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El verdugo Afable o la novela que paró en Medina Sidonia

Manuel Fernando Macías Herrera

“En períodos de censura, el escritor se hace retórico. Y creo que el esfuerzo que empleamos en perfeccionar la retórica, se lo quitamos a la veracidad y al contenido. Para mí, la literatura no es una expresión artística sino una expresión vital. Ponerse al servicio de la verdad y a través de ella influir y ayudar a otros a crear su propia realidad me parece lo más importante.”

Ramón José Sender.

I. – Diagnóstico senderiano contra el silencio

Cuando se es lector -verdaderamente lector- uno se expone a que en su cabeza se produzca una metamorfosis (imperceptible en un primer estadio, pero finalmente despiadada y atroz). Los síntomas son fácilmente identificables: primero se encienden determinadas luces -normalmente pocas- sobre todo en el vocabulario. Luego uno se siente molesto, y reniega de las lecturas que acumuló durante los primeros años, y jamás confiesa sus títulos en público. A medida que la enfermedad de la lectura progresa, llegan a nacer unos extraños pelos en la palma de las manos (son los pelos de la palabra) y el cuerpo se va cubriendo de una densa cabellera oscura y hasta germina un rabo (un rabo literario desde luego) que confirma todas las sospechas. De repente usted ya nos es lector: se ha engendrado un crítico.

Yo siempre he abominado de los críticos -entendámonos bien-, no desapruebo las buenas o las malas críticas, los comentarios favorables o adversos, que siempre o casi siempre tienen su raíz en la sagrada amistad. A mí me asustan los críticos, los profesionales, los soldados de la crítica. De chico me decían: ¡Ahí viene el crítico! y yo corría despavorido hacia los más impensados rincones. Luego crecí y fui dominando mi fobia. Llegué a seguirlos, a acecharlos, a contemplarlos en muchos y muy diversos lugares: almorzaban en los mejores restaurantes, escribían los discursos más comentados, en la ópera, en el teatro o en la final del Falla ni tan siquiera aplaudían y en los periódicos y tertulias les pagaban una pasta por hablar mal, casi siempre, de los pobres e insignificantes escritores. Son muy siniestros los críticos, aunque por lo general, se lleven bien con los doctores del poder. Pero lo que ustedes tal vez no sepan es que bajo esa sutil apariencia de corderos, llevan un puñal, el peor de los metales que jamás se ha fundido en la tierra: poseen el arma del silencio.

Por supuesto que contra los críticos de hoy, contra su silencio, se puede luchar -y se pelea con la palabra-. Mas hubo un tiempo en este país de nosotros, en el que los críticos, los profesionales de la opinión, se hicieron fuertes con los más peligrosos artefactos: tuvieron en sus manos la censura, la delación, la calumnia, la acusación, el dedo en el gatillo que condenaba al fusilamiento, el poder del exilio, las tijeras de la intolerancia; redactaban listas de sospechosos que siempre desaparecían, si no por la frontera, sí bajo la tierra o el mar. En fin, poseían los más infaustos recursos. El silencio, el silencio de hoy, sólo es un arma de nueva generación. Ramón J. Sender, el novelista que pasó por Medina Sidonia, seguro que se reiría del silencio con la misma boca con la que defendió en 1936 que la democracia del arte era él único camino hacia la libertad.

 

II. – El verdugo afable
o la novela que paró
en Medina Sidonia

Muchas son las novelas de Ramón J. Sender. Muchas y muy comentadas todas ellas. Las escritas en la España de antes de la guerra, llegaron a triunfar en su propio país. Las posteriores lo hicieron en el extranjero y tuvieron que esperar a la década de los setenta para ver la luz aquí. Sender se había iniciado en el periodismo por una vigorosa inclinación hacia la escritura, hacia el medio escrito. Y por una no menos fuerte convicción política. De izquierdas, por supuesto. Sus artículos en diarios españoles, dilucidaron el perfil aún adolescente, de una personalidad polémica, molesta para una sociedad viciada, poco apta para el pensamiento y mucho menos para el análisis. Creció el escritor junto con la generación del 27, pero su apuesta literaria distaba mucho de las vanguardias líricas: su jugada significó el fortalecimiento de la novela social escrita en la Península, que se consolidó como una forma distinta de hacer palabras. Y era esta una posición que lo ligaba irrefutablemente a sentir lo externo, a convertirse en una persona permeable con respecto a los hechos históricos con los que tuvo que convivir. Así, situamos a nuestro autor en el lugar del tablero que más nos interesa1.

Los sucesos de Casas Viejas, de los que no hablaremos por el momento, marcaron un punto y aparte en la vida, y por extensión, en la obra de Sender. Él se sentía cómodo bajo el Gobierno de la Segunda República. Era un republicano de pura cepa y por eso, los acontecimientos de 1933, en los que un grupo de campesinos fue literalmente aniquilado por las fuerzas de represión, le llevaron a cargar su maleta y a desplazarse al lugar del crimen, para saber cuanto allí había ocurrido y denunciar los asesinatos con decisión, postura esta que le significó un reconocimiento unánime y el Premio Nacional de Literatura en 1935. Sender comprendió que la República no persistiría si se permitían atrocidades semejantes.

Pero esta trágica circunstancia, el viaje hasta la aldea de Casas Viejas, permitió que el autor reconociera el paisaje de Medina Sidonia, y que posteriormente lo visualizara en algunos de sus escritos. Los más destacados fueron Viaje a la aldea del crimen2, Casas Viejas (Episodios de la lucha de clases)3 y El verdugo afable4. Es en esta última obra en la que nos vamos a centrar.

Debemos decir que Sender perteneció a una generación de novelistas, olvidados en su mayoría en la actualidad, que comenzó a desarrollar un trabajo literario (diferénciese de intelectual) innovador, ligado a las nuevas sensibilidades del pueblo español, y enmarcado en un contexto histórico muy definido, y a la vez, muy violento. Desde la guerra contra Marruecos, hasta la propia contienda civil, pasando por la dictadura de Primo de Rivera, y agravado todo esto por una crisis económica que mantenía en la miseria a la inmensa mayoría de los españoles. Ni que decir tiene que los campesinos, los jornaleros y los trabajadores agrarios sin capacitación, situados a merced de los caciques, constituían los colectivos más atrasados, y consecuentemente, los más sufridos.

De esta forma el autor toma partido, y como dijo Celaya, partido hasta mancharse.

También en esta novela que retrata nuestra ciudad, describirles el argumento de la obra significaría, quizá, que algunos de los posibles lectores de la misma desistieran. Así que sólo trazaremos un breve perfil que culminará con la exposición del texto del propio autor y que no desvelará (o eso intentaremos) el sentido de la misma:

Ramiro Vallemediano era un hombre de pueblo, sin condiciones extraordinarias a priori, que tras abandonar su lugar de nacimiento, se mezcla con grupos sociales de muy diversa condición, desde aristócratas madrileños, anarquistas (el trato con éstos fue el que le permitió conocer la situación de nuestro campo), artistas de circo, hasta verdugos, verdugos oficiales, es decir, los del régimen militar. De ahí precisamente se deriva el título de la obra. Es El verdugo afable, según palabras de Marcelino Peñuelas (que pese a su nombre no ha escapado de una película de Berlanga, sino que desarrolla un intenso trabajo académico en los EE.UU.) es: ”una narración alegórica-realista con fusión de elementos sociales, satíricos y poéticos”5. Es decir, que lo tiene todo o, siendo más precavidos, casi todo.

Sender confeccionó la novela en su destierro americano en el año 1952, pero lo hizo con materiales y escritos que permanecían en sus cajones desde hacía años. De ahí que coincidan, aunque no puntualmente, los comentarios referidos a nuestra ciudad con los que ya se habían publicado, allá por el 1934, en el famoso libro de crónicas Viaje a la aldea del crimen relato este de carácter realista, social, contestatario, y por tanto alejado de la ficción, aunque se mantengan en él gotas de un estilo propiamente senderiano, en el que los elementos metafóricos y propiamente literarios sirvan a la idea del texto y a la denuncia que con él se pretendía: justicia para los campesinos de Medina Sidonia y sobre todo, para los de Benalup-Casas Viejas. En las notas hemos intentado comparar ambos textos, en sus dos versiones, aunque el espacio y el tiempo, viejas coordenadas, han dictado su extensión. No es este momento pues para divagar, ni mucho menos para justificarse, así que reproduzcamos la visita que la novela de Sender hizo a Medina Sidonia:
“ Antes del mediodía llegaron a Medina Sidonia, ciudad blanca y verde donde parecía vivir todavía como en el siglo XII una tribu zegrí o abencerraje6. Era muy limpia y llena de superficies blancas y de vidrieras ochavadas. Parecía nueva. Tenía una novedad de más de tres mil años. Lloviznaba. “En este pueblo -se decía Ramiro- no llueve un agua ordinaria, sino agua bendita para el torso mórbido de María Mármol”. ¿Quién era María Mármol? 7
-Ahí la tiene usted- dijo a Ramiro una mozuela de doce o trece años-; siempre quieta, aguardando ar novio.
Era una graciosa estatua fenicia que se hallaba en la esquina trunca de un edificio sobre una columna de piedra gris. María Mármol8.
Al bajar del autobús, un hombre había tomado la maleta de Ramiro y le acompañó en silencio hacia la fonda. Allí, en el mismo vestíbulo, esperó Ramiro más de dos horas sentado en un gran sillón de mimbre. Miraba la lluvia. La lluvia era menuda, fina y persistente. Las calles de aquella ciudad le parecían tan íntimas con sus casas bajas de piedra y sus balcones mojados como la plazuela de Prim, en Reus9. “Yo me podría quedar aquí para siempre”, pensaba.
Llegó un hombre de media edad y de aspecto aburguesado que le dijo:
- ¿Es usted Ramiro, el pintor?
- Sí.
- Tiene que ir a Benalup enseguida.
- ¿Dónde está eso?
- Dos horas de coche hacia la sierra de Ronda.
- ¿Hay vigilancia?
- No mucha. Lo peor ha pasado ya.
- ¿Cómo sabe usted que yo debo ir a Benalup?
- Me lo ha dicho el delegado de la comarcal.
- Pero, ¿no es usted?
- No. Él está en el monte. En el monte con los fugitivos.
- ¿Puedo verlo hoy mismo?
- No es seguro. Pero usted póngase a pintar por las afueras del pueblo hacia el río y él le enviará a alguien porque hoy mismo sabrá que está usted aquí.
- ¿No sospecharán si me ven merodeando?
- Sospecharán más si no lo ven. Ya saben que ha venido y ahora necesitan ver qué es lo que hace. Si se encierra en la fonda está perdido.
Ramiro, con su caballete bajo el brazo fue a las afueras, cerca de un río o un arroyo10. ”Por aquí debió andar -pensaba- el Rey don Rodrigo después de la triste derrota de Guadalete11. ”El delegado fantasma de Jerez no apareció ni envió a nadie. No se veía un obrero ni un campesino por ninguna parte. Antes de hacerse de noche regresó Ramiro a la fonda. Allí encontró al delegado. Este dijo a Ramiro que de momento no se podía ir a Benalup. Quizás en que pasaran unos días la cosa sería posible.
- ¿Y qué voy a hacer yo allí?
- Un informe. Un informe lo más minucioso posible de lo que ha pasado en los últimos días.
Ramiro estaba un poco decepcionado pensando que una misión como aquella no justificaba un viaje tan largo.
- ¿Usted puede entenderse con los curas?- preguntó el delgado.
- Sí. Bastante bien.
- Yo lo presentaré a un sacerdote de aquí12,
pariente del cura de Benalup. Lo demás lo hará usted y tenga cuidado porque se juega la cabeza.
El delegado era agente de una casa exportadora de vinos y solía recorrer la región visitando a los cosecheros. Ramiro, en su cuarto, revisó los papeles que llevaba en los bolsillos, pensando en la posibilidad de ser detenido.
Aquella misma noche fueron a ver al cura, que era un viejo gordo de aspecto bondadoso. Antes de contestar al saludo del delgado dijo nerviosamente:
- ¿Ha oído la última noticia? ¡Dios nos asista! Quinientos braceros de Benalup se han echado al campo.
- Algo he oído, pero dicen que andan escapando al castigo- dijo el delegado.
El cura, que tenía miedo a aquella masa campesina, pareció enardecerse al oír que estaba vencida y en fuga.
- Podrán escapar -dijo- al castigo de los hombres pero no al de Dios.
Ramiro se decía: “Este buen hombre considera a dios como una especie de jefe de policía encargado de asegurar su tranquilidad privada. No sabe que tal vez lo que quiere dios es que todos vivan en paz y amistad en este rincón prodigioso donde es casi imposible dejar de ser feliz, distribuyéndose equitativamente los bienes naturales. Incluso los del cura”. Pero dijo al sacerdote:
- Tampoco escaparán al castigo de la ley, si hay justicia en el mundo.
Esta fue la mejor presentación. Se hicieron amigos en seguida y hablaron largamente. Ramiro agotó sus conocimientos sobre religión, citó las encíclicas De rerum novarum y Quadragessimo anno y el cura, entusiasmado escribió una carta de presentación para su pariente, diciendo entre otras cosas: “Sólo beneficios para el orden social pueden desprenderse de la misión de este amigo que tal vez representa altísimos intereses de la corte.” Ramiro había tenido buen cuidado de deslizar al azar el nombre del duque, con lo que encendió la imaginación del sacerdote. Le dijo además, que no llevaba documentos oficiales de identidad y de presentación para conservar el carácter discreto y confidencial de su tarea y no debían serle desfigurados los hechos por consideraciones de mal entendido respeto a las personas a quienes su informe iba destinado. Al final Ramiro besó la mano del sacerdote y elogió su trabajo oscuro y meritorio en aquello lugares de odio y violencia. Cuando estuvieron otra vez en la calle, Ramiro se admiraba de su propia habilidad. Le dijo el delegado:
- Si no supiera que le enviaba el comité nacional, creería que es usted un jesuita disfrazado.

Añadió que todo aquello podría traer sorpresas desagradables y que el tiempo era el factor más valioso. Ramiro dijo que no lo olvidaba y que actuaría lo más rápidamente posible. Al día siguiente, a primera hora, subió al automóvil correo que había de llevarlo a Benalup. Seguía sin ver peligro alguno, gozando con las sorpresas de un paisaje húmedo. La temperatura era como debe ser la de los invernaderos de cristal, donde se hacen cultivos artificiales”.

La aventura del personaje y la trama argumental posterior desembocan en Benalup-Casas Viejas, y el autor nos relata los sucesos allí acaecidos y que, posiblemente, sean materiales para otro artículo en Puerta del Sol. El discurso se centra entonces en la descripción, -aunque no por ello decrece su calidad- y trata de enfocar el desastre en la sangre derramada; concluyendo así su aventura por estas tierras:
“ Consideraba Ramiro terminada su misión en Benalup y regresaba a Medina Sidonia en el mismo coche correo que lo llevó. En la fonda encontró al delegado de Jerez. Después de hablar con él, Ramiro tuvo la impresión de que la parte más delicada del plan Graco la estaba haciendo él, si era verdad que la revelación de aquel sangriento escándalo podría conseguir en la opinión, a la larga, lo que los pobres campesinos se habían propuesto en vano. A veces Ramiro oía en la noche el viento como lo había oído en la cárcel de Madrid y en él sentía otra la voz de Graco que le estimulaba a seguir teniendo fe en la eficacia de lo que hacía. Pero Ramiro se contagiaba de las iras de Graco y odiaba como el mismo Curro Cruz13 y como él hubiera querido restablecer la justicia a tiros. Al llegar aquí sonreía amargamente y pensaba: “Matar, asesinar, derramar sangre, he ahí la fatalidad de la que no escaparemos nunca.”
El delegado de Jerez llevó a Ramiro al casino de Medina Sidonia. Allí Ramiro bebió con algunos propietarios ricos. Uno decía:
-¿Sabéis que se ha entregado Jiménez, el gitano?14
Ramiro preguntó quien era Jiménez y el otro dijo:
-Nadie. Un pobre imbécil.
Luego añadió:
- Dicen que su madre se ha muerto. De la impresión.
Al decir “la impresión”, hacía con la mano un gesto de pegar. Debía tener gracia el eufemismo porque algunos rompieron a reír. En honor a la verdad, parecían un poco avergonzados de sus propias risas, pero así y todo seguían riendo. Salió de allí Ramiro asqueado y maldiciendo.
Vio otra vez en una esquina trunca de la calle principal a María Mármol, la graciosa estatua indiferente y firme en su nicho de piedra gris. La calle terminaba en el campo, frente a la falda de la montaña, pero tenía la armonía suave y el aire azul y fluido de las calles que dan al mar. Nació María Mármol mucho antes que la iglesia de Jesús y que Jesús mismo. Conoció otros templos, otras hornacinas. Antes que las muchachas de Medina Sidonia la llamaran María Mármol, había tenido otros nombres fenicios, griegos, romanos. En nombre de todos los dioses y de todas las leyes había visto a los hombres derramar la sangre a lo largo de treinta siglos. Después los que vertieron la sangre cayeron a su vez heridos por el hierro de la venganza o de la justicia. El conflicto entre la justicia de Dios y la de los hombres producía nuevas víctimas cada día. Las últimas por el momento eran los campesinos de Benalup”15.

Para finalizar este artículo, hemos creído conveniente reproducir una curiosa anotación inédita de un vecino de Medina Sidonia, RAFAEL GARCÍA CONESA, aficionado a las letras, (sobre todo a la poesía), que hace referencia a los sucesos desde un punto de vista, cuando menos cercano. Creemos de todo corazón que nuestro amable colaborador se sentirá orgulloso, aún tratándose de una modesta publicación como Puerta del Sol,
de que hayamos hecho coincidir su texto con los dos de Ramón J. Sender.

 

“LA HUELLA DE UN RECUERDO”

Allá por los años 1930-36, mi padre era guarda de montes del cortijo próximo a la aldea del mismo nombre, o sea, Benalup. Una mañana de enero del 33, hallándome en las proximidades de la carretera Vejer-Benalup, en compañía de mi hermano, cuidando unos cerdos propiedad de mi padre vi pasar unos hombres con escopetas de caza al hombro, y pensé que irían a una batida.
Al poco rato se oyeron disparos...
Yo contaba con nueve años de edad pero ya sentía gran afición por este deporte, y siempre que podía me metía en la bulla para recuperar las piezas como el más acostumbrado perro de caza.
Con el pretexto de reunir a los cerdos que se iban desperdigando, me separé de mi hermano y emprendí la marcha hacia donde sonaban los disparos.
Habría recorrido dos kilómetros cuando comprendí que me había equivocado, pues los tiros los daban en la aldea. Ya perdí la ilusión de poder asistir a la batida, y me disponía a regresar al cortijo cuando observé que un coche, para mí desconocido por su hechura y su color gris oscuro, se paraba al borde de la carretera y comenzaron a bajar guardias de asalto provistos de fusiles y alguna ametralladora.
Comprendí que lo que se preparaba era la caza del hombre.
Vi varios guardias patrullar por la calle fusil en mano. Oí silbidos de balas y me refugié en el hueco de una puerta que estaba cerrada.
Pronto llegaron cuatro guardias; quise huir pero me temblaban las piernas; me pegué como una araña al dintel de la puerta, deseando tal vez que me tragara la tierra.
-Es un niño -oí decir, y me rodearon-.
-¿Qué haces aquí? -preguntó uno de ellos.
- Vine por pan respondí.
- Aquí lo que hay es “pum” -rieron el chiste.
- ¿Tu padre es comunista?
- No señor. Mi padre es guardabosques -rieron mi respuesta. Yo rompí a llorar-.
- ¿Dónde vives?
- En el campo -contesté-.
- ¿Quieres irte a tu casa?
- Sí, quiero irme.
El que me pareció superior, dio una orden.
- Juan, acompáñale a la salida.
Así lo hizo; cuando se disponía a regresar con sus compañeros, me despidió con un:
¡ Márchate ya!
Por entre el vallado de tunas vi relucir una escopeta de dos cañones; dos varetazos de humo; dos estampidas casi simultáneas, y el que fue mi acompañante cayó de bruces; no sé si vivo o muerto. Yo, que en otra ocasión hubiera corrido a recoger la pieza, salté el vallado de “La Morita”, saltando por los lentiscos, atravesando el “Llano de Herederos”. Llegué hasta el acebuchal del cortijo “Benalup” como alma que lleva el diablo”.


Notas:

(1) Nos quedamos con las teorías de Eugenio G. de Nora, La novela española contemporánea, Editorial Gredos, Madrid, 1980 y muy especialmente con el capítulo noveno, “La Novela Social de Preguerra”. Sería interesante consultar la Historia de la literatura española, Volumen 6/2, Santos Sanz Villanueva, Editorial Ariel, Madrid, 1985, que nos otorga una visión completa de los movimientos literarios españoles del siglo pasado.

(2) Viaje a la aldea del crimen, Imprenta de Juan Pueyo, Madrid, 1934.

(3) Casas Viejas (Episodios de la lucha de clases),Cenit, Madrid, 1933.

(4) Hemos citado las ediciones originales de los libros, pero en este caso hay que diferenciar entre aquella y la que nosotros hemostrabajado. El verdugo afable” fue publicada primitivamente por la editorial Nascimiento, Santiago de Chile, 1952. Afortunadamente Ediciones Destino la recuperó para el público español en el año de 1981.

(5) Conversaciones con Ramón J. Sender, Colección novelas y cuentos, Editorial Magisterio, Madrid, 1969.

(6) Zegríes y abencerrajes eran dos dinastías árabes, enemigas entre sí que, según un buen amigo mío llamado Larousse, se disputaron territorios y puestos de gobierno, especialmente en la Granada de 1450.

(7) La descripción de Medina Sidonia es una muestra clara del talento poético esgrimido por Sender. Sería interesante contraponerla con la relatada en el libro de crónicas Viaje a la Aldea del Crimen, en el que la entrada a la ciudad se relata así: “ A media mañana llegamos a Medina Sidonia. Sidón con los fenicios. Asidonia con los romanos. Medina Sidonia con los moros del albornoz y del calañés. Y siempre ciudad blanca y verde. Entramos con pasmo. Con la sorpresa del hombre del Norte acostumbrado a grises y al verde obscuro de la encina. Imposible ponerlo todo en estas líneas,” -y sigue- “la ciudad es limpia, blanca y parece recién estrenada. Tiene una novedad, una infantilidad de dos mil quinientos años.” [...] - y más adelante- [...] Esos juegos aquí, en este pueblo, donde no llueve agua -un agua vulgar, de charcos- sino agua bendita para los duques y agua de colonia para María Mármol, son muy fáciles”.
Es obvio que los dos textos que se exponen provienen de la misma madre. Sender aprovechó su visita a nuestra comarca doblemente. El lector, de esta manera, podrá inclinarse por el uno o por el otro.

(8) Se refiere el autor, a la estatua romana que se encontraba, tal y como se relata, sobre una columna de piedra en el convento de San Cristóbal.. No es empero de origen fenicio. Se trata de una adulteración, literariamente manejada. En Viaje a la Aldea del crimen, sostiene a propósito de la estatua marmórea: “Es una graciosa estatua de mármol romano que se halla en la esquina trunca de la iglesia, sobre la columna románica de piedra”. A diferencia del texto reproducido en un primer plano, Sender se explaya en motivos meramente políticos, y pone en boca de la estatua el siguiente diálogo: “Con los fenicios, con los griegos y los romanos estos hombres tenían la tierra. Todo lo que llegaba por el Mediterráneo les era propicio, porque el Mediterráneo son ellos mismos. Pero del Norte vinieron el Estado, la ley y la Iglesia. Todavía varios años les salvó el hermano de África, que les dejaba, la tierra, el sol y el tiempo. Largos ocios que aquí son indispensables, porque este es uno de los pocos lugares del mundo
donde sentirse vivir es una delicia”- como delicia debe ser, para cualquier asidonense, llenarse el oído con tan azucaradas palabras. Sigamos-: “Pero los hermanos de África fueron arrojados de aquí. Entonces fue cuando el Estado, la ley y la Iglesia quedaron verdaderamente constituidos e hicieron sentir su peso. Poco después se deslindaban las tierras que fueron de todos y les ponían alambres alrededor.” Nos parece oportuno remover el texto de Sender y continuar: “Bajo la lluvia vamos enterándonos en Medina Sidonia de que el feudalismo agrario andaluz está hoy como hace ocho siglos. Bajo ese régimen bárbaro, la política del paria era el asalto, el robo, la violación.” - y terminamos- “Medina Sidonia es la sede de un magnífico señor que ha dilatado su jardín, sus cristales, y porcelanas por una extensión de tres kilómetros cuadrados.”

(9) Es significativa la comparación, teniendo en cuenta que el autor pasó largas temporadas en esta localidad, en la que también cursó parte de sus nunca acabados estudios.

(10) Según otro de mis amigos, técnico recio en este caso, se trata del arroyo de Valsequillo. Éste se encuentra a unos dos kilómetros de la ciudad de Medina Sidonia en línea recta, por lo que no es difícil desplazarse a pie ni aún siendo un personaje de ficción. Tiene la peculiaridad de llevar agua en todas las estaciones, excepto en casos de sequía prolongada, y junto con el arroyo del Saltillo, vierte al río Iro.

(11) Hace alusión a la batalla del mismo nombre, en la que el rey visigodo Don Rodrigo se vio la cara con las huestes de Tariq. Algunos defienden que ésta no se desarrolló sino en la laguna de la Janda, circunstancia generadora de polémica. Sus militares al mando lo abandonaron y, la muerte del rey significó la extinción del estado visigodo.

(12) Según los libros de bautismo de los Archivos Parroquiales de Medina, en la Iglesia de Santa María la Coronada, en Enero de 1933, tiempo histórico al que se refiere este pasaje de nuestra novela, en la ciudad oficiaban los siguientes sacerdotes: Francisco Tocino Piña, gastronómico presbítero, junto con sus colegas José García Valero, José Benítez Marchante y José María Pérez Vedelín, siendo este último Licenciado en Teología.

(13) “Francisco Cruz Gutiérrez “Seisdedos”, asesinado en su choza de Benalup-Casas Viejas, junto con sus hijos Pedro y Francisco, Manuel Quijada Pino, Josefa Franca Moya, su hijo Francisco, Jerónimo Silva González, y Manuela Lago Estudillo. Véase, el curioso reportaje publicado por Diario de Cádiz, el Domingo 12 de Enero de 2003. Págs. 22 y 23.

(14) Apostamos por que Jiménez el Gitano es un personaje meramente ficticio. No hemos encontrado indicios que nos indiquen lo contrario, aunque pudiera tratarse de algún apodo. Queda abierto, empero, el plazo de reclamaciones.

(15) Aquí acaban las aventuras de Ramiro en Medina Sidonia. De todas formas, quedarnos únicamente con estos fragmentos sería menospreciar una novela intensa. Lean pues El verdugo afable.


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