Medina Sidonia (Cádiz)
Revista Cultural
Año III, Número 5, Marzo 2003

Portada: Acuarela de la Iglesia Mayor de Medina Sidonia de Manuel Ángel Rodríguez Gómez (Jerez de la Frontera, 1956), ligado a Medina Sidonia desde hace 14 años como profesor de Educación Física en el I.E.S. San Juan de Dios. Estudió Dibujo, Pintura y Escultura en Jerez, Sevilla y Madrid. Ha ilustrado numerosos libros y revistas; varias colecciones particulares y públicas cuentan con obras suyas.


EDITORIAL
… donde las piedras hablan

Pedro de Basurto, caballero alcaide de la fortaleza de Medina, a quien el Duque había confiado su cuidado, era muy dado a mujeres -a pesar de ser casado-, a la mala vida y a las borracheras. Todo lo gastaba en caballos y jaeces; no ahorraba para defensas ni guardianes, entregando la vigilancia del castillo a una jauría. Su madre le aconsejaba que tomase gente y le mató todos los perros para ver si reaccionaba. Aprovechando que la tercera noche después de Navidad no se oían los acostumbrados ladridos, el taimado Bernal Dianes alertó al enemigo del Duque, el Marqués de Cádiz, quien envió a su hermano don Diego y a Pedro de Vera, alcaide de Arcos, para tomar la plaza. Puestas las escalas y desarmados los centinelas, el noctámbulo Pedro de Basurto “fue ferido de una lança por la boca que le paso al colodrillo”. Evidentemente, las crónicas regias de la época presentaban la historia de nuestro paisano como ejemplo de dejadez, “para que sepan <los alcaides> poner recabdo en las fortalezas que les son encomendadas”. Pero hechos tan desgraciados salpican los anales de todos los pueblos y ciudades.

Hoy, por fortuna, los naturales de esta ciudad comenzamos a ser conscientes de que la riqueza que se nos ha legado y encomendado merece algo más que una mera contemplación pasiva de la que sólo pueden derivar delirios de grandeza y la consecuente desidia. La voz queda de nuestras piedras, hambrientas de estima verdadera, aguza los entendimientos y mueve sensibilidades. Para comprender su mensaje nos piden tener los pies en el suelo. Escucharlas con detenimiento, una a una, sin prejuicios ni oídos mezquinos o interesados. Losas mudas de calzadas; graves machones romanos; sonoros cantos de nuestras calles; sillares quebrados de las murallas; ladrillos que recubren la llorosa techumbre de San Agustín y que, a la fuerza airosos, culminan las torres de San Juan de Dios o de la Victoria, ansiosa por que limpien la inmundicia de palomas y tordos; callados azulejos de nuestros conventos y bulliciosos pórticos del Ayuntamiento y la Plaza; curvas nervaduras del Cristo de la Sangre; capiteles encastrados en la ermita de los Santos; tejas volteadas entre las palmeras de Santa Ana; pilas de nuestras fuentes... arcos de nuestros puentes. Mudéjar y barroco de Santiago, que sólo pueden apreciar quienes encuentran sus puertas abiertas. Nuestras piedras se nos ofrecen.

Pero también hoy, cuando hablamos de una inevitable prosperidad; del halagüeño futuro que para nuestro pueblo supone embarcarse en la nave de la industria turística; de la rentabilización, por siempre esperada, de nuestra ubicación en el centro de la provincia; y hasta del alivio del cenizo que cierne sobre el cerro el viento de levante... nos viene a la cabeza uno de aquellos hirientes chascarrillos con que en otro tiempo nos regalaban nuestros visitantes a poco que nos saliésemos del tiesto en tratos o discusiones (“Medina, pan seco; que hasta las piedras muerden”). Ciertamente, la supuesta idiosincrasia del asidonense se conformaría fundiendo la imagen que ofrecemos, a veces caricaturesca, con los reflejos de nuestros propios espejos, tan generosos; pero no debe de diferir en gran medida de la de otros andaluces que hayan vivido circunstancias semejantes. Probablemente seamos tan vanidosos y testarudos y, a la vez, tan hospitalarios y amigables como el que más. Con todo, nunca está de sobra ensanchar perspectivas.

Hace meses asistíamos al acto en que un historiador sevillano hacía públicas sus investigaciones sobre el Retablo de la Virgen de la Antigua de la Iglesia Mayor y la Asociación para la Conservación de la Iglesia de Santa María (ACISMA), a la que gustosamente brindamos nuestras páginas para la divulgación de sus empresas, presentaba un lienzo de Juan de Espinal, recuperado gracias a su bien hacer. La XIII Semana de Medina Sidonia nos dio a conocer el proyecto global de restauración de este templo, que esperamos ver culminado. Aguardamos muchas citas como la del pasado noviembre, en que ACISMA nos mostró la intervención llevada a cabo en el Retablo de San José, y dio a conocer un completo CD sobre la Iglesia y las obras que precisa.

Son pequeños pasos de un largo camino de reconocimiento auténtico. Para recorrerlo los asidonenses precisamos del apoyo de la educación, único medio para valorar nuestro patrimonio y para desterrar la hueca vanidad; y del compromiso desprendido. Nuestro fiable sostén quizá impida que al forastero se le atasque el bastón entre los guijos. Gustoso, quizá hasta querrá quedarse unos días para escuchar el sabio susurro de nuestras piedras.


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