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 MANUEL MONTES DE OCA,
UN ASIDONENSE EN LA MARINA
Y LA POLÍTICA DE PRINCIPIOS DEL XIX


Juan Luis Barroso Mendoza

 

La primera noticia histórica que tenemos de nuestro paisano es la de su traslado con tan solo seis años a la capital gaditana, durante la ocupación francesa de la Provincia. Muchas familias de los pueblos limítrofes huyeron a refugiarse a Cádiz. Una de ellas fue la formada por D. Francisco Montes de Oca y Villacreces y doña María Josefa García que, procedentes de Medina Sidonia y más concretamente de la casa nº 12 de la calle San Agustín, huían de la ocupación francesa. A este matrimonio le acompañaba su hijo Manuel.

 

Allí permanecieron hasta que, una vez levantado el sitio, regresaron a su pueblo natal, donde Manuel continuará sus estudios. Vivía por entonces en su casa D. Juan Montes de Oca, Oficial de Marina, que había navegado en las escuadras de Langara, Mazarredo y Gravina. Pudiera ser que, a través de este familiar, le llegase su afición por el mar.

Poco después de que se iniciase en España en Trienio Constitucional, Manuel Montes de Oca se presentó en la vecina San Fernando para iniciar sus estudios en la Academia de Guardias Marinas de la ciudad donde, como hecho novedoso, no tuvo que presentar pruebas de nobleza de sangre, pues una de las primeras medidas que los gobiernos liberales del Trienio tomaron fue la de suprimir las pruebas de nobleza que se exigían a los aspirantes a Guardias Marinas.

En enero de 1821 inicia sus estudios elementales y embarca por primera vez en la fragata Sabina, en la que navegó por los cabos de San Vicente y Santa María en misiones de protección. Regresó a Cádiz enfermo y volvió a Medina para disfrutar de un permiso. En el periodo de convalecencia, conoció y estudió con un párroco de la ciudad llamado Dº Manuel Moreno, y a través de sus enseñanzas se aficionó a la literatura.

A principios de 1823, en plena época exaltada del trienio, Manuel Montes de Oca volvió a embarcar en la Corbeta Diamante con destino al Ferrol para recoger allí al General Francisco Dionisio Vives, el cual había sido nombrado Capitán General de la Isla de Cuba. Su misión era trasladarlo a su destino. A tal efecto, la expresada corbeta se dio a la vela el 15 de marzo siguiente. Fue el primer viaje de importancia que realizaba Montes de Oca. Con escalas técnicas en Canarias y Puerto Rico, llegó a la Habana y fue destinado a la Corbeta María Isabel.

En la Península, la tensión entre el Rey y sus gobiernos constitucionales se recrudecía. La situación política europea desde el Congreso de Viena era totalmente reaccionaria y contraria a todo lo que pudiera ser consecuencia de las ideas emanadas de la Revolución Francesa; y la Constitución de 1812, vigente en España, era hija, aunque moderada, de la de 1797 francesa. Los monarcas europeos se alarmaron y autorizaron a Luis XVIII, en el Congreso de Verona, a intervenir militarmente en España. Al frente de las tropas francesa, llamadas "Los Cien Mil Hijos de San Luis", se nombró al duque de Angulema, delfín francés y militar ampliamente experimentado. Los días del constitucionalismo español estaban contados.

Montes de Oca, ajeno a todos estos acontecimientos, seguía navegando por las Antillas. La emancipación de las colonias españolas americanas se había convertido en un fenómeno irreversible. Los buques que allí existían eran pocos y acondicionados para la vigilancia de las costas y la lucha contra los contrabandistas. Uno de ellos era la corbeta María Isabel, donde prestaba sus servicios Montes de Oca. En México la marcha de los acontecimientos iba de mal en peor. Los que defendían la causa realista se veían obligados a retirarse poco a poco, hasta terminar por no quedarles más territorio que el castillo de San Juan de Ullua, en Veracruz, bloqueado por una escuadrilla organizada por el antiguo teniente de navío norteamericano David Porter. Laborde, gobernador de Cuba, envió la corbeta María Isabel con otras embarcaciones que tenía disponible en auxilio de los que resistían en el Castillo. En esta misión tuvo su bautizo de fuego nuestro Guardia Marina, sin embargo, la empresa no tuvo el éxito deseado. El 27 de septiembre de 1824 sufrieron un temporal que desarboló y dispersó los navíos, sin poder hacer otra cosa que regresar destrozados a La Habana.

En medio del temporal, fue necesario aferrar la gavia1 y la gente se resistía a subir para efectuar la maniobra, ante el temor de ser arrastrados por el temporal. En ese momento Montes de Oca subió a la tabla de jarcia seguido por un grupo de esforzados marineros, llevando a cabo la operación.

Por este hecho el comandante del buque y el jefe de la expedición propusieron al joven marino asidonense para una recompensa. Ésta llegaría mucho después, por Real Orden de 17 de noviembre de 1827 en la que Fernando VII le concedió la Cruz de la Marina de Diadema Real. Entre tanto, en La Habana, el Jefe del apostadero le habilito como Oficial2 y le trasbordó a la corbeta Zafiro. En ella continuaron las misiones frente al Castillo de San Juan de Ullua, hasta que su gobernador, el brigadier José Coppinger, se vio obligado a capitular el 18 de noviembre de 1825, consiguiendo transportar a La Habana el resto de la guarnición. Así terminó para España la presencia en la colonia más rica de Hispanoamérica.

La independencia de las posesiones de ultramar, excepto Cuba, Puerto Rico y Filipinas, deshizo el secular imperio, rompió una estructura económica que se basaba fundamentalmente en nuestro comercio con Las Indias, supuso un corte en las fuentes de las acuñaciones metálicas y al quedar los españoles sin nada que defender fuera de nuestras fronteras, perdimos nuestros vectores en política exterior. España quedó convertida en una potencia de tercer orden.

La corbeta Zafiro volvió a la Península escoltando un crecido número de buques mercantes. Una noche, en el Canal de Bahamas, colisionó con la fragata mercante "El Gran Turco" y se desarboló por causa del choque el palo del trinquete, quedando inutilizado el bauprés. Al amanecer, comprobaron la extensión de las averías, tras lo cual, y después de celebrar una junta de oficiales, se tomó la decisión de abandonar el buque en Puerto Rico. Montes de Oca, que fue uno de los oficiales que combatió esta medida, se comprometió ante el comandante del buque a reparar las averías. Cuando se encontraba en medio de la faena apareció el velero corsario colombiano "General Soublet", que intentó capturar la corbeta española. La Zafiro con el velamen todavía deteriorado consiguió hacer desistir a sus perseguidores3. Incorporada de nuevo al grueso de la expedición, llegó a España entrando en el puerto de Cartagena. Posteriormente se trasladó a Cádiz con Montes de Oca a bordo. Tras su llegada, desembarcó a principios de 1826.

El 13 de febrero trasbordó a la corbeta Forastera de la que desembarcó por su desguace el 25 de mayo de 1827, pasando destinado al Arsenal de la Carraca4.

El 1 de septiembre embarcó de nuevo hasta el 15 de noviembre, y el 22 de diciembre trasbordó a la fragata Perla, de la que vuelve a desembarcar por su desguace el 14 de marzo de 1828, pasando el 1 de abril a la Restauración. El 18 de mayo volvió a ser destinado al Arsenal de la Carraca y allí continuó hasta el 30 de enero de 1829. En esta fecha fue destinado al bergantín Manzanares del que desembarcó el 19 de abril. Su función fue tan simple como cruzar las costas de su propio departamento, en una época de paz en la que los conflictos internacionales han acabado para España y los internos aún no han comenzado. Conflictos, estos últimos, que con gran acritud enturbiarán nuestro siglo XIX. Al final de los años veinte se limitaban a intentos liberales y protestas por parte de los realistas puros.

Después de un breve destino en el bergantín Relámpago, el 28 de febrero obtuvo licencia para unas breves vacaciones en Medina, que se prolongaron hasta el 27 de septiembre. Durante este periodo continuó con sus estudios literarios. Publicó trozos de poesías, tradujo las églogas primera y cuarta de Virgilio, escribió una oda llena de ternura y sencillez a su amigo y protector el cura párroco de Medina y escribió una sátira, compuesta en tercetos, contra la manía de las óperas que publicó en Mallorca.

En octubre se incorporó a su destino y ocupó el cargo de ayudante del Jefe del Arsenal de la Carraca. Al finalizar el año 1829, encalló en la playa de Cádiz un bergantín desconocido, después de ser inspeccionado con todo recelo, se comprobó que se trataba de un barco pirata. En un largo proceso, Montes de Oca fue nombrado defensor del capitán del buque y realizó un alegato brillante, e incluso llegó a publicarse en la prensa local sus trozos más escogidos.

El 3 de mayo de 1831 embarcó en el bergantín Realista y partió hacia el Mediterráneo con la misión de trasladar al Brigadier Coronel del Regimiento de Soria, D. Baldomero Espartero, que pasaba destinado a Mallorca. Poco imaginaba Montes de Oca que en el buque llevaba como pasajero al que luego sería Capitán General, Regente del Reino, triunfador de Vergara, Duque de la Victoria y aquel que firmaría su propia sentencia de muerte. Paradójicamente, en la travesía, llegaron a ser buenos amigos y mantuvieron luego correspondencia.

De regreso al departamento de Cádiz fue nombrado Ayudante personal del Capitán General D. José Quevedo5.

Fernando VII, durante la última época de su reinado consiguió enemistarse con un gran sector de sus partidarios, los realistas puros6. El futuro de España se presentaba cada vez más incierto. Los realistas centraron sus esperanzas en el hermano del Rey, Carlos; los liberales añoraban una nueva revolución, similar a la de 1820. Todo vino a trastocarlo el nuevo matrimonio real. Fernando VII vio, por dos veces, esfumarse sus esperanzas de tener herederos. María Cristina le dio dos niñas: Isabel y Luisa Fernanda. Desde la introducción de la dinastía borbónica no podían reinar las mujeres en España; Fernando VII publicó una Pragmática Sanción que abolía la Ley Sálica, que permitía a su hija mayor, Isabel, acceder al trono. Los elementos liberales, buscando legitimarse en el poder, rápidamente se ofrecieron para defender los derechos de la niña, a la vez que los partidarios de D. Carlos comprendieron el peligro. María Cristina y su hija se echaron en manos de los liberales, confiándoles el poder –Sucesos de la Granja, verdadero golpe de estado-. Cuando al fin murió Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833, el gobierno estaba ya en manos de los liberales y los que tuvieron que levantarse contra el régimen imperante fueron los carlistas.

Terminaba así, con la muerte del último Rey absoluto, la historia del Antiguo Régimen en España, aunque dejando en herencia, entre otras cosas, una guerra civil.

El nuevo régimen liberal comenzó con paso tambaleante. El jefe del primer gobierno de María Cristina, Cea Bermúdez, fue un verdadero déspota ilustrado. Hablaba de reforma, pero sin dar vía libre al nuevo sistema. Publicó una amplia amnistía política que permitió el regreso de los exiliados políticos, entre ellos un antiguo y prestigioso liberal, D. Cayetano Valdés. Al llegar fue nombrado Capitán General del Departamento de Cádiz. En esta ciudad el pueblo le profesaba un sincero cariño. Sustituyó en el cargo a Quevedo7 y una vez tomada posesión del mismo, mantuvo a Montes de Oca como Ayudante personal. Este joven oficial, con su espíritu abierto e ilustrado consiguió ganarse la confianza de sus mandos.

En Madrid, llegó al poder Martínez de la Rosa. Diputado a Cortes en el Cádiz de 1812, presidió un gobierno durante el Trienio Liberal. Con la vuelta de Fernando VII fue hecho prisionero primero y exiliado después, nadie podía dudar de sus servicios al constitucionalismo. Claro está, que ya por entonces no tenía nada de revolucionario. Restableció un sistema representativo pero con la menor cantidad de representación posible. Tal era el sentido de la Ley fundamental que hizo firmar a María Cristina: El Estatuto Real (1834). Influido durante su exilio en Londres por el bicameralismo inglés, convocó Cortes de forma que hubiese dos Cámaras: el Estamento de los Próceres (Copiada de la Cámara de los Lores británica), donde se sentarían la nobleza, las jerarquías eclesiásticas, los altos mandos militares, además de otros próceres elegidos por el monarca entre los intelectuales, propietarios etc...En frente se encontraban el Estamento de los Procuradores (Copiada de la Cámara de los Comunes británica). Éste era verdaderamente representativo, aunque aplicándose el principio de sufragio censitario8.

Cayetano Valdés presentó en Cádiz a Montes de Oca como la persona idónea para representar a la ciudad en el Estamento de Procuradores. El prestigio liberal de Valdés, por un lado, y la valía personal de su ayudante, por otra, hicieron que fuese elegido procurador por la Provincia, tras lo cual marchó a Madrid.

Como ya antes hubiesen hecho otros marinos –Vargas Ponce, Ciscar, Rovira...-, Montes de Oca ocupó plaza en la Asamblea Popular el 21 de octubre de 1834. Se afilió al Partido Moderado y desde aquí combatió tanto a los partidarios de D. Carlos y la restauración absolutista, como al grupo más exaltado que luchaba por la implantación, sin más, de la Constitución de 1812.

Junto con Montes de Oca salieron elegidos en las elecciones los "liberales de siempre"; en los escaños se sentaron: Argüelles, Pérez de Castro, Alcalá Galiano, Istúriz, a modo de resurrección de las Cortes de Cádiz o de Trienio Constitucional. Las sesiones de Cortes se hicieron tan tormentosas como en otros tiempos. Si los próceres se contentaron con algunas peticiones vagas de ampliación de las libertades públicas, los procuradores se colocaron muy pronto en abierta oposición al gobierno, al que acusaban de mantener el absolutismo.

En la segunda legislatura de las Cortes del Estatuto fue elegido, de nuevo, procurador por la provincia de Cádiz. Reunidas las Cortes, fue nombrado por estas Secretario del estamento de Procuradores. Dicho estamento siguió exigiendo más libertad de prensa, reorganización de la milicia nacional e independencia de los jueces. Al mismo tiempo se extendió por España una epidemia de cólera. Su virulencia fue atroz. Se culpó a los frailes de haber envenenado las aguas y se produjeron, por primera vez en nuestro país, los asaltos a conventos y las matanzas de religiosos. El gobierno de Martínez de la Rosa naufragó, impotente, en medio del desorden.

A mediados de 1835, la Regente nombró primer ministro al Conde Toreno, otro antiguo constitucional, menos arrepentido que Martínez de la Rosa. Toreno quiso acallar las protestas de los exaltados con medidas anticlericales. Pero pronto se comprobó que convertir a los religiosos en cabeza de turco no era suficiente. Continuaron las alteraciones del orden en todas partes, especialmente en Barcelona, que cayó durante algún tiempo en estado de anarquía. Los exaltados pedían la destitución de Toreno y al fin, la Regente no tuvo más remedio que ceder. En el otoño de 1835 llegó al gobierno un liberal exaltado: Álvarez de Mendizábal. El tránsito hacia el pleno liberalismo estaba consumado.

Montes de Oca, que había ascendido a Teniente de Navío, participó en la reestructuración que Mendizábal, aconsejado por Valdés, pretendía realizar en la Marina. Se suprimió la Junta Superior de Gobierno de la Armada y la Dirección General, y se potenció la Secretaría del Despacho de Marina como centro de todos los asuntos relativos a la Armada. Dentro de la Secretaría de Despacho se crearon cuatro secciones con otros tantos Jefes de sección; uno de ellos fue Montes de Oca. Reunidos los cuatro Jefes de sección en junta diaria, presidida por el Ministro, y en su ausencia, por el subsecretario, formaban lo que se llamó entonces "Consejo de Marina".

Mendizábal prometió solucionar de golpe los dos problemas que aquejaban al país: la guerra civil y la bancarrota de la hacienda. Pero era preciso que le dejasen obrar solo. Pidió un voto de confianza a las Cortes, y en cuanto lo obtuvo, las disolvió y gobernó dictatorialmente. Montes de Oca se pronunció en contra del voto de confianza, y, una vez disuelto el Estamento de Procuradores, en las nuevas elecciones no figuró. Continuó como jefe de sección del Ministerio de Marina. Pronto se supo a que recurriría Mendizábal para solucionarlo todo: la incautación de los bienes de la Iglesia9.

El primer ministro calculó mal las circunstancias de su "Gran desamortización". Lo que pudo ser una reforma agraria, se convirtió en una concentración de tierras en manos de muy pocos. Gran cantidad de colonos se vieron echados de tierras que cultivaban desde varias generaciones y tampoco se consiguió el dinero que se pensó, pues el precio del suelo cayó estrepitosamente. La Iglesia y los moderados ponían el grito en el cielo, María Cristina comenzó a temer por la política de su primer ministro, que presentó la dimisión en 1836.

Fueron llamados a gobernar Istúriz y Galiano, jefes de la oposición, a fin de que nombrasen un gabinete. En las Cortes convocadas para el 15 de mayo fue elegido, de nuevo, diputado Montes de Oca.

Estas Cortes nunca llegaron a reunirse debido a la "Sargentada" de la Granja que devolvió el poder a los progresistas. El sargento Gómez, y el sargento García, autores del rocambolesco golpe de estado, obligaron a María Cristina a ceder en sus dos principales pretensiones: la proclamación de la Constitución de 1812 y la bajada del precio del tabaco. Tras el Golpe, cambió también el gobierno de la Marina, restableciéndose el que existía en 1823. Montes de Oca fue separado de la Secretaría de Marina y se le ordenó salir para el Departamento de Cádiz10.

Sin embargo, la Constitución de 1812 no iba a durar. El advenimiento de una nueva generación de liberales que aportan la convicción de que nuevos tiempos exigen una nueva Constitución, así como la creencia, generalmente compartida, de que la vieja Constitución doceañista era impracticable sin reformas, hará que un nuevo ministro progresista, D. José María Calatrava, convoque Cortes y les de el carácter de Constituyentes. De nuevo, Montes de Oca es elegido diputado por Cádiz, volviendo a Madrid para ocupar su sillón en el Congreso. De estas Cortes nacerá la Constitución de 1837: "moderada en el fondo, progresista en la forma" y en su conjunto, simplemente liberal.

El 16 de noviembre de 1839 fue nombrado Montes de Oca, Ministro de Marina, de Comercio y Gobernación de Ultramar, siendo presidente del gabinete de ministros Pérez de Castro. Este gabinete solicitó de la Regente la disolución de las Cortes y la nueva convocatoria que daría como resultados unas Cortes de mayoría moderada que serán inauguradas por María Cristina el 18 de febrero de 1840.

Los motines contra la regente aumentaron, propiciados por los progresistas que acusaban a ésta de apoyarse, casi exclusivamente, en el partido moderado. Ellos, por su parte, buscaron como punto de apoyo a una persona de prestigio: el General Espartero, héroe de la Guerra Carlista. La chispa que prendió el fuego fue la Ley de Ayuntamientos, que el gobierno moderado había enviado a las Cortes, con el fin de conseguir que el nombramiento de las autoridades municipales correspondiese al gobierno central. Semejante Ley iba en contra de un artículo de la Constitución de 1837, pero tenía grandes visos de ser aprobada en unas Cortes de amplia mayoría moderada. La oposición progresista no se hizo esperar, y cobró una fuerza inmensa cuando el General Espartero se declaró abiertamente a favor de la causa progresista.

Fruto de las presiones dimitieron varios ministros11 del gabinete, entre ellos Montes de Oca, retirándose a su banco de diputado.

En el verano de 1840 viajó la reina a Cataluña y estalló allí un motín en Barcelona, inspirado claramente, por Espartero, el cual hizo huir a la Regente con dirección a Valencia, donde llegaron noticias de Madrid sobre un estallido de violencia aún mayor. Todos los apoyos le fallaron y hasta sus propios amigos le aconsejaban que abandonase España.

Derribada Maria Cristina y mantenida Isabel II como Reina menor, el General Espartero quedó como dueño de la situación.

La Regente, con un grupo de seguidores se exilió en París, donde contó con el apoyo del Rey de Francia, Luis Felipe. Allí se formó un gobierno provisional en el exilio, compuesto por Francisco Javier de Istúriz, el conde de Belascoain y Manuel Montes de Oca. Desde París se planificaron una serie de golpes contra el General Espartero que no habrían de tardar en producirse. El primero de ellos en 1841 fue una de las más típicas estampas del romanticismo político español.

Varios generales y oficiales, entre los que destacaban: Concha Pezuela, Diego de León12, Montes de Oca y Fulgosio, prepararon un pronunciamiento que debía estallar en la Corte y en el ejército del norte de España. Montes de Oca debía ponerse al frente del levantamiento en las provincias vascongadas. Así lo hizo, se trasladó a Vitoria y formó una Junta Revolucionaria de la que se declaró presidente. Todo estuvo tan perfectamente mal anudado que la improvisación dio paso al fracaso. La idea del General Diego de León, que se había hecho legendario por sus increíbles cargas de caballería durante la Guerra Carlista, consistía en asaltar el Palacio de Oriente, raptar a la joven Reina y llevarla envuelta en una capa, a galope tendido a través de media España hasta la zona controlada por el ejército del norte.

La operación fracasó estrepitosamente, gracias en parte a la habilidad y las dotes de mando de Espartero. Montes de Oca que tuvo noticias del fracaso en Madrid, abandonó Vitoria con dirección a la frontera, acompañado del general Piquero y de los vocales de la Junta. Huía con su cabeza puesta a precio por los partidarios de Espartero que le perseguían y ofrecían mil duros por él.

En Vergara y a altas horas de la madrugada, un grupo de voluntarios que le escoltaban, decidieron que valía la pena la recompensa que ofrecían por él. Le sacaron de la cama y tras abandonar Vergara, le condujeron hasta Vitoria donde fue entregado al general esparterista Aleson. Le tomaron declaración y le dejaron dormir.

A las siete de la mañana vino a despertarlo el jefe comisionado a tal efecto, anunciándole que iba a ser puesto en capilla para fusilarlo a la una. Se dedicó durante la mañana al aseo personal, dictó testamento y encomendó su alma. Solicitó, más tarde, permiso para mandar el fuego de la escolta, cosa que le fue denegada –no ocurrió así en el fusilamiento de Diego León que mandó él mismo el pelotón-.

Así falleció a los 36 años de edad Manuel Montes de Oca13. Los fusilamientos de este último y de Diego León no fueron, tal vez, tan influyentes en los ánimos, como nos describen todas las fuentes de la época, pero no cabe duda de que contribuyeron a crear héroes frente al autoritarismo de Espartero. La situación insumisa se mantuvo durante un tiempo en las provincias del norte y nordeste, donde se mezclaban los pronunciamientos militares con las reclamaciones foralistas, los motines obreros y muy pronto conspiraciones republicanas.

El prestigio de Espartero no tardó en hundirse, sin que hubiese podido mejorar el precario nivel de estabilidad que se había registrado durante la regencia de María Cristina. Espartero era mejor general que político y, si al principio tuvo que enfrentarse con los moderados, muy pronto los propios progresistas le fallaron. El General acostumbrado a ejercer la autoridad, gobernó personalmente, ejerciendo el mando desde la propia regencia y desentendiéndose de sus compañeros de partido. La plana mayor del progresismo con su líder, Olozaga, a la cabeza le abandonó. Una revuelta en Barcelona que se reprodujo en Sevilla y pronto en toda España le obligó a exiliarse.

Tras su caída, se precipitó la declaración de mayoría de edad de Isabel II. Una de las primeras disposiciones de la reina será mandar la exhumación, en Vitoria, de los restos mortales de Montes de Oca y su traslado a Madrid con escolta. Finalmente fue enterrado, con honores fúnebres, en el cementerio de la Sacramental de San Isidro del Campo.

Benito Pérez Galdós ha conservado en el gran friso narrativo de los EPISODIOS NACIONALES toda la compleja vida de los españoles a lo largo del agitado siglo XIX. Los acontecimientos bélicos, las inquietudes políticas, la vida cotidiana, las reacciones espirituales y psicológicas se suceden novelescamente engarzadas en la verdad histórica del suceder de una centuria. MONTES DE OCA, el general que fue protagonista de una romántica conspiración que le costó la vida, debió llamar la atención del gran novelista que le dedica su Episodio Nacional 28 que tiene por titulo, como no podía ser de otra forma "MONTES DE OCA".


Notas:

(1) Vela de cruz que se larga sobre la mayor.

(2) Los Guardias Marinas que se encontraban en América podían ser habilitados oficiales de forma transitoria, aunque a su vuelta tenían que demostrar sus conocimientos ante un tribunal que los examinaba y que los confirmaba, en su caso, en su oficio. Si no aprobaban regresaban a su anterior graduación.

(3) Galería biográfica de Generales de Marina. F.P. Pavía, Tomo II, página 540.

(4) Hoja de servicios. Archivo General de Marina (en adelante A.G.M.)

(5) A.G.M. Legajo núm. 776.

(6) Fernando VII fue un monarca absoluto, avispado pero muy limitado intelectualmente, llano en su trato pero suspicaz, cruel en ocasiones, y partidario ante todo de mantener su real primacía, aunque fuese basándose en el sabio oportunismo que el mismo monarca, tan amigo de expresiones castizas, acertó a definir como política de "Palo a la burra blanca y palo a la burra negra". Introducción a la Historia de España, Ubieto/Regla/Jover/Seco, Teide, página 543.

(7) A.G.M. Legajo núm. 776.

(8) El sufragio universal no se dará en España hasta la Revolución de 1868. Tanto liberales moderados como progresistas eran partidarios de sufragio censitario, por el que sólo podían votar aquellos ciudadanos poseedores de una determinada renta.

(9) Los bienes de la Iglesia resultaron ser menos cuantiosos de lo que se suponía: por una parte, la propaganda anticlerical había exagerado mucho las cosas, y por otra, la Iglesia se había empobrecido bastante en los últimos cincuenta años.

(10) A.G.M. Legajo nº 776. Se le pasaporta para Cádiz con orden de abandonar la Corte en cuarenta y ocho horas. Montes de Oca no se presentó en su destino. Las noticias fueron que se encontraba en Ciudad Real. El gobierno ordenó al Jefe político de dicha villa que se informase del paradero de Montes de Oca. Llegó a Cádiz el 15 de julio de 1837, alegando enfermedad y quejándose de haber sido perseguido por una partida de "facciosos".

(11) Montes de Oca justificó su actitud en carta a la reina: "Acceder a las ambiciosas exigencias del Duque de la Victoria, valdría tanto como arrancar la corona de las augustas sienes de la Reina para ponerla en la cabeza de Espartero; mi deber es advertir a S.M. el precipicio en el que se quiere hundir a la monarquía y antes de autorizarlo con mi presencia, dejaré un puesto que no pudiera conservar sin sacrificio de mi honor" F.P. Pavía.

(12) Montes de Oca declaró: "....que se llamaba Manuel Montes de Oca y había sido oficial y luego Ministro de Marina, que sus principios políticos eran la Reina Dª Isabel II, la Leyes Fundamentales del País y la Regencia de Dª María Cristina de Borbón, puesto que jamás había aceptado como válida la llamada única del duque de la Victoria...".

(13) Frente al piquete de ejecución gritó: ¡Viva Isabel II!, ¡Viva la Reina Gobernadora! F.P. Pavía.


Descripción de las imágenes:

(1) Retrato sobre lienzo de Manuel Montes de Oca.

(2) Casa de la familia Montes de Oca en Medina Sidonia (calle San Agustín nº 12 -14 actual-).

(3) Fotografía de Manuel Montes de Oca.

(4) Fotografía de Manuel Montes de Oca.

(5) Pintura del marino asidonense. Transcripción del pie del cuadro: "EL EXCMO SEÑOR D. MANUEL MONTES DE OCA. Ministro que fue de Marina y de la Gobernación de ultramar = Nació en Medina Sidonia el 16 de diciembre del año 1803 = Victima de su lealtad terminó honrosamente su vida el 31 de octubre de 1841".

(6) Navío de la época. Botadura de la fragata Restauración.

(7) Portada de la obra de Perez Galdós dedicada a nuestro personaje.

 


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