PINTURA GUADALUPANA EN
MEDINA SIDONIA (CÁDIZ)
Patricia
Barea Azcón[1]
La existencia de dos pinturas de la
Virgen de Guadalupe de México en Medina Sidonia da fe de las relaciones
mantenidas entre esta localidad y el virreinato de la Nueva España durante la
época colonial y plantea una serie de cuestiones que merecen ser analizadas
detenidamente.[2]
La relación que se estableció entre
Andalucía y América tras la Conquista fue bastante estrecha y afectó a varios ámbitos.
Las provincias andaluzas más occidentales como Sevilla y Cádiz, en base a su
calidad de puertos de Indias, participaron activamente en la empresa americana.
Esta circunstancia tuvo consecuencias de diversa índole para esos municipios.
Desde los primeros momentos se
regularizó el paso de andaluces al Nuevo Mundo. En la gaditana comarca de la
Janda, los mayores índices de emigración a América se alcanzaron sobretodo
entre la segunda mitad del siglo XVI y el primer cuarto del siglo XVII. En el
siglo XVIII experimentó una prosperidad que redujo la necesidad de emigrar. El
destino más frecuente fue Nueva España, al igual que en el resto de Andalucía.
Medina Sidonia aportó un 7% de los emigrantes, una cifra nada desdeñable. En la
mayoría de los casos eran hombres solos cuya familia en muchas ocasiones se
reunía con él más adelante. Fuentes documentales conservadas en el Archivo de
Indias de Sevilla como los Catálogos de Pasajeros a Indias, los Autos de Bienes
de Difuntos o las múltiples cartas personales enviadas desde el virreinato testimonian
la estrecha conexión de ambos territorios.
Carta de un asidonense desde México[3]
Medina Sidonia,
como otros muchos municipios de la zona, se vio beneficiada por el protagonismo
que ostentó Cádiz en la empresa americana y el comercio trasatlántico. Desde
finales del siglo XV, Cádiz era uno de los principales puertos españoles junto
con Sevilla, Sanlúcar de Barrameda y el Puerto de Santa María. Ya desde el
siglo XVI, debido a su tradición marina y excelentes condiciones estratégicas,
jugó un papel relevante en el tráfico americano.[4] En
1535 se instituyó el Juzgado de Indias, y poco después dos reales cédulas
decretaron que no era obligatorio el retorno a Sevilla. En 1680, Cádiz era el
foco principal de la Carrera de Indias. Con el traslado de la Casa de la
Contratación de Sevilla a Cádiz en 1717,[5] su
comercio se intensificó aún más, lo que le reportó innumerables prerrogativas. En
1769, con la restitución de su <Tabla de Indias y tercio de toneladas>,
se reconoció a su puerto como el verdadero centro neurálgico del comercio
americano. Cádiz pasó entonces de ser un antepuerto complementario al de
Sevilla, a sustituirla como capital de la Carrera de Indias. Se produjo un
crecimiento físico, acompañado de una gran afluencia de riquezas y un importante
movimiento portuario.[6] El
estado trató de convertirla en la principal base naval española, realizando
obras y tareas de fortificación en varios puntos de la bahía.
Sus vínculos con
América fueron constantes desde los primeros momentos. La procedencia
geográfica de los Cargadores a Indias correspondía a Cádiz en un alto
porcentaje. El segundo viaje de Colón, que exigía un puerto más amplio y mejor
dotado que el de Palos, partió desde el de Cádiz. Pero fue su intensa actividad
comercial el aspecto que más trascendente de sus relaciones con el Nuevo Mundo.
Entre 1561 y 1778 existió un sistema de tráfico perfectamente organizado por el
gobierno con el fin de mantener el monopolio. Se establecieron dos flotas
anuales, la de Nueva España y la de Tierra Firme, que se encontraban en el
puerto de La Habana para regresar juntas.
Actualmente son
muchas las huellas que permanecen en Cádiz de su pasado indiano. Edificios
religiosos como la Catedral, el Oratorio de San Felipe Neri, el Convento de
Santo Domingo o el de Nuestra Señora del Rosario y civiles como la Casa de la
Contratación, la Aduana, la Casa del Juez de Indias, el Consulado de Cargadores
a Indias. También la Casa Fragela, institución fundada por el comerciante Juan
Clat Fragela y la Casa del Almirante, propiedad del almirante de la Flota de
Nueva España don Ignacio de Barrios, poseen innegables connotaciones
americanistas. Un amplio número de personajes mantuvieron vínculos con América
y especialmente con el virreinato de la Nueva España. Muchos de ellos fueron
responsables de la llegada de pinturas novohispanas, en su gran mayoría de la
Virgen de Guadalupe.
Antes de referirnos a ellas es
importante reseñar el origen y la desmedida difusión de este culto en el
virreinato. A la llegada de los españoles, la creación artística estaba en
manos de los indígenas. Las distintas órdenes religiosas introdujeron las
técnicas y temáticas españolas a través de estampas y grabados traídos de
Europa, con un fin prioritariamente evangelizador. En un primer momento la pintura
se circunscribió a los muros conventuales y era trasmitida a los indios en
escuelas anexas a los conventos. La llegada de obras y artistas europeos a
partir de finales del siglo XVI constituyó el primer referente estético
foráneo. La situación derivó en la creación de gremios de pintores con el fin
de reglamentar la actividad artística, erradicar la competencia indígena y los
problemas derivados de la tutela de la Iglesia.
La cuestión iconográfica adquirió una
relevancia especial en el virreinato. En una sociedad en la que convivían
indios, españoles y criollos era necesario establecer un lenguaje común y de
fácil comprensión. La Iglesia y el Estado utilizaron las imágenes para llevar a
cabo sus estrategias colonizadoras. Como consecuencia, durante los siglos XVII
y XVIII el virreinato se llenó de ellas. Para el historiador Serge Gruzinski,
“la historia de Nueva España parece ordenarse entorno a una trama de
acontecimientos cuyo núcleo está ocupado por la imagen religiosa”.[7] Las
iconografías representadas eran las vigentes en la Península, con un claro
mensaje piadoso: Cristos, santos, vírgenes, escenas bíblicas… un amplio
repertorio regido por los principios estéticos contrarreformistas y
estrictamente supervisado por la Inquisición.
No fue hasta el siglo XVII cuando surgió
una escuela de pintura propiamente novohispana que difundía una serie de
iconografías nativas del virreinato. La mayoría ensalzaban advocaciones
relacionadas con sucesos milagrosos en los que había intervenido un indio como
San Miguel del Milagro, el Cristo de Chalma, la Virgen de Ocotlán, el Cristo
del Cardonal, la Virgen de la Macana… Entre todas ellas, la Virgen de Guadalupe
ocupó un lugar preeminente.[8]
Aunque tomó el nombre de su homónima
extremeña, puede considerarse una advocación totalmente novohispana. Una
antigua leyenda presuntamente escrita por el indio Antonio Valeriano y
denominada <Nicam Mopohua> (aquí se narra) cuenta como en 1531 la Virgen
se le apareció a un indio recién bautizado llamado Juan Diego, en las afueras
de la ciudad de México. Cuando le pidió que fuera a ver al arzobispo fray Juan
de Zumárraga y le solicitara la construcción de un santuario en su honor, el
arzobispo desoyó su ruego. La Virgen le dijo entonces al indio que recogiera
rosas con su ayate (túnica) y se las llevara. Al desplegarlo en su presencia,
había obrado el milagro de dejar impresa su imagen en él. Este hecho, conocido
como el Milagro de las Rosas, dio origen al culto guadalupano en Nueva España.[9]
Con la Virgen de Guadalupe, debido a sus
connotaciones tanto españolas como americanas, se identificaban todas las
castas del virreinato. Su condición milagrosa y el que hubiera sido un indio el
elegido como intermediario reforzaban su carácter popular. No tardó en triunfar
sobre el resto de las advocaciones, y la devoción guadalupana, alentada por la
literatura criolla, se extendió a todos los rincones del virreinato. Durante el
siglo XVII los franciscanos fueron sus principales difusores, mientras que en
el XVIII esta labor recayó en los jesuitas. En palabras de Francisco de
Florencia, “No se hallará en todo el reino, iglesia, capilla, casa ni choza de
español ni indio, en que no se vean y adoren imágenes de Nuestra Señora de
Guadalupe”.[10] Pero el significado de la
Virgen de Guadalupe fue mucho más allá del religioso, pues encarnó la búsqueda
de la identidad novohispana, constituyendo su culto el primer paso para el
surgimiento de la conciencia nacional.[11]
No extraña por tanto que se convirtiera
en el tema más representado en los talleres virreinales. Su iconografía quedó acuñada
de una forma fija: sin niño, suspendida en el aire, con corona, túnica rosa y
manto azul de estrellas, rodeada de una aureola de rayos solares. Su rasgo más distintivo
era la tez morena como la de los indios, exaltando su origen novohispano. Para el
historiador Charles Gibson, el éxito de esta devoción se debe sobretodo a que
se trata de un <fenómeno indígena>.[12] Algunos
atributos propios de su iconografía como la luna sobre la que se apoya, las
manos en actitud de oración, la corona o los rayos tienen un origen
apocalíptico. Se considera al teólogo Miguel Sánchez el creador de la tradición
guadalupana. Uno de los argumentos más utilizados para exaltar la naturaleza
milagrosa de la imagen estampada en el ayate fue el del pintor Miguel Cabrera
en su obra Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas
con la dirección de las Reglas del el
Arte de la Pintura en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de
México, publicada en 1752.
Muchos teólogos la vincularon con la
Inmaculada Concepción. Antonio Valeriano se refería a ella como una Inmaculada
india.[13] Fray
Servando Teresa de Mier contaba que el taller dirigido por fray Pedro de Gante
había producido en masa imágenes de la Virgen que Juan Diego había visto bajo
el aspecto de una Inmaculada Concepción.[14] Para
el historiador Antonio Moreno, es la mejor muestra de lo que la Inmaculada fue
para América.[15] “…Y poniendo los ojos en
la Santa Imagen (la Virgen de Guadalupe), ¿quién no ve que sus señas todas son
de la Concepción?”.[16]
Aunque en una carta dirigida a Felipe II
el virrey Martín Enríquez en 1575 afirmara que “pusieron nombre a la imagen de
Nuestra Señora de Guadalupe, por decir que se parecía a la de España”,[17] su
iconografía no tiene nada que ver con la de su homónima extremeña. En cambio sí
guarda similitudes con la imagen de Nuestra Señora de la Concepción que se
conserva en el coro de la iglesia de este santuario, una imagen gótica
apocalíptica, con el niño en brazos, apoyada sobre la luna sostenida por un querubín
y rodeada de rayos solares.
La Virgen de Guadalupe fue pintada por
los principales artistas virreinales como Juan Correa, Miguel Cabrera o
Cristóbal de Villalpando. Existen varios modelos iconográficos. El más
sencillo, conocido como “Fiel copia del original” se caracteriza por mostrar
únicamente la figura de la Virgen, con ausencia de cualquier elemento
decorativo.
El modelo más común es el que la muestra
rodeada por cuatro escenas, situadas en los ángulos del lienzo, que relatan sus
apariciones al indio Juan Diego con un marcado carácter narrativo. A menudo
aparece también decoración de flores y/o angelitos y un paisaje del Monte
Tepeyac a los pies de la Virgen.
En algunas pinturas la Virgen está
acompañada de diversos santos o advocaciones marianas, Dios Padre, el Arcángel
San Miguel, la Santísima Trinidad, pasajes del Antiguo Testamento…
En una de las versiones más polémicas,
denominada “el Taller Celestial” aparece la encarnación humana del Padre, el
Hijo o el Espíritu Santo pintándola, reclamando así su autoría.[18] En
el siglo XVIII se realizaron las más ricas alegorías guadalupanas. Estas
iconografías incluyen elementos políticos, sociales, teológicos…
Debido a las intensas relaciones
mantenidas con el virreinato, un buen número de copias del retrato guadalupano
arribaron desde el siglo XVII a los puertos españoles. Las ciudades en las que con
más intensidad tuvo lugar este fenómeno fueron las más vinculadas, como Sevilla
y Cádiz. No respondió a una actividad organizada ni a razones de coleccionismo
o patronato artístico, sino que las pinturas llegaban de forma aislada,
formando parte de los equipajes particulares de frailes, funcionarios,
comerciantes… españoles y sobretodo andaluces que regresaban tras pasar una
temporada en Nueva España. La originalidad y el carácter exótico de su
iconografía, así como su valor fundamentalmente devocional y en algunos casos
artístico hicieron que estas obras fueran bastante valoradas. Una causa de su
éxito era el gusto español por ciertas devociones americanas que se habían
popularizado, entre las que destacaba la Guadalupana: “Rara es la iglesia
–catedral o pequeña parroquia de pueblo- que no tenga algunas de las múltiples
versiones hechas en México a partir de la segunda mitad del siglo XVII”.[19]
El propósito de sus portadores era
decorar sus propios domicilios, regalar a familiares y amigos o donar a
instituciones religiosas de su localidad natal, a veces con un deseo de
reconocimiento social. En un primer momento fue un fenómeno exclusivo de las
clases altas, pero posteriormente se extendió al resto de los estamentos
sociales. Con frecuencia se trataba de clérigos, que llevaban alguna de estas
pinturas a sus conventos con objeto de colocar una devoción indiana junto a una
española y propagar su culto en la comunidad. Recordemos que la presencia del
clero fue vital en las Indias y sus conexiones con España. Uno de estos
personajes fue la Madre Isabel Moreno Caballero, fundadora del Beaterio de la
Santísima Trinidad de Sevilla, quien trajo de México las dos pinturas de la
Virgen de Guadalupe que allí se ubican.[20]
Los expedientes de Bienes de Difuntos
conservados en el Archivo General de Indias de Sevilla expresan las
disposiciones testamentarias de los emigrantes y aportan datos sobre la llegada
de pinturas. Muchas de ellas figuran en inventarios de bienes o legados
testamentarios cuyos destinatarios se encontraban en España. También bastantes
archivos históricos y parroquiales custodian interesante información a este
respecto.
En el Archivo de Protocolos Notariales de
Sevilla se conservan una serie de inventarios artísticos de personajes
sevillanos del siglo XVIII. En varios de ellos aparecen representaciones de la
Guadalupana. Una muestra es el Inventario de Bienes de don Juan de Soto y
Nogueras, realizado por su viuda y fechado el 1 de Julio de 1700. En él constan
<Una lámina de Nra Señora de Guadalupe
de México sobre cobre, con su moldura dorada, de tres quartas de alta y media
bara de ancho> y <un quadro
de Nuestra Señora de Guadalupe, con su marco dorado calado, de dos varas
poco menos de alto y ciete cuartas de ancho>.[21] De
esto se desprende que la Patrona de México formaba parte del imaginario
devocional de la Andalucía del dieciocho y su iconografía estaba presente en
las colecciones privadas.
En ocasiones, una inscripción en el lienzo informaba de su procedencia o su autor. En la situada en el Convento de las Concepcionistas de El Puerto de Santa María se incluye una en que se lee: “Ambrosio de Avellaneda, fecit, año de 1711”. La que se encuentra en la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la O de Sanlúcar de Barrameda posee otra que aclara que “está fielmente copiada y arreglada a las medidas, número de Rayos y Estrellas a su Sagrado Original”. Y la que se exhibe en la Iglesia de Nuestra Señora de la Oliva de Vejer de la Frontera otra que indica que fue pintada “A devoción de D. Pedro Verdes” y “Se tocó a su original el 3 de Septiembre de 1737”.
Del mismo modo que
Cádiz había exportado a América advocaciones religiosas como la de Nuestra
Señora de la Candelaria y la Virgen del Rosario (la Patrona de la Carrera de
Indias), la devoción guadalupana se transplantó a esta ciudad. El historiador
Joaquín González Moreno recoge más de sesenta pinturas de la Virgen de
Guadalupe conservadas en Cádiz y su provincia. Los inventarios de las
colecciones artísticas de clérigos gaditanos del siglo XVIII muestran un
acentuado predominio de la temática religiosa. En algunas de ellas, como la de
don Gaspar Ximénez Parrado, se incluyen pinturas guadalupanas.[22]
Vicente Pulciani fue un personaje ilustre que realizó transacciones comerciales
con América. “De sus paredes colgaban láminas con figuras de santos (San
Antonio de Padua, la efigie de Ntra. Sra. de los Dolores, San Vicente, San Juan
Nepomuceno, Ntra. Sra. de Guadalupe)...”, lo que nos da una idea de sus
devociones, entre las que se encontraba la virgen mexicana.[23]
Inventario
de Bienes de don Juan de Soto y Nogueras, realizado por su viuda y fechado el 1
de Julio de 1700.
Iglesia de la Victoria de Medina Sidonia, exterior
e interior
Existen
múltiples ejemplos de la devoción guadalupana en Cádiz y su provincia. La
tradición vincula la fundación del pueblo de Algar con la Virgen de Guadalupe
de México. Según cuenta el investigador Salvador Moreno, no es de extrañar que
esta devoción cruzara el Atlántico para llegar a Cádiz y de ahí irradiarse al
resto de España. En una conferencia dada en México en 1961 titulada “Presencia
inédita de lo mexicano en España”, aludía a los vínculos de este pueblo con el
virreinato de Nueva España. Don Domingo López de Carvajal, Vizconde de Carrión
y Marqués de Atalaya Bermeja, fundó el pueblo de Algar en el último cuarto del
siglo XVIII en cumplimiento de una promesa hecha a la Virgen de Guadalupe en su
travesía de regreso del virreinato, al sorprenderle una tempestad.[24]
Joaquín González Moreno señala que el marqués compró la dehesa de Algar en
1757, y en altar de su iglesia recién construida colocó una talla en madera de
la Guadalupana traída de México. El 13 de Octubre de 1773, Carlos III concedió
el título de Villa al lugar de Algar, quedando entonces bajo el patronato,
único en España, de la Virgen de Guadalupe de México.[25]
Muchas las
iglesias y conventos gaditanos pasaron a incluir entre sus advocaciones a la
Virgen de Guadalupe. Hallamos pinturas guadalupanas en la Catedral, el Convento
de Santa María, el de San Juan de Dios, la Iglesia de José, la de San Antonio,
la de San Agustín, la de San Lorenzo, el Palacio Episcopal, el Oratorio de San
Felipe Neri… además de en diversas localidades gaditanas como El Puerto de
Santa María, Jerez de la Frontera, Algar, Conil de la Frontera, Vejer de la
Frontera y especialmente Sanlúcar de Barrameda, que también fue puerto de paso
hacia las Indias. También se conservan bastantes en colecciones privadas.
En algunos casos contamos
con datos fiables sobre su origen, como en el del retablo de la Virgen de
Guadalupe situado en el Monasterio de San Miguel Arcángel del Puerto de Santa
María. En un documento de 1751 allí conservado, la Comunidad manifiesta su
agradecimiento al presbítero don Juan de Palma por las donaciones hechas al convento,
entre ellas dicho altar.[26]
Los vínculos de Medina Sidonia con la
Nueva España están bien documentados. Numerosos asidonenses embarcaron hacia el
virreinato durante los siglos XVII y XVIII, desempeñando algunos de ellos
importantes cargos. Entre ellos podemos mencionar a los comerciantes Pedro
Delgado y Sandoval, Alonso Jiménez Alba, o Alonso de Medina Plaza. También a
los provinciales Luis de Barrios, Juan Garrucho y Francisco Marchante, al
sacerdote Antonio Jironda Sidón, a los presbíteros Alonso de Jerez, Pablo Pérez
y Alonso Pérez. Además, a Alonso Parra y Cote, presbítero de la orden de San
Juan de Dios y cronista oficial de la orden que fue Visitador General en el
reino de Nueva España, y a Hipólito Casiano Monforte Altamirano, presbítero que
marchó a Nueva España, desde donde envió dinero y una lámpara de plata para el
culto de San José en la Iglesia de Santa María Mayor la Coronada.[27]
Pero sin duda el más célebre de los que
emigró al virreinato fue Andrés Segura, posteriormente conocido como fray
Andrés de San Miguel. Este fraile nacido en Medina Sidonia en 1577 se embarcó
hacia Nueva España en 1592, estableciéndose como lego en el convento carmelita
de Puebla de los Ángeles, donde falleció en 1644. Fue matemático, geógrafo,
hidrógrafo, astrónomo, teólogo, cronista, y está considerado el primer
arquitecto de Nueva España. Trabajó en todos los conventos de primera
generación de la provincia de San Alberto, además de en el ex Convento de
Nuestra Señora del Carmen y el del Santo Desierto de Nuestra Señora del Carmen
de los Montes de Santa Fe. Según el historiador Eduardo Báez, el tratado
arquitectónico de fray Andrés, actualmente conservado en la Universidad de
Texas, “recopila todos los conocimientos científicos del tránsito del siglo XVI
al XVII y sirve como punto de apoyo para el desarrollo de la ciencia en Nueva
España”.[28]
Muchos de estos asidonenses afincados
en el virreinato enviaron o trajeron consigo obras de arte novohispanas a su
localidad de origen, como fue el caso de Hipólito Casiano Monforte.
Diversos testimonios evidencian que la
devoción guadalupana estaba ya arraigada en Cádiz por esa época. En palabras
del Padre Francisco de Florencia: “En Cádiz, Sevilla, y en todas partes de
católicos que tienen comercio con la Nueva España, es tan conocida, tan
venerada y aplaudida esta santa imagen, que apenas hay casa en que no la
tengan”.[29] Dicha afirmación no deja
dudas acerca de la difusión de su culto.
Uno de los más reveladores lo
constituye una carta enviada a Cádiz por el Virrey Bucareli al almirante don
Antonio de Ulloa, fechada en México el 27 de Marzo de 1778, le decía: “... así
lo he pedido hoy a ntra Patrona de Guadalupe de cuyo Santuario vengo y donde he
dejado la limosna para que se haga un Novenario de Misas, que conduzca a Vm a
Cadiz como lo condujo el antecedente a la Habana”. Y ya para despedirse
insistía: “Queda haciendose el novenario de misas a mi Patrona de Guadalupe en
cuyo templo he estado esta mañana para encargarlo”.[30]
Carta enviada a Cádiz por el Virrey Bucareli al almirante
don Antonio de Ulloa, fechada en México el 27 de Marzo de 1778
En la carta que le remitió poco después
don Antonio de Ulloa al Virrey Bucareli, fechada en Cádiz el 17 de Julio de
1778, contestaba: “... y particularmente invocando la proteccion de la Milagrosa
imagen de Nuestra Sra de Guadalupe, la particular protectora de todos los que
la invocan con verdadera fe; mediante la qual se an vencido con acierto las
dificultades; aca se le ha hecho un novenario en accion de gracias; y siempre
confesare que su intercesión ha sido medio para que se logre una felicidad tan
completa”.[31] También menciona que
estos lienzos, tablas y cobres venían sin marco, y era en su destino donde se
les daba la forma definitiva, al referirse a las <medias cañas y
cristales> que se le estaban poniendo a imágenes traídas desde México: “...la
laminita de nuestra Sa. de Guadalupe con medias cañas la tomo la niña
grandesita para ponerla a la cabecera de su cama; ... se les estan poniendo
medias cañas, y cristales, y lo mismo a las laminas de las distintas castas de
gentes del Reyno”.[32] Este documento confirma que Guadalupana se
encontraba entre las devociones más veneradas en la provincia.
Existen otros personajes también
relacionados con la devoción guadalupana. El gaditano Juan Antonio Vizarrón y
Eguiarreta (1682-1747), arzobispo de México, fue quien proclamó a la Virgen de
Guadalupe patrona de la ciudad de México y de la Nueva España. “No se olvidó
Vizarrón de su patria chica, el Puerto de Santa María, y al convento de las
Concepcionistas del que era patrono y protector, envió cuadros de la Virgen de
Guadalupe que aún se conservan allí”.[33]
La Muy Noble y
Leal Ciudad de Medina Sidonia, título que ostenta desde 1691, ha estado
tradicionalmente marcada por un importante religiosidad, como lo atestiguan la
gran cantidad de iglesias y conventos que en ella perviven: San Cristóbal, San
Agustín, Jesús, María y José…, así como el nombre de muchas de sus calles:
Espíritu Santo, San Juan, Padre Félix, Amor de Dios… Con la imposición del
catolicismo tras la Reconquista, “cuatro cruces van a orientar las salidas de
la ciudad: las del Sol, San Juan de Dios, La Calzada y la Pedrera, que aun
existen”.[34] En los años de la
Contrarreforma, las advocaciones y cofradías se multiplicaron. Las órdenes de
los Agustinos, Hospitalarios, Mínimos y
Franciscanos Descalzos llevaron a cabo sus fundaciones. Se instituyó a Santiago
y la Virgen de la Paz como patrones de Medina. Se comenzó a configurar un
perfil urbano netamente religioso. Su núcleo principal era la Iglesia de Santa
María la Mayor la Coronada, edificada sobre la antigua mezquita mayor.
Iglesia de la Victoria de Medina Sidonia, exterior e
interior
El clima
espiritual era más que propicio para la introducción de la devoción guadalupana
en la ciudad. Una de las pinturas se localiza en la Iglesia de la Victoria,
construida por los Padres Mínimos entre 1676 y 1709 según el modelo jesuítico. El
Convento de Nuestra Señora de la Victoria, de Mínimos de San Francisco de Paula,
fue fundado en 1579 en el lugar donde actualmente se emplaza la iglesia y el
antiguo Convento de San Juan de Dios. Su iglesia fue diseñada por fray Lorenzo
de San Nicolás. Tiene una amplia nave central cubierta con bóveda de cañón,
cúpula sobre pechinas en el crucero, robustos pilares y tribuna. Posee obras de
arte de cierta relevancia como las esculturas de San José con el Niño y San
Francisco de Asís, atribuidas a Martínez Montañés, un Crucificado de escuela
sevillana, una imagen de Nuestra Señora de Belén y un Niño Jesús de impronta
canesca... Además, dos grandes lienzos con escenas de la vida de San Juan de
Dios y una Inmaculada de aires murillescos.
En el ala derecha
del crucero, en la parte superior, se encuentra una pintura de la Virgen de
Guadalupe. Responde al modelo iconográfico más común, pues incluye las escenas
de las apariciones de la Virgen y el milagro de las rosas en los ángulos. Se
trata de un óleo sobre lienzo, anónimo, de grandes proporciones. Muestra a la
Guadalupana en el centro, como es habitual, sostenida por un angelito y rodeada
de rayos solares. Ambos tienen el pelo, los ojos y la tez oscuros, proclamando
su ascendencia indígena. En 1648, el bachiller Miguel Sánchez la describía con gran
exactitud: “La imagen de la Virgen María desde la planta del pie hasta el
nacimiento del cabello, que es muy negro y partido al medio, tiene en la estura
seis palmos y un jeme (distancia existente entre el pulgar y el índice). Es el
rostro lleno y honesto. Las cejas muy delgadas. El color trigueño nevado…”.[35]
Pintura
de la Virgen de Guadalupe en la actual Iglesia de la Victoria
La primera escena
de las apariciones, situada en el ángulo superior derecho, muestra a Juan Diego
en el Monte Tepeyac sorprendido ante la aparición de la Virgen, que se
encuentra suspendida en el aire. La segunda, situada en el ángulo superior
izquierdo, muestra al indio acompañado de un ángel. En la tercera, en el ángulo
inferior izquierdo, Juan Diego esta arrodillado ante la Virgen. Y la cuarta, que
ocupa el ángulo inferior derecho y se desarrolla en el interior del palacio
arzobispal, recoge el momento en el que este despliega su túnica ante el
arzobispo fray Juan de Zumárraga. Ya se ha obrado el milagro y la imagen de la
Virgen aparece estampada en ella.
El tipo iconográfico de las apariciones
se inspiró en los cuatro grabados realizados en 1686 por Matías de Arteaga y
Alfaro, un afamado aguafuertista sevillano. Según Elisa Vargas Lugo, no se sabe
con certeza cuando se representaron por primera vez juntas, pero sí está claro
que la literatura guadalupana del siglo XVII constituyó una importante fuente
de inspiraciónl.[36] Hacia 1666 o 1667
comenzaron a pintarse de forma individual. Es probable que fuera el artista
Juan Correa el primero en incorporarlas al lienzo guadalupano. La obra que
avala esta hipótesis se exhibe en un museo vallisoletano.
La representación tetraepisódica de las
apariciones en los ángulos de las pinturas guadalupanas no se implantó hasta el
siglo XVII. El historiador sevillano Joaquín González Moreno sostiene que hasta
finales de ese siglo no aparece la primera en España, por lo que es difícil que
antes de esa fecha las hubiera en México. También que el ochenta por ciento de
las pinturas del siglo XVIII que se conservan en España incluyen las cartelas.
Muchas de ellas se inspiraron en los cuatro lienzos que figuraban en los
retablos de la Ermita del Tepeyac.[37]
José Mariano de Veytia afirmaba en Baluartes de México que en 1761, la
mayoría de las obras las incluían. Sus características han ido evolucionando.
Las hay enmarcadas por rectángulos, octógonos, óvalos… Hasta 1760 son
frecuentes las de forma poligonal, que según Diego Angulo se empleaba en las
molduras, vanos y puertas mexicanas.[38] Esas
estructuras propias de la arquitectura novohispana, presentes en los sucesivos
santuarios guadalupanos, pudieron ser el modelo. Las cartelas solían estar
enmarcadas por una orla dorada con un grueso trazo negro, inspirado en el borde
del manto de la Virgen. En el siglo XVIII son características también los
marcos de rocalla y las volutas rococó. Algunos artistas manifestaron su
predilección por una u otra forma. Antonio de Torres se decantó por los
octógonos, mientras que Pedro López Calderón prefería los óvalos, dando lugar a
dos escuelas perfectamente diferenciadas. La de Torres se desarrolló en el
primer tercio del siglo XVIII, mientras que la de López Calderón es algo
posterior. A finales de siglo abunda el marco de rocalla, sustituyendo a los
octógonos, óvalos y rectángulos.
El lienzo más antiguo localizado en
España con las escenas de las apariciones es según González Moreno el propiedad
del sevillano don José Luis Illanes del Río, obra de Joseph de la Cruz. Una de
sus peculiaridades es que incluye a Juan Bernardino, el tío enfermo de Juan
Diego, a los pies de la Virgen.
En el Convento de Nuestra Señora del
Loreto en Espartinas (Sevilla) se conserva una obra firmada por José Rodríguez
Carnero con las cartelas de las apariciones, que destaca por el gran tamaño de
los personajes.
Joaquín González Moreno señala el
lienzo propiedad de doña Guadalupe de Pablo Romero, de Sevilla, como “la más
exacta y bella reproducción que hemos visto de las escenas del Tepeyac y del
milagro de las rosas”.[39] Es
una obra de gran barroquismo realizada por Cristóbal de Villalpando. Las
apariciones aparecen insertas en sencillos rectángulos, propios del siglo XVII.
A partir de la segunda mitad del siglo
XVII la postura de la Virgen en las cartelas pierde hieratismo y gana en
naturalidad. Es frecuente encontrarla ofreciéndole flores a Juan Diego o
sentada. También de esta época data la costumbre de situar en las cartelas
querubines tocando instrumentos musicales en el ámbito celestial de la escena.
Esto se constata por ejemplo en la pintura situada en el Convento de Santa
Teresa de Sevilla. Otro detalle original es una bandada de pájaros volando en
la primera cartela. Una novedad iconográfica de finales de siglo es la
guirnalda de rosas envolviendo las cartelas. Podemos apreciarlo en la
interesante pintura de Juan Correa que permanece en la sevillana Iglesia de San
Nicolás de Bari.
Desde principios del siglo XVIII se
constata un interés por resaltar el milagro de las rosas. A partir de ese
momento los pintores prestan cada vez más atención a las cartelas. En la
segunda mitad del siglo es común la incorporación de nuevos personajes que
avalaran el suceso milagroso.
Miguel Cabrera, el artista novohispano
más importante del siglo XVIII, demostró un gran esmero a la hora de pintar las
escenas de las apariciones. En ellas el indio Juan Diego gesticula,
humanizándolo. Una muestra la tenemos en la pintura situada en la Iglesia de
San Juan Bautista de Murcia. Las escenas están rodeadas por marcos de rocalla,
y junto a cada una de ellas aparece la cabeza de un angelito.
En ocasiones, la posición de las
cartelas difiere de los modelos tradicionales. La pintura situada en el
Convento de Santa María de Cádiz presenta la peculiaridad de colocar las
cartelas en la parte inferior del lienzo, formando un gran rectángulo divididos
por filos dorados.
Otra pintura en la que las escenas de
las apariciones adoptan una posición no usual es la que se encuentra en la
Catedral de Astorga (León). En ellas las cartelas son ovaladas y se sitúan
todas bajo los pies de la Virgen, coronadas por una orla de flores.
En la situada en la Iglesia de San
Eustaquio de Sanlúcar la Mayor (Sevilla), vemos por primera y única vez a la
Virgen impresa en la túnica del indio en la tercera cartela.
La pintura que se ubica en el Colegio de
Santa Cruz de Cádiz tenía seis cartelas de las hoy día permanecen cinco, pues
le falta una parte. En el primer medallón se observa el alma de Juan Diego que
asciende al cielo conducida por dos ángeles, donde la Virgen de Guadalupe
espera recibirla, mientras dos sacerdotes son testigos del prodigio. Se trata
de una escena inédita.
Existe una variante iconográfica en la
que en lugar de las apariciones, las cartelas muestran el tetramorfos, es
decir, los cuatro evangelistas. Su presencia entronca a la Guadalupana con la
tradición cristiana y alude a los escritores criollos que ensalzaron su culto.
La importancia que van adquiriendo las
escenas de las apariciones a lo largo del siglo XVII da lugar a conjuntos como
el que se conserva en el Convento de Concepcionistas de Ágreda (Soria). Es un
retablo formado por cinco lienzos: el de la Virgen, que ocupa la posición
central, y cuatro que representan las apariciones a ambos lados. Casos
similares se observan en la Capilla de Jesús de Conil de la Frontera (Cádiz) y
en la Iglesia Parroquial de Guetaria (Guipúzcoa). En el Museo de la Colegiata
de San Luis de Villagarcía de Campos (Valladolid) se exhibe una escena de la
cuarta aparición, concebida de forma individual. En la Iglesia de Santa María
la Blanca de Sevilla se localizan dos lienzos gemelos dedicados a las
apariciones. Tienen forma rectangular vertical. Uno muestra la primera y la
tercera, y el otro la segunda y la cuarta. Estos son los retratos más logrados
de toda la iconografía de las apariciones.
La quinta escena, situada a los pies de la Virgen, suele ser un paisaje
del Monte Tepeyac. La presencia del Santuario Guadalupano avala la importancia
de su culto. Fue común desde la segunda
mitad del siglo XVII. Solía recoger los edificios y monumentos relacionados con
las apariciones guadalupanas (la Capilla del Cerrito, la del Pocito, la
Parroquia de los Indios…), según una costumbre arraigada en Andalucía desde el
siglo XV.
El más antiguo conservado en España es
el que se encuentra en el Convento de Nuestra Señora de El Loreto en Espartinas
(Sevilla), obra de José Rodríguez Carnero. El que posee la Hermandad de la
Santa Caridad de Sevilla muestra la carretera que unía el santuario con la
ciudad, además de la Casa de Ejercicios, la Plaza Real con un arco triunfal, el
Convento de Monjas, las Casas del Vicario… También es muy interesante el que se
conserva en el Convento de Santa Teresa de Sevilla. En el Palacio de los Duques
de Alburquerque en Madrid existe un lienzo que representa un paisaje del
Tepeyac de forma aislada, realizado por José de Arellano. Otro de similares
características pertenece a una colección particular sevillana. Posee una
cartela en la que se enumeran todos los monumentos que aparecen.
Excepcionalmente, esta quinta escena
representa la aparición de la Virgen a Juan Bernardino, el tío enfermo de Juan
Diego, o un pasaje bíblico como San Juan escribiendo el Apocalipsis en la isla
de Patmos o la Huída a Egipto. En el Convento de las Concepcionistas del Puerto
de Santa María existe una pintura de Ambrosio de Avellaneda que recoge la
aparición de la Virgen a Juan Bernardino, cuyo precedente lo podemos encontrar
en un lienzo situado en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en México.
Esta escena también está presente en el lienzo del Colegio de Santa Cruz de
Cádiz, y en uno que pertenece a una colección particular sevillana (la de don
Santiago Martínez).
Junto a las
cartelas aparicionistas se observa decoración de flores, común en las
representaciones guadalupanas desde el siglo XVII. Con ellas se alude al
milagro de las rosas y a las guirnaldas de flores que los indios colocaban
delante de la Guadalupana. En algunas ocasiones rodean la figura de la Virgen,
mientras que otras enmarcan las cartelas o aparecen en ramilletes junto a los
angelitos. A veces, estos sostienen ramilletes. Esto sucede por ejemplo en la
pintura del Convento de San Juan de Dios de Cádiz. En la pintura de Juan Correa
situada en la Iglesia de San Nicolás de Bari de Sevilla, las flores ocupan todo
el espacio que circunda a la Guadalupana. En la pintura situada en el ex
Convento de Nuestra Señora del Carmen de Sanlúcar la Mayor (Sevilla), obra de
Pedro López Calderón, las cartelas de las apariciones están unidas por una
guirnalda de flores. En un lienzo pintado por Francisco Martínez y situado en
el Museo de América de Madrid, la decoración floral ocupa las esquinas del
cuadro.
Tanto la Virgen
como el angelito presentan claros rasgos indígenas al estilo de las pinturas de
Juan Correa. Por su tipología cabría enmarcarlo en el siglo XVIII, ya que la
presencia de las apariciones suele ser más frecuente en lienzos de ese siglo.
Además, la rocalla que enmarca los óvalos (habitual desde 1760) y el barroquismo
del marco del lienzo, presentan unas características típicamente dieciochescas.
Es una obra de dibujo fino y rico colorido, que reproduce fielmente las
características del retrato guadalupano original.
Sobre su llegada a
esta iglesia no se tienen datos concretos. El historiador Marcos Ramos define
al fundador de la Iglesia de las Monjas de Arriba (Convento de Jesús, María y
José), Don Diego de Iparraguirre, como un
“rico comerciante de Indias”. A este capitán vizcaíno de la orden de
Santiago representante de la burguesía gaditana se le relaciona también con
otras fundaciones religiosas en la provincia. Tal vez alguna de las
representaciones guadalupanas localizadas en Medina tengan relación con él.
Otra posibilidad es que estuviera relacionada con el prior Fray Francisco
Rendón, quien fuera visitador general en Nueva España.
Iglesia de Santiago de Medina Sidonia
La otra pintura guadalupana se ubica en el
coro de la Iglesia de Santiago. Esta antigua ermita a extramuros de la ciudad,
ya a finales del siglo XIV aparece citada como parroquia auxiliar de la matriz en
un documento testamentario. Varios testimonios dan fe de la importancia de esta
parroquia: En 1773, el edicto firmado por el Ilmo. Sr. D. Fr. Tomás del Valle,
señalaba a las Iglesias Mayor parroquial y auxiliar de Santiago como las únicas
que gozaran del privilegio de inmunidad en la ciudad.[40]
Su estilo
arquitectónico es gótico-mudéjar, muy similar al de otras iglesias de la zona. Su
tipología posiblemente se inspire en modelos locales como la Ermita visigoda de
los Santos Mártires o la Ermita de Santa Ana.[41]
Posee planta rectangular de tres naves y un artesonado mudéjar de madera a
excepción del ábside tripartito, que se cubre con bóveda de crucería. Se
sustenta con arcos ojivales y gruesas columnas. Las capillas, el coro, la
sacristía y las dos portadas son añadidos posteriores. En el siglo XVIII,
cuando se produjo su apogeo constructivo, fue declarada parroquia
independiente. Posee interesantes obras de arte: los lienzos del retablo mayor,
de escuela sevillana, el altar de la Inmaculada, con pinturas del taller de
Felipe de Rivas, el Cristo de la Buena Muerte, la imagen del Nazareno de
escuela sevillana, el púlpito de hierro forjado…
La Guadalupana se
encuentra situada en el coro, a los pies del templo. Es un óleo sobre lienzo anónimo,
de grandes dimensiones. La Virgen presenta las características habituales:
túnica rosa, con manto azul estrellado de ribete dorado, con las manos unidas,
corona, rodeada de rayos solares y sostenida por un angelito. Incluye las
escenas de las apariciones enmarcadas en sencillos óvalos. Las dos inferiores
están descoloridas y les falta la mitad inferior, pues el lienzo está cortado. Se
encuentra en mal estado de conservación, con la tela descolorida y desgastada
tal vez por el tiempo o las condiciones ambientales.
Pintura de la Virgen de
Guadalupe en la actual Iglesia de Santiago
A ambos lados de
la Virgen hay una especie de óvalos que parecen enmarcar alguna figura, pero no
se aprecian bien. Esta costumbre era relativamente frecuente en las
representaciones guadalupanas. En ocasiones incluían santos,[42]
monumentos del Tepeyac o elementos de la letanía lauretana, como los que suelen
acompañar a la Inmaculada Concepción. En la pintura guadalupana conservada en el
Colegio de Santa Cruz de Cádiz, a la que también le falta la parte inferior,
pueden observarse estos óvalos enmarcando las escenas de la Virgen de Guadalupe
con Juan Diego. Se ignora si bajo el angelito existía una quinta escena, que
suele estar dedicada al Monte Tepeyac, donde la Virgen se le apareció a Juan
Diego. Llegaron a alcanzar tal minuciosidad, que gracias a ellas se ha podido
conocer con detalle los distintos santuarios que se sucedieron.
Aunque actualmente
se han localizado tan sólo estas dos pinturas, no sería de extrañar que hubiera
habido alguna más. Quizás desaparecieran con las desamortizaciones
eclesiásticas, en las que fueron exclaustrados cuatro conventos de Medina.
Tampoco se descarta que se conserve alguna en domicilios particulares. A este
respecto nos referiremos a la pintura perteneciente a la familia Montes de Oca
y ubicada hasta hace pocos años en su residencia familiar, situada en la Calle
San Agustín, nº 14.
Fachada del nº 14 de la C/ San Agustín
Es una obra de pequeño formato, realizada sobre lámina de cobre, lo que
incremente su interés. Este soporte exige el uso de un pincel muy fino que permite
un dibujo preciso de gran detallismo y calidad, por lo que esta tipología de
pinturas eran las más apreciadas.[43] Están
ligadas casi siempre al ámbito aristocrático, suelen tener ricos marcos y estar
firmadas por conocidos artistas. La mayoría de las que se conocen datan del
siglo XVIII y son de pequeño tamaño (45 o 50 centímetros de longitud como
máximo).
Pintura
guadalupana perteneciente a la familia
Montes de Oca
Las primeras pinturas sobre cobre se hicieron en Italia sobre 1520. Los
pintores flamencos se apropiaron de esta técnica, la más adecuada para plasmar
los detalles, brillos y colores. “Probablemente, lo que viene a la mente de la
mayoría de los interesados en el arte cuando piensan en la pintura al óleo
sobre lámina de cobre son cuadros flamencos de pequeñas dimensiones, colorido
brillante y muchos detalles, hechos para ser examinados con cuidado por un
coleccionista culto en un ambiente de recogimiento”.[44] En
el virreinato de la Nueva España, la pintura sobre lámina de cobre alcanzó un
gran desarrollo durante la época virreinal, comparable al de Italia y Flandes.
Artistas como Luis Juárez, Alonso Lopéz de Herrera y Baltasar de Echave Ibía
fueron sus principales representantes. Uno de los artistas virreinales más
importantes, Miguel Cabrera, logró interesantes efectos con sus pinturas sobre
cobre. Eran obras fundamentalmente devocionales. En Nueva España, la minería
del cobre desempeñó un importante papel durante el virreinato. A partir de
comienzos del siglo XVII, las láminas de cobre fueron utilizadas como soporte
para una forma artística netamente americana.
Algunas de las múltiples representaciones guadalupanas se realizaron
con esta técnica, siendo sin duda las más bellas de cuantas se conservan. Entre
las ubicadas en México podemos mencionar la pintada por Juan de Sáenz en 1777
que se encuentra en el Museo Soumaya (la mayor colección privada de arte de
México), la de Sebastián Salcedo, de 1780, que pertenece al Museo Andrés
Blastein, la que forma parte de la colección Rivero Lake, de 1765…
Entre las que se conocen podemos mencionar la del Convento de
Trinitarias del Prado de Santa Justa de Sevilla, pintada por Miguel Correa en
1706, la del Convento de Concepcionistas de Garachico (Tenerife), la de Nicolás
Rodríguez Juárez que se exhibe en el Museo de América de Madrid, la que se
localiza en la Iglesia de Santo Toribio de Mogroviejo de Mayorga de Campos
(Valladolid), pintada por Juan Correa, la de la Casa Museo de Valladolid, de
José Alfaro, la del Convento de las Huelgas Reales de Valladolid, de Juan
Correa, la de la Parroquia de Santa María de Uribarri de Durango (Bilbao),
firmada por Juan Patricio Morlete Ruiz en 1763, la del Centro Cultural de Arte
Contemporáneo de Madrid, pintada en 1777 por Francisco Antonio Vallejo... Uno
de los ejemplares más notables es el situado en la Catedral de Santiago de
Compostela, un interesante óleo firmado por Juan Patricio Morlete Ruiz en 1770.
Además, se han catalogado varias de propiedad particular, como las dos
que forman parte de la Colección Pablo Romero de Sevilla, un óleo de Miguel
Cabrera datado en 1792 y otro de Francisco Antonio Vallejo realizado en 1777.
En una colección particular malagueña se conserva una pintada por Miguel
Cabrera. En la colección sevillana de
don José Pérez Asensio se encuentra una de Nicolás Enríquez de 1776. En la de
don José Pérez Ortiz existe una de José de Páez que data de 1780. Y en la de
don Joaquín de la Cruz, una de Francisco Antonio Vallejo de 1760. Otras dos
pinturas de gran interés son los conservados en el Palacio de los Duques de
Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), ambos decorados con pan de
oro. Han sido catalogados por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico y
declarados Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía.
La obra que nos
ocupa responde a estas características. Incluye las cuatro apariciones con
marcos de rocalla. En la segunda aparece el ángel acompañando a Juan Diego. A
los pies de la Virgen se sitúa una cartela de marco barroco en la que se lee la
inscripción: “NTRA. SEÑORA de Guadalupe de Méjico”. A ambos lados se aprecia
decoración de rosas y cabezas de querubines.
La presencia
angélica en los lienzos guadalupanos es usual desde el siglo XVII. A veces
portan símbolos marianos, sostienen las cartelas o flores. Pueden aparecer de
cuerpo entero o sólo la cabeza, como en este caso. El Padre Francisco de
Florencia explicaba que “pareció a la piedad de los que cuidaban de el culto de
la imagen que sería bien adornarla de ángeles, que alrededor de los rayos del
sol le hicieran compañía”.[45]
Encontramos el precedente de esta costumbre en la pintura sevillana, en la que
era frecuente rodear a la Virgen de ángeles. En la mayoría de las pinturas
guadalupanas que poseen las escenas de las apariciones aparecen varios ángeles.
Joaquín González Moreno afirma que la mayoría de las imágenes del último tercio
del siglo XVIII conservadas en España con los ángeles, se encuentran
actualmente en iglesias y conventos de la ciudad de Cádiz. “Parece como si la
ciudad de Hércules hubiera heredado de Sevilla a fines de este siglo no sólo el
comercio indiano, sino la devoción a la Virgen de Guadalupe rodeada de
ángeles”.[46]
El lienzo más
antiguo conservado en España en el que la Virgen aparece acompañada de
querubines el que pertenece al Señor Illanes del Río, de Sevilla. Estos portan
símbolos de las letanías lauretanas. Casi la mitad de pinturas del siglo XVIII
incluyen ángeles. Y es que es difícil encontrar una representación mariana de
este siglo en la que no vaya acompañada de ángeles. En ocasiones se aprecia en
ellos la influencia de artistas como Pacheco, Murillo o Valdés Leal. Podemos
observarlos en pinturas como las situadas en el Convento de Santa Teresa de
Sevilla, la Iglesia de San Eustaquio de Sanlúcar la Mayor (Sevilla), el
Convento de Descalzas de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), la Iglesia Prioral del
Puerto de Santa María (Cádiz), y un largo etcétera.
Tanto la Virgen
como el angelito tienen la piel de un color muy oscuro, casi grisáceo. El
dibujo es preciso y nítido, el colorido vivo, y la factura excelente. Esta
pintura guarda ciertas semejanzas con el lienzo situado en la Iglesia de San
Agustín de Cádiz, anónimo del siglo XVIII. Los marcos de las apariciones son
también de rocalla, y ambos lados de la Virgen se aprecia la presencia de
querubines y flores muy similares. También presenta bastantes similitudes con
la emplazada en el ex Convento de Capuchinos de Cádiz. La originalidad de esta
pintura, dada por el soporte en el que está realizada y la calidad de su dibujo
hacen de ella una obra destacable y digna de mención.
Estas representaciones
de la Virgen de Guadalupe de México dan fe de las relaciones mantenidas entre
Medina Sidonia y el virreinato de Nueva España durante la época colonial como
consecuencia del importante papel que desempeñó Cádiz en el comercio americano.
La emigración a los virreinatos americanos fomentó una interacción cultural de
la perduran numerosas reminiscencias. Esta es una de las más significativas,
cuya presencia atestigua un fenómeno de aculturación de ida y vuelta en el que
intervinieron factores políticos, religiosos, sociales y artísticos.
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[1] Doctora en Historia del Arte, Universidad de Granada.
[2] El virreinato de
[3] Extraída de Enrique Otte, Cartas privadas de emigrantes a Indias (1540-1616), Jerez, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía - Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1993.
[4] Cfr. GARCÍA-BAQUERO, Antonio. Comercio y burguesía mercantil en el Cádiz de
[5] Organismo creado por el gobierno en 1503 en Sevilla,
con el objeto de controlar la emigración hacia las Indias.
[6] La investigadora Ana Crespo analiza los
factores que influyeron en la decisión del traslado de
[7] GRUZINSKI, Serge. La
guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a Blade Runner (1492-2019). Pág.
134.
[8] El jesuita criollo Francisco de Florencia fue el
principal difusor de estas imágenes. Sobre este tema puede verse: ALCALÁ, Luisa
Elena. “¿Para qué son los papeles…? Imágenes y devociones novohispanas en los
siglos XVII y XVIII”. Tiempos de América.
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devociones novohispanas: las Guadalupanas y otras imágenes preferentes”. Discursos en el Arte. XV Coloquio
Internacional de Historia del Arte. Págs. 257-293.
[9] NEBEL, Richard. Santa
María de Tonantzin, Virgen de Guadalupe. Continuidad y transformación religiosa
en México. Págs. 167-262. ANSÓN, Francisco. Guadalupe, lo que dicen sus ojos. Pág. 56-87.
[10] FLORENCIA, Francisco de. Estrella del Norte de México aparecida al rayar el día de la luz
evangélica en este Nuevo Mundo en la cumbre del cerro del Tepeyac… Pág.
133.
[11] Cfr. CABRERA Y QUINTERO, Cayetano de. Escudo de armas de México: celestial
protección de esta nobilísima ciudad de
[12] Cfr. GIBSON, Charles. Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810). Págs. 135-136.
[13] VALERIANO, Antonio. Historia de las apariciones. Pág. 7.
[14] TERESA DE MIER, Servando. Memorias.
[15] MORENO GARRIDO, Antonio. <Tipos iconográficos
concepcionistas andaluces en el siglo XVIII>. Algunas consideraciones entorno a la iconografía concepcionista en
Andalucía y el Nuevo Mundo. Págs. 183-189.
[16] CRUZ, Mateo de la. Relación
de la milagrosa aparición de
[17] AA.VV. Cartas de
Indias. Pág. 310.
[18] Cfr. CUADRIELLO, Jaime. Catálogo de la exposición “El divino pintor: la creación de María de
Guadalupe en el taller celestial”. Museo de
[19] GARCÍA SÁIZ, María Concepción. “Arte colonial mexicano
en España”. Revista Artes de México, nº
22. Págs. 26-38.
[20] Cfr. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel y MORILLAS ALCÁZAR,
José María. Un ejemplo del mecenazgo
americano en Sevilla: el Beaterio de
[21] Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla. Legajo
13.064. Oficio 19, Libro 2º. Folios 519-532.
[22] Cfr. MORGADO GARCÍA, Arturo. Iglesia y sociedad en
el Cádiz del siglo XVIII. Págs. 52-53.
[23] GARCÍA FERNÁNDEZ, Mª. Nélida. Burguesía y toga en
el Cádiz del siglo XVIII. Vicente Pulciani y su biblioteca. Págs. 30-31.
[24] Cfr. MORENO, Salvador. “Guadalupismo mexicano en
Cádiz”. Cádiz Iberoamérica, nº. 2, 1984. Págs.
28-29.
[25] Cfr. GONZÁLEZ MORENO, Joaquín. Iconografía guadalupana en Andalucía. Pág. 38. En una placa situada
en una plaza del pueblo, se lee lo siguiente: “Cuenta la leyenda que allá en el
siglo XVIII Don Domingo López de Carvajal, en una de sus travesías de regreso
de Nueva España (México) se vio inmerso en una tempestad; estando a punto de
naufragar, se encomendó a
[26] Cfr. GARCÍA PEÑA, Carlos. Los monasterios de Santa María de
[27] Cfr. MOTAÑÉS CABALLERO, Salvador. “Medina Sidonia y el
Nuevo Continente. Asidonenses en América. Revista
Puerta del Sol, Marzo 2002.
27 Archivo General de Indias, Indiferente, 1632 B.
Antonio María de Bucarreli fue virrey de Nueva España entre 1771 y 1779. Está
considerado un gran gobernante, impulsor de iniciativas urbanísticas y
defensivas.
29 FLORENCIA, Francisco de. Op. Cit. Pág. 196. Antonio María de Bucareli y Ursúa fue un
aristócrata sevillano, virrey de Nueva España entre 1771 y 1779, centró sus
esfuerzos en los aspectos defensivos, las obras públicas y la economía.
[31] Archivo General de Indias, Indiferente, 1631. El
marino Antonio de Ulloa fue uno de los personajes más importantes de
[32] Cfr. AA.VV. Documentos
para la historia de Andalucía. Catálogo de la exposición. Sala de Exposiciones
Santa Inés, Sevilla. Del 12 al 30 de
Septiembre de 2000. Pág. 124.
[33] MORALES PADRÓN, Francisco. Andalucía y América. Pág. 161.
[34] RAMOS ROMERO, Marcos. Medina Sidonia: arte, historia y urbanismo. Pág. 71.
[35] SÁNCHEZ, Miguel. Imagen
de
[36] VARGAS LUGO, Elisa. “Algunas notas más sobre
iconografía guadalupana”. Anales del
Instituto de Investigaciones Estéticas, nº. 60. Pág. 62.
[37] Cfr. CABRERA Y QUINTERO, Cayetano. Op. Cit. Pág. 371.
[38] Cfr. ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego. Historia del Arte Hispanoamericano. Pág. 502.
[39] GONZÁLEZ MORENO, Joaquín. Op. Cit. Pág. 19.
[40] Cfr. ENRILE Y MÉNDEZ, Joaquín María. Historia de la ciudad de Medina Sidonia que
dejó inédita el Dr. D. Francisco Martínez y Delgado. Pág. 194.
[41] Cfr. RAMOS ROMERO, Marcos. Op. Cit. Pág. 304.
[42] Una muestra es el lienzo enconchado (con
incrustaciones de concha de nácar), realizado por Miguel González y expuesto en
el Museo de América de Madrid.
[43] A esta tipología también corresponden las de
[44] BARGUELLINI, Clara. “La pintura sobre lámina de cobre
en los virreinatos de
[45] FLORENCIA, Francisco de. Op. Cit. Pág. 2.
[46] GONZÁLEZ MORENO, Joaquín. Op. Cit. Pág. 28.
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