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El regalo
Homenaje a Rafael Alberti


Ramón Pérez Montero

Es intención de nuestra revista sumarse al reconocimiento de la universalidad del poeta portuense con motivo de la conmemoración del centenario de su nacimiento. Y así lo hace con el testimonio gráfico de su visita a nuestra ciudad en 1990, y con la inclusión del artículo que uno de nuestros colaboradores escribió con motivo de su muerte y que apareció publicado en noviembre de 1999, en DIARIO DE CÁDIZ.

El poeta se regalaba. Eso tuvo ocasión de comprobarlo aquel alumno de COU de instituto pueblerino cuando el poeta, tras superar un exilio de décadas, volvió a su país sin ningún rencor en los pliegues maduros del alma, y con la honrada calidez de su mano extendida. El poeta se regalaba.

Eso pudo constatarlo aquel alumno de COU nada más verlo encaramarse, sonriente y agradecido, sobre el escenario de un salón de actos de instituto, en su manera feliz de dirigirse con su luminoso verbo poético a aquella plebe alborotada que en general ni sabía de dónde venía ni quién realmente era. Aquel alumno de COU, que había leído bastantes poemas suyos y que empezaba a comprender el valor del artista que ofrece todo su talento y vida a la causa de sus ideas, se atrevió incluso a preguntarle en un aparte si esa paloma que acababa de dibujar en un folio, para dejar también una huella pictórica de su paso por aquel instituto, era precisamente la famosa paloma ‘que se equivocaba’. El poeta, mientras garabateaba una personal dedicatoria, le contestó sonriendo que pudiera ser, y, aún más, le reconoció su desconocimiento acerca del significado concreto de aquella despistada paloma de sus versos, aunque le confesó jocosamente que tal vez pudiera tratarse de un símbolo del amor, tan frágil que incluso un gato puede sorprenderla y comérsela sobre la cornisa de un tejado. El poeta se regalaba.

Aquel alumno de COU tuvo después la inmensa fortuna de poder sentarse junto al poeta de larga cabellera plateada en una pequeña cantina de instituto, y conversar con él sin prisas durante todo ese tiempo que aún ocupa un lugar de privilegio en el hondón de su memoria. El poeta le habló de su amistad con Federico, del origen de su futbolística admiración por Plakto, de la maravilla literaria que eran esas Comedias Bárbaras de Valle-Inclán que, por aquel entonces, el alumno sostenía entre sus manos. Y si por si todo esto fuera poco, el veterano poeta, de vuelta de mil batallas, ganadas o todavía por ganar, leyó en silencio algunos de los versos, afortunadamente perdidos ya, que su emocionado interlocutor sacó del fondo de su carpeta, en medio de una confusión de apuntes y hojas sueltas. El poeta no ponía reparos en continuar regalándose.

El poeta, con más de setenta años sobre sus vigorosas espaldas y todo este mundo recorrido, le animó a seguir golpeando con indesmayable ahínco el duro metal de las palabras, aunque le advirtió, con una impostada mueca de severidad en sus labios, que un día le escribiese algo a las estrellas y, al siguiente, le dedicara no menos poética atención a la primera mierda de perro que se encontrase en medio de una acera. Al poeta, al final, todavía le quedó algo de tiempo para ofrecer a aquel alumno la complicidad de una franca risotada. El poeta definitivamente se regalaba.

Hoy, ese poeta ribereño acaba de despedirse ya serenamente de nosotros para fundirse por fin con su brisa marinera. Rafael nos ha dejado para siempre lo más vivo de él en cada uno de sus libros. Ahora, ese alumno de COU, eternamente agradecido, delante justo de la fotografía de aquel lejano encuentro, firma con modestia este puñado de palabras.


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