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 EL DR. THEBUSSEM ESCRITOR TAURINO

Jesús M.ª Armengol Butrón de Mújica

 

A pesar de que don Mariano Pardo de Figueroa, el Dr. Thebussem, insistiera una y otra vez en considerarse imperito en materia taurina y se resistiese a ser reconocido como escritor taurino, lo cierto es que nos dejó en algunos de los artículos que componen su libro Un triste capeo (1892) datos de extraordinario valor para la historia de la tauromaquia, así como otros dignos de mención por su curiosidad.

 

Antes de entrar en materia, debe aclararse la inclusión de nuestro erudito paisano en la nómina de escritores que se han ocupado de temas taurinos desde los orígenes de la fiesta. No es ésta cuestión baladí, pues el propio don Mariano insistió más de una vez en que sólo escribía sobre el tema para corresponder a compromisos de obligado cumplimiento con algunos amigos suyos, famosos taurinos del siglo XIX1. Se sabe que no asistió a más de media docena de festejos taurinos y que rechazó toda colaboración en que tuviese que hacer valoraciones técnicas sobre el desarrollo de la lidia o de los toreros y subalternos que en ella intervenían. En cuanto a su asistencia a corridas de toros ésta es su impresión del espectáculo: "me resulta, como dijo el poeta, uniforme, monótono y cansado", y esto después de asistir a un clamoroso triunfo de Mazzantini en la plaza de Cádiz2. En lo referente a ejercer de crítico, responde de esta guisa a Tomás Orts Ramos que le pide un prólogo para su obra sobre la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla: "Excuse Vm. en lo futuro pedir peras al olmo, si no quiere recibir un nuevo desengaño de su atento amigo".3 No obstante lo dicho, creo que la solución se encuentra en el matiz que va de crítico a historiador taurino: para ejercer de crítico es necesario conocer en profundidad las fiestas de toros y ser aficionado al espectáculo; sin embargo, puede investigarse sobre temas de diversa índole desde un punto de vista historiográfico. Para lo último, los requisitos fundamentales son la buena formación intelectual y la erudición, cualidades ambas de las que gozaba el Dr. Thebussem. Tampoco debe obviarse la inclinación que éste tenía a honrar su pseudónimo -anagrama de la palabra embustes- para, como señala Don Ventura, "burla burlando" escribir de los más variados temas y, entre ellos, del taurino.4 Lo cierto es que debe aceptarse su condición de escritor taurino, como historiador, compilador o "hurón de bibliotecas"5; y nos sirve para apoyar tal afirmación la inclusión de don Mariano en la nómina de escritores taurinos elaborada por José Mª de Cossío que se recoge en el segundo tomo de su enciclopédica obra Los toros (vid. bibliografía). En dicha relación se subraya la asidua colaboración del Dr. Thebussem en dos de las revistas taurinas más prestigiosas de todos los tiempos: La Lidia y Sol y Sombra.

De sus colaboraciones en la primera de las revistas mencionadas resultó la publicación de Un triste capeo, obra editada en 1892 por la imprenta de los sucesores de Ribadeneyra. El contenido se estructura en tres partes: Tauromaquia Platónica, Tauromaquia Homeopática y Punto Vinático; la que más nos interesa es la primera pues, como señala el propio autor, de la segunda sólo se saca en claro que "Josef Napoleón asistió por primera vez á una corrida en el Puerto de Santa María, que Don Antonio de la Serna Espínola rejoneó en cierta fiesta del Buen Retiro, y que un toro negro, de mucho sentido y pegajoso, fue el verdadero señor del desenlace que tuvo en Medina Sidonia el célebre Rosario de la Aurora" (págs. X y XI). La tercera parte nada refiere tocante con lo taurino.

Los quince artículos que componen la primera parte pueden organizarse en cuatro grupos:

a) Artículos en los que se aportan documentos y noticias de historia taurina, en la mayoría de los casos, de los siglos XVI y XVII: De re taurina, Plaza a los toros, Desde la talanquera, Almodrote, Golletazo, Don Pedro Yuste de la Torre y Bibliografía.

b) Artículos que dan noticia de sucesos relacionados con grandes figuras del toreo: Don Diego y Paquiro, Los toros de Cádiz, Aclaración y Pepeillo.

c) Artículos sobre determinados usos lingüísticos en el mundo de los toros: Voz en tauro6 y Don Antonio Pérez, don Juan de Herrera y don Gregorio López. d) Artículos acerca de su pertenencia o no al gremio de las plumas taurinas: Antipodio y ¡Que veo, que veo!7

Nos centraremos en el apartado (b) empezando por el escrito que tuvo en su día una calurosa acogida entre los taurinos de la época: Pepeillo (fechado el 30 de noviembre de 1886; págs. 85-105). Reputadas plumas de la fiesta del siglo XIX se habían volcado en el estudio de la biografía de José Delgado Pepeíllo8 desde su muerte, ocurrida en Madrid el 11 de mayo de 1801, a consecuencia de las heridas que le produjo el toro Barbudo. Sin embargo, muchos datos de la vida del diestro sevillano –fecha y lugar de nacimiento, condiciones de contratación, escrituras de propiedades, testamento, etc.- no quedaron totalmente esclarecidos hasta la publicación del artículo del Dr. Thebussem. En él se aportan la partida de bautismo del diestro, la de su matrimonio con María Salado, contratos, escrituras de propiedades, el testamento otorgado por Pepeíllo y su esposa el 7 de abril de 1800 (¡poco más de un año antes de su trágica muerte!), el inventario de bienes del torero y la partición de los mismos. Asimismo, quedaba totalmente solucionada la confusión que había llevado a distintos taurinos a identificar al diestro sevillano con otros dos paisanos de igual nombre y apellido.

Después de la investigación llevada a cabo por don Mariano, se han venido reproduciendo en artículos y libros de historia taurina los datos de su artículo, considerados definitivos. Sin embargo, menor suerte ha tenido la última parte del escrito en la que se demuestra el error que supone escribir el alias del torero Pepe-Hillo o, también, Pepe-Yllo. Aduce nuestro paisano que las voces Hillo o Yllo no existen ni significan nada, mientras que la forma con i latina delata el tratamiento familiar y cariñoso que derivaría de formas como Joselillo, Joseíllo o Josephillo. Además, aporta una reproducción facsímil de la firma del torero que, intencionadamente, colocaba una coma divisoria entre su nombre (Joseph) y la terminación del diminutivo (illo). Hoy, como decíamos, en papeles y libros taurinos, incluso en la rotulación de calles, la forma que ha tenido fortuna es la de Pepe-Hillo. Que por nosotros no quede reivindicar la tesis de nuestro paisano.

El artículo titulado Don Diego y Paquiro (fechado el 25 de enero de 1885; págs. 66-73) extracta la aventura taurina que protagonizó en 1615 D. Diego Duque de Estrada y, a continuación, se relata una anécdota sobre el chiclanero Francisco Montes Paquiro9 que nos deja una imagen de esta gran figura del toreo hasta ahora desconocida, por lo menos, para quien esto escribe. Los biógrafos de Paquiro se centran fundamentalmente en sus hazañas taurinas, como es lógico, y en sus muchas demostraciones de hombría y valor; poco se sabe de su vida fuera de los ruedos, salvo cierta inclinación al aguardiente que muchos consideran una de las causas de su prematura muerte. La anécdota que nos transmite el Dr. Thebussem tiene que ver, nada más y nada menos, con la afición del torero de Chiclana a la lectura y, en particular, a la inmortal obra de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Esto es que, en 1850, Paquiro regaló al Dr. Thebussem su ejemplar del Quijote, que releía con asiduidad, dedicándoselo cariñosamente. Descubrió don Mariano al final de cada capítulo anotaciones y números de puño y letra del maestro, al que solicitó que le aclarase qué eran tales notas: "Me hallaba enfermo –respondió Montes-, y por entretenerme ¡manías de enfermo! fuí contando las veces que se nombraba á D. Quijote y á Sancho en cada capítulo". Ni que decir tiene que nuestro erudito paisano puso rápidamente manos a la obra para comprobar si los números eran exactos, y comprobó la fidelidad de los números de Francisco Montes en unos cuantos capítulos tomados al azar. Su conclusión fue que, en efecto, las cuentas del torero eran exactas: tanto D. Quijote como su escudero Sancho eran nombrados 2.168 veces a lo largo de la obra. El dato es cierto sólo en lo que a Sancho se refiere, no así en cuanto al hidalgo manchego que lo supera en cuarenta y dos nominaciones, esto es, aparece 2.210 veces. La exactitud numérica es lo de menos, lo que llama la atención es que el artículo nos descubre un Paquiro inclinado a las letras y la cultura y, según parece, con una vida interior más profunda de lo que nos han dejado sus semblanzas biográficas.10

Los artículos “Los toros de Cádiz” (fechado el 30 de junio de 1885; págs. 74-78) y Aclaración (de 14 de julio del mismo año; págs. 79-84) giran en torno a la corrida celebrada en Cádiz el 28 de junio de 1885, a la que asistió don Mariano a petición de Luis Carmena y Antonio Peña y Goñi para que conociera al diestro Luis Mazzantini.11 La experiencia fue de lo más satisfactoria, pues llamaba la atención de nuestro personaje un hombre que "perito en música, dirige una noche la orquesta del teatro Español; en otra representa una comedia; luego escribe el prólogo de unas poesías, y después mata toros con la espada." Vivamente impresionado por el trato que le dispensó el diestro y por la exquisita educación y cultura exhibidas, no se le ocurrió otra cosa a don Mariano que proponerle que probase fortuna en el mundo de la política, consejo que Mazzantini recibió con sonrisas e incredulidad. Pues bien, veintiún años después el consejo de nuestro paisano dio su fruto y Luis Mazzantini, al que no gustaba que se le tratase ni de maestro ni de don, fue elegido concejal por Madrid y años después ocupó un escaño de diputado. Esta clarividencia para captar la valía del torero fuera de los ruedos se extiende también –a pesar de la confesada impericia taurina de don Mariano- a saber valorar el destacado ejercicio de director de lidia de Mazzantini, considerado actualmente por los historiadores el único capaz de igualarse con Frascuelo en este aspecto.

Esta aproximación a la faceta taurina del Dr. Thebussem es sólo una pequeña aportación al conocimiento de este asidonense al que cuadra como a nadie el título de polígrafo, pues además "escribió de filología, historia, arqueología, jurisprudencia, hacienda, correos, filatelia, folklore, gastronomía, heráldica, teatro, cervantofilia, costumbres, bibliografía..."12 Sirva lo dicho como incentivo para seguir profundizando en la obra de personalidad tan acusada y polimórfica.


BIBLIOGRAFÍA:

- CERVANTES, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico. Barcelona, Crítica, 1998.
- COSSÍO, José Mª de, Los Toros, Madrid, Espasa-Calpe, 1986 y 1988 (tomos II y III).
- DON VENTURA, Escritores taurinos españoles del siglo XIX, Barcelona, Ed. Lux, 1928; edición facsímil de 1993.
- DR. THEBUSSEM, Un triste capeo, Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1892; edición facsímil de 1993.


Notas:

(1) Sobre todo Antonio Peña y Goñi, y Luis Carmena y Millán; ambos reconocidos críticos e investigadores taurinos de extensa obra periodística y libresca. El primero fue muchos años director de La Lidia.

(2) Un triste capeo, pág. 78 (vid. bibliografía).

(3) Ibid., pág. 134.

(4) Escritores taurinos españoles del siglo XIX, págs. 88-91 (vid. bibliografía).

(5) Un triste capeo, pág. 130.

(6) Se razona sobre el inapropiado término andanada para designar ciertas localidades de las plazas de toros, en lugar de usar la forma correcta andana (Íbid., págs. 22-27)

(7) A pesar de que, como hemos apuntado más arriba, nuestro autor se resistió a ser considerado escritor taurino, al final de este artículo se despide de José Sánchez de Neira como sigue: "Me confieso, pues, escritor taurino y me ratifico de Vm. amigo afectísimo y agradecido...". No invalida esto todo lo dicho anteriormente pues, por el tono del artículo, más que convicción parece concesión pasajera de don Mariano por los halagos recibidos del personaje mencionado, prestigioso taurino.

(8) José Delgado Pepeíllo (Sevilla, 14-3-1754, Madrid 11-5-1801), primerísima figura del toreo de finales del siglo XVIII.

(9) Francisco Montes Paquiro (1805-1851), matador de toros natural de Chiclana, fue alumno aventajado de la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla, donde tuvo como maestro al insigne Pedro Romero. Está considerado uno de los grandes hitos de la tauromaquia por su aportación a la evolución del toreo, iniciando "esa cadena de toreros que llamamos generales o largos y en la que son eslabones fundamentales Chiclanero, Lagartijo, Guerrita y Joselito el Gallo." (Cossío, Los toros, s.v. MONTES (Francisco) Paquiro; vid. bibliografía). En su etapa de mayor fama, fue autor de una tauromaquia que, aún hoy, mantiene toda su frescura y valor.

(10) Manejamos las cantidades a partir de la edición del Quijote de Clemencin, sin tener en cuenta los prólogos ni las adiciones a la primera parte de 1605. Hoy sabemos que don Quijote aparece nombrado en toda la obra 2.240 veces y Sancho 2.187, como puede comprobarse en la edición que actualmente se tiene por definitiva: la del Instituto Cervantes (vid. bibliografía).

(11) Luis Mazzantini Eguía (1856-1926), de ascendencia italiano-vasca, empezó ganándose la vida como empleado de ferrocarriles y, deseoso de ascender económica y socialmente, pasó en poco tiempo de aficionado practicante a matador de alternativa. Destacado lidiador, atento a socorrer a los compañeros de profesión durante la lidia y contundente matador, alternó con éxito -hasta que se retiró en 1905- con las principales figuras del momento, esto es, Rafael Molina Lagartijo, Salvador Sánchez Frascuelo, Manuel García el Espartero, Antonio Reverte, Guerrita, etc.

(12) Don Ventura, Escritores taurinos..., pág. 90.

 


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