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 PABLO NERUDA1, CON ESPAÑA EN EL CORAZÓN2

Jesús M.ª Armengol Butrón de Mújica

 

Desde que en 1927 es nombrado cónsul honorario de Birmania y pasa por Madrid para llegar a su destino, hasta que abandona España en 1939, este chileno universal –del que se cumple este año el centenario de su nacimiento- debe a nuestro país y a los años en él vividos su definitiva orientación ideológica y, en gran medida, su madurez humana y artística. Nos ocuparemos de esta parte de su biografía personal y poética, y aludiremos también a la composición titulada Elegía de Cádiz, fruto más que probable de una escala marítima en dicha ciudad en plena dictadura franquista.

 

Antes de entrar físicamente en contacto con alguno de los escritores que, años después, se convertirían en amigos entrañables de Neruda, nuestro poeta pasa cuatro días en Madrid (del 16 al 20 de julio de 1927) camino de Rangún. A pesar de que la estancia es breve, debió palpar el extraordinario ambiente intelectual, artístico y literario del Madrid de entonces, y seguramente comenzó a albergar el deseo de que su poesía fuese conocida en España tanto como lo era en Chile. Cabe recordar que hasta esta fecha ya había publicado Crepuscularios (1923), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) –sin duda, su obra más leída- y Tentativa del hombre infinito (1926). Decidido a publicar en España, en 1930 se sirve del secretario de la embajada en nuestro país, Alfredo Condon, que hizo llegar a Rafael Alberti el manuscrito de Residencia en la tierra; el portuense se pone inmediatamente manos a la obra:

"Una noche de invierno –llovía de verdad-, un libro, un raro manuscrito vino a dar a mis manos [...] El título: Residencia en la tierra. El autor: Pablo Neruda, un poeta chileno apenas conocido entre nosotros [...] Paseé el libro por todo Madrid. No hubo tertulia literaria que no lo conociera, adhiriéndose ya a mi entusiasmo José Herrera Petere, Arturo Serrano Plaja, Luis Felipe Vivanco y otros jóvenes escritores nacientes."1

Sin obtener el resultado apetecido de publicar el libro, Alberti decide entregar el manuscrito a Pedro Salinas que fracasa también, pero logra que se publiquen tres poemas en Revista de Occidente: Galope muerto, Serenata y Caballo de los sueños. Aun así, en París y ya en 1931, volvió el poeta portuense a intentar la edición del poemario de Neruda fracasando de nuevo. No es de extrañar que, después de tales desvelos, cuando por fin Rafael y Pablo se conocieron entablaran una sólida amistad que sólo tendría fin con la desaparición del nobel chileno.

Pero el primer lazo de estrecho vínculo con España y su mundo literario lo logra Neruda en 1933 cuando, designado cónsul en Buenos Aires conoce a Federico García Lorca. El escritor granadino acababa de llegar para la representación en la capital argentina de Bodas de sangre y, en cuanto se conocieron, simpatizaron; hasta tal punto que la primera aparición en público de ambos escritores, ante un buen número de colegas argentinos en el Pen Club del Hotel Plaza, sirvió para que pronunciaran un discurso al alimón dedicado a Rubén Darío. Este episodio lo recuerda divertido Neruda en sus memorias y subraya la impresión que desde el principio le causó Federico: "... no dejaba de reír y de hablar. Estaba feliz. Ésa era su costumbre. La felicidad era su piel."4

El destino consular de Pablo Neruda en Argentina fue breve y, a principios de 1934, es destinado a Barcelona donde, nada más llegar, se pone a las órdenes de don Tulio Maqueira, cónsul general de Chile en España, quien le encarga tareas de árida contabilidad. Don Tulio, sensible a las inclinaciones poéticas de su subordinado y viendo cómo sufría con los números lo manda a Madrid:

"-Pablo, usted debe vivir en Madrid. Allá está la poesía. Aquí en Barcelona están esas terribles multiplicaciones y divisiones que no lo quieren a usted. Yo me basto para eso."5

En efecto, llegado a Madrid es presentado por García Lorca a finales de ese año en un acto que se celebró en la Universidad, y no tarda en hacer suyas todas las amistades de Federico y Rafael Alberti. En 1935 Pablo Neruda es uno más de los muchos escritores, adscritos o no a la Generación del 27, que viven y trabajan en Madrid. Tanto es así, que se publica un Homenaje en su honor en el que interviene buena parte de la flor y nata de nuestra poesía del momento6; Neruda, por su parte, edita Sonetos de la muerte de Quevedo y Poesías de Villamediana, y acepta dirigir la revista Caballo verde para la poesía a petición de Manuel Altolaguirre.

Tan agitada vida social e intelectual redunda en su producción poética y dicho año aparece la edición definitiva de Residencia en la tierra, cuya segunda parte recoge poemas escritos entre 1931 y 1935. Muchas de estas composiciones son ya fruto de las experiencias vividas en nuestro país. Como previó Lorca, un nuevo aliento de allende los mares traía a nuestra poesía Neruda que, a su vez, se deja influir por los poetas españoles del grupo poético del 27 y por los que, más jóvenes, empiezan a abrirse paso ahora. El título mencionado eleva a cotas altísimas la poesía hispanoamericana de vanguardia; gracias a un lenguaje hermético y deslumbrante, de imágenes sorprendentes y audaces metáforas, Neruda nos traslada su visión del hombre extraviado en un mundo caótico. Sirvan de muestra estos primeros versos de No hay olvido (Serenata)7:

"Si me preguntáis en dónde he estado/ debo decir "Sucede"./ Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,/ del río que durando se destruye:/ no sé sino las cosas que los pájaros pierden,/ el mar dejado atrás, o mi hermana llorando./ ¿Por qué tantas regiones, por qué un día/ se junta con un día? ¿Por qué una negra noche/ se acumula en la boca? ¿Por qué muertos?/ Si me preguntáis de dónde vengo, tengo que conversar con cosas rotas,/ con utensilios demasiado amargos,/ con grandes bestias a menudo podridas/ y con mi acongojado corazón [...]"

Aunque buena parte de críticos y biógrafos suelen dar lugar preferente a Federico García Lorca como amigo e influencia de Neruda, después de lo dicho se nos muestra más clara la afinidad con Rafael Alberti. Como señala Joaquín Marco8, ambos se sirven del surrealismo para expresar vivencias angustiosas y ambos encontrarán la vía de superación en el compromiso político de igual signo. La guerra y el exilio estrecharán aún más, si cabe, los lazos entre chileno y portuense. Amigos e influencias fueron entonces también Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Luis Cernuda, Juan Larrea o, entre los más jóvenes, Miguel Hernández. Del poeta alicantino se ha dicho acertadamente que el magisterio de Pablo Neruda, desde la llegada de aquél a Madrid en 1934, cambió el rumbo de su poesía y, de paso, lo orientó en lo personal hacia la militancia política. Sin embargo, debe recordarse que el deslumbramiento fue mutuo, y así lo confiesa Pablo Neruda:

"Uno de los amigos de Federico y Rafael era el joven poeta Miguel Hernández. Yo lo conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalón de campesino desde sus tierras de Orihuela [...] me entusiasmaba el destello y el brío de su abundante poesía."9

Los lugares públicos servían de encuentro a intelectuales y artistas de la época, sin que olvidemos mencionar el domicilio particular de Neruda en Madrid, más conocido por todos como la "Casa de las Flores", en el barrio de Argüelles. Habían sido Mª Teresa León y Rafael Alberti los que le proporcionaron dicha residencia, y allí acudían a compartir poesía y alegría el propio Miguel Hernández, Serrano Plaja, el pintor Luis Caballero, la pintora Maruja Mallo, Antonio Aparicio, etc. A los ya consagrados de generaciones precedentes los trató poco Pablo Neruda: a Valle Inclán sólo lo vio una vez, unas pocas a Antonio Machado y más asiduamente a Gómez de la Serna en su tertulia del Pombo, donde oía "la voz estentórea de Ramón, dirigiendo desde su sitio en el café, la conversación y la risa, los pensamientos y el humo."10 Y, como toda regla tiene excepción, declarado enemigo desde que tuvo noticias del poeta chileno fue Juan Ramón Jiménez11, que lo consideraba "contaminador" de la poesía española. A pesar de los ataques, Neruda nunca respondió y optó por ignorarlo.

El primer semestre del año 1936 estuvo lleno de actividad para los poetas que tenían en Madrid su lugar de residencia y trabajo: publicaciones, homenajes, actos culturales, recitales poéticos, etc. Pero el escenario político, después del triunfo en las elecciones de febrero del Frente Popular, cambió radicalmente el 18 de julio de 1936: el alzamiento fascista contra el estado de derecho de la II República Española terminará por romper nuestro sistema democrático y cerrará violentamente, tras una trágica y sangrienta guerra civil, el período más brillante y fructífero de nuestra cultura después del Siglo de Oro.12

En los primeros meses de la guerra las desgracias personales y profesionales se agolpan. El asesinato de su amigo Federico a principios de agosto de 1936 causó en Neruda tal impresión y dolor que el suceso se convertirá en recuerdo íntimo y poético permanente:

"Federico García Lorca no fue fusilado; fue asesinado. Naturalmente nadie podía pensar que lo matarían alguna vez. De todos los poetas de España era el más amado, el más querido, y el más semejante a un niño por su maravillosa alegría. Quién pudiera creer que hubiera sobre la tierra, y sobre su tierra, monstruos capaces de un crimen tan inexplicable?"13

Además, Neruda es destituido de su cargo de cónsul por su defensa de la causa republicana y, perdida la inmunidad diplomática, vuelca todos sus esfuerzos en ayudar a sus amigos en la resistencia del régimen legítimo: publica en París con Nancy Cunard la revista Los poetas del mundo defienden al pueblo español; en la misma capital francesa pronuncia a comienzos de 1937 una conferencia sobre García Lorca; empieza a organizar el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas14 que se celebró en Valencia en verano de 1937; funda con César Vallejo el Grupo Hispanoamericano de ayuda a España, etc.

En 1938 quiso nuestro poeta hacer una edición de España en el corazón y el proyecto salió adelante en las circunstancias más pintorescas: "[...] en pleno frente del Este, cerca de Gerona, en un viejo monasterio. Allí se imprimió de manera singular mi libro [...]"15 El declarado dolor de los poemas por la tragedia de España, acosada y humillada por los que no querían la libertad y el progreso, parecían vaticinar el pronto fin de la guerra.

De regreso a Chile en 1939, se produce en el país andino un cambio político de talante progresista que lleva a nombrar a Pablo Neruda cónsul en París para la emigración española: "la más noble misión que he ejercido en mi vida: la de sacar españoles de sus prisiones y enviarlos a mi patria..."16 A dicha labor se le unió pronto la premura de evacuar cuanto antes a los intelectuales españoles por la manifiesta amenaza de Hitler en toda Europa. Terrible final: lleno de amargura y dolor, pero iluminado por la luz del compromiso; el propio Neruda reconoce haberse definido ante sí mismo como comunista durante la guerra de España, aunque no recibiera el carnet de militante hasta 1945 en Chile. La lucha del pueblo español y el ejemplo de amigos como Alberti –poeta de purísima estirpe enseñó la utilidad pública de la poesía-, Miguel Hernández –con uniforme de miliciano recitaba sus versos en primera línea de fuego- y tantos otros, contribuyeron con total seguridad en el afianzamiento de sus convicciones políticas y certificaron un amor imperecedero por España que el poeta evocará en repetidas ocasiones:

"Hoy, copa de mi amor, te nombro apenas,/ título de mis días, adorada,/ y en el espacio ocupas como el día/ toda la luz que tiene el universo."

Una última experiencia de infinito dolor, abiertas aún las heridas del corazón por la guerra: Pablo recibe la noticia de la muerte de Miguel Hernández en la cárcel de Alicante, el 28 de marzo de 1942. Así lo recordará años más tarde en su Canto General:

"No estoy solo desde que has muerto./ Estoy con los que te buscan./ Estoy con los que un día llegarán a/ vengarte./ Tú reconocerás mis pasos entre aquellos/ que se despeñarán sobre el pecho/ de España/ aplastando a Caín para que nos devuelva/ los rostros enterrados [...]"

Para terminar nuestro sencillo homenaje a este hombre de talla excepcional, tanto humana como artística, quisiera reproducir dos textos que se unen por el hilo de la emoción y la amistad. El primero es un recuerdo de Alberti, en La arboleda perdida, de los duros inicios del exilio en que fue acogido por Neruda en su casa de París; el otro, un fragmento de la Elegía de Cádiz que Pablo incluyó en sus Cantos ceremoniales (1961). La visión de Cádiz, gris y ruinosa, está claramente determinada por las circunstancias políticas de la España de entonces y por el desajuste entre la realidad y lo que su imaginación había forjado a lo largo de los años, gracias a las evocaciones que de su tierra le hacía Rafael Alberti. Como contrapartida, el poeta canta la coincidencia de un destino de dolor compartido por españoles y americanos desde el descubrimiento y la conquista.17

I

"Con el alma llena de sangre nobilísima y los oídos de explosiones, he andado por las calles de París y vivido con el grande y humano Pablo Neruda, verdadero ángel para los españoles, en las orillas del Sena, 31, Quai de l´Horloge."

II

Elegía de Cádiz

IV

Amarrada a la costa como una clara nave,
Cádiz, la pobre y triste rosa de las cenizas,
azul, el mar o el cielo, algunos ojos,
rojo, el hibiscus, el geranio tímido,
y lo demás, paredes roídas, alma muerta.
Puerto de los cerrojos, de las rejas cerradas,
de los patios secretos serios como las tumbas,
la miseria manchando como sombra
la dentadura antigua de una ciudad radiante
que tuvo claridad de diamante y espada.
Oh congoja del papel sucio que el viento
enarbola y abate, recorre las calles pisoteado
y luego cae al mar, se consume en las aguas,
último documento, pabellón del olvido,
orgullo del penúltimo español.
La soberbia se fue de los pobres roperos
y ahora una mirada sin más luz que el invierno
sobre los pantalones pulcramente parchados.
Sólo la lotería grita con mentira de oro:
el 8-9-3 el 7-0-1
el esplendor de un número que sube en el silencio
como una enredadera los muros de las ruinas.
De cuando en cuando golpea la calle un palo blanco.
Un ciego y otro ciego. Luego el paño mortuorio
de seis sotanas. Vámonos. Es hora de morir.

V

Desde estas calles, desde estas piedras,
desde esta luz gastada
salió hacia las Américas un borbotón de sangre,
dolor, amor, desgracia, por este mar un día,
por esta puerta vino la claridad más verde,
hojas desconocidas, fulgor de frutos, oro,
y hoy las cáscaras sucias de patatas mojadas
por la lluvia y el viento juegan en el vacío.
Y qué más? Sí, sobre los dignos rostros pobres,
sobre la antigua estirpe desangrada,
sobre descubrimientos y crueldades,
encima las campanas de aquella misma sombra,
abajo el agujero para los mismos muertos.
Y el Caudillo, el retrato pegado a su pared:
el frío puerco mira la fuerza exterminada.


BIBLIOGRAFÍA:

- ALBERTI, Rafael, La arboleda perdida. Memorias, Barcelona, Seix-Barral, 1975.
- MARCO, Joaquín, Literatura hispanoamericana: del Modernismo a nuestros días, Madrid, Espasa Calpe, 1987.
- NERUDA, Pablo, Confieso que he vivido, Barcelona, Argos Vergara, 1979.
- SICARD, Alain, "Neruda y Europa. Elegía de Cádiz" en Cádiz e Iberoamérica, nº 10, 1992 (págs. 18-27).


Notas:

(1) Pablo Neruda es el pseudónimo adoptado en 1920 -y legalizado como nombre a todos los efectos en 1946- por Neftalí Ricardo Reyes Basoalto (Parral, 1904- Santiago de Chile, 1973). Fue el primer poeta de su país en obtener el Premio Nacional de Literatura (1945). Sirvió a Chile como cónsul en diversos países de Oriente, España y Méjico; en 1950 se le otorgó el premio Stalin de la Paz y en 1971 es designado embajador de su país en Francia. Este mismo año fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura.

(2) España en el corazón es el título de un libro escrito en plena guerra civil española y publicado por primera vez en 1937. También así se titula el capítulo 5 de su libro de memorias Confieso que he vivido.

(3) La arboleda perdida, págs. 293 y 294 (vid. bibliografía).

(4) Confieso que he vivido, pág. 132 (vid. bibliografía).

(5) Ibídem., pág. 133.

(6) La nómina es la siguiente: Alberti, Aleixandre, Altolaguirre, Cernuda, Gerardo Diego, Guillén, León Felipe, García Lorca y Salinas, entre los del 27, y Miguel Hernández, Muñoz Rojas, los hermanos Panero, Luis Rosales, Serrano Plaja y Vivanco, de la promoción más joven.

(7) Reproducimos los versos de forma continua y separados por barra (/) para respetar la extensión de los mismos, pues alguno llega a alcanzar las veintiuna sílabas.

(8) Literatura hispanoamericana: del Modernismo a nuestros días, pág. 96 (vid. bibliografía)

(9) Confieso que he vivido, pág. 134.

(10) Ibídem., pág. 136.

(11) Ha de señalarse que el nobel onubense renegaba también de ser guía y modelo de los poetas del 27, quienes lo tenían por maestro. No creo preciso recordar el carácter huraño y solitario que caracterizaba al autor de Platero y yo.

(12) Desde el "desastre de 1898" hasta el final de la guerra civil, la cantidad y la calidad de intelectuales y artistas han hecho que esta etapa sea denominada Edad de Plata.

(13) Confieso que he vivido, pág. 142. Aquí y más adelante mantenemos la peculiaridad ortográfica de Neruda que sólo emplea signo de interrogación al final del período sintáctico.

(14) Sirva de muestra la relación de algunos de los asistentes sólo de Hispanoamérica: Octavio Paz, Nicolás Guillén, Carlos Pellicer, Pablo Rojas Paz, Alejo Carpentier, Vicente Huidobro, César Vallejo, etc.

(15) Confieso que he vivido, pág. 143.

(16) Ibídem., pág. 162.

(17) La revista Cádiz e Iberoamérica publicó en 1992 un interesante artículo de Alain Sicard, profesor de la Universidad de Poitiers, sobre esta composición (vid. bibliografía).

 


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