En un manuscrito de la Biblioteca de El Escorial se encuentran recetas de un médico árabe del siglo XI, Ibn Wafid de Toledo, quien en algunas de ellas incluye como elemento medicamentoso el ámbar de Medina Sidonia. El ámbar es un producto que ofrece muchas facetas y distintos significados. Aquí se trata de descubrir, hasta donde ha sido posible, la naturaleza del ámbar asidonense.
La historia de la humanidad coincide con la de los medicamentos que ha venido utilizando el hombre, desde que el mono se puso de pie (perdón por la inculta simpleza), aunque quizás se tratase más de remedios terapéuticos que de verdaderos medicamentos, especialmente como los entendemos en la actualidad, y esos remedios fueron tan primitivos como él mismo, obtenidos por observación de la naturaleza, guiado por su instinto, muy agudizado entonces, como el de los animales, que no necesitan ni médicos ni medicinas. A ello hay que unir en los comienzos del hombre la magia: “Utilizado el remedio de forma empírica, su acción medicamentosa favorable posee un carácter misterioso que le involucra, indudablemente, en el mundo de la magia.”1
Con maravillosa habilidad se fue el hombre primitivo defendiendo de lo que hoy llamaríamos enfermedades y que para ellos eran la penetración en el cuerpo de un objeto extraño, la pérdida o evasión del alma, o la consecuencia inmediata de la acción de espíritus hostiles2. Así se fueron combinando remedios y magias utilizando todo lo que tenían a su alcance. El mismo Albarracín, en su ya citado artículo, nos aclara el esfuerzo hecho por aquellos primeros hombres que nos legaron sus experiencias en lucha contra los males del cuerpo y del espíritu: “Es sorprendente el número de remedios utilizados en todos los pueblos del mundo arcaico. En un análisis somero, los textos asirio babilónicos del segundo milenio a. C. mencionan, según Campbell Thompson, un total de doscientas cincuenta plantas medicinales -frutas, verduras, cereales, especias, condimentos, flores, resinas, gomas, cortezas-, ciento veinte substancias minerales -no hay que olvidar la tradición alquímica de los sumerios, que abarcan el azufre, el arsénico y sus sales, el antimonio, el hierro y sus sales, las piritas, el cobre, el mercurio, el alumbre, la cal, etc. Y, finalmente, ciento ochenta de origen animal, cuyas carnes y vísceras, grasa y sangre eran utilizadas, ya procediesen de animales domésticos o de animales salvajes. En ellos podemos ver ya lo que va a denominarse “terapia inmunda” -Dreck-apotheke-, constituida por excrementos y otras secreciones animales.”3
Los avances a través de los siglos han sido excepcionales, pero hasta nuestros días se han venido conservando muchos de los remedios antiguos, tradicionales, ampliando la gama de lo que el citado Albarracín denomina como “arsenal terapéutico”.
Sirva esta introducción para acercarnos al ámbar de Medina Sidonia, substancia o producto empleado en el siglo XI en medicina, objeto del presente estudio.
El libro de la almohada
Con este título se guarda en la Biblioteca de El Escorial, en el fondo de manuscritos árabes con el número 833, uno de Ibn Wafid, junto con tres más: “El libro de la generación del feto”, de Arib ibn Said y “El secreto de la medicina” y “Las propiedades de los alimentos”, ambos de al-Razi4.
“El libro de la almohada” es también el título de la escritora japonesa Sei Shônagon, contemporánea de Wafid, pero cuyo contenido nada tiene que ver con el del toledano ni con la medicina. Para Francisco Calvo Serraller el libro de la oriental “es uno de los monumentos literarios clásicos de Japón”. La confusión podría darse porque este último ha sido editado por primera vez en español el año pasado (Adriana Hidalgo, editora)5.
Para Álvarez de Morales, mentor virtual del presente trabajo, “el título Kitab al-Wisad fi l-tibb o Libro de la almohada en medicina parece responder a la utilidad y carácter práctico de la obra. Es decir, un libro de “cabecera”, para tenerlo siempre a mano, bajo la almohada”6.
El recetario de nuestro toledano contiene recetas magistrales para la curación de las enfermedades desde la cabeza a los pies, empieza por el pelo, va recorriendo todo el cuerpo hacia abajo y termina en la piel, después del peritoneo. En total son 957, hay algunas repetidas, y son producto de su ejercicio de la ciencia médica. Es “un libro no dirigido a especialistas ni a eruditos, sino al médico común que cada día ha de tratar a numerosos enfermos, a los que intentará curar con medicamentos asequibles y fáciles de preparar”7.
Lo curioso para nosotros es que utiliza entre las sustancias de sus recetas el “ámbar de Medina Sidonia”, producto verdaderamente desconocido para el autor del presente estudio, en no menos de ocho de sus recetas magistrales, y con la particularidad de que lo indica en dos formas, la sencilla como ámbar solamente y como ámbar amarillo, dos elementos completamente diferentes, como veremos más adelante.
Ibn Wafid de Toledo
¿ Quién fue este médico que curaba con el ámbar de nuestra tierra? Su nombre completo parece que no tiene fin: “Abu l-Mutarrif Abd al-Rahman ibn Mamad ibn Abd al-Kabir ibn Yahyá ibn Wafid ibn Muhannad al-Lajmi, conocido entre los latinos por Abenguefit, Aben Nufit e incluso por Abencenif”8. En lo que sigue, referido al médico Ibn Wafid, me guío por el estudio de Camilo Álvarez, en el mencionado libro, pp. 21-23.
Ibn Wafid perteneció “a una familia de rancia estirpe en al-Andalus”. Nació en Toledo en agosto de 1008, aunque hay discrepancias en esta fecha, y murió en la misma ciudad el 29 de abril de 1074. Se le conoce como hombre de ciencia, aunque tuvo alguna actividad política como visir durante el reinado de Alimenón de Toledo, Almamún Yahia ben Dylinun, rey árabe que dio asilo a Alfonso VI y con su ayuda conquistó Córdoba9. Además de médico ejerció como filósofo, siendo un profundo conocedor de las obras médicas de Dioscórides y Galeno, y de las de Aristóteles. Algún tiempo lo pasó en Córdoba con sus familiares los Banu Wafid, una de las familias nobles cordobesas. Aquí recibió enseñanzas médicas y jurídicas de Abulcasis, eminente médico en la corte de Abderraman III, “el más grande cirujano de la Edad Media”10, autor de una enciclopedia médica, al Tasrif (La colección), en la que recopila “todo el saber antiguo y aporta su experiencia acerca del uso de cauterios, operaciones con instrumentos cortantes y tratamientos de fracturas y luxaciones”11.
Vuelto a Toledo, de donde no volvió a salir, Ibn Wafid ejerció como médico fundamentalmente, en cuya profesión obtuvo un reconocimiento general: “sus éxitos en la curación de enfermedades graves y de complicado tratamiento fueron numerosos”. Gracias a sus amplios conocimientos de botánica y agricultura, organizó un jardín botánico, por orden real, en el que cultivaba muchas especies vegetales.
Además de Kitab al-wisad (El libro de la almohada) escribió Kitab al-adwiyya al-mufrada (Libro de los medicamentos simples), que alcanzó una gran difusión entre los médicos contemporáneos y posteriores, traducido al latín, hebreo y catalán; y Machmu fi l-filaha (Suma de agricultura), fuente principal en la que se basó Gabriel Alonso de Herrera para su Agricultura General. Este Alonso de Herrera fue capellán del cardenal Cisneros, profesor en la Universidad de Salamanca y conocido filósofo, matemático y agrónomo.
Se le atribuyen dos obras más. Una de la que sólo se conoce su título latino De balneis sermo y otro sobre oftalmología Kitab tadqiq al-nazar fi ilal hassat albasar.
El ámbar
Parece a simple vista que este elemento es algo sencillo. Cualquier
diccionario nos aclara que se trata de una resina de origen vegetal, pero
también
se conoce con este nombre otra substancia de orden animal, lo cual no es
igual ni parecido.
La palabra ámbar proviene del árabe ‘ánbar y el
DRAE no es muy explícito, dado su carácter no enciclopédico,
en su entrada correspondiente: “Resina fósil, de color amarillo
más o menos oscuro, opaca o semitransparente, muy ligera, dura y
quebradiza, que arde fácilmente, con buen olor, y se emplea en cuentas
de collares, boquillas para fumar, etc. ll 2. Perfume delicado. ll 3. Color
semejante al
del ámbar amarillo. ll ~ gris. m. Sustancia que se encuentra en
las vísceras del cachalote, sólida, opaca, de color gris
con vetas amarillas y negras, de olor almizcleño, usada en perfumería.
ll ~ negro. m. azabache ll variedad de lignito. ll ~ pardillo. m. ámbar
gris. ll de ~. loc. adj. Se decía de los guantes, coletos, bolsas
y otras prendas de piel adobada con ámbar gris. ll ser un ~. fr.
coloq. U. para ponderar el color, claridad y transparencia de algunos licores,
y especialmente
del vino.ñ V. Escobilla de ~“12.
Es de rigor aclarar lo concerniente al ámbar para llegar a descubrir qué era realmente el que se conoció como de Medina Sidonia. Recurrimos al saber enciclopédico: “Entre los productos fósiles de secreción se encuentra el ámbar, tan apreciado en nuestros días y que fue producido en tiempos prehistóricos por una conífera del Báltico. El ámbar ha prestado una gran ayuda a la Biología porque muchos animales, en su mayoría insectos de épocas geológicas remotas, se han conservado en su interior formando el ámbar en torno a ellos una especie de molde que reproduce todas sus estructuras, y que es el fósil que ha llegado a nuestros días, gracias a la protección de la resina, que impide el paso del aire”13. Entre los árboles que producen resina se encuentra la especie de las coníferas, nuestros pinos, de los que dice Martínez y Delgado había abundancia en las tierras del Cuervo14.
Este ámbar de origen vegetal es el que se denomina amarillo y es uno de los que Ibn Wafid utilizó en sus recetas determinándolo como “de Medina Sidonia”. Este producto “es una resina fósil de composición química un tanto incierta y que a veces contiene residuos orgánicos. Es notable el del Báltico, que presenta diversos colores: amarillo, rojizo, castaño, verdoso; pero también puede ser límpido, transparente o semiopaco. Sirve para la fabricación de objetos de adorno, y su propiedad de electrizarse por frotación es conocida desde la antigüedad; de su nombre griego deriva precisamente la palabra electricidad. El ámbar tuvo una enorme importancia en la fabricación de joyas en épocas históricas, sobre todo en la Edad del Bronce y del Hierro”15. Una curiosidad más de este elemento tan poliédrico: según el DRAE la palabra “eléctrico” proviene del latín electrum, y de la griega cuyo significado es ámbar16.
Antes de buscar por itinerarios desconocidos consulté con mi amigo y filólogo de cabecera, Jesús Romero Valiente, compañero fundador de esta Puerta del Sol. Su contestación no tiene desperdicio, la transcribo tal cual:
“ Sobre tu duda, te diré que los griegos llamaban al ámbar amarillo “élektron”. La palabra ya aparece en Homero (Odisea 4,73) y Hesíodo (El escudo 142). Conocían sus propiedades, de las que por ejemplo habla Platón en Timeo 80c. Herodoto habla de esta piedra en 3,115. Parece ser que el origen del vocablo griego tiene que ver con el adjetivo “élektor” (brillante). El sustantivo es de género neutro y en latín se nombra “electrum”. Ovidio en sus Metamorfosis (2,365) refiere su origen mítico. Léelo, es muy bonito. En general los clásicos pensaban que el electro o súcino, que empleaban en joyería y decoración, era una resina fósil. No tenían claro cuál era su procedencia, pero en todo caso se conocía su origen vegetal y resinoso, como indica el pasaje ovidiano, puesto que se supone que las hermanas de Faetón, las Heliades, convertidas en álamos, lloran en sus propias ramas estas particulares lágrimas; y que una vez que se han secado y endurecido al sol, caen al río Erídano, que las lleva al mar, de donde llegan a las playas del Lacio, donde las recogían los romanos. La palabra ámbar designa al mismo material, pero no es griega ni latina. Es un vocablo, como tantos en nuestra lengua, de procedencia árabe. El término latino fue ampliando su significado. Surge el adjetivo “electrifer”, por ejemplo, con el significado de “lo que produce electricidad, como el ámbar”. Lo cierto es que nuestra lengua fue desechando el empleo de “electro” -aunque exista en los diccionarios- con su significado original. Así que necesitó otra palabra para designar el material orgánico; recurrimos al árabe”17.
Gracias Jesús, más claro agua. Leeré Las Metamorfosis de Ovidio, y desde ya se la recomiendo a mis lectores. La de Kafka, ellos y yo, seguramente la tendremos más que leída.
La importancia del ámbar amarillo en tiempos remotos fue tal que su comercio principal transcurría por la llamada Ruta del ámbar, a partir del segundo milenio: “Desde el mar Báltico y Jutlandia se llevaba el ámbar al Peloponeso y a Creta, por dos rutas paralelas: el cauce del Weser y el cauce del Elba con su afluente el Moldav, que se unían en el valle de Adigio y que continuaban por el Adriático. A las civilizaciones del Bronce de Bretaña y del S. de Inglaterra llegaba el ámbar a través de Holanda y el Canal de la Mancha; de aquí partía también hasta alcanzar las costas de la Península Ibérica”18. Aún no había llegado la hora del ámbar de Medina Sidonia.
Otro igualmente vegetal es el azabache, una “variedad de lignito, de color negro, fractura concoidea, susceptible de ser pulimentado”19. Tuvo mucha utilidad en escultura y piezas de adorno y aún se conserva en algunos lugares, como puede comprobarse en los alrededores de la catedral de Santiago de Compostela, y en otros muchos lugares más de España.
Los de origen animal son otros dos: el gris y el blanco. Los dos nos interesan, pero sobre todo el gris porque es al que se refería Ibn Wafid en sus recetas, como se verá a continuación. De momento vamos a conocer en qué consisten estas dos clases de ámbar, tan diferentes de las de origen vegetal.
El ámbar gris, también conocido como pardillo, es una “sustancia untuosa de color gris amarillento y de olor desagradable que forma concreciones en el intestino posterior de los cachalotes. Se trata de un producto de degradación de ciertos órganos de los cefalópodos, animales que constituyen el alimento preferido de dichos cetáceos. Se encuentra en la superficie del mar en forma de masas compactas expulsadas por los cachalotes junto con las materias fecales”20. Esto debería entrar dentro de lo que Albarracín denomina terapia inmunda, como se decía más arriba en la introducción. Las masas compactas expelidas por los cachalotes pesan desde 50 gramos hasta varios kilos y antiguamente, como es nuestro caso, se le atribuían propiedades medicinales. En la actualidad se recogen en las costas del Japón, de Madagascar y de las islas Molucas, dedicándose a la perfumería.
Las concreciones que se forman en el intestino del cachalote no son sino cálculos, formados como consecuencia de la ingestión de los cefalópodos, que son quienes los producen.
El otro ámbar de origen animal es el blanco, que recibe el nombre de esperma. Se trata de una grasa que se extrae de la cabeza del cachalote, como indica la segunda acepción de la palabra en el DRAE, imprescindible publicación que tenemos que utilizar de continuo.
El ámbar de Medina Sidona
Después de todo lo dicho hasta el presente nos falta alcanzar el objetivo principal del presente trabajo: ¿de dónde sale este ámbar gris que utiliza Ibn Wafid en sus recetas con el nombre de Medina Sidonia?
Tenemos que recurrir al “Moro Rasis”, tan utilizado por Martínez y Delgado en su imprescindible Historia de la ciudad de Medina Sidonia, para hacer la defensa magnífica del obispado de Medina Sidonia en su quinto y último capítulo: Disertación en que se prueba la existencia de la antigua silla episcopal Asidonense, en la que hoy es Medina Sidonia21. Se apoya en la Crónica denominada del moro Rasis, que se conserva en la Biblioteca del Escorial.
El moro Rasis, hijo de “la bárbara y supersticiosa Nación de los Sarracenos”22, aseguró rotundamente que Saduña o Sadunia era Medina Sidonia, independientemente del sombrerete absorbido por Xerez23, nos dejó testimonio de la existencia de ámbar: “... et yace majada de Sadunia, do cogen mui buen alambar...”24.
Este Rasis
fue Ahmed ben Momamad ben Músa Ar-Rázi Abu Bequer
Andalusí Cortobí (domiciliado en España, vecino de Córdoba),
cuya crónica consta de tres partes, una descripción topográfica,
reseña de la población de España en tiempos anteriores
a los árabes, y la historia de la España árabe, aunque
la segunda parte parece que está desaparecida.
En la primera receta de Ibn Wafid en la que se nombra el ámbar de
Medina Sidonia, Álvarez de Morales incluye una nota que dice textualmente: “Este
tipo de ámbar se recogía en las costas atlánticas del
sur de la Península, en donde había pesquerías exclusivamente
dedicadas a su búsqueda, siendo particularmente apreciado por su finura
y resistencia”, y cita a E. Levi-Provençal en su “España
musulmana. Instituciones y vida social e intelectual”, tomo V de la
Historia de España dirigida por Ramón Menéndez Pidal,
Madrid, 1957, p. 17625.
Evariste Levi-Provençal escribe en el texto citado: “... en la costa atlántica había muchas pesquerías dedicadas a la búsqueda del ámbar gris, tanto en Setúbal como en el Algarbe y en Sidona” y remite a una nota: “Tenemos sobre este punto el testimonio de Mas’udi (reproducido por Maqqari, Analectes, I, págs.. 91-92), el cual precisa que el ámbar valía en Córdoba a 3 mithqales la onza bagdadí y en El Cairo a 10 dinares”26.
Nos falta encajar a Medina Sidonia en la misma costa atlántica, donde en sus pesquerías se pescaba el ámbar gris. Sabido es que de la España árabe, respecto a nuestra tierra, quedan pocos vestigios y menos estudios, pero hace unos años se publicó un interesantísimo libro que nos revela la verdadera importancia de Medina Sidonia en esa época: El Cádiz Andalusí (711-1485), por José Manuel Toledo Jordán27. Éste se queja de que “las referencias al Cádiz islámico en las fuentes cronistas brillan por su ausencia” y poco más adelante: “Esta penuria de datos es aún mayor si he de referirme a algunos aspectos geográfico-administrativos o económicos de las coras de Sidonia y Algeciras”28.
En él se nos revela la importancia y amplitud de la Kúra, Cora en español, de Sidonia, cuya capital fue en un primer momento la ciudad que lleva su nombre. La Cora de Sidonia limitaba con la de Sevilla, la de Takurunna (Ronda), la de Rayya (Málaga) y la de Algeciras, teniendo sus límites en Trebujena, Espera, Olvera, Grazalema. Benaocaz, Jimena y Castellar por el norte y el este; al oeste y al sur, la parte litoral atlántica, iba desde Sanlúcar hasta Vejer, pasando por Rota, Puerto de Santa María, San Fernando y Cádiz.
Los primeros pobladores árabes de la Cora de Sidonia parece que fueron los sirios del yûnd de Palestina, y Medina Sidona su capital con su Cora de gran prosperidad, hasta que en 844 los normandos la saquearon y trasladaron la capitalidad a la ciudad, todavía hoy fantasma, de Qalsána, cuya ubicación sigue en entredicho.
Toledo Jordán nos confirma la industria del ámbar en la Cora de Medina Sidonia: “Este material se utilizaba fundamentalmente en perfumería y en la fabricación de objetos de adorno.
Según el Dikr, en las costas gaditanas se recogía un ámbar gris de gran calidad. También se recogía otra modalidad de ámbar en estas costas, se trataba del ámbar amarillo (Kahrabá), según esta misma fuente: “El mejor del mundo. Un dirhem de ese ámbar equivale a varios del importado”29.
Me queda aventurar una hipótesis. Por lo que respecta al ámbar gris no hay duda de que es el que se recogía en las pesquerías del litoral, procedente de los cachalotes, pero respecto al amarillo, resina fósil de árbol, de la que solamente se hace eco Toledo Jordán, no cabe sino pensar que se obtendría de los bosques que deberían poblar la Cora de Medina Sidonia, especialmente de los pinos, una de cuyas especies, el pinus halepensis, parece que fue extendida por los árabes desde las costas mediterráneas orientales hacia occidente30. Quizás merezca la pena realizar un próximo estudio sobre esta variedad de ámbar de Medina Sidonia, que ha quedado un poco descolgada.
Las recetas de Ibn Wafid
Son ocho recetas cuya transcripción se hace directamente del libro de Camilo Álvarez. Cada receta “comienza enumerando las drogas a emplear y su cantidad. Luego se indica el proceso de preparación del medicamento y, por último, su aplicación... Todas finalizan con las palabras: Si Dios quiere...”31. He subrayado la sustancia “ámbar de Medina Sidonia” para favorecer la localización; en el original viene como el resto de elementos.
Los pesos y medidas que figuran en las recetas de Ibn Wafid son árabes, muy lejanas y desconocidas para nosotros. Camilo Álvarez incluye en su libro un cuadro con las equivalencias a nuestro sistema, tomando los valores medios de varios autores consultados. Las que se indican en las recetas que siguen, son las siguientes:
Dirham: 2,90 gramos.
Mithqal: 4,42 gramos.
Qirat: 0,23 gramos.
Ratl: 454,3 gramos.
Uqiyya: 31,01 gramos.32
Las recetas que contienen el ámbar de Medina Sidonia corresponden a seis zonas del cuerpo, “regiones anatómicas” dice Camilo Álvarez.
La primera corresponde al pecho y el pulmón, zona VIII. En este apartado hay 31 recetas y la número siete se refiere a un “Medicamento que fortalece el pecho y el pulmón y es útil para el asmático”.
Consiste
en lo siguiente: “Se toman tres ratle de agua en la que se ha
hervido media uqiyya de violeta, otra media de lavándula dentada,
dos uqiyyas de sebestén, una de azofaifa y un cuarto de uqiyya de
anís.
Se toma también un ratl de agua en la que se han hervido dos uqiyyas
de raíces de regaliz descortezadas y desmenuzadas y tres ratles de
agua de rosa en la que se ha disuelto un cuarto ratl de zumo de canafístula
y dos uqiyyas de maná. Se desmenuzan estas sustancias, se filtra y
se clarifica. Se toma entonces media uqiyya de tragacanto, otra media de
goma
arábiga, igual cantidad de jugo de simiente de membrillo pulverizada
y tamizada, un cuarto de uqiyya de ámbar de Medina Sidonia33
, un cuarto de ratl de alfeñique y tres ratles de jugo de granada
dulce. A estas sustancias se añade un ratl de agua de hinojo, dos
ratles de llantén
y tres de chicoria, todo ello hervido y purificado. El conjunto se cuece
con fuego suave hasta que se espese y tome la consistencia de los Locs. Entonces
se usa. Si quiere Dios, ¡ensalzado sea!”34.
La zona del cuerpo siguiente es la IX dedicada al corazón, que contiene
26 recetas. La número 18 se titula: “Remedio para las palpitaciones
y la misantropía. Fortalece el hígado y el estómago”.
Dice Ibn Wafid: “Se toman cuatro dirhames de mirobálano en polvo, dos de mirobálano de Kabúl, también pulverizado cuatro dirhames, respectivamente, de semillas de melisa y semillas de almizcle de los francos, que es el clinopodio, dos dirhames de simiente de verdolaga, otro tanto de simiente de calabaza dulce, medio dirham de rubí, igual de perla, lo mismo de coral y la misma cantidad de ámbar de Medina Sidonia. Por último un cuarto de dirham de almizcle y otro cuarto de ámbar gris. Todo esto se pulveriza, se amalgama con aceite de pistacho o aceite de cidra y se amasa con jarabe de manzana y jarabe de membrillo, azucarados ambos. Se beben dos dirhames de este producto con agua de manzana dulce. Si Dios quiere”35.
A continuación la zona X, debajo del corazón, se refiere al estómago, con 75 recetas. La nuestra es la número 8: “Otra receta para fortalecer el estómago y evitar el vómito”, que consiste en: “Se toman ocho dirhames de agua de rosa de muy buena calidad, tres dirhames de azúcar, dos de aceite de rosa y medio dirham de ámbar de Medina Sidonia. Se toma un sorbo con un poco de agua dulce. Si no es suficiente, se toma arcilla de Armenia, se calienta al fuego, se pone un poco de agua y se beben de tres a cuatro uqiyyas, junto con una uqiyya de jarabe de rosa.
Debe evitarse que el enfermo abuse de la comida y de cualquier tipo de vino. Es recomendable chupar membrillos o manzanas y comer huevos cocidos en agua dulce, un poco de agua de rosa y productos asados que contengan rosa, los dos sándalos, albahaca, arrayán, y otros perfumes y sustancias similares. Este preparado corta el vómito cuando se produce, si quiere Dios, ¡ensalzado sea!”36.
Otra zona, inmediata al estómago, es la XI correspondiente al hígado, que contiene 31 recetas. Se trata en este caso del “Electuario que fortalece el hígado y el estómago. Es útil contra las palpitaciones y la misantropía, con el permiso de Dios. Está experimentado”.
“Se toman dos dirhames de mirobálano émblico, cuatro de semillas de melisa, igual de semilla de almizcle de los francos, que es el clinopodio, dos dirhames de simiente de verdolaga y simiente de calabaza dulce, respectivamente, medio dirham de rubí, otro tanto de perla, igual de coral, la misma cantidad de ámbar de Medina Sidonia, un cuarto de dirham de almizcle rojo y otro cuarto de ámbar gris. Se pulveriza el conjunto, se le mezcla aceite de pistacho o aceite de cidra y se amasa con jarabe de membrillo y de manzana, ambos azucarados. Es excelente”37.
Del hígado bajamos a la zona o región anatómica XVI correspondiente al ano, que contiene 24 recetas, una de las cuales es la número 22: “Receta para el que tiene gases”. Preparados: “Se toma una parte, respectivamente, de ámbar amarillo de Medina Sidonia y hojas de rosa roja, y una cantidad igual a la del conjunto de azúcar. Se pulveriza esto y se toman cada día dos mithqales. Debe evitarse que el enfermo haga movimientos que le fatiguen y que ande. Si quiere Dios, ¡ensalzado sea!”38.
Las recetas correspondientes a los grupos XII y XIII no se refieren concretamente a zonas del cuerpo. La primera recoge 55 recetas para las fiebres y la siguiente 58 purgantes.
Para las fiebres la receta número 54 es “para la tos, la tisis pulmonar y la fiebre, todo mezclado”. Se prepara de la siguiente manera: “Se toman cuatro [...]39 de confitura de rosa exótica azucarada y un dirham de ámbar de Medina Sidonia y de aceite de rosa exótica. Se pulveriza el ámbar, se amasa con la confitura y el aceite y este preparado lo toma el enfermo de una sola vez”40. Es una receta de las más breves y en ella falta la referencia a Dios, seguramente por culpa del amanuense que copió la fórmula magistral en el manuscrito escurialense, olvidando transcribirla.
Por lo que se refiere a los purgantes hay 58 recetas, de las que tenemos dos, una con el ámbar gris y otra con el amarillo, que contienen las dos variedades del producto asidonense.
La primera, con el número 13, figura como “Receta de un ‘atriful’ extraordinario”. No he podido encontrar el significado de la palabra atriful, pero podemos pensar que debía ser algo muy fuera de lo corriente, para ser extraordinario. “Se toman cinco dirhames de mirobálano indio, mirobálano de Kabúl y mirobálano émblico, respectivamente, cuatro de rosa, tres de canela china, cuatro de ámbar de Medina Sidonia, uno de perla sin perforar, cuatro de sándalo amarillo y dos de clavo. Se amasa con jarabe de manzana azucarado para que se impregne en él y además se perfuma durante tres días, tres veces diarias, con dos dirhames de agáloco y se coloca en un pote, perfumado también con esta madera. Se toman dos mithqales del preparado con tres uqiyyas de agua de manzana dulce. ¡Si Dios quiere!”41.
La segunda lleva el número 15, e igualmente es una “Receta de un ‘atriful’ extraordinario”. Esta es bastante larga: “Se toman cuatro dirhames, respectivamente, de mirobálano indio, mirobálano de Kabúl, ámbar de Medina Sidonia y sukk, media uqiyya de rosa roja, tres dirhames de clavo, otros tres de azafrán indio, igual de sándalo amarillo, un mithqal de cardamomo pequeño, dos dirhames de nuez moscada, medio dirham de almizcle rojo de buen olor, medio dirham de ámbar, un mithqal de agáloco, un dirham y medio de perla sin perforar, media uqiyya de mirobálano émblico, igual cantidad de agracejo y dos ratles de azúcar cande blanca y refinada. Se pulveriza el conjunto y se amasa con jarabe de manzana azucarado hasta que la mezcla quede viscosa, y con dicha mezcla se unta una fuente de mármol. Se vaporiza la mezcla con dos dirhames de agáloco durante tres días, tres veces diarias, y se coloca en el citado recipiente de mármol, que también ha sido vaporizado con agáloco. Se toman dos dirhames de este preparado, junto con una uqiyya de jarabe de manzana y tres uqiyyas de agua tibia. Si quiere Dios, ¡ensalzado sea!”42.
Estas son las recetas magistrales legadas por Ibn Wafid de Toledo, nada más alejadas de la farmacopea del siglo XXI, en las que ya no figuran nuestros dos productos: el ámbar amarillo y el ámbar gris. Un estudio más profundo nos puede llevar a encontrar otras recetas de otros médicos o farmacéuticos medievales que también utilizaran estos elementos medicamentosos.
Han pasado diez siglos
Estamos en el décimo siglo desde que Ibn Wafid de Toledo se fijase en el producto industrial de la Cora de Medina Sidona, para curar a sus enfermos. La medicina y los medicamentos actuales se parecen poco a los utilizados en el medioevo, aunque muchas enfermedades son las mismas y los productos originales de las medicinas actuales estén basados también en los que nos ofrece la Naturaleza.
Mucho, muchísimo se ha avanzado, pero no se ha llegado al final, ni se llegará nunca. “La farmacología, raíz de inmortalidad. Esta es la esperanza utópica, el sueño escatológico a que nos asimos con trágica energía. Todo hace pensar, empero, que en este punto, al menos por ahora, el encanto se rompe, la semejanza desaparece. La farmacología otorga esperanza, aumenta la esperanza de vida de los hombres, pero no da la inmortalidad”43. Más o menos como en el siglo XI.
La época árabe ha sido muy estudiada y analizada, pero en lo referente a Medina Sidona falta mucho para llegar a un conocimiento de la vida de sus habitantes en esos años, desde que fuera tomada en 712, bien por Tariq: “Púsoles Táriq a las gentes de Medina Sidona un largo asedio; luego, valiéndose de tretas, prendió fuego a los sembrados que tenían (...). Ardieron los campos y muchos de sus habitantes sucumbieron en el incendio; el resto fueron pasados a cuchillo”44. Para otros “fue conquistada por el gobernador de Ifriqiya, Musá b. Nusayr”45.
Largos años, seis siglos, vivieron entre nosotros nuestros hermanos los árabes y apenas nos quedan recuerdos de tantísimo tiempo: la puerta de entrada a la ciudad amurallada, con el arco simbólico de Medina, las ruinas del en otros tiempos imponente castillo del que, a juicio del arqueólogo Salvador Montañés, “se conserva más de lo que a simple vista hoy vemos”, y parte de la Villa Vieja -donde las excavaciones efectuadas han dejado al descubierto en un espacio limitado la simbiosis y superposición de culturas, como la tardorromana, la islámica, la de los primeros pobladores tras la conquista castellana y vestigios de momentos modernos-.
Toledo Jordán ha hecho un meritorio trabajo mostrándonos la Cora de Medina Sidona, de cuya industria se obtenía el ámbar que utilizaba Ibn Wafid y seguramente otros médicos árabes. Queda mucho por hacer y por descubrir, tarea que corresponde a historiadores y arabistas, para quienes nuestra tierra ha de mostrarse generosa. La historia de la Medina árabe, puede darnos muchas alegrías.
Notas:
(1) Agustín Albarracín, “El remedio terapéutico en el mundo primitivo”, en “Historia del medicamento” I, Diego Gracia Guillén y otros, Barcelona, Doyma, 1984, p. 22.
(2) Agustín Albarracín, op. cit., p. 14.
(3) Agustín Albarracín, op. cit., p. 23.
(4) Camilo Álvarez de Morales y Ruiz Matas, “El libro de la almohada” de Ibn Wafid de Toledo (Recetario médico árabe del siglo XI), Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1980, Prólogo de Darío Cabanelas, p. X.
(5) Francisco Calvo Serraller, “Cabecera”, en “Babelia-El País”, 20 de julio de 2002.
(6) Camilo Álvarez, op. cit., p. 26.
(7) Camilo Álvarez, op. cit., p- 27.
(8) Camilo Álvarez, op. cit., p. 21.
(9) Diccionario Hispánico Universal, México, .W. M. Jackson, segunda edición, 1957, p. 20.
(10) Monitor I, Pamplona, Salvat, 1965, p. 21.
(11) Antonio Vaquero Ibáñez, “Traumatología”, en GER XXII, Madrid, Rialp, 1975, p. 742.
(12) Diccionario de la Lengua Español, Madrid, Real Academia Española, 2001, vigésima segunda edición, p. 91.
(13) Antonio López Lillo, “Árbol” en GER II, Madrid, Rialp, 1971, p. 637.
(14) Francisco Martínez y Delgado, Historia de la ciudad de Medina Sidonia, Cádiz, Imprenta y Litografía de la Revista Médica, edición de Joaquín María Enrile y Méndez de Sortomayor, p. 126.
(15) Monitor I, op. cit., p. 264.
(16) Diccionario de la Lengua Española , p. 589.
(17) Jesús Romero Valiente, e-mail 1 de abril de 2003, al autor del presente trabajo.
(18) Diccionario Enciclopédico Salvat Universal 2, Barcelona, Salvat, 1981, p. 26.
(19) Enciclopedia de la Ciencia y de la Técnica 1, Barcelona, Danae, 1976, p. 382.
(20) Diccionario Enciclopédico Salvat Universal 2, Barcelona, Salvat, 1981, p. 26.
(21) Francisco Martínez y Delgado, op. cit., p. 329.
(22) Francisco Martínez y Delgado, op. cit., p. 51.
(23) Los datos que siguen han sido obtenidos de Pascual Gayangos, Memoria sobre la autenticidad de la crónica denominada del moro Rasis, leída en la Real Academia de la Historia, publicada en Madrid en 1850, y reproducida por la Librería París-Valencia, en esta última ciudad, en 1996.
(24) Pascual Gayangos, apéndice nº 1, descripción geográfica , de la Crónica, op. cit., p. 58. Alambar es igual que ámbar.
(25) Camilo Álvarez, op. cit., p. 140.
(26) E. Lévi-Provençal, . “Instituciones y vida social e intelectual”, en “España musulmana”, Historia de España, dirigida por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa-Calpe, segunda edición, 1965, p. 176.
(27) José Manuel Toledo Jordán, El Cádiz Andalusí (711-1485), Cádiz, Diputación de Cádiz, 1998.
(28) José Manuel Toledo Jordán, op. cit., p. 14.
(29) José Manuel Toledo Jordán, op. cit., p. 172. Un dirhem, según Camilo Álvarez, p. 475, equivale a una media de 2,90 gramos.
(30) Salvador Rivas Martínez, “Pino” en GER 18, Madrid, Rialp, 1974, p. 500.
(31) Camilo Álvarez Morales, op. cit., pp. 26-27.
(32) Camilo Álvarez, op. cit., p. 475.
(33) En las recetas que figura “ámbar de Medina Sidonia” se refiere al ámbar gris, procedente del cálculo de cachalote. Así se desprende de esta primera receta en la que Camilo Álvarez, op. cit., en nota 29, p.140, se refiere a lo expresado por Evariste Lévi-Provençal. Ver nota 24.
(34) Camilo Álvarez, op. cit., p. 140.
(35) Camilo Álvarez, op. cit., p. 156.
(36) Camilo Álvarez, op. cit., p. 161.
(37) Camilo Álvarez, op. cit., p. 189.
(38) Camilo Álvarez, op. cit., p. 247.
(39) La medida está en blanco en el manuscrito de la Biblioteca del Escorial.
(40) Camilo Álvarez, op. cit., p. 333.
(41) Camilo Álvarez, op. cit., p. 339.
(42) Camilo Álvarez, op. cit., p. 340.
(43) Diego Gracia Guillén, “Presentación” en Historia del Medicamento I, Diego Gracia Guillén y otros, Barcelona, Doyma, 1984, p. 5.
(44) José Manuel Toledo Jordán, op. cit., p. 29, transcripción de un texto de E. de Santiago Simón en “Un fragmento de la obra de Ibn al-Sabbát (s. XIII) sobre al-Andalus” en Cuadernos de Historia del Islam, 5, pp. 26-27.
(45) José Manuel Toledo Jordán, op. cit., p. 30.
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