Relato: El perro y la princesa

Manuel Martín-Arroyo Camacho*

 

Cuando se despertó en aquella cuneta olía a comida. Olía y aquel olor entraba en su estómago como un alimento más. Le llenaba y casi le saciaba el hambre de dos días y dos noches sin probar bocado. El hambre le atacaba; se le montaban las tripas unas encima de otras y se le estremecían hasta las entrañas mientras corría con piernas temblorosas hacia aquel chalet de fragancias culinarias. Al percibirlas, rememoraba algunas comidas de fiesta que se hicieron en su poblado antes de que llegara la guerra, y un ataque de melancolía le comió durante unos segundos su conciencia curtida y fuerte. Pero no valía la pena lamentarse, porque... ¡Había llegado a la costa! El horizonte finalmente se había abierto ante sus ojos, y había tocado Europa pese al temporal, que daba sus últimos coletazos sin escrúpulos ni vergüenza.

Encontró aquel madero, se pudo sujetar durante un rato, y nadar, nadar y nadar, aun sin saberlo hacer. Logró llegar, y el esfuerzo dio sus frutos, aunque hubiera tenido que patear a algunos de sus compañeros que, como él, habían caído al mar en aquella gélida tarde de Octubre. Los tuvo que echar de "su" tronco porque el peso de dos equivalía al hundimiento inmediato.

"Me han dicho que en Europa cuesta dinero adelgazar". "Pues yo ví una vez en televisión que daban premios millonarios a gente fea e idiota"... Recordaba estas conversaciones que tuvo con su primo allá en su tierra en una tarde de hambre, cuando se dio cuenta de que ya estaba aquí, y que le había costado más de lo que le prometían. Estaba en la ansiada Europa, el lugar de las oportunidades, el dinero, y la paz; por eso estaba aquí, y le alegraba tanto, que intentaba sea como fuere, olvidar las peleas en el agua y los gritos de socorro de algunos de los 50 restantes que iban con él.

Pese a estar tiritando llegó a la casa y casi hipnotizado por el hambre y el apetecible olor que vomitaba aquella maldita ventana del chalet, pudo ver piscina, chimenea y vistas a la playa. "Seguro que ayer nos vieron acercarnos sobre el horizonte antes de que volcáramos", pensó.

Se encaramó a la valla del chalet y empezó a distinguir las partes del mismo. Resaltaba sobre todas las cosas, el salón principal amplio, luminoso, con grandes ventanales y muchos cuadros llamativos, de colores. Una guitarra descansaba en el sofá junto a la chimenea, el chucho dormía plácidamente en su alfombra, frente a su tiesto de comida de marca, pero sobre todo, saltaba a la vista el televisor a lo lejos y desconcertante para cualquiera resultaba el hecho de que hubiera más de diez personas muy atentas y en silencio ante aquella pantalla panorámica, mirándola fijamente. Se quedó en silencio y casi inmóvil pese a la situación de peligroso equilibrio en la que estaba. Estaban casi hipnotizadas, sin abrir la boca; eran telespectadores estatuas, pensó, fue algo cómico.

Esperó un buen rato, lo suficiente para ver si reaccionaban y con tal tamaño de televisión, pudo distinguir en la pantalla la cara de alguien conocido, alguien importante, le sonaba la cara sin lugar a dudas. Se paró a pensar durante unos segundos y cayó en la cuenta de que era el presidente, el jefe o el Rey de los españoles. Lo había visto antes, lo recordaba, sobre todo de aquella temporada en la que podía sintonizar la televisión española. Era guapo, alto, bien vestido y muy joven. "Se casa" pensó, porque no paraban de emitir imágenes de iglesias, palacios del tamaño de ayuntamientos, otras bodas, y la imagen de una chica muy guapa aunque delgadísima.

Pero no podía perder tiempo. ¿Qué coño le importarían a él ese tipo de cosas ahora? Había perdido un par de minutos en su particular safari. Tenía que llegar al contacto, pero ni la humedad en su ropa, ni la tormenta que iba remitiendo, ni aquel olor tan provocador y descarado debían impedirle parar.

De repente, cuando se bajaba de la valla, la imagen de la tele cambió y el rostro de la presentadora también, aunque sólo debido a una leve mueca de serenidad. No pudo entender lo que decía, pero salieron imágenes de varios cuerpos en la arena hinchados por el agua y casi deformes, y aún así, y ante la horrible estupefacción pudo reconocer a algún compañero de patera que días antes, casi horas, le había contado las alegrías y maravillas que posiblemente encontrarían en Europa. Su cuerpo desnudo y literalmente comido invadía de color marrón la habitación y las personas empezaban a charlar, ahora sí, entre ellas.

"¿Qué habrá pasado con el resto...?" Fue lo primero que pensó tras ver aquello. La desesperación y aquella impotencia fue directamente del televisor hacia fuera de la casa, pasando de largo por entre la gente, como un rayo de luz directo al exterior, y sabía que él era la persona a la que más le importaban las imágenes en esos momentos en todo el mundo.

La grabación de los cuerpos había llegado a captar el chalet en el que estaba toda esa gente porque estaban hablando e indicando con el dedo sobre la pantalla la exacta localización de la casa como si de algo curioso se tratase. De repente, alguien se levantó y apagó la tele con un aparatito y quedaron un par de segundos en el aire, en tierra de nadie, colgados, sin rumbo ni sonidos, sin reflejos para actuar. De repente, todos a una, se fueron por el pasillo a lo que parecía la cocina, y comentaban entre ellos: "divorciada...", "35 años...", "Reina de España...", y cosas por el estilo, alguno soltó varias carcajadas diciendo algo de la República.

Los cuerpos en aquella pantalla y el descaro y las risas, le hicieron ver que por pura casualidad, o por el destino, o por algún milagro, o que alguien o algo, le puso aquel tronco por delante para poder pisar aquella tierra que ya empezaba a odiar.

El olor casi se había esfumado, la tele estaba apagada, y todos comían en la cocina. Ilusionados, hablaban mucho sobre "España".

Las piernas, ahora, le temblaban a un ritmo frenético. El estar encaramado a una valla, agarrado con tanta tensión por las cuatro extremidades y viendo y sintiendo aquello le dejaban en una situación lamentable. Tenía que bajarse de allí y seguir por donde el instinto le guiase, ese instinto animal que todos llevamos dentro. Seguir el camino. Como ese perro abandonado que husmea entre la basura del chalet. Tal vez ahí habría algo para él, o para los dos. El perro olió lo que salía de la casa y quería entrar, igual que él. No había ni tiempo ni capacidad para pensar, para ninguno de los dos, sólo podían correr y olvidar todo aquello, la policía no tardaría en darse una vuelta por el lugar.

Al tercer día de la tragedia en la que murieron más de 40 personas frente a las costas de Rota, el Príncipe Felipe anunció su compromiso de boda.


Nota:

* Natural de Rota, ejerce como maestro de música en Sanlúcar de Barrameda. La faceta de escritor le surge "por pura necesidad" de transmitir su visión del mundo y sus sentimientos; sus gustos literarios se inclinan hacia la poesía social y los relatos cortos; aunando textos y melodías, también ha escrito letras y compuesto música para diferentes grupos, entre los que se encuentran algunas chirigotas.

 


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