ANTONIO HERNÁNDEZ:
EL CAMINO DE LA DEPURACIÓN
Isabel Díaz Rubiano
Parece difícil que todavía haya quien no
conozca el nombre o la obra de este poeta gaditano nacido en Arcos de
Nos
centraremos en el estudio de su obra poética, y al final, reproduciremos una
entrevista que le realizamos el jueves 14 de agosto de 2008, en Cádiz.
No
obstante, no podemos olvidar que su labor literaria no se restringe únicamente
a la poesía, pues ya hace tiempo que ejerce con éxito sus facetas de narrador
(novelista y cuentista), de ensayista y
de articulista. Su obra, además, ha sido traducida a numerosos idiomas y es
objeto de estudio en diferentes universidades americanas (Athens en Georgia, Nuevo México, y Mar del Plata en
Argentina).
Con
este análisis descubriremos uno de los mejores ejemplos de depuración estética
y uno de los modelos más honestos de autenticidad artística. Sus palabras nos
podrán estremecer por bellas unas veces y por verdaderas otras, o sobrecogernos
por la conjunción de ambas cualidades. Creemos que en eso consiste ser un buen
poeta.
En la
entrevista antes mencionada, él mismo reconoce que su originalidad radica en
haber sabido asimilar lo mejor de la tradición: “La originalidad muchas veces
es una forma de copiar artera y astutamente a grandes autores olvidados. Yo me
nutro de todos, y de ese eclecticismo puede que surja una voz diferente. Lo
importante en poesía, además de la sustancia, es el tono, y en la conjunción de
ambos está la originalidad.
En
cuanto a lo de mi aportación a la poesía, me parece que es poca, entre otras
cosas porque no se me lee; y, en todo caso, porque está inscrita de una manera
muy clara en el árbol de la tradición. Los experimentos, con gaseosa, aunque
digan que soy un tipo raro.
Se ha
señalado como una característica muy mía la autenticidad, algo que supongo que
tiene que ver con una cuestión de orden moral: llamarle a las cosas por su
nombre poético; o sea, poniéndole una guinda a la tristeza, o, como decía
Fernández Andrada, una cosa no muy común, “igualar con la vida el pensamiento”
o viceversa”.
En
1964 manda a Madrid su primer poemario con el que consigue el accésit del
Premio Adonais. Se trata del libro El mar es una tarde con campanas
.Sorprende su personalidad. Como indica su prologuista Alberto Torés García
en la reedición de 2001 “(…) Antonio Hernández rechaza una escritura
culturalista y desvitalizada, abogando desde este primer libro por un verso
pleno de intensidad, por el fulgor conceptual, por un compromiso que se expresa
en continuas referencias solidarias (el pan, el vino que precisamente faltan en
la mesa del pobre y aparecen por deseo, esperanza o concreción, la memoria de
la guerra, la huida, el vacío interior, la naturaleza o la muerte como ausencia
presentida)”.[1] Asimismo, el poeta arcense
recurre a un aparente realismo que se carga de simbología, para expresar sus
anhelos, sus preocupaciones. En el poema “La montaña”, ésta simboliza la vida
(se nos viene a la memoria el mito de
Sísifo) que es hermosa y tierna como una madre en los primeros años de la
existencia:
(…)
poniendo cuesta
abajo mis más claros
anhelos(…)[2]
Pero
cada vez más infranqueable a medida que el hombre madura: (…) Cuesta / arriba ella, ya imposible a mi
pecho, (…)[3]
Y alterna el símbolo de la montaña con otro muy clásico en la
literatura española, el río, que también se identifica con la vida: su
recorrido fácil al principio, se va complicando, y por más “meandros” que
ofrezca (el amor, los ideales…), no impide que el hombre pierda su fe en
ocasiones.
En el
poema “Andalucía” se replantea, fuera de los tópicos y convencionalismos
folkloristas, lo que él entiende por ser andaluz: Andalucía no es lo que se ve,
sino lo que no se ve. En palabras de Hernández: apoyé a la alegría cuando enmascaraba la tristeza,[4] o
unos versos más abajo: No. No era un vino
o una guitarra la escena. / Era lo que quedaba dentro de cada uno oculto (…)[5]
El tema que más aparece y caracteriza al libro es el amor en el marco
de una naturaleza grandiosa e idealizada. Su amada, como la de Petrarca,
Garcilaso o Salinas, es el motor del mundo, la que lo inaugura, la que rescata
del infierno a su amado y lo devuelve a la vida. Pero el amor también supone la
pérdida de la inocencia, la conciencia de la soledad, la tristeza. Dice el
poeta:
(…)
Antes de vernos nada existiría.
Ni la plaza
–sin citas-…, ni los píos
-sin
los tres de tu nombre-…, ni los ríos,
porque sin nuestro amor nada corría.[6]
En el
poema tercero de la sección “Cartas” escribe, con unas palabras que nos
recuerdan a Jorge Guillén y a Salinas: El
mundo está bien hecho / gracias a ti. ¡Qué locura ésta del amor / que halla
menos en un abrazo / que en la distancia! [7]
En
efecto, la idealización del ser amado llega a ser tan grande a veces, que su
presencia real disminuye la capacidad de ensoñación. Un abrazo es poco para lo
que él se puede imaginar lejos de su visión.
En el
bloque “El río”, leemos el verso que da título al poemario y que sintetiza su concepción
amorosa:
(…)
Tú sabes
que
el mar es una tarde con campanas
y
pronto tendrá un vuelo de palomas,
porque
se estrecha el mundo si faltamos
tú,
yo, cualquier latido, o si tenemos
un rato en
lejanía.[8]
El
libro se cierra con palabras de amor que nos recuerdan a Antonio Machado:
(…)
Yo comienzo a soñarte. Una tarde cualquiera
llegaremos al
mar.[9]
El mar simboliza en esta etapa la plenitud,
la meta, la esperanza.
En
éste su primer libro, Hernández se muestra
un experto manejador del soneto, poema estrófico de los más utilizados
en la historia de
Su
segundo libro, Oveja negra (1969) formaría parte, según el prologuista de Habitación
en Arcos, Miguel Galanes, de una primera trilogía completada con poemarios
como: Donde da la luz y Metaory.
Su
título es revelador de parte de su contenido, así en el primer apartado “Tiempo
de soledad”, leemos:
(…)
había un joven que creció en su pena
como la oveja
negra entre las blancas.[10]
Y, en
realidad, son la tristeza, el sufrimiento y la decepción los ejes temáticos
sobre los que el libro se sustenta, aunque su título pueda desorientar.
En un
desdoblamiento entre el joven ilusionado que era y el hombre que ahora es, se
abre el libro con un romance endecha en el que nos cuenta sus inocentes veladas
literarias en Arcos, antes de marcharse a Madrid. Allí descubrió el sufrimiento
de ser artista, de aceptar que, aunque se escriba con el corazón, se puede ser
un mal escritor, que fue lo que resignadamente tuvo que aceptar al principio.
Por todo eso y porque ya no estaba en Arcos para desahogarse, siente que ha
traicionado sus dieciocho años.
La
cita de Blake del comienzo: “Todo poeta verdadero, por fuerza, se tiene que
sentir de parte del demonio”, parece una declaración de intenciones de
Hernández, pues evidencia el orgullo de sentirse diferente y supone la sublimación
del sufrimiento personal, de manera que éste ya no es un desahogo sensiblero,
sino una experiencia cósmica que ensancha el espíritu.
Nuestro
poeta sufre por lo mismo que sufrían Jorge Manrique, Juan Ramón Jiménez y todos
los grandes poetas: por no poder apresar la eternidad, por la irremediable
fugacidad de la vida:
(…)
Yo no quise
que todo aquello fuera
fugaz, como
la estela de los barcos,[11]
(…)
Es
digno de destacarse el encabalgamiento abrupto con aliteración (fuera/ fugaz)
que resalta la fricación del fonema /f/.
Las
circunstancias, la educación, el destino, su propia sensibilidad, lo
convirtieron en un niño triste, le negaron su derecho a soñar. Porque aquel niño triste se criara, / se
dispuso que todo fuera negro.[12]
Incluso en el poema cuarto en el que el lector imagina un cambio de
rumbo definitivo en la vida de aquel joven, cambio que el poeta refuerza con el
uso de versos largos, polimétricos y monorrimos, al final reaparece su
verdadera naturaleza:
(…)
Y fue
ganándolas, pudo poner su frente alta, al descubierto,
cuando volvió
a sus tierras, no hijo pródigo, limpio.
Pero
ya siguió
triste para siempre su pecho.[13]
¿Cuál
fue la causa principal de su tristeza? La muerte de uno de sus hermanos a la
temprana edad de veinticinco años: Faltaban
aún muchos años / para que su entierro / ocurriera. Mas de repente / ocurrió(…)[14]
Uno de los recursos más utilizados en este poema es el encabalgamiento,
y quizás, el que se produce con el verbo en pretérito perfecto simple ,“ocurrió”,
sea uno de los mejores porque expresa de forma muy contundente la conclusión de
una acción por él no deseada. Aunque no quisiera aceptarlo, su hermano había
muerto para siempre, como diría García Lorca en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.
Este
suceso marcó tanto la vida del poeta, que a partir de este momento no dejará de
mencionarlo en todos sus libros de poesía; y, uno de ellos, Diezmo
de madrugada, está dedicado casi íntegramente a la memoria de su
hermano, convirtiéndose así en otra de las hermosas elegías de la lírica
española.
Interesante
el soneto con serventesios y rima asonante titulado “Cuento para por las
noches”; no sólo está bien construido, sino que el tema avanza con una progresión
e intensidad tales que nos recuerdan los mejores del Siglo de Oro. En la noche,
con miedo, pero haciendo uso de la razón, se encuentra con fuerzas para rehacer
su mundo, para cumplir sus sueños, aunque:
(…)
te sueñas la
verdad de tus deseos,
eres humano y todo
te proclama.
Aunque
después sigas estando muerto.[15]
Destacamos
el poema “La libertad” que nos recuerda a Blas de Otero y que supone otro
hermoso ejemplo de cómo la poesía sustantiva, que nombra limpiamente la
realidad, puede calar en la sensibilidad del lector:
Hoy
recuerdo una libertad que nunca he tenido. / La libertad del sol en las
fronteras.
La libertad de todos los caminos. /
La libertad del agua que no asalta a los barcos.
La libertad sudada del relincho. /
La libertad de la mano que niega.
La libertad del suicidio. / La libertad del aro y de la noria / por
dentro de sí mismo.
La libertad verdadera. Lloro / por lo que no
conozco y he sentido.
De su
siguiente libro, Donde da la luz, 1978, (Premio Rafael Morales 1977), en una
entrevista concedida al Diario ABC el 16 de marzo de 1980, el propio poeta
afirmó: “(…) es un libro andalucista en lo que tiene de reafirmación de
nuestras constantes culturales y de nuestras exigencias socioeconómicas (…)”
Efectivamente, en este libro Hernández le rinde un homenaje a la vieja Andalucía
constructora de
A este respecto, Fanny Rubio y José Luis Falcó
nos aclaran en el estudio preliminar a su antología, Poesía española contemporánea
(1939-1980), (Alhambra, Madrid, 1981, pág. 84) “que Antonio Hernández
piensa que la nueva poesía andaluza apetecida debe ser una reedición potenciada
de la propuesta que supuso la poesía social. No debe extrañarnos. Los años
setenta, como ya señaló Manuel Urbano son los de auténtica concienciación
social andaluza, y al poeta andaluz se le puede apreciar un ejercicio
testimonial, solidario, consciente y directo, así como un acercamiento a la
realidad popular por el vehículo de la poesía (…)”
Hay
poemas con versos largos, otros con endecasílabos, bastantes polimétricos, y la
mayoría no tienen rima. Pero esta variedad formal reúne un sentir común. Nos
confiesa al principio que aunque contra
tanta muralla no desea sino volar,
volar junto a lo que no muere, él no se olvida de dónde procede, de sus
raíces (…) mi canto viene / de las
generaciones que ordenaron mis huesos[16].
En el poema “Alimento de mar, historia y vida” hace un recorrido por
todo lo que se identifica como andaluz geográfica y espiritualmente:
(…)
encandilados
huéspedes del rastrojo y la cal,
del dolor y
la fe, de esa tristeza, ay, a la que
dieron
por nombre
“Andalucía” (…)[17]
Muy
emotivo el poema dedicado a Gibraltar a la que describe con precisión como una grieta que araña, territorio que duele,
gran joroba andaluza, y después:
(…)
cantamos
Gibraltar, Gibraltar,
punta amada de todo lo andaluz, y prometimos
emborracharnos en
De
Málaga nos dice que es tierra antigua, marinera, ahora lugar de tráfico y de ahogo. A su sierra, antes famosa por
sus bandoleros, van ahora los bárbaros
del Norte en autobús.
En “Encuentro en Arcos” lo que a él le interesa es compartir
el desasosiego de sus desconocidos paisanos, de esos campesinos pobres, llenos
de nostalgia y acostumbrados al dolor. Aunque quisiera que las palabras que él
les ofrece con sus poemas (viña, bosque,
olivar…), fueran realidad y estuvieran en sus manos, intuye que ya se han
dado cuenta de que él se identifica con su dolor. Con una serie de sustantivos
abstractos y adjetivos valorativos define muy bien la actitud, hasta hace poco
ancestral, de estos andaluces: (…)
Me acercaría
a su desdén dudoso,
a su aparente
indiferencia clave,
a su
indolencia impuesta (…)[19]
Destaca el poema de versos
polimétricos “El día de difuntos” porque se aparta de la temática general del
libro para interiorizar, recordar, una fecha que antes era motivo de alegría porque
coincidía con el santo de su madre y con la felicidad programada de un día de
campo y, ahora, es un día de difuntos de verdad. Al cabo de los años y tras la
muerte de su padre y de su hermano, la familia está rota y él siente un ahogo duro: (…)
en nuestra casa rota, disgregada, / al retortero ya como
la angustia,
y, distante, no puedo
/ dejar sobre los nichos
de mi padre y mi hermano,/
más que este ahogo duro.[20]
(…)
En el
último poema se lamenta de que, debido a la guerra y al exilio, no llegara a
conocer a tantos magníficos poetas andaluces como Cernuda, Federico, Prados y
Altolaguirre: la gloria y la injusticia
van de la mano.
En
conjunto, aunque fiel a su estilo, este libro aún está alejado de la depuración
estética que se inicia con Homo loquens.
Su
admiración y amistad por el poeta gaditano exiliado en Francia, Carlos Edmundo
de Ory, le llevó a escribir Metaory (1979). En la misma
entrevista al diario ABC reseñada anteriormente, se señala que, aunque publicado
en 1979, fue escrito diez años antes “tras el baile por diversas editoriales”.
Y después se dice que Hernández “amplía su abanico temático, y, junto a una
parte expositiva de la situación andaluza de esos momentos en los que escribió
el libro, el poeta incluye un homenaje dedicado a Carlos Edmundo de Ory y un
recorrido de experiencias personales, de tipo social y cultural”.
En el
segundo poema del libro nos presenta a de Ory con todos los atributos del poeta maldito. Antecede al poema una
cita de Marrou en la que se describe a ese tipo de personaje que parece un
fracasado entre los hombres, que está al margen de la vida política y mundana,
con el pensamiento siempre puesto en lo sublime; pero sólo él es libre. Así,
recurriendo a versos alejandrinos sin rima y haciendo uso de paradojas, nos lo
describe como:
(…)
eco de una
derrota donde habitara el éxito,
reflejo de un
dolor plagado de esperanzas.[21]
(…)
De
Ory es un personaje distinto, libre en su dolor, que asume su destino de vagar
sin lindes. También se imagina su nostalgia y su capacidad de asombro ante la
belleza del mundo, su ingenuidad infantil que desde niño sólo se ha dedicado a
crear con su imaginación, veo tus ojos
llenos de nada más desear.[22]
Como todos los poetas, de Ory también se mortifica por la posesión de
Llegados
a este punto, creemos conveniente matizar el concepto de belleza. Es normal que la sociedad acepte como bello lo que convencionalmente se considera estético y se ha asimilado así durante siglos. Sin embargo, para el
artista este concepto se amplía de tal manera, que puede incluir incluso lo
considerado antiestético o extravagante. La belleza es más una impresión del
espíritu que se deja conmover por la singularidad de algo externo a él. Nada
más exquisito para entenderlo que el famoso poema de Diario de un poeta recién casado
de Juan Ramón Jiménez, “La negra y la rosa”.
También
hay poemas dedicados a él mismo: su culpabilidad por haberse ido a Madrid a
pesar de la oposición familiar, culpabilidad que no le hará cambiar de
decisión, su vida bohemia (pobreza, relación esporádica con alguna mujer no
deseada), la mezcla incluso con recuerdos de su infancia (el aprendizaje hueco que
recibió en el colegio), etc.
Pero
como poeta de hondos pensamientos, en el libro también aparece una referencia
al dios que le inculcaron (lóbrego, que no abriga), al que hay que seguir más
por miedo que por convencimiento. Con los años, cree en un modelo de santidad
contraria a la que le enseñaron.
Tiene,
asimismo, un recuerdo para Andalucía a la que define como un paraíso en grietas.
Con
este libro, Hernández cierra una primera etapa caracterizada por una
conceptualización suave y por una mezcla de temas íntimos y extrapersonales. Su
estilo se aleja de los vanguardismos y de la experimentación. Nuestro autor
prefiere acogerse a la tradición literaria (Manrique, San Juan de
Lo
que sí supuso un giro hacia su camino a la depuración y a la perfección formal
fue Homo
Loquens (1981) con el que obtuvo el Gran Premio del Centenario del
Círculo de Bellas Artes. El libro, en su conjunto, es más lírico, profundo y
personal que los anteriores; tiene poemas de gran refinamiento sensorial y
estético que lo convierten en uno de los mejores. Su poema “Lo que nace de mí
no tiene orillas” viene recogido en la antología de Fanny Rubio antes citada, libro
con el que sus antólogos inician un recorrido por la poesía española desde
Para
comprender el refinamiento antes aludido, sirva de ejemplo el primer poema en
el que compara las distintas fases de intensidad de la luz en varios momentos
del día con los estados de ánimo del hombre. La tierra no parece la misma
durante el crepúsculo que a mediodía; antes de anochecer transmite su pérdida
de fe. El ser humano también declina a esa hora y le asalta el recuerdo. Somos
(…) la incertidumbre que interroga, y
en la noche la luciérnaga que alumbra más
que un faro.
El tercer poema, formado por versos heptasílabos y tetrasílabos, puede
entenderse como una revelación vital y como una poética. Supone, además, un ejemplo
de desnudez y de esencialidad:
He entendido por fin
que
escribir es amar
sin
amor que te bese.
Comprendo
que la luz
solamente
se enciende
cuando
se va apagando.
He
entendido que el sueño
es
a la vida
como
el misterio al rito.
Y,
por eso, he aceptado
que
no hay que buscar temas
para
hablar
sino
dejar que hablen
nuestras
sombras.[24]
En el
poema “Hay poetas que buscan la mentira” nos habla de la gente y de los poetas
falsos, de los que no se entregan, de los que no muestran la humanidad por
miedo o por vergüenza. Destacamos la belleza de algunos versos que se
acrecienta con el empleo de paralelismos y encabalgamientos:
(…)
Hay
quien habla marchito
de
las cosas
sin
dar su perfume.
Solamente
los ojos
sin
el olor que alumbra;
solamente la boca,
sin
el gesto que habla;[25] (…)
Como
se ha dicho de otros grandes poetas, con este libro, Hernández transforma en
universales unos sentimientos e impresiones personales. Al tema clásico del tempus fugit que plantea al contemplar unas piedras, le da la
vuelta, lo reinterpreta, para concluir que vivir eternamente no proporcionaría
la gloria que un instante proclama;
es decir, no se imagina una vida eterna con tanta intensidad como la que puede
atrapar en un instante.
En un
libro tan espiritual y filosófico no falta el tema del pasado, el cual aborda
en un poema técnicamente muy depurado. El pasado es el saldo de lo nítido, pues ya se ha vivido, pero, también, la casi
seguridad de que el futuro se le puede parecer mucho.
A
continuación, en un ejercicio de alta precisión literaria, se refiere a los
sentidos corporales: vista, oído, tacto,
gusto y olfato, siendo éste último, según el poeta, el que nos descubre el alma
de las personas o de las cosas y el vínculo más fuerte en la memoria de un niño
o de un joven que recuerda su sexualidad
El
poema “Cuando la vida se me desnivele” supone una interesante reflexión sobre
la llegada de la decepción, del abatimiento vital. Le pide a su mujer que cuando
se acerque ese momento no se avergüence de seguir teniendo ganas de vivir, de
mostrar su entusiasmo, pues él desea que la fuerza de ella no se transforme
pues, a pesar de todo, él seguirá trabajando en sus poemas.
Enlazado
con el tema anterior, nos confiesa que para defenderse de los embates del
destino, sólo tiene su corazón. Es tan humano, que está a la intemperie de lo
que la vida le exija (dolor, sacrificio, alegría…), aunque esa generosidad es
el mayor antídoto contra la muerte:
(…)
Y puesto si
así eres
y no víscera
o sangre,
¿quién te
rige
sino la
resistencia a ser ceniza?
Mi corazón, esta respuesta que ama.
Mi impulso
estacionado entre los astros.[26]
El
poema veinticuatro nos recuerda que el ser humano es algo incompleto que puede
captar con la vista un universo que no puede poseer; tema metafísico de gran
tradición literaria:
(…)
Porque si se
abre una puerta
nos regala su
gesto, no su espacio.
Y si miramos
a un niño
su sonrisa nos viste, no su cuerpo.
(…)
(Somos)
esqueletos
medidos por la duda,
arriada deserción de la armonía,
inacabada
hechura de misterio.[27]
Cierra
el libro con un poema sobre la fugacidad de la vida, la inconsistencia de todo,
lo efímero; temas que él sabe actualizar
a pesar de sus reminiscencias clásicas y barrocas:
(…)
no es tan
breve la vida si se agota en un beso.[28]
Este verso es magnífico por su
condensación, porque ha sabido expresar en doce palabras la esperanza de
cualquier ser humano de encontrar en lo efímero lo eterno.
Como
ya señalamos anteriormente, con el libro Diezmo de madrugada, 1981, (Premio
Leonor de Poesía), Hernández se centra en uno de los episodios más dramáticos
de su vida: la prematura muerte de uno de sus hermanos.
Hay
bastantes poemas dedicados a su memoria, pero también intercala otros en los
que analiza la soledad, su relación matrimonial, el presentimiento de la
muerte, el paraíso perdido de la niñez, el desconocimiento de uno mismo, etc.
La
parte elegíaca rememora su figura de varias formas: primero nos sitúa ante el
luctuoso hecho y se nos describe la perplejidad del entonces muy joven A.
Hernández. A través de preguntas retóricas se interroga sobre las posibles
causas que pudo tener el destino para actuar de tan caprichosa manera. El
sentimiento de dolor es tan profundo, que recurre a la hipérbole para dar
cuenta de la dimensión de su herida:
(…)
¿Por qué el
sino arrancó la juventud
si es hoguera
de dioses
y es dios
para acabar tan solamente
cuando en
belleza se derriba el tiempo?
Aquella tarde
envejeció el silencio.[29]
Inevitablemente,
se nos viene a la memoria el parlamento de un padre que tampoco comprendía por
qué la veleidosa Fortuna había truncado la vida de su joven hija siendo él un
anciano que ya había vivido lo suficiente. Nos referimos, claro está, al famoso
planto de Pleberio, al final de la inmortal obra
El poeta con su esposa Mari Luz, su musa.
Seguidamente, el poeta recuerda que su hermano ya desde pequeño no
manifestaba una alegría plena; era como un río que siempre se entregaba, pero
su lumbre era perezosa, por eso él ya entrevió su muerte prematura.
Le
sucede en el poema tercero el momento de la aceptación, de la resignación: le
confiesa su amor y al cabo del tiempo reconoce que todo lo que vive
intensamente muere pronto, como el jazmín.
En el
poema “Nunca hemos sido más” recrea el tema del paraíso perdido de la niñez. La composición sobresale por el uso de
recursos rítmicos y por la estratégica colocación de las palabras que provocan
en el lector los sentimientos contradictorios de alegría por aquellos inocentes
años y de melancolía por la pérdida de todo lo bello.
(…)
Estábamos
allí desprevenidos;
de rubios,
matizados, oferentes,
sin más
espera que la de la vida
mientras que
ya la muerte rodeaba.[30]
A él
no le importa sufrir con el recuerdo porque lo que necesita es retener su
memoria, eternizar la herida, no cicatrizarla.
Cambia
de repente el tono y emplea versos más largos para describirnos algunas
simpáticas escenas de la vida matrimonial, pero ese paréntesis no lo aleja del
tema principal y de nuevo reflexiona sobre las consecuencias de la muerte de su
hermano. Siente que la tristeza que se macera durante años lo conduce a la
hermosura, a la dignidad; entiende mejor la vida, la naturaleza. Éste
constituiría el último momento en el proceso de entender la muerte de su
hermano:
(…)
Ah, la
tristeza.
Por qué será de miel en ocasiones
la
tristeza.
Ahora
lo veo todo
como si hubiera tenido que ocurrir
para
la hermosura.[31]
El
vaivén de las emociones se aprecia visiblemente en su poesía. Tras momentos de
aceptación, días de negro pesimismo que otra vez pueden reconducirlo a la
esperanza. El poema “Pienso en la luz” lo ejemplifica: después de un duro presentimiento
de su propia muerte, el poema se va expandiendo en un intento por calar en el
alma del ser humano. Por medio de preguntas retóricas se plantea un tema tan
antiguo como el hombre, cómo conocerse a sí mismo. Los que han conocido sólo
una faceta de él, ¿se han detenido ahí?, ¿quién lo conoce realmente si él es
una sucesión de inmediateces y cuando cree comprender cómo es cada yo, ya se ha transformado en otro?
(…)
Quien me
viera llorar
tan solo supo
eso, no otra cosa.
Quien vio mi
boca abrirse a la alegría
¿en qué
nombre pensó como campana
de mi gozo?[32]
(…)
Con
tres heridas yo, 1983 (Premio
Miguel Hernández de Poesía), sigue el proceso de estilización comenzado con Homo
Loquens. La palabra es una herramienta de tal precisión y hondura, que
llega a decir en el primer verso del poema séptimo: Contra natura, el verbo; que eso soy.[33] La palabra
explica el mundo, pero también lo inventa, como si de una metarrealidad se
tratara. La primacía del lenguaje fue una constante en muchos poetas a partir
de los años setenta, pero el acierto de Hernández fue no resguardarse sólo en
el formalismo estético, cultista, como hicieron otros, sino mostrarnos la vida
que se ocultaba tras cada palabra.
El
título del libro hace referencia a unos famosos versos de Miguel Hernández: Con tres heridas yo: / la de la vida, la de
la muerte, / la del amor. En él se expresan muchas de sus inquietudes,
insistentes recurrencias, pero analizadas desde la perspectiva de su creciente
experiencia vital y literaria. Tal es el caso del soberbio soneto construido
con antítesis que de nuevo nos habla de su cambiante naturaleza. Él mismo se
sorprende de que su corazón haya podido acompañarlo en tan largo viaje:
Un día la esperanza y otro el miedo.
Un día el dolor y otro la
armonía.
Pasar de la tristeza a la
alegría
como
quien pasa por un puente acedo.
Monte con sol. Y sima. Luz y
enredo.
Lazarillo
de égloga o elegía.
Niño
un día, anciano en otro día,
cometa
al viento, corazón que no he do-
minado
aún por más que bien me asiste
en
su rapto de vértigo o de gozo,
desconocido
con mi misma cara.
Y
siendo así no sé cómo pudiste
acompañarme:
agua de mar y pozo,
arcángel que en demonio derivara.[34]
El
amor, presente ya en su primer libro, aquí se precisa con muchos más matices.
En el poema inaugural llega a decir que si hay amor, el hombre triunfa;
redundando en la idea, en el tercero expresa que Mari Luz cambió su vida y le
hizo sentir el Paraíso. Nos regala, además, una clásica descripción física de
la amada en el cuarto, pero también nos confiesa en el undécimo que hay algo en
él que le impide alcanzar la plenitud, la felicidad. El amor también se
transforma con la llegada de los hijos. Refiriéndose a su hija Violeta, dice:
(…)
Si
se quedara así, si no creciera,
¿qué cosas
temeríamos?[35]
O se decanta por el dolor. Ella se separó de él durante una temporada y
el poeta se volcó en sus libros, aunque se sentía extraño, hasta que volvieron
a encontrarse y él renació a la vida:
(…)
Y
un día, cuando el año era su sombra
y
era diciembre mes y testamento,
volviste
en una calle a tu mirada,
la
que yo percibía entre mi olvido
más
completa que tú.[36]
(…)
Destacamos
el hermoso poema XXVI que habla de la nostalgia, del paraíso perdido y de la imposibilidad
de recuperar la felicidad pasada. El rigor y la sensibilidad se conjugan
armoniosamente. Recuerda la casa de su infancia y lo feliz que fue en ella; sin
embargo, la paradoja es que si pudiera regresar allí, tampoco iba a ser mía como entonces / la casa, aquel
temblor. Porque su destino es:
El destino del hombre que no busca
su
plenitud sino en lo que se escapa.
Le
faltarías tú a aquella casa.
Sin
nuestros hijos no tendría aroma.
Sobraría el
recuerdo en mi tristeza.[37]
Algo frecuente en este poemario es
comenzar algunos poemas como terminaron los inmediatamente anteriores para
producir un efecto de continuidad, de fluidez en el desarrollo. El poema XXIII constituye
una muestra. Cuando era joven e inocente era primavera de Espacio Espacio Espacio. Es una forma muy bella de expresar
que cuando el hombre vive intensamente, no siente los límites de lo creado,
sólo la luz, la esperanza, el renacer continuo, como cuando te quiero, nos dice él.
Si
poesía es “palabra en el tiempo”, como decía A. Machado, la de Hernández es
juego en el tiempo y, a veces, tiempo en estado puro. En el poema XIV la nevada
de un día de abril le hace meditar sobre su futuro; algún día, piensa, se
sentirá así, un anciano con un rapto de
juventud que a través del recuerdo irá a la primavera.
En
1985 publica Compás errante, (Beca a
En el primer apartado, “Visión de un sueño”,
Hernández se sitúa en la noche de los
tiempos para explicarnos que por entonces no existía la voz ni la palabra;
después, surgió el sol y el hombre descubrió lo que era la belleza aunque no
pudiera nombrarla. Progresivamente, éste comenzó a conocer el desconsuelo, el
deseo, la trascendencia, Y apareció el
deseo de ver sol y gritarlo.[38] En
estos poemas del principio usa alejandrinos de rima asonante en los pares y abundan
las esticomitias para ahondar en lo que está describiendo.
Poco
a poco, el hombre va intuyendo lo que es Dios y analiza que mejor habría sido
que Éste no hubiera nacido, porque a partir de entonces consiguió sacarlo todo
de la cabeza para después devolverlo con el rezo al alma, porque esa voz juzga
a cada uno en lo que es y no habría conseguido ser sin ella; y, al final, el
hombre se queda dormido entre las plantas, que puede ser un símbolo de Dios.
Este poema que se llama “Palabra en el destino”, está magníficamente
estructurado en cuatro serventesios de rima asonante y se remata con dos versos
que también riman en asonante con lo anterior. Tiene la particularidad, además,
de que cada estrofa comienza de la misma forma:
Fuera
mejor no haber nacido –dijo
el
hombre- Dios, sin esta voz que abre
el
corazón y lo hace como un río
que es de todos y en todo se reparte.[39]
El sustantivo Dios siempre lo
sitúa en el centro adrede y, a continuación, emplea el encabalgamiento que hace
que destaquen palabras claves en cada estrofa: “abre/ el corazón”, “saca/ de la
cabeza”, “lega/ a cuanto he visto”.
Por
fin, en el poema “Alumbramiento” aparece “la voz con sus motivos” que se convirtió
en un clamor eterno.
El
segundo bloque, “Arribada al cantar”, nos describe la llegada del cante al sur,
(…)
Bandera, al fin y al
cabo, de dolor y arco iris,
de impotencia y de
fuerza en la jaula aireada.[40]
(…)
y la reacción del poeta a medida que lo va conociendo.
Al principio, intentó comprenderlo más con la razón que con el corazón, hasta
que llegó a sentirlo y, con él, le sobrevino la iluminación de lo que era
Andalucía:
(…)
Y mi vida fue el mármol
roto por el temblor.[41]
(…)
Después de aquella noche
bautismal, yacimientos
de corazón poblaron mis
instintos,
(…)”[42]
La
tercera parte, “Apartado gitano”, comienza con el poema “Envío” en el que
describe la seguiriya gitana con diferentes metáforas: un calambrazo, un terco torbellino, una protesta fiera y descomunal,
una encendida y boreal tristeza.
Los
gitanos de antes son los mismos que los de ahora, con los mismos oficios
pasajeros, que esperan nuestro consentimiento para entregarnos su música y su
herencia de siglos. En cualquier territorio ellos siguen una misma ley:
(…)
adolecer al sol, a la noche
estrellada,
a la incontaminada orfandad de los astros.[43]
Pertenecen a cualquier lugar y a ninguno, son huérfanos que siguen la
luna.
En el
“Apartado payo” nos habla de los payos que trabajaban duramente en el campo o
con el martillo. Su destino también era cantor desde una vieja estirpe, y
tantos éstos como los gitanos:
(…)
trenzaron una larga estela de
compases
que era el amor del tiempo.[44]
Los pobres, acostumbrados a soportar con paciencia todo lo que el
destino les deparase, tenían en la paciencia oculta la rebelión que les
llevaría al cante, a “la voz tronante”.
El
“Apartado de la guitarra” es uno de los más literarios. Se suceden las imágenes
para definirla en todos sus contrastes. Los versos finales del poema I son una
buena muestra de lo que acabamos de decir:
(…)
La parte de la fe
que hay en la duda.
La parte del calor
que hay en la lágrima.[45]
A
continuación rinde homenaje a algunos de los más grandes guitarristas flamencos
como: Manuel Parrilla, El Morao, Manolo Sanlúcar (alegría, claridad,
sensualidad), Paco Cepero (ha unido el mar y el campo en su estilo), Paco de
Lucía (su genio lo enmudece todo y trae/
el corazón de Dios para la tribu).
También a los bailaores:
Antonio Gades (miel y dolor trenzados),
Antonio El Bailarín, Mario Maya, Manuela Vargas (amar es suplir la agonía).
Y,
por último, a los cantaores. El “yo”
del cantaor incluye en su sufrimiento
al “nosotros” y expresa cómo se va
arrastrando la muerte / por la vida.
Menciona
a El Lebrijano, a Fernando Terremoto,
Manolo Caracol y a Antonio Mairena, entre otros.
Con Indumentaria (1986), Hernández vuelve a los temas más íntimos. Formalmente
observamos cómo los poemas se abrevian y los versos se hacen más cortos. Es una
vuelta a la esencialidad tras el paréntesis de Compás errante.
Retoma temas como el del mito del
eterno retorno, pero referido a él mismo (hubo un tiempo en que no estaba
centrado, ahora ha vuelto a encontrar su propia identidad):
(…)
Todo gira y se enlaza.
Todo nace en su olvido.
Así
la vida y su deslumbramiento.[46]
Como
experto observador del paso del tiempo y los estigmas que éste suele dejar en
el alma, se plantea en versos endecasílabos sin rima de qué manera la
presencia, a veces irremediable, de los recuerdos del pasado pueden hacer
flaquear las esperanzas en el futuro. Pero
ya comentamos que por muy pesimista que pueda resultar el contenido de algunos
de sus poemas, siempre deja abierta una puerta a la esperanza. Así,
inspirándose en parte en un verso de Quevedo, “¡Ah! de la vida”, acepta que ésta
pueda destruir las ilusiones de una persona (él se refiere a sí mismo cuando de
pequeño el agua del mar destruyó su castillo de arena tras subir la marea),
pero no mata del todo la fe en uno mismo, el destino para el que ha nacido: “Pero quedó el juglar”. Este poema es un
excelente ejemplo, además, de cómo la fuerza lírica puede difuminar la
presencia narrativa.
Tiene,
también, su espacio el amor. El titulado “Poema de amor”, quizás sea el más
breve de todo su poemario. Por su sencillez y simbología es también uno de los
más bellos:
Ninguna gaviota
ha
llegado a mis manos
sin tus alas.[47]
Otro
poema bastante conceptual es el titulado “Para no volver”. A cierta edad la fe
en la vida es mentira porque lo triste no
es ser viejo y vivir, sino ser joven en la memoria.
Incluye también ingeniosos poemas como “Cántaro nuestro” y “Palmera”
que nos recuerdan a algunos de
Plumero grácil
del cielo
del sur.
Si faltas en algún parque
la infancia estará incompleta,
sin su ángel de la guarda
el aire.[48]
No
sólo describe la palmera con esa metáfora, que bien parece una greguería, sino
que nos introduce en el sentimiento lírico, subjetivo, con el que se engrandece
definitivamente la visión. Todos saben que el ingenio sin connotación personal
se reduce a un juego conceptual-verbal que deja frío al lector. Sin embargo,
cuando el poeta nos regala su mirada, vemos de forma novedosa la realidad y nos
llega al corazón. Eso sucede con el poema “Antropolivos” en el que compara a
los viejos olivos con los hombres:
A los más viejos
el tiempo les ha encendido
una luz de pureza
o de cansancio.
Como si fueran hombres
tienen gesto de cruz,
eco de lejanías.
Se parecerían más a ellos mismos
si erraran por el mundo.[49]
La
rabia e impotencia dirigida a Dios que parece divertirse veleidosamente con el
hombre como un niño con una bola en la mano, también aparece en este libro. El
poema al que nos referimos es “A tumba abierta”, ejemplo de contenido
patetismo, pues sólo al final descubrimos la causa de su rabia:
(…)
Un niño ha muerto
y ha dado a luz la sombra.[50]
El contenido nihilista del poema “Nada”, es al mismo tiempo un canto a
la vida. Son muchos los poemas metafísicos que ha escrito el poeta, pero quizás
sea éste uno de los de más lograda intensidad:
Amar,
odiar, sentir,
llevarlo hasta los huesos,
impregnarle su usura
de miedo y de alegría,
inundarle la cal
de besos y de lágrimas,
enllamecer el tuétano
y rasparle el olvido
hasta que la materia
concluida confiese
nuestro origen, su espanto.[51]
Destaca el empleo de infinitivos, dos de ellos con significados antitéticos,
y de sustantivos abstractos que se avienen perfectamente al tema.
Dedica
al final unos poemas a Andalucía, su amor más fiel. Uno de ellos “Alma mater”
resume la esencia de lo andaluz: nuestro estoicismo nos hace seguir vibrando
después de las derrotas; también tenemos palabras dulces para el que nos
humilla. Quizás, dice el poeta, el andaluz capte mejor que nadie la
transitoriedad del hombre en el mundo, por eso su actitud (contraste entre
alegría y pena) es hermosa.
En
1990 publica Lente de agua (I Premio Despeñaperros de Poesía), que aporta
una novedad con respecto a los que llevamos analizados: sin perder el
sentimiento lírico, hay una fuerte presencia de lo épico, de lo narrativo.
Comienza
con “Puente del alba”, auténtico homenaje a España. Panegírico con el que abre
su corazón y confiesa que ama a su país a pesar de sus contradicciones, de sus
errores, atrasos, locura, folklorismo; pero, a pesar también de su genialidad,
como un hijo que hace la vista gorda a los defectos de sus padres.
El
primero en la línea narrativa es: “Almendros de la nieve” que nos sugiere el
tono de un romance tradicional de tema morisco, con gran destreza rítmica
-aunque carezca de rima- y honda sensibilidad. Ante la imposibilidad de
regalarle un paisaje nevado a su amada Fátima, el rey moro de Sevilla
Al-Motamid plantó un sinfín de almendros que tapizaron de nieve los sueños de
su amada. Y en su presente, el poeta le pide a Al-Motamid que lo incite a
sembrar almendros cuando su amor se escapa. No sabemos si es más bella la
historia o la forma de contarla, porque las dos están perfectamente
conjuntadas.
Semilla de la sierra,
Fátima
había sido
una
intención de nieve.
Sus
ojos liminares
contemplaron
la plata
inacuñable
y pulso
de
las aguas nativas.[52]
(…)
Otro
poema narrativo es “Una historia de Arcos”, leyenda de tema amoroso: la hermosa
Zoraida que fue encerrada en
“Historia
de España” nos revela el cambio de percepción que sufrió el poeta desde su
infancia cuando en el colegio le enseñaron las hazañas de los grandes
caballeros cristianos como el duque de Medina Sidonia o el conde de Arcos, y
después descubrió que casi todos ellos luchaban más por sus intereses que por
otras causas. Perdió la fe en ellos. Sólo leyendo a los místicos comprendió que
su patria era más grande que su tierra.
Le
dedica también un poema a Cervantes:
(…)
pues
dio a la vida
la luz que el sol no
tiene ni los astros,
el grande, el infinito
Caballero
de
para salvar sin fecha todo
el género humano,
para
salvarnos de nosotros mismos.[53]
El
último poema,”La caracola”, se refiere al recuerdo de
(…)
Como el amor que ha muerto
y olvidado parece
pero tiembla un mal día.[54]
En
una entrevista concedida al Diario de Cádiz el 29 de abril de
1994, el propio Hernández nos habla de otro de sus grandes libros Sagrada
forma (Premio Jaime Gil de Biedma). A la pregunta del periodista sobre
el significado del libro, el artista responde: “Como dice la contraportada del
libro (…) es un viaje real o imaginario hasta el origen, hasta el mundo como
referencia a una nada que se hace en el hombre resistencia a fin de que no
termine en puro olvido. Hay un interlocutor hipotético, la amada, a la que el
poeta le cuenta en silencio sus sensaciones, su idea de la muerte, etc.,
mientras se va cumpliendo el viaje, hasta llegar al punto de partida. (…)”
Con este libro, el poeta regresa una vez más a su mundo intimista y
elige una austeridad no exenta de ricos y variados matices expresivos como vía
de perfección formal, recursos con los que consigue universalizar su poesía. En
la entrevista antes citada nos aclara: “(…) la universalidad de la poesía no la
da el asunto, sino la forma según se trate el mismo (…)”
Un ejemplo de esta perfección y variedad de matices expresivos son
estos tres versos del cuarto poema:
(…)
existir es clavarse en
una herida
que nos riza y nos mece
y nos recoge
como si niños huérfanos
cantáramos,[55]
(…)
Interesante
también el segundo poema en el que reflexiona sobre las trampas de la libertad y de la inteligencia. La primera, en su caso, sólo le sirve para escribir y
apartarse de la vida pensando sobre el mundo y su origen; es decir, la libertad
para escribir, paradójicamente, le impide vivir con plenitud. Y, la segunda,
porque no sirve para forjar el destino, pero sí
ayuda, en cambio, el instinto.
El poema octavo nos recrea un ambiente de fuertes imágenes oníricas con
gran plasticidad: de noche, cansado, llegan voces a su cabeza como si fueran
espectros alrededor del fuego, que le hablan de la vida, de lo poco que cambia
ésta. Pasado y presente se juntan como si fueran las voces de la inspiración
contra la orfandad del mundo. Usa versos largos y polimétricos.
En el
noveno reaparece otra de sus obsesiones literarias: el paraíso se ensombreció
con la muerte y Dios parecía celoso porque a Él le faltaba para completarse lo
que sólo el hombre poseía: morir de muchas formas:
(…)
Morir de escalofrío,
de un beso, con el mismo
tamaño de la vida,
que es envés de la muerte.[56]
El poema undécimo es bastante largo y
uno de los más interesantes. Usa, como es habitual en él, versos polimétricos y
un vocabulario extenso que persigue el rigor y la claridad, pero que no llega a ser afectado u
oscuro. En él se aprecia el sufrimiento del poeta, un hombre con tanta
sensibilidad que, aunque pasen los años, sabe seguir sintiendo la belleza nueva
y eterna de cada nuevo día, la fragilidad de esa belleza y la inexorabilidad
del paso del tiempo (tema este muy tratado en la historia de la literatura pero
que él ha sabido enriquecer con la originalidad de sus imágenes y la
autenticidad de sus sentimientos; su conceptismo no es postizo, sino que constituye
una vía ética-estética para profundizar en
el dolor de vivir). Aunque la nada y la muerte acechan y acotan todo lo que el poeta mira, y aunque
la desesperanza parece que lo domina al final (él se siente como (…) un garabato/ en esa inmensidad), el
lector sucumbe a la belleza sensorial del poema que hace que se oculte su
nihilismo, como si de una representación del alma andaluza se tratara: pena
honda por dentro, capacidad de admiración, de adaptación, por fuera:
Sé que el día vendrá lleno de orden
en
su azul. Que en la ola de ese canto
por
el que el sol traza los seres
y
la materia inanimada
se
irá pintando un lienzo
en
el que estoy apenas perceptible
como
una palabra entre tantas
de
las que fueron escritas.[57]
(…)
Hondamente espiritual también el duodécimo que nos recuerda por
momentos el genial Hijos de la ira de
Dámaso Alonso. Se dirige a Dios, como en otros que ya hemos analizado, y se
pregunta si la tarea del hombre de intentar comprender los misterios divinos
tiene sentido. Finaliza con un ruego a Él dirigido: que deje al ser humano
disfrutar de la sencillez para que las arrugas sólo surquen el cuerpo y no el alma:
(…)
¿Tiene
sentido que te comprendamos,
Señor
de los misterios?
Sálvanos,
Dios, de nuestra claridad;
danos,
por ella, la belleza sencilla
para que las
arrugas sólo surquen el rostro.[58]
En el
poema decimocuarto le pide al corazón que viva intensamente, pero que su fugacidad construya un nido:
Pero apúrate, apura, corazón,
sé
como leña seca por el fuego,
como
el cometa errante en el espacio,
como
el cante flamenco en la garganta:
una fugacidad
que ha hecho un nido.[59]
Conectado
con este tema, como espectador que viaja en un tren y observa a las personas,
los paisajes… deduce que el tren se convierte en una especie de urna que hace fugaz lo eterno (los
pueblos, los paisajes…) y eterno lo fugaz (la vida en movimiento, el propio
tren…)
Dedica
poemas a la naturaleza: a la luz, al amanecer, al anochecer… Unos son más
sensoriales, otros más abstractos; como, por ejemplo, el número veinte, donde
nos descubre a medida que su palabra va avanzando como el sol en el amanecer,
cómo el alma de las cosas no aparece
hasta que no les toca la luz nueva de cada día.
En el
último poema, el que da título al libro, el poeta se “confiesa”, se libera y es
capaz de tomar la vida aunque sólo sea por un día ahora que ya ha perdido la
pureza.
(…)
en
medio de la tumba y de la luz, es gloria
pensar
que me arrodillo en mi río y con agua
bendita
me persigno, me confieso de toda
ausencia
y, perdonado, tomo la luz, los aires,
el
sol, la brisa, el mar de allí, como quien toma
en
un domingo claro que es orilla de un dios
la eternidad
de un día de la sagrada forma.[60]
Según
el prologuista de Habitación en Arcos, Miguel Galanes, hay temas en este libro
que ya aparecieron en El mar es una tarde con campanas:
“Identificación con la naturaleza-río-conocimiento-amor; preocupación por el
hombre desde su situación más personal; aceptación del origen y pureza de lo
andaluz frente al vacío más folklórico”. Y
más adelante continúa: “(…) las alusiones a la infancia, a la cotidianidad
pasada, más que rememoración de una historia, se presenta en su atractivo
estético desde su equilibrio entre conocimiento y manejo de un lenguaje y de
unas sensaciones propias por ya vividas. Realidad, instantaneidad, magia,
fascinación y contagio retoman su historia más personal hasta convertirla en un
espacio poético siempre presente”.
En el
Diario
de Cádiz de 10 de junio de 1997, el poeta explica en una entrevista el
origen del libro: “Responde a una anécdota, que puede ser ilustrativa: un día
de 1990 me encontré con que algunos de mis amigos arcenses fueron a despertarme
al Hotel El Convento, donde me hospedaba, con la intención de un homenaje
rendido por el propio hotel, consistente en dedicarme una habitación del mismo
sobre
El
libro se divide en cincos cantos. En el primero, el poeta vuelve al pasado y su
tierra natal le da fuerza moral para no sentirse derrotado; aunque no deje
escapar la oportunidad de sincerarse con su acostumbrada desnudez:
(…)
De
esa manera amo, tan tajante, y sin caricia,
o
con la caricia sin tacto de Tántalo ofrecido.
Si
puedo ver mi tierra, nunca sufrí derrota.[61]
(…)
Reconoce
que le emociona volver a ese pasado, pese a que también encontrará dolor. Por
sus calles fue niño y le visitó la muerte, pero no era aún su momento. Refiere
que habría sido invulnerable si no hubiera sido porque siendo joven asistió a
la muerte de seres queridos (somos las
personas que amamos, dice). Sufrió mucho, se desilusionó. Ahora que
recuerda, recrea y anota su pasado, siente como un poder sus años.
Nombra
y recuerda a miembros de su familia. Y todos los temas los va engarzando con
insólita fluidez, para concluir que la poesía lo ayuda a olvidar que soy sombra que anidará en cenizas, y
que la ficción no es menos verdad que la realidad, verdad es la ilusión.
En el
segundo canto, el recuerdo de su casa, de su padre y de su madre, de los
negocios familiares… le hace reflexionar sobre las contradicciones de la vida,
la emoción ante el espectáculo de la belleza, la transitoriedad de lo creado o la
perennidad de Arcos, lo único permanente.
Estos
versos son, asimismo, el reflejo de su capacidad para unir lo conceptual y lo
sensorial, lo emocional y la expresión más refinada de lo espiritual; pero
también manifiestan su maestría en conducirnos de lo cercano, local, concreto,
a los parajes de lo genérico y universal.
Para
referirse a su pueblo nos dice:
(…)
Nadie
fue igual tras verte
ni
volvió a ser lo mismo después de que te viera
y
en un segundo alzara su vida como alzas
tu
portento en el aire y desde el aire sigues
enjoyando
la tierra. [62]
(…)
En el
tercer canto nos sitúa en su infancia, su adolescencia y su primer amor. Nos
confiesa que llegó a no amar a Dios después de las desgracias familiares,
aunque más tarde volvió a descubrirlo de forma panteísta de la mano de Mari
Luz:
(…)
Se
llenó de razón el universo,
Dios
sintió su existencia lo mismo que la siente
si
oye un sollozo, si oye
la
temblorosa voz de una caricia.
Y
yo lo vi mecerse elemental y humano
en la luz de
aquel beso que tremaba.[63]
El cuarto se lo dedica a sus amigos.
Le alegra compartir la gloria con
ellos.
(…)
Los
vi con los amigos
que
ayer vinieron jóvenes
a
vendarme de amor, de adolescencia,
y que irán a
fundirse conmigo, en ti, con ellos,[64]
(…)
El quinto canto empieza de la misma forma que el principio del libro,
una estructura circular que nos recuerda que todo está unido formal y
temáticamente.
De
nuevo se dirige a Arcos y nota cómo ha pasado el tiempo, de un tiempo que fue oro / y es calderilla, pero emocionada. A
continuación, se autodescribe en su adolescencia:
(…)
Yo
era en mi adolescencia
álamo
de temblor, esperando el prodigio,
esperando
las alas, esperando la boca
del
viento que viniera a soplarme.[65]
(…)
Y juega con las contradicciones para profundizar en su autoanálisis:
(…)
Soy
lo que soy y no fui,
lo
que tuve y no tuve pero quise tener,[66]
(…)
Y
algo que soy y que no soy,
eso
vago y preciso que se mueve en el sueño,
no
el sueño que es deseo y avidez,
que
es esperanza y no sucede nunca,
el
que es subconsciencia iluminada[67]
(…)
Antonio
Hernández publica A palo seco en 2007, hasta ahora su último libro de poesía.
Para los que hemos seguido su trayectoria poética, éste representa todas las
excelencias de la mejor poesía. Es, sin duda, un libro que llega al alma por su
sinceridad sin afectación, por mostrar tan al desnudo y, duramente a veces,
muchas de las debilidades del ser humano, por su inconformismo, por aceptar la
contradicción como parte integrante de la esencia humana y porque su lenguaje
ha alcanzado la madurez, la depuración plena.
Los
primeros poemas, coincidentes con su estado depresivo,[68] son
los más pesimistas, pero también de los más lúcidos que ha escrito. En ellos se
aprecian más que nunca los efectos
devastadores del paso del tiempo: la llegada casi imperceptible de la vejez y
de las enfermedades, la pérdida de fe en los valores de siempre, la
desconfianza, la soledad, la decrepitud. Lo que no ha cambiado en él es la
fuerza de sus palabras, su pureza y autenticidad.
El
primero, titulado “Fugacidades”, nos relata las principales etapas de su vida:
primero el amor, a continuación el momento de la razón, de los libros, en
tercer lugar la procreación de los hijos y, en último lugar, el reconocimiento,
los homenajes. Sin embargo, todo,
inmisericorde, un centelleo.[69]
Algunos versos del segundo poema comienzan con un paralelismo: Loado sea Dios que hizo la luna (…) Loado
sea Dios que hizo las nubes (…) Loado sea Dios que hizo el fuego que le
confieren un tono de oración, de plegaria; pero, al final, aunque él admire
sinceramente todo lo creado, concluye:
(…)
Loado
sea por siempre y alabado
aunque
no le podamos perdonar
tanto y tanto
dolor.[70]
El
tema de Dios lo ha tratado de formas diferentes: unas, identificándolo con la
belleza del universo (panteísmo); otras, con el amor; pero también le ha
dirigido al Pan Creator reproches por
sus caprichos, por su envidia. “Los dioses abismados” es un ejemplo. Dios
inventa personas geniales en su arte (Kafka, Pessoa, Celan), pero después los
enloquece para que no se crean que pueden competir con Él:
(…)
les
da sus nubes para que volemos.
Pero
al final los vuelve locos, locos
para que no
se crean sus vecinos.[71]
El
poema “La soledad” también es un excelente ejemplo de su estado de ánimo en
esta etapa. Según el poeta, la soledad es el prólogo de la muerte al final de
la vida, porque ya nadie te va a salvar. El recuerdo del pasado, en lugar de
redimirte, es una rémora que te hunde más en los infiernos. Hay que aprender a
ir estando solo y, aunque la receta del suicidio que propone Camus suponga una
salida, él quiere pensar más constructivamente y creer que la soledad puede ser
una excelente purga del espíritu: el
último monólogo de la sinceridad, aunque es triste abrir la ventana y
sentir aún escalofrío ante la belleza de
la vida:
(…)
La
cuenta atrás, en fin, noviembre y diciembre juntos.
Y
un ligero escalofrío si abres la ventana
y miras el
paisaje sin corazón de resignado.[72]
En “Senectud” continúa con esa dureza en la expresión de sus ideas,
como si estuviera hablando consigo mismo y nadie lo fuera a leer. Opina que,
aunque la vida castigue siempre, se sufre más con la indefensión de la vejez. A
esa edad parece que el corazón bombea más recuerdos que sangre, y eso es como
vivir entre los muertos. La mejor forma de morir es alejándose de la memoria.
(…)
Sólo
queda ir muriendo
con
dignidad, sin memoria.
Pues vive
entre los muertos quien de recuerdos vive.[73]
Y en
“Una edad que ya no trae abril” el poeta parece estar hablando con un
hipotético interlocutor al que le abre su corazón sin eufemismos. A la pregunta
inicial ¿qué tengo ahora? responde
que posee dinero pero no puede beber ni comer lo que quiere, cuatro
enfermedades crónicas, una edad que ya no
trae abril, una mujer que vive del recuerdo de lo que lo amó, dos hijos que
no lo quieren como necesita (especialmente su ego), el corazón en la cabeza, el espíritu en la opinión de los
demás…
(…)
¿Mi
ego de trombón? ¿Que soy rico…? Y, sin embargo,
recuerdo
que fui generoso
y
no por eso perdí cuanto me amaba.
Tan generoso
como el mar, que nos permite mirarlo.[74]
El
avecinamiento de la vejez, también trae una presencia
cruel, la de todas las cosas que no se tuvieron en la vida y perseguirán
hasta la muerte, esas promesas que incumplió la vida y que
cuando uno es joven cree que podrá realizar.
En
los versos finales de “Decrepitudes”, asistimos a uno de esos episodios de
intensa lucidez que tanto menudean en el libro:
(…)
Sino
porque el honor es una mota
apenas
perceptible en el recuerdo
arrugado,
porque ya tengo un precio,
porque
antes no olvidaba una promesa.
Y porque por
mis venas corre sangre y no amor.[75]
El último verso resume toda una filosofía vital, pues, en efecto, el
amor se asocia con la energía, con las ganas de sentir la vida en todas sus
facetas, y cuando desaparece esa magia, el ser humano desciende el primer
escalón hacia la vejez. Obsérvese el énfasis conseguido mediante la repetición
de la conjunción porque.
Sin
embargo, de vez en cuando aún se le presenta la belleza juvenil aunque se
exprese frágilmente, y como con su experiencia ya conoce el precio de esa
visión, la deja pasar para que no lo hiera demasiado.
(…)
Y
la dejo pasar en su frescura
arrogante,
su bálsamo sabido,
veneno,
bótox, homeopatía
del
corazón escarmentado.
Puesto si
resucita es dando muerte.[76]
El poema que le da título al libro, “A palo seco”, vuelve a uno de sus
temas recurrentes: Dios. En este caso, como representante de cualquier ser
humano, él lo invita a que beba (viva) en su compañía, porque quizás así sufra
por una vez y se entere del dolor que significa ser hombre a palo seco; y después de
beber, que pague la cuenta.
Bebe, bebe conmigo. / Ya sé que aguantas más,
que eres invencible, / bebe hasta destrozarme,
pero quizás consiga / en este mano a
mano
que aprendas de los hombres / que
sin piedad creaste;
sufras por una vez, / al sabor de la
pena,
lo bello y lo terrible / de tus
experimentos.
Bebe y
paga la cuenta.[77]
Nunca
se sabe cuándo un hombre deja de ser niño. El poeta confiesa, por el contrario,
que él sí se percató: sucedió cuando el médico le dijo que padecía cuatro
enfermedades de distinta gravedad y le arrebató de golpe la esperanza:
(…)
Y
no fue lo peor
el
cáncer, la diabetes,
la
hipertensión, el asma…
sino
que un niño había
muerto
de un tajo súbito[78]
(…)
Le
dedica también un poema, “Poeta en cruz”, a su amigo tan injustamente tratado
en Arcos, Julio Mariscal (natural de la misma localidad):
A él también le escupieron
sin
mojarle la cara.
La
espalda le azotaron
sin
dejarle señales.
No
le manó la sangre
al
uncirlo al madero
(…)
Pero
sí dijo: “Pueblo mío,
¿por
qué me abandonaste?
(…) [79]
El
poema “La madre de todas las erratas” es una muestra de cómo la tradición
literaria vuelve a ser reinterpretada por otros poetas y se producen hallazgos
como éste. En esta ocasión, basándose en unos famosos versos de Antonio Machado
(Proverbios y cantares, XXIX),
escribe:
Las huellas, no los zapatos;
el
verbo ser, no el estar:
caminante,
no hay camino…
se hace
camino el andar.[80]
En la poética machadiana el camino
es símbolo de la vida que se va haciendo día a día (se hace camino al andar); es decir, tiene una visión
existencialista. Pero Hernández le otorga el mayor protagonismo a la esencia (la huella, el ser, el andar).
“Eutanasia”
también ejemplifica el equilibrio entre sencillez expresiva y profundidad
filosófica:
Procura que no sea
la
muerte
quien
te quiera.
Procura
no encontrártela
de
siega.
Y
si llega,
procura no
entretenerla.[81]
Los
poemas finales son más positivos, encierran más fuerza vital; uno de éstos es
“Contra Parménides”, construido con paralelismos y anáfora de la preposición
“contra”:
Contra sensatez, belleza.
Contra
sosiego, pasión.
Contra
cárcel, libertad.
Contra
la noche, la estrella.
Contra
quietud, movimiento.
Contra
castidad, amor.
Luzbel contra
los arcángeles.[82]
Es un poema en el que no se utiliza ni un solo verbo y, no obstante, la
impresión de movimiento, de acción, está bastante lograda gracias al contenido
semántico de la preposición, y a las continuas antítesis de los sustantivos.
En
conjunto, el libro retoma los temas que desde muy joven le obsesionaron, pero
su franqueza moral y el asentamiento definitivo de un estilo basado en el
descubrimiento de nuevos matices expresivos surgidos de la colocación especial
de las palabras, de un léxico personal y del rechazo de la retórica innecesaria
o de los coloquialismos y giros snobs, lo convierten en una de las voces
poéticas más importantes en lengua española de la actualidad.
Recientemente
ha sido galardonado con dos nuevos premios: Premio Andalucía
Entrevista realizada al poeta Antonio Hernández
(14 de
agosto de 2008)
P.: En una nota aclaratoria al principio de su último
libro de poesía, A palo seco, usted
confiesa que los poemas de éste “jalonan la evolución de una enfermedad
depresiva” y que se aprecia el cambio de ánimo a medida que el poemario avanza.
Asimismo, nos dice que estuvo siete años sin escribir y que una de las personas
que lo ayudó a superar la enfermedad fue su amigo Javier Reverte. ¿Cómo se
encuentra en la actualidad? ¿En qué medida la poesía ha sido uno de los motores
de su recuperación?
R.: En principio, lo que uno quiere recuperar es
la salud, y al sentirte mejor físicamente es cuando te entran ganas de
escribir. Yo no creo que la poesía sirva de medicina, y, en todo caso, servirá
para una mejor convalecencia, porque cuando uno está enfermo, se tiene una
experiencia que puede servir como tal, pero después hay que sublimarla y es
cuando surge la poesía.
P.: El libro se abre con una cita del escritor francés
Andrè Gide que dice: “Sólo los necios no se contradicen” y, verdaderamente, ése
ha sido uno de sus temas más recurrentes desde la publicación de El mar es una tarde con campanas. ¿Ayuda
la contradicción a mantener más joven y alerta el espíritu de un artista?
R.: El mundo está lleno de contradicciones y
esas experiencias son piedras de toque para el alto conocimiento que se
pretende al escribir poesía. En un segundo término, lo que se quiere es
transmitir esa sensación universalizándola; en este sentido viene a ser como un
partido de tenis con un solo jugador que se desdobla en las dos personas que
llevamos dentro. El resultado del partido dependerá también de qué aceptación
tenga en otra tercera persona que es quien lee. Y dado todo esto, la
contradicción es el motor o el revulsivo que hace del poema una manera de
participación colectiva, en donde entra en juego la gustativa de un tercer
elemento, lo cual añade otra opinión y así hasta el infinito en cuanto al
asunto de las contradicciones. Sin ellas no es posible el movimiento, y, en
consecuencia, el progreso ético-estético.
P.: ¿Se considera usted más poeta que narrador,
ensayista o articulista?
R.: Me gustaría considerarme más poeta, pero la
poesía es un don y lo otro es literatura que puede conseguirse con un
aprendizaje adecuado, siempre que exista una dotación natural mínima. Lo que
soy es escritor, porque mientras que la poesía acude cuando a ella le da la
gana, la narrativa o el articulismo se pueden hacer siempre con más o menos
fortuna. Yo, como decía alguien que no recuerdo, siempre espero que si viene la
inspiración me coja trabajando. A este respecto, Rubén Darío decía aquello de
que “cuando dé a luz una musa, procura tener a las ocho restantes embarazadas”.
Picasso decía lo de “yo no busco, encuentro”, y Baudelaire que “sin prisa pero
sin pausa, como las estrellas”. Así, que lo importante puede ser la voluntad de
estilo y el sentido de profesionalidad; es decir, la vocación atendida.
P.: La mayoría de los críticos consideran que usted no
pertenece a ninguna corriente ni movimiento poético en particular porque su voz
es muy personal y está al margen de las modas. ¿Cómo describiría usted su
originalidad? ¿Cuál cree que ha sido y está siendo su principal aportación a la
poesía?
R.: La originalidad muchas veces es una forma de
copiar artera y astutamente a grandes autores olvidados. Yo me nutro de todos,
y de ese eclecticismo puede que surja una voz diferente. Lo importante en
poesía, además de la sustancia, es el tono, y en la conjunción de ambos está la
originalidad.
En
cuanto a lo de mi aportación a la poesía, me parece que es poca, entre otras
cosas porque no se me lee; y, en todo caso, porque está inscrita de una manera
muy clara en el árbol de la tradición. Los experimentos, con gaseosa, aunque
digan que soy un tipo raro.
Se ha
señalado como una característica muy mía la autenticidad, algo que supongo que
tiene que ver con una cuestión de orden moral: llamarle a las cosas por su
nombre poético; o sea, poniéndole una guinda a la tristeza, o, como decía
Fernández Andrada, una cosa no muy común, “igualar con la vida el pensamiento”
o viceversa.
P.: ¿Cómo ve el momento actual de la poesía española?
R.: Me parece, con las excepciones de rigor,
falsa, postiza y que no atiende el objetivo primordial de toda obra de arte: la
emoción.
En
cuanto a la masificación clónica que ha sufrido hasta hace poco, tengo la
impresión de que los nuevos poetas se han cansado de tanta “poesía de la experiencia”
plana y sin hondura y que ahora se diversifica a la búsqueda de voces
personales que, al fin y al cabo, son las que importan.
P.: Usted nació en Arcos de
R.: Todo es cierto, pero la cuestión ya ha sido
saldada. En mi pueblo se me ha reconocido incluso más allá de lo que mi
carácter tímido desea. Aparte de esa timidez, cuenta en mayor medida lo
supersticioso que soy: cuando a alguien le dedican
Lo
que siempre me gustó mucho fue el detalle que tuvieron unos hosteleros de Arcos
que iniciaron el “rosario de homenajes”. Un día me citaron en el hotel El
Convento, me dieron una comida, cogimos la borrachera, y, finalmente, descubrieron
una placa en la puerta de una habitación, la que lleva mi nombre; de ahí, el
título de mi libro Habitación en Arcos.
P.: Madrid le supuso el contacto con muchos poetas y
artistas de la época; pasado el tiempo, ¿hace una lectura positiva de aquella
experiencia?
R.: Totalmente positiva porque tuve la suerte de
ser tertuliano y discípulo de Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti y
Luis Rosales; sobre todo, de éste último que fue un gran amigo mío. En cierta
ocasión, José María Valverde me dijo que en tres sesiones con Luis Rosales
había aprendido más que en los cinco años de carrera. Esto puede ser un poco
exagerado, pero lo que sí puedo asegurar con toda precisión es que lo que yo
sepa me viene más de las tertulias con ellos que de las aulas universitarias, y
de otras amistades entre las que no puedo dejar de recordar a mis compadres
Luis Berenguer y Claudio Rodríguez; el primero de ellos, el mejor novelista
gaditano desde mi punto de vista, y el segundo, el mejor poeta español desde
P.: En algunos de sus poemas se aprecia una visión de
la capital de España como ciudad deshumanizada y hostil que fomenta su
nostalgia del sur. ¿Sigue manteniendo esa percepción?
R.: Madrid puede que no sea una ciudad muy
humanizada, pero es porque cada uno va a lo suyo y no te piden cuentas. En ese
sentido es muy hospitalaria, y, además, ofrece, culturalmente hablando, todo lo
que un escritor necesita. Lo que ocurre es que, como decía Antonio Machado, “se
canta lo que se pierde”, y yo perdí el paraíso que, dicho sea de paso, ha sido
durante mucho tiempo el “paraíso en ruinas”, sobre todo, culturalmente
hablando. Ahora parece que la cosa mejora porque empezamos a tener notables
editoriales andaluzas y cosas por el estilo que estimulan la creación.
P.: ¿Qué cambios más significativos observa en
Andalucía desde que escribió libros como Donde
da la luz (1978), Compás errante (1985),
Indumentaria (1986) o incluso Sagrada Forma (1995)?
R.: Pues eso que acabo de decirte y que la gente
se mete menos en las cosas de los demás; o sea, que es más tolerante, más
permisiva y está más capacitada para entender cosas que antes eran tabúes.
Pero, por otro lado, el progreso en general es evidente, lo que puede estar
producido por la situación política y también, por el paso del tiempo que suele
influir positivamente en el desarrollo de un pueblo.
El poeta junto a Eduardo Ruiz Butrón y al escritor
asidonense Ramón Pérez Montero, el día de la entrevista.
Agradecimientos:
Nuestro
más sincero agradecimiento al poeta y a su esposa Mari Luz por su gentileza y
hospitalidad al recibirnos en su casa gaditana el día de la entrevista.
Asimismo,
agradecer también a la bibliotecaria de
Bibliografía:
Antonio Hernández, El
mar es una tarde con campanas, Puerta
del Mar, Málaga, 2001.
Antonio Hernández, Oveja
negra, Biblioteca Nueva, Madrid, 1969.
Antonio Hernández, Donde
da la luz, Colección Melibea, Talavera de
Antonio Hernández, Metaory,
Mare Nostrum, Madrid, 1979.
Antonio Hernández, Homo
Loquens, Ayuso, Madrid, 1981.
Antonio Hernández, Diezmo
de madrugada, Diputación Provincial de Soria, 1981.
Antonio Hernández, Con
tres heridas yo, Ayuso, Madrid, 1983.
Antonio Hernández, Compás
errante, Orígenes, Madrid, 1985.
Antonio Hernández, Indumentaria,
El Conservatoio ediciones, 1986.
Antonio Hernández, Lente
de agua, Visor, Madrid, 1990.
Antonio Hernández, Sagrada
Forma, Visor, Madrid, 1994.
Antonio Hernández, Habitación
en Arcos, Ediciones Libertarias Prodhufi, Madrid, 1997.
Antonio Hernández, A
palo seco, RD Editores, Madrid, 2007.
Fanny Rubio y José Luis Falcó, Poesía española contemporánea (1939-1980), Alhambra, Madrid, 1981.
[1] Antonio Hernández, El
mar es una tarde con campanas, Puerta
del Mar, Málaga, 2001 (pp. 15-16)
[2] Ibid., pág. 27.
[3] Ibid., pág. 28.
[4] Ibid., pág. 31.
[5] Ibid., pág. 31.
[6] Ibid., pág. 46.
[7] Ibid., pág. 57.
[8] Ibid., pág. 43.
[9] Ibid., pág. 75.
[10] Antonio Hernández, Oveja negra, Biblioteca Nueva, Madrid, 1969, pag.9.
[11] Ibid., pág. 19.
[12] Ibid., pág. 21.
[13] Ibid., pág. 22.
[14] Ibid., pág. 23.
[15] Ibid., pág. 37.
[16] Antonio Hernández, Donde
da la luz, Colección Melibea, Talavera de
[17] Ibid., pág. 20.
[18] Ibid., pág. 26.
[19] Ibid., pág.31
[20] Ibid., pág. 36.
[21] Antonio Hernández, Metaory,
Mare Nostrum, Madrid, 1979, pág. 11.
[22] Ibid., pág. 14
[23] Ibid., pág. 16.
[24] Antonio Hernández, Homo Loquens, Ayuso, Madrid, 1981, pág. 17.
[25] Ibid., pág. 18
[26] Ibid., pág. 49.
[27] Ibid., pp. 50-51.
[28] Ibid., pág. 52.
[29] Antonio Hernández, Diezmo
de madrugada, Diputación Provincial de Soria, 1981, pág. 9.
[30] Ibid., pág. 19.
[31] Ibid., pág. 49.
[32] Ibid., pág. 66.
[33] Antonio Hernández, Con
tres heridas yo, Ayuso, Madrid, 1983, pág. 21.
[34] Ibid., pág. 24.
[35] Ibid., pág. 27.
[36] Ibid., pág. 31.
[37] Ibid., pp. 48-49.
[38] Antonio Hernández, Compás errante, Orígenes, Madrid, 1985, pág. 11.
[39] Ibid., pág. 12.
[40] Ibid., pág. 17
[41] Ibid., pág. 18.
[42] Ibid., pág. 19.
[43] Ibid., pág. 37.
[44] Ibid., pág. 43.
[45] Ibid., pág. 52.
[46] Antonio Hernández, Indumentaria, El Conservatoio ediciones, 1986, pág. 9.
[47] Ibid., pág. 16.
[48] Ibid., pág. 25.
[49] Ibid., pág. 26.
[50] Ibid., pág. 29.
[51] Ibid., pág. 32.
[52] Antonio Hernández, Lente de agua, Visor, Madrid, 1990, pag. 15.
[53] Ibid., pág. 30.
[54] Ibid., pág. 44.
[55] Antonio Hernández, Sagrada Forma, Visor, Madrid, 1994, pag. 16.
[56] Ibid., pág. 26.
[57] Ibid., pág. 29.
[58] Ibid., pág. 33.
[59] Ibid., pág. 36.
[60] Ibid., pág. 49.
[61] Antonio Hernández, Habitación
en Arcos, Ediciones Libertarias Prodhufi, Madrid, 1997, pág. 18.
[62] Ibid., pág. 34.
[63] Ibid., pág. 42.
[64] Ibid., pág. 50.
[65] Ibid., pp. 52-53.
[66] Ibid., pág. 53.
[67] Ibid., pág. 54.
[68] En la entrevista que a continuación reproduciremos, él
mismo nos hablará de su enfermedad y de cómo ha conseguido ir superándola.
[69] Antonio Hernández, A
palo seco, RD Editores, Madrid, 2007, pág. 13.
[70] Ibid., pág. 15.
[71] Ibid., pág. 17.
[72] Ibid., pág. 22.
[73] Ibid., pág. 23.
[74] Ibid., pág. 26.
[75] Ibid., pág. 39.
[76] Ibid., pp. 45-46.
[77] Ibid., pág. 57.
[78] Ibid., pág. 60.
[79] Ibid., pág. 79.
[80] Ibid., pág. 103.
[81] Ibid., pág. 115.
[82] Ibid., pág. 143.
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