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Melchor Calderón, "Famoso"
Estoqueador De Medina Sidonia


Jesús M.ª Armengol Butrón de Mújica

En el artículo que sobre los picadores asidonenses del siglo XVIII se me publicó en esta misma revista (nº 3), hacía mención en la primera nota a pie de página de este torero de mediados del siglo ilustrado que "tenía fama de banderillero completísimo y matador fulminante; cuentan las crónicas que, cuando entraba a matar, no dejaba de empujar hasta tener la certeza de que el toro saldría rodado del encuentro." Si añadimos a esto que fue el primer lidiador de a pie al que se le unió en los carteles el apelativo de famoso, merece la pena profundizar un poco más para conocer a personaje tan notable.

Aunque no abundan las noticias sobre nuestro paisano Melchor Calderón, aquéllas de que disponemos son lo suficientemente ilustrativas como para formarnos una idea de su figura humana y artística. Nacido en Medina Sidonia en fecha desconocida, pero que puede suponerse en torno a 1720, parece que tuvo por maestro a su hermano Juan, más conocido entre las gentes del toro -tanto lidiadores como oficiales de matadero- por Juanico el de la Tripera. José Daza1 se refiere a él tildándolo de habilidoso y muy célebre en su tiempo, sin embargo no debió participar en la fiesta como profesional. El paso siguiente, tras recibir las fraternales enseñanzas, sería para Melchor colocarse en las cuadrillas de a pie que participaban en las corridas de toros auxiliando a picadores -grandes figuras de la lidia en aquella época- y matadores. No puede certificarse documentalmente este último supuesto, dado que los nombres de los peones, banderilleros y auxiliadores tardaron bastante en aparecer citados en los carteles2; y por entonces ocupaban el último lugar entre los lidiadores, por detrás de picadores y matadores. Aun así, puede suponerse que desde comienzos de la década de 1740 Calderón gozaba de predicamento entre los profesionales y la afición, y ya se ejercitaría como matador. Sabemos que torea en Madrid en 1748 y en la Maestranza de Sevilla las temporadas de 1751 y 1752. La suspensión de las corridas de toros decretada el 10 de mayo de 1754 por el rey Fernando VI, y que duró hasta el 2 de octubre de 1759, marcaría con certeza casi absoluta el tramo final de la carrera de Melchor Calderón que, no obstante, mantuvo reñida competencia con la joven figura más importante de la década de 1760, el chiclanero José Cándido3, saliendo bien parado de aquélla si atendemos a las palabras de José Daza: "Pondremos la corona, al catálogo de los toreros de a pie, en las sienes del que fue príncipe de ellos y único que, después de Melchor Calderón, merece el epígrafe de famoso..."4

A lo largo de su trayectoria como matador de toros, que estimo en torno a las dos décadas incluido el paréntesis de la prohibición, alternó con otros lidiadores renombrados como Lorenzo Martínez Lorencillo, Francisco Benete, Saavedra, Cosme Rodríguez, Huebo, Pedro Chamorro, José Narváez, etc. Pero ninguno, excepto el mencionado Cándido y Antonio Ebassun Martincho5, merecen tanta atención por parte de los tratradistas taurinos. ¿Cómo puede explicarse dicho interés cuando la lidia era, comparada con la de algunas décadas más tarde, muy rudimentaria? Sin duda alguna por el arrojo con que Melchor ejecutaba las suertes en que intervenía. Podemos deducir de una nota que Manuel Chaves hace al texto de La Tauromaquia de Pepe-Illo6 que era buen capoteador, dejando constancia de ello en el festejo celebrado en Madrid el 15 de junio de 1748. Se enfrentaban aquel día en noble competencia cuadrillas de toreros navarros, castellanos y andaluces, encabezados estos últimos por Melchor Calderón y Lorencillo, y todos se prodigaron en lances y juegos de capa que fueron muy aplaudidos; incluso picó de vara larga el propio Calderón. Esto último no es extraño, pues los lidiadores de a pie que conocían el oficio se prestaban a intervenir en la suerte de varas, bien a caballo o a pie.7 Pero las suertes que mayor fama depararon a Melchor fueron la de banderillas y la de matar. En lo que a la primera de ellas se refiere parece ser que no tuvo rival y excedió los límites a que habían llegado los diestros navarros, bravos rahileteros, pues en más de una ocasión partía las banderillas por la mitad y las clavaba de poder a poder. A este alarde, ocasionalmente reeditado en épocas posteriores del toreo, no se le señala inventor alguno en los anales taurinos y, por tanto, no es descabellado pensar que Calderón fue de los primeros en ejecutarlo.

El último tercio de la lidia consistía en aquel tiempo básicamente en dar muerte al toro. La muleta se llevaba en la mano izquierda y la espada en la derecha, de forma que en la primera acometida certera del animal se intentaba la estocada. No existía lo que hoy llamamos faena, los únicos pases conocidos eran, dadas las circunstancias, el natural y el obligado de pecho que se daban sueltos y en corto número si lo requería el caso. Por todo ello, la suerte suprema era la más importante de la lidia a pie y la que más valoraba el público que asistía a las corridas. En la pericia alcanzada en este lance de la lidia se sustenta buena parte de la gloria alcanzada por Melchor Calderón, pues le valió el apelativo de "famoso" y, como señalamos al principio, la admiración de todos por la forma de asegurar las estocadas. Era tan consciente de su pericia que, cuando lo iban a contratar para torear en Madrid por primera vez, le preguntaron lo que de particular hacía, para anunciarlo en los carteles, a lo que contestó: "Pongan vuestras mercedes todo lo que han visto en otros y que ya los toros están muertos."8 Lo ratifica Daza diciendo que ningún toro fue "tan valiente que le quitase la espada de la mano, topando o no topando en hueso, ni él se la sacaba del cerviguillo hasta tenerle fenecido, si conocía que del primer embite no le dejaba muerto. Y cuantos intentaron imitarle o competirle, andaluces, navarros, manchegos o castellanos no sacaron otra cosa que, sobre no conseguirlo, olvidar lo que sabían sin aprender de él cosa alguna." Debió ser, por tanto, espejo de profesionales en la suerte suprema, que por aquellos años se realizaba fundamentalmente de dos formas: recibiendo y al encuentro. Alguna vez se recurría a la media vuelta o al "paso de banderillas" cuando el toro manseaba con peligro, y no sería extraño pensar que, sin convertirse en uso frecuente, tan apreciado estoqueador como Melchor ejecutase algo parecido al volapié que, como se sabe, se considera invención de Costillares.

Fuera de los ruedos debió ser nuestro torero hombre extrovertido y rumboso, dado a la prodigalidad y los excesos; estas "cualidades", que también se observan en otros lidiadores contemporáneos suyos, han configurado el tópico del matador de toros de modélica ejecutoria profesional pero juerguista en la vida privada. Una vez se retiró de los ruedos, probablemente por su bravuconería e incapacidad para adaptarse a su nueva situación, perdió su nada despreciable fortuna y acabó en precario estado, abandonado de todos y convertido en un hombre huraño, distinto del que fue en sus años de gloria. En cualquier caso, como escribe Nicolás Fernández de Moratín en su Carta histórica sobre el origen y progresos de la fiesta de toros en España, "fue insigne el famoso Calderón."

Quisiera terminar esta semblanza con las autorizadas palabras de Daza que compendian cuanto aquí hemos escrito y nos sirven para reflexionar sobre el poco valor que muchas veces damos a lo que nuestra querida Medina ha tenido, tiene y, con toda seguridad, tendrá.

 


BIBLIOGRAFÍA:

- COSSÍO, José Mª de, Los toros. Tratado técnico e histórico, Madrid, Espasa-Calpe, 1989. Tomo III, 12ª edición.
- PEPE-ILLO, La Tauromaquia, (ed. de Manuel Chaves) Granada, Editoriales Andaluzas Unidas S.A., 1984. Biblioteca de la cultura andaluza, nº 5.
- TABLANTES, Excmo. Sr. Marqués de, Anales de la Real Plaza de Sevilla, 1730-1835, Sevilla, Guadalquivir Ediciones, 1989; 3ª edición (facsímil).

 


Notas:

(1) La obra de José Daza, Precisos manejos y progresos condonados en dos tomos. Del más forzoso peculiar del Arte de la Agricultura que lo es el del Toreo, que mandó copiar en 1770 una vez que se retiró de su profesión de picador de toros, es de referencia obligada para todos los estudiosos de la historia del toreo. Más aún para conocer de primera mano la lidia durante el siglo XVIII y, en particular, la figura que nos ocupa. Lo cito a partir de las referencias tomadas por José Mª de Cossío en Los toros (vid. bibliografía), s.v. CALDERÓN (Melchor).

(2) En los Anales de la Real Plaza de Sevilla, el marqués de Tablantes recoge por primera vez el nombre de un lidiador de a pie -Miguel Canelo- en las corridas celebradas en la Maestranza el año de 1734. Para encontrar más de un nombre hay que avanzar hasta la temporada de 1743.

(3) Este famoso diestro, muy elogiado por Pepe-Illo como artífice de la "finura y seguridad de las suertes" (Pepe-Illo, La Tauromaquia, vid. bibliografía), fue depositado en una inclusa de Cádiz un día del mes de noviembre de 1734 y adoptado posteriormente por un matrimonio de Chiclana. Murió el 24 de junio de 1771 a consecuencia de las heridas recibidas la víspera en una corrida celebrada en El Puerto de Santa María. Su hijo, Jerónimo José Cándido, compartió gloria y fama con los colosos Pepe-Illo, Costillares y Pedro Romero.

(4) Cossío, op. cit.: s.v. CÁNDIDO (José).

(5) Este torero natural de Ejea de los Caballeros (Zaragoza) tuvo mucha fama como lidiador a mediados del siglo XVIII y compitió en más de una ocasión con nuestro torero, hecho que para D. José de la Tixera resulta encomiable: "sobresaliente lidiador[...]y el único que pudo competir con el citado Calderón..." (Cossío, op. cit.: s.v. EBASSUN (Antonio), Martincho.) Hoy su fama pervive gracias a su paisano Francisco de Goya, que lo inmortalizó en su serie de aguafuertes sobre lances de la lidia.

(6) Pepe-Illo, op. cit., pág. 223.

(7) Pepe-Illo explica que esta suerte se realizaba con la vara en la derecha y un capote en el brazo izquierdo por si se marraba en el embroque o se colaba el animal, e indica que era suerte "muy lucida con los toros boyantes que son blandos, pero expuesta con los duros, y muy peligrosa con los que se ciñen, ganan terreno y rematan en el bulto, con los quales aconsejo que no se execute nunca." (op. cit., pág. 90)

(8) Cossío, op. cit.: s.v. CALDERÓN (Melchor).

 


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