decir verdad… me he acordado muchas y muchas veces del campanario de mi parroquia, de las
ruinas del castillo y del árido cerro en cuya falda se asienta Medina Sidonia.
En mil ocasiones me he dicho con alma y corazón:
¡Feliz
quien nunca ha visto
Más
río que el de su patria,
Y
duerme anciano a la sombra
Do
pequeñuelo jugaba!
De la
recepción en Medina Sidonia al Teniente de Navío y Comandante de Infantería de
Marina tenemos noticia gracias a la de prensa de la época y a algunos papeles que guardó la familia Pardo de
Figueroa.
Como
anotaba José Emilio en su Diario, a
los pocos días de su regreso el Casino de Medina Sidonia organizó un banquete
en su honor. Su presidente, José María Butrón y Parra, cursó las invitaciones
pertinentes a autoridades y amigos. Hemos podido leer las remitidas a Rafael y
a Francisco de Paula Pardo de Figueroa, los hermanos marinos de José Emilio[35].
Rezaban del modo siguiente:
La carta
remitida al propio José Emilio decía:
Deseando los socios del Casino de Medina Sidonia
demostrar solemnemente su admiración y gratitud por el acierto y buen éxito con
que nuestros intrépidos marinos sostuvieron la honra nacional en las aguas del
Pacífico y aprovechando la fausta coincidencia de ser Vs. hijo de esta ciudad y
uno de los oficiales que llevaron a cabo tan gloriosa como arriesgada empresa,
tengo el honor, en nombre de
Figs. 20 y 21.
Invitación del Casino de Medina Sidonia al banquete en honor de José Emilio
Pardo y carta al homenajeado. B.M.V.B., 5 ms. 217
La
noticia del banquete apareció en
El casino de Medina Sidonia dio el
domingo último una espléndida comida al teniente de navío don José Pardo de
Figueroa, natural de dicha ciudad, por su feliz regreso, después de haber hecho
la campaña del Pacífico a bordo de la fragata Numancia.
También se celebró por el esperado motivo una solemne función de iglesia,
repartiéndose además limosnas a los pobres y familias necesitadas.
Seguramente
fue el Doctor Thebussem quien remitió esta nota de prensa. El día 17 de octubre
el corresponsal del Diario de Cádiz en
Medina Sidonia, J. A., seudónimo de José Amosa, secretario de Thebussem,
escribe:
El domingo 13 del corriente ha tenido
lugar en Medina Sidonia un acontecimiento digno de mención.
El bravo oficial de marina don José
Emilio Pardo, teniente de
El local de la sociedad expresada fue
destinado para este regocijo, y a las cinco de la tarde, la patriótica reunión,
compuesta de los señores curas de las dos parroquias de Medina Sidonia,
alcalde, juez, diputado provincial, registrador de hipotecas, promotor fiscal,
jefes y oficiales de marina residentes allí, un prisionero de
La mesa, que ofrecía un espectáculo
deslumbrador, fue presidida por el señor Butrón, representante del Casino, y
recibió la bendición del señor cura párroco de Santa María.
De este modo empezó el acto, durante el
cual reinó la mayor animación y a la vez ese orden gratísimo con que se
distinguen tales regocijos, cuando el paternal influjo de las autoridades toma
parte en ellos. Al final hubo un brindis a S. M.
No faltaron tampoco rasgos caritativos;
pues uno de los concurrentes, excitado por el señor cura de Santiago, propuso
un socorro para los pobres, recordando el lastimoso estado en que se hallan
muchas familias; y fue tan sumamente aceptado, que allí mismo se nombró una
comisión encargada de llevar a efecto el pensamiento.
A las 11 finalizó el banquete, del cual
salieron todos complacidísimos y agradeciendo la fina cortesanía con que la
comisión de este festejo había sabido prepararle.
Plácennos actos como éste, donde se
revelan la cultura y patriotismo de pueblos como Medina Sidonia, tan favorecido
por la historia y tan propicio siempre a celebrar acciones que como ésta
despiertan el entusiamo nacional y contribuyen al moral perfeccionamiento de
las clases sociales.
Dos
días más tarde en el mismo Diario
aparece una amplia crónica anónima, firmada en Medina Sidonia el 14 de octubre,
que no dudamos en atribuir a Emilio José Butrón de Mújica y de
Ayer, y con motivo de la fausta llegada
del teniente de navío don José Emilio Pardo, que hoy luce los galones y
estrellas de comandante de infantería de marina ganados con tanta honra a bordo
de
La sociedad del Casino dio en dicho día
una espléndida comida, de más de cuarenta cubiertos, hallándose decorada con el
mayor gusto y de un modo alegórico la casa que ocupa dicha sociedad. Reinó en
la mesa, a la cual asistieron las autoridades civiles, militares y
eclesiásticas, el mayor entusiamo y cordialidad. Comenzaron los brindis
haciéndolo los señores alcalde y presidente del Casino por S. M.
No siendo posible insertar en esta ligera
reseña las diversas composiciones que allí se escucharon, citaremos el
siguiente soneto del señor don Francisco Rosso, cuya lectura fue repetida por
petición unánime de los oyentes:
Vuelve
feliz al apacible seno
De
tu país natal, la antigua Asido,
Hoy
más dichosa por haber tenido
En
la escuadra española un hijo bueno.
Vuelve
feliz de sepultar en cieno
La
ingratitud de un pueblo envilecido;
En
donde mil laureles te has ceñido
Del
vil peruano y del feroz chileno.
Ven
al descanso, vuela a tus amigos,
Y
describe en la mesa tu campaña
Pintándonos
los pueblos enemigos
Con
gotas del jerez y del champaña;
Que
Chile no renueva su arrogancia,
Mientras
tenga en memoria
También agradó sobremanera la lindísima
y correcta poesía que sigue, y que leyó con magnífica entonación su autor don
Emilio Ferrer y Aróstegui:
Su triunfo
dio la victoria
A nuestra
España doquier,
Marchando de
gloria en gloria:
Así luce
nuestra historia
En sus
páginas de ayer.
La primera en
las campañas
Y en
constancia la primera,
Aquí y en
patrias extrañas,
Por tierra y
mar, sus hazañas
Ilustraron su
bandera.
Brillo
adquirió como el sol
Y cual él ha
de vivir:
De la suerte
en el crisol
Se prueba
para lucir
El pabellón
español.
Y ese ardor
que nunca calma
Produce a su
sombra fiel
Rica de nobleza
el alma,
Vástagos de
su laurel
Y renuevos de
su palma.
Por eso
ostenta lozana
Nuestra
marina presente
Esa juventud
galana,
En el riesgo
tan valiente
En la mar tan
veterana.
Por eso a
poner espanto
En quien nos
osa insultar,
Lleva en
entusiasmo santo
El brío de
Trafalgar,
La fortuna de
Lepanto.
Por eso,
ansiando batallas,
Ni los
escollos de Abtao
Ponen a su
arrojo vallas:
Por eso bate
el Callao
Desde el pie
de las murallas.
Tras luchas
tan desiguales
Por eso a su
patria dice:
“Toma tus
buques cabales,
Y llena con
lo que hice
Las fojas de
tus anales”.
Tú que en esa
dura guerra
Mostraste el
alma esforzada
Que tu noble
pecho encierra,
Oficial de la
blindada
“que ha dado
vuelta a la tierra”,
Piensa que en
esta ocasión
Tus amigos en
su pecho
Te ofrecen
con efusión
Un aplauso,
de derecho,
Mas hijo del
corazón.
Bien no
apreciamos quizás
Hechos que al
mundo dan pasmo;
Pero no
alcanzando a más,
Admite
nuestro entusiamo
Por la gloria
que nos das.
Fig. 22. Manuscrito del poema de Aróstegui. M.B.V.B., 5
ms. 217
De
una festiva composición leída por don José Buitrago sentimos no conservar en la
memoria más que la siguiente estrofa:
Hoy que por
dicha en el mundo,
Existe el
dulce jerez,
Fórmese un
inmenso lago
Y arrojémonos
en él...
Antes de concluir apuntaremos una
particularidad puramente casual. El señor alcalde de Medina es don Francisco
Montes de Oca, sobrino del conocido ministro de este apellido, que tan honrosa
como tristemente acabó sus días en el año de 1841. Don Manuel Montes de Oca ha
sido el único que, con un grado tan subalterno como el de teniente de navío,
haya llegado a ser ministro de marina.
El señor presidente del Casino es hijo
del guardiamarina don Alonso Butrón y Pareja, que con tanta bizarría se portó
en el combate de Trafalgar a bordo del navío Bahama y el único de su
graduación de quien se ocupa la historia de esta triste jornada. La casualidad
de ocupar las dos presidencias de la mesa los susodichos sujetos, afectos y
entusiastas por las glorias de nuestra armada, contribuyó para recordar los
marinos ilustres hijos de esta ciudad y a dar más animación y acrecimiento de
entusiasmo al festín.
Precedió a todo lo referido una serenata
dada a nuestro recién llegado marino, y antes de la comida se repartieron
limosnas y pan a los pobres, para que gozaran todos del placer en que rebosó
Medina en ese día, que hará época en los anales.
Al
descanso merecido en su pueblo sucederían el fragor de
En
1906 Benito Pérez Galdós escribe, dentro de la cuarta serie de sus “Episodios
Nacionales”,
Era de esperar que José Emilio Pardo de
Figueroa apareciera como personaje en la novela de Galdós. Y ahí lo tenemos, en
la cubierta de la nave, a poco de ser herido en el bombardeo del Callao el
comandante Méndez Núñez[38]:
Quedó solo el general con
Pastor y Landero, que le dio cuenta de cuanto arriba, en el Estado Mayor,
ocurría. Lobo y Antequera permanecían en el castillo de popa con los tenientes
de navío Lahera y Basáñez. Alonso mandaba la batería; Barreda continuaba en
funciones de Segundo; Pardo
Figueroa estaba en cubierta. Las cuatro divisiones de batería seguían a las
órdenes de los alféreces de navío Liaño, Garralda, Silva y Armero, con los guardias
marinas. Todo el personal se encontraba ileso. Íbamos bien, muy bien.
[1] Nuestro agradecimiento sincero a esta institución (en
adelante B.M.V.B.) por permitirnos el estudio y reproducción de los documentos
referidos a José Pardo, en gran parte inéditos, que le fueron donados por el
Doctor Thebussem en 1898 (cf. “Un
donativo”,
[2] Pérez Galdós, Benito, Trafalgar, “Episodios Nacionales,
[3] Ibidem, p.
37.
[4] Ibidem, pp.
121-124.
[5] García Martínez,
José Ramón, “Del trapo al vapor, o la reconversión de
[6] Acuerdo en el Pleno del Ayuntamiento celebrado el seis
de octubre de 1926.
[7] Romero Valiente, Jesús, “Las Notas genealógicas del Doctor Thebussem”, Puerta del Sol, 8 (2003), Medina Sidonia, pp. 17-34.
[8] En el padrón de habitantes del año 1835 (Archivo
Municipal de Medina Sidonia, leg. 415) la casa aparece anotada todavía con el
número 83 (la revisión del callejero es de 1864). Mariano, que había nacido
aquí, ya contaba siete años cuando José Emilio aparece registrado por primera
vez. La familia había vivido accidentalmente en 1833 en la calle Nuestra Señora
de
[9] A.P.S.M., Libro
de Bautismos, 39 (1834-1842), fol. 67. Modernizamos la grafía en la
transcripción. No perdemos la oportunidad de agradecer al padre José Manuel
Daza y a los responsables de este archivo en el momento en que allí trabajamos
su generosa colaboración.
[10] Tomamos estas noticias del "Ante-scriptum” de Algunos escritos del Teniente de Navío D.
José Emilio Pardo de Figueroa. Ordenados y anotados por el Doctor Thebussem,
Madrid, Rivadeneyra, 1873, pp. 1-5. Manejamos el ejemplar de
[11] Muchas de ellas se encuentran depositadas en el citado
M.B.V.B. Pueden leerse algunas en el trabajo de Rafael Olivar Bertrand “La
vuelta al mundo de la fragata Numancia.
Cartas crudas, gordas y caladizas de José Emilio Pardo de Figueroa”, Anuario de Estudios Americanos, 9
(1954), Sevilla, pp. 197-283.
[12] Fue inaugurado el primero de enero de 1845 y empezaron
a impartirse clases el 8 de marzo de ese
mismo año. Sobre la formación de los aspirantes y la vida en el Colegio puede
leerse en José Cervera Pery, El almirante
Cervera. Un marino ante la historia, Madrid, Editorial San Martín, 1998,
pp. 23-27, repaso a la biografía del famoso marino asidonense contemporáneo del
que nos ocupa.
[13] Datos obtenidos de
[14] Aconsejamos al interesado la lectura de la obra de
Agustín Ramón Rodríguez González,
[15] Doctor Thebussem, Algunos
escritos…, pp. 107-120. Las notas son nuestras.
[16] Con el sentido de “preparar”, “disponer”.
[17] Nombre que dieron los holandeses desde su ocupación en
[18] La actual Simon´s Town, cercana a Ciudad del Cabo
(Sudáfrica).
[19] La isla del Atlántico y colonia británica donde vivió Napoleón sus últimos días.
[20] San Salvador de Bahía (Brasil).
[21] Ilustración procedente de la edición de 1941 de Impresiones del viaje de circunnavegación de
la fragata blindada “Numancia” (Madrid, Revista General de Marina,
“Biblioteca de camarote”) del teniente de navío de ingenieros, destinado en el
buque, Eduardo Iriondo. La primera edición de la obra es de 1867.
[22] Mantenemos aquí la escritura original así como en el
topónimo “Río-Janeiro”.
[23] El teniente de navío Emilio Barreda ocupó el cargo de
segundo comandante de la nave cuando Juan Bautista Antequera pasó a mandarla en
sustitución de Casto Méndez Núñez.
[24] Doctor Thebussem,
Algunos escritos…, pp. 124-129.
[25] Cerca de la ciudad de Punta Arenas (Chile).
[26] Doctor Thebussem, Algunos
escritos…, pp. 142-146.
[27] Sobre este episodio léase el artículo de José Ramón
García Martínez “El apresamiento del Paquete
Maule”, Revista de Marina, 814
(mayo-junio 1993), Valparaíso, Armada de Chile.
[28] Thebussem corrige la cifra. El original dice cuarenta y ocho pies.
[29] Juan Bautista Topete, comandante de
[30] La abreviatura no se entiende bien.
[31] La cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda, desde el palo de mesana al coronamiento de popa (D.R.A.E., Madrid, 1992).
[32] Salvador fue el primogénito de María Josefa Pardo.
Heredó el título de Marqués de Negrón y se casó con doña Carmen Enrile y
González de la Mota. María Luisa, su hermana, contrajo matrimonio con don Tomás
Díez Carrera.
[33] Precisamente de esta goleta se encargó el mando a José
Emilio Pardo de Figueroa unos años después.
[34] En el Diario
se refiere también a esta “expedición” y anota: “Ni el Vesubio de Nápoles, ni
el Campanile de Florencia, ni el cerro de los Amancaes de Lima, ni
[35] M.B.V.B., 5 ms. 217.
[36] En su edición de la obra para Clásicos Castalia
(Madrid, 1992, pp. 26-27).
[37] Vid. nota
21.
[38] Pérez Galdós, Benito, La vuelta al mundo en la “Numancia”, “Episodios Nacionales, 38”,
Madrid, Alianza Editorial, 1979, pp. 158-159.
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