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 LAS NOTAS GENEALÓGICAS DEL DOCTOR THEBUSSEM

Jesús Romero Valiente

 

En 1889 Mariano Pardo de Figueroa editaba en la imprenta que había mandado instalar en su propia casa Notas genealógicas que para tomar el Hábito de Santiago, presentaron Don Mariano, Don Francisco y Don Rafael Pardo de Figueroa, naturales de Medina Sidonia. En esta obra se contenían los datos genealógicos de su familia, que había reunido con el fin de acreditar su hidalguía y legitimidad de nacimiento ante la Orden de Santiago, en la que acababa de ingresar como caballero junto con sus hermanos.

 

En 1888 –cuando se acercaban a los sesenta años de edad– don Mariano Pardo de Figueroa y sus hermanos Francisco de Paula y Rafael, ambos prestigiosos marinos, habían solicitado el ingreso en la Orden de Santiago. Era una buena manera de dar lustre a unos apellidos cuya nobleza evidenciaban claramente multitud de documentos contenidos en archivos, unos méritos conocidos y una conducta irreprochable a lo largo de generaciones. No se trataba, según dice el preámbulo de las Notas genealógicas...1, redactadas por el Doctor Thebussem con el beneplácito de sus hermanos, de una simple vanagloria, sino del constatable merecimiento de unos hidalgos que habían sabido ser fieles a lo que se esperaba de su linaje:

Los hermanos Pardo de Figueroa, que habían alcanzado gran prestigio en sus respectivas profesiones, tenían razones varias para decidirse a solicitar el honor de ser recibidos como caballeros en la Orden de Santiago. Por un lado, algunos de los más notables antepasados de las distintas ramas de la familia habían vestido el hábito de esta orden de caballería2. Según el Índice de pruebas... de la Orden, redactado por Vicente Vignau y Francisco R. de Uhagón, fueron Caballeros de Santiago los asidonenses3: José Pareja y Garcés (año 1677), Gaspar Herrera y León (1682), Luis de Pareja y Jiménez (1703), Alonso de Pareja y Novela (1774) y Fernando de Pareja y Pareja (1862), además de nuestros tres hermanos. Por otro lado, los Pardo de Figueroa procedían de Galicia, la tierra del Apóstol, tan vinculada a la Orden desde su nacimiento. En Medina Sidonia, por fin, existía la tradición de que el propio apóstol Santiago se había aparecido en el prado de la ermita de los Santos Mártires "dando batalla á los Moros en defensa de los habitadores de esta tierra4". La imagen de Santiago Matamoros se había mantenido en el escudo de la ciudad y el Santo Apóstol se había convertido en su Patrono.

La historia de la Orden de Santiago es más que conocida, y acerca de ella existe una bibliografía especializada5. Con todo, quizá interese hacer un pequeño bosquejo sobre la misma para comprender el valor que se otorgaba a la pertenencia a este instituto a finales del siglo XIX, y para recordar algunas de sus reglas y ceremonias, que nos permitirán entender en su justa medida el proceder de nuestros tres caballeros pretendientes.

Tenemos testimonios de la existencia de una antigua hermandad, formada por trece caballeros –en memoria de Jesucristo y sus apóstoles– bajo la advocación del Patrón de España, cuyo propósito era defender a los peregrinos que acudían a Compostela. Fue instituida, al parecer, a raíz de la victoria del rey Ramiro I en la batalla de Clavijo (846) y disuelta poco después. La Orden Militar resurgió hacia 1170 con motivo de los acuerdos que pusieron fin a los enfrentamientos entre las familias Castro y Lara, quienes se comprometieron, en lo sucesivo, a hacer la guerra contra el infiel y en defensa de la Santa Iglesia de Jesucristo, poniendo una cruz en sus pechos a manera de espada. En un principio, estos cruzados se llamaron "Freiles de Cáceres", la primera ciudad poseída por los caballeros en virtud de una donación de Fernando II de León. Pero Cáceres volvió pronto a poder de los moros. La Orden quedó poco después vinculada al arzobispado de Santiago de Compostela al recibir, entre otros privilegios, los ingresos compostelanos derivados del llamado "Voto de Santiago". Por ello cambió su nombre y se llamó desde 1171 Orden de Santiago. La aprobación pontificia del papa Alejandro III data de 1175, fecha en la que expide una bula donde se señalan las obligaciones de los caballeros y las prerrogativas obtenidas.

La Orden se difundió con prontitud por los reinos cristianos peninsulares y se distinguió de las restantes órdenes por su carácter hospitalario, pues sus caballeros prestaban auxilio a los peregrinos que, desde toda Europa, se acercaban a la tumba del Apóstol. La hermandad estaba regida por un maestre y un comendador mayor, y, entre sus miembros, algunos habían recibido órdenes sagradas, otros eran monjes y, los más, seglares. En sus estatutos, dimanados de la bula pontificia, se obligaban a no luchar contra cristianos ni hacer daño a sus bienes, a renunciar a los placeres mundanos y a vivir conforme a los Mandamientos, a ser fieles al rey y al maestre de la Orden. Tenían diariamente misa y oración; los domingos, comunión; y ayunaban las Cuaresmas. Debían dar de comer a los pobres, haciendo de criados suyos una vez al año. Durante las Cuaresmas, cuando ayunaban, no estarían con sus mujeres. En el punto más delicado de sus estatutos, se permitía el matrimonio. Se aplicaban castigos según la gravedad de las faltas cometidas, pudiéndose incurrir en ellas por jactarse de la nobleza de su linaje menospreciando la de otros, por herir a la mujer propia, por matar o mutilar algún miembro, por desobedecer a la Orden, por contradecir al maestre, etc. Entre sus privilegios se contaban la exención de la jurisdicción real, la exención de la jurisdicción del clero secular y el sometimiento directo a la Santa Sede.

Los Caballeros de Santiago vestían un hábito uniforme. Sobre la túnica de armas de color crudo destacaba la insignia de la Orden, una cruz con forma de espada y rematada por flores de lis en la empuñadura y en los brazos, de color rojo carmesí. La capa era del mismo color que la túnica. Si se trataba de una capa cerrada llevaría dos cruces pequeñas, una situada sobre el lado derecho del pecho y la otra sobre el brazo izquierdo; la capa abierta llevaría solamente una pequeña cruz sobre el brazo izquierdo.

La Orden de Santiago estableció su centro, por concesión del rey Alfonso VII (1174), en la villa de Uclés, y desde allí extendió sus propiedades por tierras de la Mancha (Ciudad Real, Toledo, Cuenca). Durante el proceso de la "Reconquista" la Orden fue haciéndose fuerte. Su maestre, elegido por los trece, fue investido de grandes atribuciones. Sus comendadores administraron amplias posesiones, y sus caballeros acudían desde sus castillos o conventos al primer llamamiento de lucha contra el enemigo. Fueron la vanguardia de los ejércitos cristianos contra los moros. La historia de la Orden está marcada por gloriosos hechos de armas, en los que tomaron parte no sólo los nobles, sino las milicias de las ciudades incorporadas a Santiago. Fue una época de continuas luchas en las que los santiaguistas siempre se encontraron en primera línea.

Los Reyes Católicos vincularon la Orden a la Corona castellana en el año 1493, en favor de Fernando V (el Católico), siendo reconocida esta incorporación por el papa Adriano VI en 1523. Desde entonces los reyes españoles ostentan la dignidad de maestres de la Orden de Santiago.

Durante los siglos XVII y XVIII, cuando desaparece el sentido militar de las Órdenes, estas instituciones se dedican a explotar sus amplios patrimonios y se constituyen en una seña de identidad social y nobiliaria para los poseedores de sus codiciados hábitos. Hábitos que, por cierto, se irán simplificando, aunque la cruz bordada sobre el pecho se incorporará a la vestimenta usual de los caballeros.

En el siglo XIX las prerrogativas obtenidas por las órdenes militares en los siglos anteriores van desapareciendo paulatinamente. Las Cortes de Cádiz decretan en 1813 que el Estado se sirva, entre otras, de las rentas de las encomiendas y maestrazgos de las órdenes militares para satisfacer la deuda pública. En 1820 se proclama la abolición de su jurisdicción sobre los territorios que les pertenecían. A esta incautación de bienes sigue la abolición de sus fueros y exenciones, y la de las propias órdenes militares, primero en 1836 (Real Decreto de 8 de marzo) y, luego, tras la proclamación de la Primera República (acometida por Emilio Castelar al asumir la cartera de Estado).

Con la restauración de la monarquía, Alfonso XII asumió la condición de Gran Maestre de las Órdenes en un intento de revitalizar su prestigio. La Santa Sede designó un prior de las mismas6, un obispo, queriendo rememorar el carácter de hermandades religiosas combatientes con el que las órdenes militares habían surgido durante la Reconquista. Los hábitos y ropajes de los caballeros alcanzaron en las ceremonias de esta época una suntuosidad inigualable, muy alejada del espíritu primitivo de la uniformidad. Con todo, la obtención del título de Caballero no era ya más que una distinción honorífica dentro de la nobleza.

Las reglas de la Orden de Santiago exigían que los pretendientes a formar parte de la Caballería fueran examinados antes de tomar el hábito y profesar en la misma. El proceso de información, o "probanzas", tenía como fin esclarecer la hidalguía "al fuero y costumbre de España" de los cuatro apellidos de los candidatos, evidenciar que no procedían de judíos ni moros, demostrar que ni sus padres ni sus abuelos habían ejercido oficios de los considerados mecánicos o viles... Una vez conseguida la aceptación de la candidatura, la llamada "merced de hábito", comenzaba, pues, un proceso de examen7.

Llegado este momento, el Consejo de Órdenes elegía como examinadores a otros miembros de la Orden (al menos era así en las Reglas primitivas8, aunque veremos que en el siglo XIX las cosas habían cambiado en este aspecto). Los informantes no podían excusarse de esta obligación, salvo fuerza mayor. Se trataba de certificar en archivos y protocolos la veracidad de los datos aportados por el pretendiente, de investigar en lugares y requerir de diversas personas respuestas a precisos cuestionarios. Los gastos de viaje y manutención ocasionados por el proceso eran costeados por el caballero pretendiente; y ninguna información podía hacerse "sin yr a la tierra donde fuere natural el tal caballero, aunque sea estrangero destos reynos9".

A mediados de 1888 el Doctor Thebussem escribía una carta a su amigo el Marqués de Laurencín, Francisco Rafael de Uhagón, caballero de Calatrava, notificándole su deseo, y el de sus hermanos, de ingresar en la Orden de Santiago. Le pedía en ella que se encargara en persona del proceso de información y que iniciara los trámites pertinentes. Adjuntaba una serie de papeles y el itinerario a seguir en dicho proceso. "Nadie cual tú –le decía– ha de hacer nuestras probanzas... ni con tanto cariño, ni con más actividad, ni con mayor pericia10". Probablemente los papeles remitidos no fueran más que un borrador de las futuras Notas genealógicas... Pues, como dice Thebussem en el preámbulo de la obrita: "Á fin de excusar, en cuanto nos fuera posible, dificultades y molestias á los caballeros informantes que hubiesen de practicar las pruebas para nuestro ingreso en la Orden de Santiago, reunimos los datos que parecieron necesarios para acreditar hidalguía y legitimidad de nacimiento".

Don Francisco Rafael de Uhagón y Guardamino11, a quien luego se dedicarán las Notas genealógicas..., era un gran amigo del Doctor Thebussem12. Con él "compartió" asiento en la Real Academia de la Historia13 y en la Academia Sevillana de Buenas Letras, aunque el asidonense no era muy dado a asistir a las reuniones de estos institutos. De hecho, sabemos por el Marqués que Thebussem rara vez visitaba Madrid, porque gozaba más cuidando a su padre y con la vida que llevaba en Medina. Cuenta don Francisco de Uhagón que el proverbial asidonense tenía un retrato que le había pintado en 1860, al regresar de la campaña de África, el pintor suizo Franz Buschen. Pues bien, para evitar asistir a reuniones y conferencias, Thebussem lo había regalado a la Real Academia de la Historia por mediación de don Aureliano Fernández Guerra. Así al menos podrían contar con su efigie.

Las diligencias del Marqués tuvieron rápido efecto. Las mercedes de hábito a favor de Francisco y Rafael Pardo de Figueroa están fechadas en Palacio a 10 de octubre de 1888; don Mariano tuvo que esperar hasta el día 31 del mismo mes y año para obtenerla. Presto a complacer a su ilustre amigo, don Francisco de Uhagón apresuró también el trámite en su Orden de Calatrava "para ser nombrado Informante en el proceso de pruebas que habían de practicarse para averiguar si concurrían las cualidades que los Establecimientos y Regla de Santiago piden para que <el pretendiente> fuese armado Caballero14". Pronto, inició su viaje.

En Córdoba se unió a su compañero en la actuación, don Rafael Fernández de Padilla, caballero de Santiago, y, juntos, se encaminaron a Sevilla para dar comienzo al expediente. La investigación los llevó por archivos de Madrid, Bollullos del Condado, Arcos de la Frontera, El Puerto de Santa María y Cádiz. Pero debía finalizar en Medina Sidonia, naturalmente. El Marqués, invitado junto con don Rafael Fernández a pasar unos días en casa de los Pardo de Figueroa, ansiaba encontrarse con su amigo para felicitarse mutuamente por el éxito de sus pesquisas: "¡Con qué impaciencia y afán, diré más, con qué religiosa unción, escudriñaba el horizonte en demanda de la almenada silueta y de las cuadradas torres de la Huerta de Cigarra, célebre ya en nuestra patria, y conocida por el grabado con que timbraba sus cartas el castellano Doctor15".

En 1917, cuando se prepara el Homenaje Nacional a Thebussem, que moriría un año después, la Junta organizadora del evento encarga precisamente al Marqués de Laurencín un informe que sirva de testimonio de los méritos, virtudes y trabajos del homenajeado. El escrito, que lleva por título “El Doctor Thebussem. Recuerdos e intimidades”, es un amistosísimo elogio y una verdadera "perla" para los interesados en la biografía del erudito asidonense. El Marqués, "Paco" para Thebussem, después de mencionar los consabidos méritos de su amigo (deteniéndose especialmente en el título de Cartero Honorario de España, del que el asidonense se sentía tan orgulloso) y referir la suerte que había tenido al compartir con Thebussem plaza en la Academia y "hermandad en la religión caballeresca", recrea en un sabrosísimo relato el momento en que ambos trabaron amistad, mientras tomaban las aguas en el balneario de Marmolejo (Jaén), a las que Thebussem era asiduo. "El carácter franco, expansivo y jovial del hidalgo medinense –dice– le conquistaba bien pronto las simpatías de todos". La amistad entre ambos se fue estrechando a través del trato epistolar y de los ratos compartidos en Madrid, Sevilla y Marmolejo, de cuya Fonda de los Leones el asidonense "era huésped obligado", pues el goce de las virtudes medicinales de estas aguas formaban parte esencial de su dieta, caracterizada por "la sobriedad en el comer, el ser abstemio y el continuo respirar las puras y sanas brisas de su ciudad nativa". Este era el secreto de la lúcida vejez del nonagenario Thebussem, de "enjuta complexión" y "aparente débil naturaleza", "dispéptico empedernido16, comiendo menos que un pajarillo y abusando del bicarbonato".

El Marqués de Laurencín narra a continuación los agradables momentos vividos junto a los Pardo de Figueroa en su casa de Medina, donde había sido invitado de la familia –como hemos dicho– a mediados de noviembre de 1888, mientras duraron sus investigaciones finales como informante del Consejo de Órdenes. El relato nos acerca a la vida cotidiana de la hidalga familia (descripción de su casa, de sus hábitos y costumbres), y ofrece un testimonio sin par de la personalidad de sus miembros y, muy especialmente, de la de Thebussem (su generosidad, su amor a los libros, sus aficiones, sus manías...). Creo que merece la pena transcribir literalmente el texto de don Francisco de Uhagón desde que cuenta su llegada a Medina.

Entre dos luces paró el carruaje que nos conducía, y no fué ciertamente ante los recios muros del castillo feudal con que soñábamos, ni ante las embalsamadas frondas de su pintoresca huerta, pero sí ante el ancho portalón de amplia y señoril morada, situada en la calle de Tapia, en donde nos acogieron con afecto y efusión los brazos de los tres hermanos Pardo, conduciéndonos á nuestras habitaciones respectivas, confortables y elegantes.

–Dime, Mariano –hube de preguntarle al vernos solos–: ¿Dista mucho de la ciudad vuestro hermoso castillo de Cigarra?

–Te diré –me contestó–: á la huerta iremos cualquier día de paseo, porque está bastante próxima y, aunque pequeña, no faltan en ella los sabrosos frutos, flores vistosas y rosas del país muy fragantes y olorosas; en cuanto al castillo... eso ya es otro cantar: está inhabitable.

–¿Tal vez ruinoso? –argüí–. Aunque nadie lo diría á juzgar por el aspecto del grabado.

–Nada de eso –contestó–; está intacto, como le has visto en mis timbradas epístolas á que aludes; pero esa gótica mole es tan sólo el proyecto, el dibujo, el sueño, si tú quieres, del castillo que habría de levantar si tuviese el propósito de hacerlo y dinero para edificarlo.

–Por lo visto –o más bien por lo no visto– has hecho buena la frase de Castillos en el aire.

Tras breve rato al aseo dedicado, fuimos presentados mi compañero Padilla y yo, en el salón principal de la casa, á D. José Pardo de Figueroa, anciano nonagenario, padre de los pretendientes, quienes le llamaban familiar y cariñosamente el amo.

No olvido, ni jamás olvidaré, la impresión que me produjo la figura venerable de aquel simpático caballero, todo dulzura y bondad, de exquisita corrección y fino trato. Pequeño de cuerpo, mas de complexión robusta y vigorosa; sano el color, serena y penetrante la mirada, con el acento netamente andaluz, era el tipo perfecto y acabado del noble señor, del hidalgo de provincia.

En su compañía pasé gratos y fugaces días; no era posible encontrar mayor tolerancia que la suya para cosas y personas; no le oí criticar nunca ni de nada ni de nadie; sin que el forzoso desorden de comidas á que nuestro trabajo informativo le condenara, ni el constante ajetreo de gentes que invadían su tranquila morada y agitaban su pacífico y metódico vivir le causaran la más mínima impaciencia, ni atisbos, siquiera, de contrariedad en su ingénita bondad y en aquel natural suyo tan complaciente y apacible. "Lo único que me causaría pena –nos decía sin cesar– es que se preocupen ustedes de mí, que sólo aspiro á que estén contentos y satisfechos, como yo estoy encantado de tenerlos en mi casa". ¡Excelente D. José! Adorado de los suyos, bendecido de los pobres, y de todos querido y respetado, era, por sus virtudes y sus años, el patriarca de Medina.

Sus hijos guardáronle el piadoso secreto de la causa del fallecimiento de su hijo primogénito, el bizarro teniente de navío D. José Emilio Pardo de Figueroa, á quien lloraba muerto de enfermedad natural en el pueblecillo de San Roque, á una milla escasa del arsenal de Cavite, cuando, postrado en el lecho por grave y cruel dolencia, fué vilmente asesinado por los indios en la revolución de Manila del 1872.

En memoria de su hermano y dedicado á sus padres, reunió y publicó Thebussem en un libro: Algunos escritos del Teniente de Navío Don José Emilio Pardo de Figueroa17, entre los que figuran un extracto, muy interesante en verdad, de los cinco volúmenes manuscritos del diario de viaje dando la vuelta al Mundo de la famosa fragata Numancia.

Terminada la comida, suculenta cual correspondía á la mesa de Thebussem, tan ducho en exquisiteces como perito en teorías y primores culinarios, sorprendiónos á ambos huéspedes el acento sonoro del antiguo mayordomo de la casa, quien, asomado al torno abierto en el testero del comedor, salmodiaba cual almuecín en su alminar: –¡Alabado sea Dios! Mañana, viernes 16 de Noviembre. San Rufino y compañeros mártires. Santos Edmundo y Fidencio, Obispos. No es ayuno ni vigilia. ¡Buenas noches!

–¡Buenas noches! –contestaban á coro los comensales.

Hubo el Doctor de explicarnos, ante nuestro mudo asombro, ser lo que habíamos oído costumbre añeja en la casa. "Así sabemos el nuevo día en que entramos; luego la festividad que se conmemora, evitándonos olvidos que pudieran molestar á deudos y amigos picajosos que celebran las fiestas de sus patronos y, como cristianos que somos, sabemos si es abstinencia ó vigilia para cumplir con los preceptos de Dios y de la Iglesia".

A las once se retiraba el amo á descansar; y era de ver la amorosa solicitud y el diligente cuidado con que le acompañaban sus tres hijos: Mariano le arropaba echando sobre sus hombros la caliente pañosa apoyándole en su brazo; Paula alumbraba los pasos del anciano llevando en la diestra la palmatoria de plata; Rafael actuaba de heraldo ó de batidor por galerías y corredores que conducían al departamento de su padre, á cuya puerta besaban respetuosamente su mano; y el noble viejecito, acariciando sus rostros, les decía: "Que ustedes descansen, hijos míos, y hasta mañana, si Dios quiere que nos veamos sanos y buenos".

Y en verdad, era espectáculo tierno que conmovía y confortaba el espíritu en estos modernos tiempos en que se tambalea, y no sé si se derrumba, la paterna autoridad por el lamentable olvido del cuarto de los preceptos de la Santa Ley de Dios, el ver aquellos hombres encanecidos, frisando ya en los sesenta años, en el apogeo de su bien ganada fama literaria el uno, en altos grados de la marina real los otros dos, prodigando tesoros de ternura que prolongaban, sembrándola de flores, la honrada y venerable senectud de aquel padre tan amado.

La matinal visita de Mariano me permitió exponerle mi deseo de conocer su vivienda con honores de palacio, y juntos recorrimos sus numerosas estancias y departamentos varios, sus patios á la manera andaluza y sus floridas terrazas y azoteas.

Entonces pude satisfacer mi curiosidad contemplando á mi sabor la inscripción gótica, el morrión de Fermoselle y la pintura de la Virgen de la Soledad que, á guisa de vínculo, conservan en la familia, y que describe Thebussem, explicando su origen y su historia, en el opúsculo titulado Tres antiguallas..., que dió á la estampa en 1882, en limitadísima edición, como hacía casi siempre.

La admirable, la estupenda biblioteca del Doctor, de cuya riqueza en incunables, en ejemplares únicos y en ediciones de peregrina rareza, se hacían lenguas las gentes, provocaba de antemano mi codicia cuando no soñaba siquiera en visitarla; así que, al abrir la puerta del cuarto que encerraba tal tesoro, sancta sanctorum del doctor, sentí el calofrío del bibliófilo. Y para que todo tenga el sello original, típico, propio y exclusivo del genial escritor medinense, he de decir con verdad que ni el número ni la importancia de lo que contiene corresponden á la fama y renombre pregonados.

Cierto que posee raros y curiosos libros, adquiridos muchos, otros regalados; pero, aparte los manuscritos é impresos que tratan y se contraen á su ciudad nativa, lo que llamó más mi atención es la serie de tomos de Varios en donde reunía, sin orden, método ni concierto, á medida que los adquiría y llegaban á sus manos, libros de corta extensión, folletos y opúsculos que encuadernaba por tamaños; así que era frecuente encontrar en el mismo volumen tal cual gótica Relación de fiesta, batalla ó boda de soberanos, junto á una lista de accionistas del Banco de España ó un romance del siglo XVII al lado del prospecto de unas aguas minerales. "No hay libro inútil" –suele decir el hidalgo Santiaguista– y todos los recoge y encuaderna.

Porque es de advertir, cosa que ha de sorprender á muchos, que tiene un pequeño taller de encuadernación donde él mismo encuaderna estos volúmenes varios y aun libros de mayor fuste. No creo que alcance ni merezca en este oficio los lauros y alabanzas debidas á un Grolier, á Trauz Beauzonnet, á Chambolle ó á Lortic; pero no ofrece la menor duda que él los acopla, cose, encartona y recubre; y como firmes y sujetos lo están, no se van á tres tirones, y quedan bien amarrados.

Conservo como oro en paño, por ser regalo de este hombre generoso como un príncipe y por estar encuadernado por su mano, un rarísimo opúsculo de que es autor el insigne escritor antequerano Pedro de Espinosa y que se intitula Bosque de doña Ana á la presencia de Felipo Quarto, católico, pío, felice, augusto, describiendo las fiestas espléndidas y suntuosa cacería en aquel famoso coto con que la magnificencia del séptimo duque de Medina-Sidonia, undécimo conde de Niebla, D. Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, obsequió y regaló á su Soberano en 1624, año de la impresión de este relato, que vió la luz en Sevilla.

Tiene también el ejemplar la singularidad de contener el primitivo ex libris de Thebussem, que, impreso en sencillo papel fileteado, dice:

Del Doctor Don
Mariano Pardo de Figueroa
Medina – Sidonia
año de 1869.

y, añadido luego de su letra en el mismo ex libris, "pase á la Biblioteca Uhagoniana, que allí estará mejor acompañado que en la del Dr. Th." Más abajo hay otra cartela, de forma y tamaño idénticos al anterior, aunque con más adornado filete, donde se lee en caracteres de imprenta:

Libros, Papeles y Apuntes
relativos á la ciudad de Medina-Sidonia
Volumen número 3
de la colección formada por el Doctor Don
Mariano Pardo de Figueroa.

En la guarda final del libro va escrita una extensa nota bibliográfica del folleto en cuestión, que le fue regalado por el ilustre capitán de Ingenieros D. Eduardo de Mariátegui, nota escrita y firmada por Mariano Pardo de Figueroa.

Como se ve, desprendióse el Doctor, en mi obsequio, de uno de los más interesantes números de su predilecta colección de papeles de Medina Sidonia que pacientemente fué adquiriendo, muchos de ellos en los puestos y tugurios de los chamarileros gaditanos, uno de los cuales me refirió, en vísperas de mi excursión á Medina, que, sospechando el Doctor le pedían doble precio que á los demás compradores, sabiendo era rico y soltero, y adquiriendo, como solía decir "á costa de mis herederos", ideó la estratagema de acudir á tales sitios entre dos luces, calado un viejo chambergo, con enormes gafas negras y embozado en raída capa parda.

Un día en que, extasiado, revolvía informe montón de libros, orgulloso de su invención y no descubierto incógnito –"Vea usted esa otra pila, Sr. Thebussem" –le dijo socarronamente el avispado marchante, sin que á la presente fecha me haya sido dado comprobar si el librero era poeta ó fue broma del doctor.

Acabada la visita que, por mi curiosidad, llamaremos de inspección, al trasponer el zaguán de la calle, vi á mi señor D. Mariano acercarse al lienzo de la derecha, adonde estaba adosada una urna coquetona de cristal, y, abriendo la portezuela, sacó un tarugo de madera, terso, limpio y pulido, colocándole en la cubierta superior de la dicha urna.

–Sabes, Paco querido, como este caserón es tan extenso y muchos los bondadosos amigos que vienen á visitarme, no es cosa de que corran y se fatiguen los domésticos en mi busca y captura por la casa y sus anexos: al abrir el portalón, miran la caja; estando el tarugo fuera, es señal de que he salido; ¿qué el zoquete se halla dentro?, pues es que ya he regresado.

–¡Bravo! –le contesté–. No me atrevo á aconsejarte que pidas privilegio de invención; pero concedo que es práctico el sistema del tarugo, sin otro riesgo posible que el de que se atarugue18 algún criado.

Concluída nuestra labor en los protocolos notariales, al instalarnos en la sacristía de la Iglesia Mayor de la ciudad para la necesaria compulsa de los libros parroquiales, que han de hacer los caballeros informantes á presencia del párroco ó del teniente, requiriónos el Doctor en esta forma con natural seriedad:

–¿Es cierto, señores míos, que las actuaciones que hacen son reservadísimas y secretos sus informes y los acuerdos del Consejo de las Órdenes; que, una vez visto el proceso, lo enfunda, lacra y guarda en sus archivos?

–Así es –replicamos Padilla y yo.

–Pues entonces, fiado en esa reserva, no me importa el que ustedes se aperciban, al leer mi fe de bautismo, que hace ya tiempo que vengo suprimiendo unos añitos; porque, entre los que uno se quita y los que le añaden de propina los amigos generosos, resulta un promedio aproximado, aunque siempre en perjuicio del que oculta.

Y así fué, pues, en esto de los años, hizo honor por entonces á su célebre anagrama de Thebussem, que quiere decir em-bus-Thes.

Terminó nuestra misión oficial: dimos fin á las diligencias y autos, compulsas y declaraciones conducentes á saber y confirmar, informando al Consejo de Órdenes si podían ostentar la roja cruz del Apóstol, armándoles Caballeros, aquellos que lo eran ya por sangre y por nacimiento, por su conducta y sus hechos, por méritos y servicios que prestaron á su patria y á su Rey.

Con sentida pesadumbre hubimos de despedirnos de aquella familia encantadora que nos había dispensado noble, franca y espléndida hospitalidad.

–Estoy tentado de cruzarme19 yo también tan sólo por el gusto de volver á tenerles en mi casa –me decía D. José dándome un estrecho abrazo.

Ya no volví a verle más; muy pocos meses después, en Febrero del 8920, durmió tranquilo en su lecho y se despertó en el cielo. Allí fueron a buscarle sus hijos Paula y Rafael, fieles á su piadosa costumbre de no abandonarle nunca.

Sunt lacrimae rerum.

Tan sólo queda el Doctor, último varón de su linaje, quien cierrra con llave de oro la sucesión masculina de los Pardo de Figueroa, cuyos gloriosos timbres ha sabido elevar hasta las altas cimas de la celebridad intelectual cual polígrafo eminente, por notable historiador, como escritor castizo y erudito que, con las galas y lozanía de su ingenio peregrino, con su profundo saber, amplio y variado, con los primores y donaires de su estilo y amenísimos decires, con las felices genialidades de su personalidad, de su fisonomía peculiar, típica, exclusivamente suya, ha realizado y difundido, sin fatigas ni desmayos, obra de inmensa cultura, colocando su ilustre y preclaro nombre entre los que más enaltecen, por los prestigios logrados, la patria literatura (...)

Madrid, 1 de Noviembre de 1917

Pero, volvamos a nuestro asunto. Según el preámbulo de las Notas genealógicas..., el expediente realizado por los caballeros informantes fue presentado al Tribunal de la Orden el 9 de diciembre de 1888; el día 13 fue aprobado por unanimidad, y el día 15 del mismo mes el rey Alfonso XIII21, como Gran Maestre y Administrador perpetuo de la Orden y Caballería de Santiago, y en su nombre la reina regente, se dignó "expedir títulos de Caballeros de la Orden militar de Santiago á favor de los pretendientes". Hizo escribir dichos títulos "Don José de Nájera y Aguilar, Marqués de Nájera, llevan también las firmas del Canciller Conde de Altamira, Frey Barón del Sacro-Lirio, Frey Don Felipe M. de Setien y Frey Don Enrique Íñiguez". Los documentos estaban acompañados de Reales Cédulas que concedían licencia, tal y como los pretendientes habían suplicado a Su Majestad, para que la ceremonia en la que habrían de ser armados caballeros e investidos con el hábito de Santiago se celebrara en Medina Sidonia. Los expedientes de los tres hermanos pueden consultarse en el Archivo Histórico Nacional en la Sección de Órdenes Militares y en los legajos que a continuación detallamos22:

- Pardo de Figueroa y de la Serna, Francisco. Santiago. Años 1889 y 1893. Legajo 206, número 18.921, folios 32 y 112.

- Pardo de Figueroa y de la Serna, Mariano. Santiago. Años 1889 y 1893. Legajo 206, número 1.892 , folios 28 y 106.

- Pardo de Figueroa y de la Serna, Rafael. Santiago. Años 1889 y 1894. Legajo 206, número 18.921, folios 37 y 124.

El domingo 13 de enero de 188923 –sigue contando Thebussem en el preámbulo de sus Notas genealógicas...– la iglesia parroquial de Santiago "se hallaba adornada é iluminada como en las fiestas más solemnes, con asistencia de órgano, capilla de música y cantores. En el presbiterio, cubierto de alfombra, había cinco sillones y cojines de terciopelo rojo y oro al lado del evangelio, destinados á los Caballeros y Párroco; y dos en el de la epístola para Don José Pardo de Figueroa y Manso de Andrade <el emocionado padre de los caballeros> y para el Notario Don José María Buitrago y Navarro". Don Rafael Fernández de Padilla también se había ofrecido a venir a la ceremonia. Un inmenso gentío había acudido para contemplar un acontecimiento tan inusitado, pues esta ceremonia rara vez podía verse fuera de la corte. Tras la bendición de los mantos y las demás insignias de la Orden24 por parte del párroco don Casimiro Rodríguez de Bustillo, asistido por el maestro de ceremonias don Antonio Pérez y Díaz y por el coadjutor don Andrés Robles y Benítez, fue armado caballero y vestido del hábito de Santiago don Mariano Pardo de Figueroa, quien a su vez armó caballeros a sus hermanos don Francisco y don Rafael. La profesión de los caballeros se verificó igualmente en la Iglesia de Santiago de Medina los días 25 de agosto de 1893 y 16 de febrero de 189425.

Poco después de la ceremonia de investidura, salieron a luz pública las Notas genealógicas... El propio Thebussem reseña la obrita cuando ya descansa en los anaqueles de su biblioteca. En sus Notas bibliográficas de Medina Sidonia...26 apunta:

Notas genealógicas... Año de (cruz de Santiago) 1888. Imprimióse en Medina Sidonia. Tipografía particular del Doctor Thebussem. Calle de Tapia, número dos. Año de mil ochocientos ochenta y nueve. (Para distribución privada.) Ejemplar regalado por los editores. Con cuatro escudos de armas y un árbol genealógico. –En cuarto; 50 páginas, sin numerar.

Siguiendo el orden marcado en el precioso índice, a la anteportada, portada, pie de imprenta y preámbulo siguen la biografía de los tres pretendientes, el estudio genealógico de los cuatro apellidos familiares, una bibliografía complementaria, la representación de los cuatro escudos de armas y, finalmente, el árbol genealógico.

Reproducimos literalmente las biografías de los pretendientes:

DON MARIANO PARDO DE FIGUEROA, SERNA, MANSO DE ANDRADE Y PAREJA: Doctor en Derecho Civil y Canónico, Correspondiente de la Real Academia de la Historia, del Instituto Arqueológico de Roma, de la Sociedad Histórica de Utrecht, de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla y Cartero Honorario de España. Se bautizó en la Iglesia Mayor de Medina Sidonia á 18 de noviembre de 1828.

DON FRANCISCO PARDO DE FIGUEROA, &c.: Capitán de Navío de la Armada, Caballero Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, de la de San Fernando de 1ª clase, de la del Mérito Naval de 3ª, Comendador de la Real Corona de Hierro de Italia, condecorado con la Cruz de la toma de Joló, con la medalla de Isabel II y con la de Su Santidad Pío IX. Nació en Medina Sidonia y se bautizó en la Iglesia Mayor á 29 de septiembre de 1830.

DON RAFAEL PARDO DE FIGUEROA, &c.: Capitán de Navío de la Armada, alumno y profesor que fue del curso de Estudios Mayores de Marina, Subdirector del Instituto y Observatorio Astronómico de Marina de San Fernando y Jefe de la Comisión Hidrográfica de España en el Mediterráneo; Académico correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, Caballero Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, condecorado con las Cruces de 3ª y 2ª y dos de 1ª clase del Mérito Naval, Medalla de Cuba con tres pasadores y Benemérito de la Patria, Medalla personal de oro de la Exposición de Barcelona, por progreso en Astronomía y Geodesia de Campaña. –Natural de Medina Sidonia y se bautizó á 8 de enero de 1837 en la Iglesia Mayor.

Para el estudio de sus apellidos, Thebussem establece una estructura semejante en su escrito: primero habla del origen de la familia en cuestión, luego de sus armas, refiere el lugar donde se encuentra su casa solariega y el enterramiento familiar, comenta la etimología del patronímico y, finalmente, siguiendo un orden cronológico, presenta la biografía de sus individuos más sobresalientes, cuyos nombres aparecen luego recogidos en el árbol genealógico que culmina la obra.

Entre los Pardo de Figueroa, oriundos de Galicia, se menciona en primer lugar al capitán don Matías Pardo de Figueroa y Gómez, natural de San Martín de Valdeiglesias (Madrid), caballero de Santiago y Regidor Perpetuo de la Ciudad de Cádiz en 1689, donde fundó un mayorazgo antes de morir. Se refiere luego a Francisco Pardo de Figueroa y Arias (Cádiz, 1674-¿Rota?, 1726), Matías Pardo de Figueroa y Márquez del Castillo (Cádiz, 1699-1738) y Francisco Pardo de Figueroa y Legobien (Cádiz, 1731-Arcos de la Frontera, 1764). El sexto y último biografiado es el venerado padre del Doctor Thebussem:

DON JOSÉ PARDO DE FIGUEROA Y MANSO DE ANDRADE, Regidor Perpetuo de Cádiz etc. y actual poseedor de los Mayorazgos de Pardo de Figueroa, Fernández Hidalgo y Patronato de Juan Arias: nació en Arcos de la Frontera y se bautizó en la Parroquia de San Pedro á 25 de enero de 1800. Contrajo matrimonio con Doña María Luisa de la Serna y Pareja, en la Iglesia Mayor de Medina Sidonia á 31 de diciembre de 1827.

La familia materna, los Serna, era oriunda de Zamora y estaba "establecida en Medina Sidonia y Chiclana desde mediados del siglo XVI". En nuestra ciudad tenían su casa solariega en la calle del Postiguillo número cuatro. Hacían sus enterramientos en la capilla del Sagrario de la Iglesia de San Agustín. El primer biografiado de la familia es don Antonio de la Serna Spínola y Cameros, bautizado en la Iglesia Mayor de Medina el 13 de diciembre de 1675 y poseedor del mayorazgo fundado por su padre en Medina y Chiclana. Siguen las biografías de Antonio de la Serna Spínola y Valdés (Medina Sidonia, 1712-1796) y Francisco de la Serna y Serna (Medina Sidonia 1740-1797). Los Serna desempeñaron frecuentemente los cargos de regidores de nuestra ciudad y alcaides del castillo de Medina. Como era de esperar, la última biografía pertenece a la madre del Doctor Thebussem:

DOÑA MARÍA LUISA DE LA SERNA Y PAREJA, natural de Medina Sidonia. Se bautizó en la Iglesia Mayor á 22 de abril de 1805. Contrajo matrimonio con Don José Pardo de Figueroa y Manso de Andrade en dicha Parroquia á 31 de diciembre de 1827. Abintestato en el protocolo del notario Don José María Buitrago, de Medina Sidonia, á 9 de enero de 1883.

Los Manso de Andrade, de origen portugués, se establecieron en Medina Sidonia en el siglo XVII, procedentes de El Puerto de Santa María, donde tenían su casa solariega. Thebussem resume las biografías de:

1. Don Antonio Manso de Andrade y Salazar (Puerto de Santa María, 1599-¿?), Regidor de Medina, casado con la asidonense María Guzmán Calderón, que poseía el mayorazgo fundado por su padre en nuestra ciudad, "entre cuyos bienes se contaba la casa llamada del Vínculo". En ésta "vivió Don Antonio Manso de Andrade desde la época de su matrimonio, y por dicha razón la calle tomó entonces y conserva hoy el nombre de Manso".

2. Blas Manso de Andrade y Guzmán Calderón (Medina Sidonia, 1655-1747), Regidor de Medina.

3. Antonio Manso de Andrade y Montes de Oca (Medina Sidonia, 1694-¿?).

4. Juan Manso de Andrade y Vergara (Medina Sidonia, 1722-Arcos de la Frontera, 1804).

5. Doña Vicenta Manso de Andrade y Moreno Fontiveros, abuela paterna del Doctor Thebussem, nacida en Medina y casada en 1793 en Arcos de la Frontera con don José Pardo de Figueroa y Yuste de la Torre.

La familia Pareja se estableció en Medina a principios del siglo XVII, donde tuvo su casa solariega (en la calle de la Tahona número seis) y su lugar de enterramientos (en la capilla de la Concepción de la Iglesia Mayor). Thebussem nombra entre sus sujetos más distinguidos a Luis de Pareja Spínola y Jiménez Carrión (Medina Sidonia, 1681-¿1717?); José de Pareja y Serna Spínola (Medina Sidonia, 1713-¿1783?); Luis de Pareja y Novela (Medina Sidonia, 1736-¿1798?), Abogado de los Reales Consejos, Corregidor de la villa de Almonte y Maestrante de Sevilla, entre otras cosas; y Doña Rosa de Pareja y Dávila Morón (Medina Sidonia, 1769-¿1851?), abuela materna de Thebussem y esposa de Francisco de la Serna y Montes de Oca.

Decía Thebussem en su preámbulo que la edición de las Notas genealógicas... constaba de muy pocos ejemplares, ya que estaba destinada a "obsequiar á algunos amigos y deudos". Los abundantes compromisos hicieron que esta tirada se agotara pronto, y Thebussem y sus hermanos se sintieron obligados a costear una segunda impresión del opúsculo, que vio la luz en 190527. La nueva edición, realizada a dos tintas (negra y roja) por el impresor Juan Oliva y Milá, en Vilanova i la Geltrú28, también aparece descrita en sus Notas bibliográficas de Medina Sidonia...29:

Notas genealógicas... Segunda edición aumentada. Año de 1905 (Cruz de Santiago). Privately Printed. Estas notas genealógicas fueron impresas en Villanueva y Geltrú por Juan Oliva y Milá el año de mil nuevecientos cinco. Laus Deo. –En folio; 110 páginas. Lleva varias viñetas, escudos de armas y un árbol genealógico. En papel fuerte de hilo.

Esta segunda edición contiene grandes novedades con respecto a la primera. Junto a la dedicatoria al Marqués de Laurencín, ahora acompañada de sus títulos, aparece una carta que le dirigen los hermanos Pardo de Figueroa, en tono de franca amistad, en la que se refieren a los cambios efectuados:

Querido Marqués de Laurencín:

La corta tirada de estas NOTAS GENEALÓGICAS que hicimos el año de 1889, se agotó al poco tiempo repartiéndola entre amigos y parientes. Y como no faltan sujetos que nos honran deseando copias de tales apuntes, disponemos la presente reimpresión aumentada con algunas noticias publicadas ya antes de ahora, y que se relacionan más o menos directamente con nuestra familia.

Con dichos apéndices pretendemos mitigar la aridez de las citas genealógicas; pero quizás el remedio sea peor que la dolencia, y hayamos incurrido en cansada pesadez al abandonar la brevedad que tan gustosos hace á los razonamientos...

Basta echar un vistazo al índice de esta segunda edición (cuyos folios están cuidadosamente numerados a diferencia de los de la primera) para comprobar cómo los añadidos (los apéndices referidos a cada uno de los cuatro apellidos) ocupan mucho más espacio que las primitivas Notas genealógicas... que, por cierto, también han sido levemente retocadas en algunos pormenores.

En las biografías de los pretendientes se añaden algunos datos, como la posesión por parte del Doctor Thebussem de la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII, la condición de marinos retirados de sus hermanos o la obtención de la Gran Cruz del Mérito Naval por parte de Francisco Pardo de Figueroa.

Se completan los datos relativos al linaje Pardo de Figueroa: se mencionan los bienes vinculados al apellido y se amplían algunas biografías. Aparece una completa relación de los servicios prestados por el Capitán don Matías Pardo de Figueroa y Gómez. Y se constata la muerte de don José Pardo de Figueroa y Manso de Andrade, padre de Thebussem, el 14 de febrero de 1890.

Se añaden precisiones sobre algunos lugares donde se pueden encontrar los escudos heráldicos de los Serna, los Manso de Andrade y los Pareja. También se corrige algún dato en las biografías de los miembros de estas tres familias.

El apéndice primero, dedicado a la "Línea de Pardo de Figueroa", contiene:

1. Una biografía de Juan Arias, criado de Felipe II (p. 37).

2. El breve pero interesante artículo "Antigua casa de postas de Madrid" (pp. 39-41), referente al inmueble donde estuvo situada la primera oficina de correos de la capital de España y que había sido propiedad del padre del Doctor Thebussem. Nuestro doctor, residente en Madrid (en la calle Mayor, número 61) en la primavera de1857, fue comisionado por su padre para la retirada de una pintura de la Virgen de la Soledad colocada en un retablo del zaguán de la casa. La pintura fue traída a la casa familiar de Medina y se montó en un retablo de caoba tallada.

3. La novelesca biografía (pp. 43-48) del excelente jinete y picador don Pedro Yuste de la Torre (1776-1824), fechada en Medina Sidonia en 1888.

4. La carta enviada al Vizconde de Bétera en la que Thebussem relataba el caballeresco "Desafío entre don Juan Pardo de Figueroa y don García de Ávila", ambos caballeros de Santiago, sucedido durante el reinado de Felipe IV. La carta está fechada en 1883 (pp. 49-64).

5. Las biografías (pp. 65-71) de Joseph Pardo de Figueroa y Lupidana, caballero de Santiago y asistente de Sevilla en 1665; del erudito Joseph Pardo de Figueroa, autor de una Breve disertación sobre la fundación, nombre y antigüedad de las ciudades de Sevilla ó Hispalis é Itálica. Año de 1732; de Joseph Pardo de Figueroa, marqués de Valleumbroso y Corregidor de Cuzco a mediados del s. XVIII; de Antonio Pardo de Figueroa; de Baltasar Pardo de Figueroa, conde de Maceda y marqués de Figueroa, muerto en la batalla de Rioseco en 1808; del erudito y militar Benito Pardo de Figueroa, embajador de España en Berlín en 1806 y embajador de la corte de José I Bonaparte en Rusia; y, para finalizar, de los hermanos de Thebussem, José Emilio, muerto en Cavite (Manila) en 1873, y Rafael, autor de gran cantidad de obras sobre técnicas de navegación, astronomía y mediciones náuticas30.

El apéndice dedicado a la "Línea de la Serna" contiene:

1. Una biografía (pp. 75-76) del alférez Cristóbal González de Fermoselle († Zamora, 1569).

2. El artículo "Cosas y casas de hidalgos" (pp. 77-92), dedicado a Francisco Rafael de Uhagón y fechado en Medina Sidonia en 1888, que contiene datos valiosos sobre Alonso de la Serna Espínola (Medina Sidonia, 1617) y Antonio de la Serna Espínola (Chiclana, 1645), ambos alcaides del castillo de Medina, y Antonio Josef de la Serna Espínola (Medina Sidonia, 1675), caballerizo de la reina doña Mariana de Neoburg, esposa de Carlos II.

3. Referencias biográficas a Luis de la Serna Espínola y Pareja y a Francisco de la Serna y Montes de Oca (pp.93-94).

El apéndice dedicado a la "Línea Manso de Andrade" contiene el precioso relato titulado "La caja de oro" (pp. 97-103), fechado en Medina Sidonia en 1880 y que tiene por protagonista al propio Doctor Thebussem31.

El apéndice dedicado a la "Línea de Pareja" remite a documentos referidos a Joseph de Pareja y Cortés (nacido en 1750) y Antonio de Pareja y Serrano, caballero de Santiago y miembro de la Real Armada, con la que participó en la batalla de Trafalgar.

La obra se cierra con el consabido árbol genealógico, pues los blasones familiares aparecen en esta segunda edición al comienzo del estudio de cada familia.

Como hemos visto, las Notas genealógicas constituyen una obrita de especial interés para el estudioso de Thebussem. En primer lugar, porque el autor traza en ella un amplio cuadro genealógico de su familia, que nos permite conocer su linaje y su vinculación con nuestra ciudad. En segundo lugar, porque presenta breves pero jugosas biografías de sus antepasados –muchas de las cuales demandan una pronta investigación–, de sí mismo y de sus hermanos. Supone también un testimonio del reconocimiento que esta familia asidonense había alcanzado de parte de sus contemporáneos e iguales, pues no es nada frecuente en la época que tres hermanos ingresaran a la vez como caballeros en una orden militar. Por fin, es un precioso recuerdo de las aficiones bibliográficas y del amor por los libros que tenía don Mariano.

Ser Caballero de Santiago constituyó un gran honor para Thebussem. Desde que fue investido como tal, dejó constancia de ello en la portada y en el colofón de sus libros, donde mandaba estampar la cruz de la Orden. Así, por ejemplo, en la portada de Un Triste Capeo, compendio de artículos sobre tauromaquia publicado en 1892, se declara "Caballero del Hábito de Santiago"; y en Algo de Philatelia (1899), "Profeso del Hábito de Santiago".


Notas:

(1) Notas genealógicas que para tomar el Hábito de Santiago, presentaron Don Mariano, Don Francisco y Don Rafael Pardo de Figueroa, naturales de Medina Sidonia, Medina Sidonia, Tipografía particular del Doctor Thebussem, 1889. Manejamos una edición facsímil que no contiene dato alguno sobre el responsable de la misma.

(2) Se deja clara constancia de este hecho en las biografías ofrecidas en estas Notas genealógicas... y en el árbol genealógico que las culmina (uid. Fig. 13).

(3) V. Vignau y F. R. de Uhagón, Índice de pruebas de los Caballeros que han vestido el hábito de Santiago desde el año de 1501 hasta la fecha, Madrid, Viuda e hijas de M. Tello, 1901.

(4) F. Martínez y Delgado, Historia de la ciudad de Medina Sidonia, Cádiz, Imprenta y litografía de la Revista Médica, 1875, pp. 65-67.

(5) Manejamos en el resumen que sigue las obras de A. Ruiz de Morales y Molina, La regla y establecimiento de la Orden de la Cauallería de Santiago del Espada, con la hystoria del origen y principio della (edición, estudio introductorio, notas e índices M. Isabel Viforcos Marinas, J. Paniagua Pérez; fijación, anotación y versión castellana J. F. Domínguez Domínguez), León, Secretariado de Publicaciones de la Univ. de León, 1998; Derek W. Lomax, La Orden de Santiago (1170-1275), Madrid, C.S.I.C., 1965; E. Postigo Castellanos, "Santiago, Calatrava y Alcántara", http://www.moderna1.fh.csic.es/oomm/Castellanas-historia.htm; y A. Domínguez Ortiz (dir.), Historia de España. La Restauración (1874-1902), t. 10, Barcelona, Editorial Planeta, 1990.

(6) La creación de este priorato se hizo efectiva mediante la bula Ad Apostolicam, de noviembre de 1875, aunque ya había sido prevista en el Concordato de 1851. El mal entendimiento entre el Estado y la Santa Sede durante los años del "sexenio democrático" la había impedido entonces (A. Domínguez Ortiz (dir.), op. cit., p. 144).

(7) A la concesión de la merced de hábito seguía un período de especial penitencia (un año, al principio), durante el cual los caballeros residían en el conventual de Uclés. Luego, llegaba el momento de la profesión, que tenía lugar primitivamente también en este mismo convento. Esto ya no sucedía así en el siglo XIX.

(8) A. Ruiz de Morales, La regla..., título tercero, capítulos 1 y 2, pp. 275-276.

(9) Ibidem.

(10) El propio Marqués de Laurencín la extracta en "El Doctor Thebussem. Recuerdos e intimidades", B.R.A.H., tomo LXXI, cuaderno VI (diciembre, 1917), pp. 449-463.

(11) Este brillante historiador y erudito nació en Bilbao en 1858. Se doctoró en Derecho a los diecinueve años y en 1898 ingresó en la Real Academia de la Historia, que pasó a dirigir en 1918. Perteneció a las academias de Ciencias y de Geografía de Lisboa, a la Real Arqueológica de Bélgica, a la Hispanic Society of America... Fue dos veces senador por Córdoba por el partido liberal y ministro del Tribunal y Consejo de las Órdenes Militares, consejero de instrucción pública... Poseía, como Thebussem, una magnífica biblioteca. Trabajador incansable, escribió sobre temas variados: tauromaquia, cacería, historia (sobre las órdenes militares, principalmente), literatura (estudios sobre Garcilaso de la Vega, el canciller López de Ayala)...

(12) Thebussem también dedicó al Marqués otras dos obras: Cosas y Casas de hidalgos y El Rey Felipe IV y el Duque de Medina Sidonia.

(13) Mariano Pardo de Figueroa ingresó en la Academia el 22 de marzo de 1861, tras haber propuesto su candidatura Pedro Sabau, Pascual de Gayangos y Antonio Delgado el 15 de febrero del mismo año.

(14) Marqués de Laurencín, art. cit., p. 454.

(15) Marqués de Laurencín, art. cit., p. 455.

(16) Al parecer, Thebussem padecía graves problemas estomacales que hacían sus digestiones lentas y laboriosas.

(17) Esperamos que vea pronto la luz nuestro estudio sobre esta interesantísima obra de Thebussem. Ojalá acompañe la "fortuna" a nuestra revista Puerta del Sol y respete su existencia.

(18) "Se convierta en un tarugo", “se atonte”.

(19) "Hacerme caballero".

(20) En la segunda edición de las Notas genealógicas..., que enseguida estudiaremos, se dice que murió el 14 de febrero de 1890.

(21) El Rey contaba poco más de dos años de edad, ya que había nacido el 17 de mayo de 1886.

(22) Extrajimos los datos de A.H.N., Sección de Órdenes Militares. Índice de expedientillos y datas del hábito de caballeros de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, Madrid, Servicio de Publicaciones del M.E.C., 1976, s.u.

(23) Recuérdese que este mismo año el Doctor Thebussem viajará a París para visitar la Exposición Universal que allí se celebraba.

(24) La espada y las espuelas doradas.

(25) Notas genealógicas..., Vilanova i la Geltrú, Juan Oliva y Milá, 1905, 2ª edición, p. 13.

(26) Notas bibliográficas de Medina Sidonia, artículos varios y jeroglíficos, “Biografías, heráldica y genealogía”, n.º 100, Madrid, sucesores de Rivadenéyra, 1909, p. 47.

(27) Consultamos un ejemplar original de esta segunda edición de las Notas genealógicas... existente en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla. En el B.O.E. de 17 de mayo de 2000, en un anexo a la Orden de 7 de abril del mismo año, p. 18.168, se informa de la compra por parte del M.E.C., con destino al Departamento de Patrimonio Bibliográfico de la Biblioteca Nacional, de un ejemplar de este libro. Fue adquirido por 43.000 pesetas en una subasta realizada en Madrid.

(28) En 1900 el Doctor Thebussem ya había donado parte de los fondos de su biblioteca a la Biblioteca Museo Víctor Balaguer de esta ciudad barcelonesa.

(29) Notas bibliográficas..., "Biografías, heráldica y genealogía", nº 101, p. 47.

(30) Ambos personajes merecen un estudio pausado.

(31) Ha sido reeditado recientemente por Luis Puelles Romero en La caja de oro y otros escritos del Doctor Thebussem, Cádiz, “ABC, Colección Bolsillo”, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2000, pp. 73-83.

Descripción de las imágenes:

Fig. 1. Portada de Notas genealógicas... (ed. 1889)

Fig. 2. Pie de imprenta de Notas genealógicas... (ed. 1889)

Fig. 3. Imagen de Santiago Matamoros en el escudo de Medina situado en el tímpano de la portada de la iglesia de Santiago (Medina Sidonia)

Fig. 4. Portada de la Estoria de la orden dela caualleria de señor santiago del espada, A.H.N.

Fig. 5. J. Siguenza. Reunión del Gran Capítulo de las Órdenes Militares para investir a Alfonso XII como Gran Maestre. Palacio del Senado (Madrid).

Fig. 6. Dedicatoria de las Notas genealógicas... (ed. 1889)

Fig. 7. Franz Buschen. Retrato del Doctor Thebussem en 1860. Real Academia de la Historia, Madrid

Fig. 8. La Huerta de Cigarra según el grabado empleado por el Dr. Thebussem en su timbre

Fig. 9. Retablo de la iglesia de Santiago

Fig. 10. Detalles tipográficos de Notas genealógicas... (ed. 1889)

Fig. 11. Escudos de armas (ed. 1889)

Fig. 12. Escudos de armas (ed. 1889)

Fig. 13. Árbol genealógico (ed. 1889)

Fig. 14. Portada de la edición de 1905

Fig. 15. Detalles tipográficos modernistas (ed. 1905)

Fig. 16. Índice de la edición de 1889

Fig. 17. Índice de la edición de 1905

Fig. 18. Escudos de armas (ed. de 1905)

Fig. 19. Detalle tipográfico que encabeza “La Caja de Oro” (ed. de 1905)

Fig. 20. Colofón deUn Triste Capeo (1892)

 


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